En el mundo editorial del futuro, el nombre de San Isaac Asimov es pronunciado con el máximo respeto. Ello se debe a que la producción de «mecalingua» (literatura de consumo) está casi enteramente confiada a máquinas y robots. Una «róbix» (robot hembra) se encarga de la censura, y mientras los editores distraen sus ocios en brazos de «robotrices» (robots prostitutas), los escritores están reducidos al papel de simples monigotes publicitarios.