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SE HABÍA quitado una sandalia y se estaba cortando una uña anaranjada cuando volví a la sala. Y observé con aprobación que, para perfección de formas, el pie cumplía la promesa del fino tobillo.

—Le estoy costando un disparate en bebidas —dijo conforme se volvía a calzar la sandalia—. ¿Puedo pagar esta vuelta?

Hice un gesto negativo con la cabeza, y me senté de nuevo frente a ella. Dije:

—Supongamos que ponemos punto a todas estas digresiones, y entramos en el asunto, Bryony. Recuerde que me citó aquí para un propósito específico, y que todavía no sé de qué se trata. Con la sorpresa de descubrir que usted era la hija de Lulú he dejado apartar un poco la conversación del asunto. Volvamos de nuevo a él, ¿no le parece? Aparte de su identidad, todo lo que sé de usted es que dice estar metida en un atolladero y en un lío, como se dice ahora. Si he de ayudarla, sería bueno que me diera una idea de la naturaleza y extensión del tal atolladero.

Bryony se mordió los labios y me miró con ojos inquietos.

—¿Tengo que hacerlo? —objetó.

—Pero ¡hija de Dios! —protesté con calor—, si no me dice de qué se trata, ¿cómo diablos puedo ayudarla? Quiero decir que…

—Bueno; acepto que esto no es sensato, pero yo creí que usted iba a ser buenito y me ayudaría sin preguntarme nada. Yo… yo no puedo decirle bien exactamente lo que me pasa.

De mala gana, por necesidad, toqué el punto más ingrato.

—¿Una criatura? —sugerí, toscamente.

Se rió de mí.

—Naturalmente que no —replicó insolente—. ¡Qué típico de la imaginación masculina! Si hubiera sido eso, no lo habría molestado. De cualquier forma, me parece que es una cosa bien simple.

La miré burlonamente.

—¿Drogas? —aventuré.

—Tampoco —replicó—. Eso no me lo permito.

—Bueno. ¿Deudas?

—Tengo dinero de sobra.

—¿Chantaje?

Le estaba observando los ojos, y vi en ellos una sombra que iba y venía. Sin embargo…

—No —contestó.

Hice una pausa en mi interrogatorio, momentáneamente desconcertado. Pero antes dé que yo pudiera hablar de nuevo, ella se me había anticipado.

—¿Es necesario que entremos en detalles, Roger? —suplicó—. Escuche: si Lulú le hubiera pedido que hiciera algo por ella; algo que usted no pudiera comprender ni justificar, pero, sin embargo, algo que necesitara a toda costa, usted lo hubiera hecho volando, ¿no es cierto? Quiero decir, sin detenerse a hacer preguntas…

—Creo que lo hubiera hecho, —repliqué torpemente—. Pero… bueno; con los debidos respetos, usted no es Lulú; entiéndame lo que quiero decir.

—Ya se que no lo soy. Ya sé que no significo nada para usted, mientras que Lulú lo era todo. Pero ¿no se da cuenta? Ella le pidió que hiciera algo por ella, indirectamente, cuando me dijo que acudiera a usted si estaba en un apuro. Y ahora, en lugar de lanzarse a la lucha como un caballero de antaño; está sentado ahí, regateando. ¿No quiere, por Lulú…?

El puro paralogismo de sus palabras hizo que la interrumpiera atacado por la risa.

—Éste es el argumento más, sofístico que he escuchado desde hace mucho tiempo —observé—. Casuística con botones de latón, para no mencionar el melodrama del Lyceum en la mejor tradición. Huérfana de la tormenta, busca ayuda de… Pero ¿Bryony?… ¿Qué sucede?

Vi con horror que fluían grandes lágrimas de sus hermosos ojos; que la torpe negativa de mi agudeza había penetrado la débil armadura moderna aprueba de sentimientos, en que se había encerrado, y la había herido en el corazón, cuya existencia apenas yo había sospechado.

No se trataba de broma o ficción. Acaso sería más exacto decir que su farsa había llegado a un brusco final, y que, por primera vez desde su llegada, vislumbraba, a la verdadera Bryony. Sus débiles hombros se agitaban y, no obstante todos sus esfuerzos, las lágrimas resbalaban por las pintadas mejillas. Después apoyó la cabeza sobre los brazos y lloró desconsoladamente.