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CON TODO acierto, esta deplorable historia comienza en una taberna, The King of Sussex, situada cerca de una encrucijada en el límite occidental de Rape of Bramber.

Es una taberna de aspecto miserable, un desnudo cubo de ladrillos oscurecidos por el tiempo, con algunas ventanas escondidas. Su cerveza es, cuando mucho, mediocre; la fabrican en Surrey o en Kent o en Hampshire o en uno de esos lugares in partibus infidelium, donde realmente no entienden el negocio.

Como digo, resulta adecuado que esta historia comience en una taberna, pues todos los autores con la notoria excepción de un tal Shaw, son bien conocidos como borrachines crónicos. Yo mismo soy uno de ellos, como lo atestigua este hermoso libro. Y cuando agrego que penetré en The King of Sussex justamente al mediodía (es decir, en el preciso momento de abrir) de un caluroso domingo de junio, el cínico estará pronto a regocijarse porque alguna vez, en cierto modo, una de sus favoritas generalizaciones recibe específica confirmación.

Pero que se cuide el tal cínico, pues, en realidad, se equivocaría de medio a medio quien intentara demostrar que mi presencia en esta taberna, en tal preciso instante, era un hecho normal o predecible. Admito ser un escritor y me deleita la buena cerveza, como educado en la verdadera escuela de Belloc. Sucede, sin embargo, que vivo en Merrington, localidad situada a ocho millas y media justas al sur de The King of Sussex, y que echo mis traguitos públicos en la Green Maiden, en la mejor aldea de Sussex. La Green Maiden está a menos de cinco minutos de mi propia casa, y la cerveza que allí despachan es de Sussex, cerveza tan excelente que, en circunstancias ordinarias, nada en el mundo podría inducirme a montar en mi bicicleta de mujer (comprada hace cuatro años por once chelines y seis peniques, más nueve peniques por el inflador, a un jubilado), y pedalear transpirando más de ocho millas hacia el Norte en una sofocante mañana dominical, para intoxicar mi organismo con el brebaje tan pérfidamente importado por el dueño de The King of Sussex. ¡Vamos!, ¡vamos!, puedo ser un loco, mas no de esta clase.

Pero las circunstancias no eran nada normales. Sucedió así: en Merrington tenemos dos repartos diarios de correspondencia; el primero antes del desayuno, y el segundo después del almuerzo. Fue en el segundo reparto del sábado cuando recibí una carta muy extraña.

A la inversa de la mayoría de las cartas que recibo, era una misiva de agradable aspecto. El sobre oblongo, de buena clase, gris terroso, con un delgado filete escarlata, estaba escrito en el más obvio tipo de letra femenina nunca visto por mí y correctamente dirigida al Capitán Roger Poynings, Gentlemen’s Rest. Merrington, Sussex; el matasellos indicaba que estaba registrado por el correo de Londres, WI. Levanté la ceja derecha en señal de agradable sorpresa y de gusto anticipado y rasgué el sobre para explorar su contenido.

Una única hoja de carta hacía juego con el sobre y me sorprendió amablemente observar que la dirección estampada en relieve en el borde superior había sido cuidadosamente suprimida, al parecer con una tijera de cortar uñas. Sin embargo, resultaba algo ilógico el haber dejado el número del teléfono, y Mayfair 0069 aparecía aún en diminutas letras escarlatas en el ángulo superior de la izquierda. La carta estaba encabezada simplemente «Viernes», y decía así:

Amor mío querido:

Estoy metida en un infierno, y necesito verte con urgencia. Sin falta, The King of Sussex 12.15, domingo. No me atrevo a ir a Gents Rest. No me abandones. De verdad que es un infierno:

Amor y ya sabes qué,

B.