—El proyecto L era una simple abreviatura de «Proyecto Levitación» —explicó Zane Gort cuando se restableció el orden y Flaxman hubo resucitado con ayuda de un «Rocío Lunar» doble—. Ha sido un simple trabajo de mecánica, que no exige ninguna investigación original.
—No le crean, muchachos —intervino Media Pinta, que se había posado sobre un hombro de Zane—. Este robot sólo tiene un cincuenta por ciento de hojalata, el resto es genio puro.
—¡Silencio! Ahora estoy hablando yo —le dijo Zane—. Me limité a recordar que los campos de antigravedad capaces de sostener objetos pequeños han sido tecnológicamente factibles desde hace varios años. El generador del campo se encuentra en la plataforma que sirve de base a Media Pinta. Él varía el campo y lo adapta para volar, de un modo muy sencillo que explicaré en seguida, del mismo modo que controla las rudimentarias pinzas que le sirven de manos. En realidad, todo este montaje, a excepción de lo que atañe a la antigravedad, pudo ser realizado hace un centenar de años. Incluso en la época en que los cerebros fueron enlatados, pudieron ser dotados de medios manipuladores y de locomoción. Pero no se hizo, ni siquiera se pensó en ello durante todo este tiempo. Para explicar esa asombrosa omisión, debo recordar a un tal Daniel Zukertort, y la muy curiosa y duradera influencia que ejerció sobre sus creaciones. El viejo Zukie era un reaccionario, en el sentido de que fue más lejos que nadie para entorpecer la marcha lógica de las cosas.
Zane miró de soslayo al huevo que tenía sobre un hombro y prosiguió:
—Daniel Zukertort deseaba crear mentes sin cuerpo, espíritus que no pudieran ser distraídos. Desde luego, como él mismo sabía muy bien, no lo consiguió realmente, puesto que los cerebros tienen cuerpo lo mismo que cualquier elefante, ameba o robot. Quiero decir que tienen tejido nervioso, una estructura glandular rudimentaria, un sistema circulatorio, aunque sea una bomba a isótopos, y un sistema digestivo y excretorio que depende de la microrregeneración del oxígeno y de las fontanelas encargadas de aportar los elementos nutritivos y evacuar los productos de desecho. Pero Zukie no quería que los huevos pensaran en si mismos como poseedores de cuerpos. Deseaba ocultar ese hecho, mantenerlo fuera de su conciencia, a fin de que pudieran concentrarse en las verdades eternas y en el reino de las ideas, y no empezaran a pensar en actuar en el mundo real cuando empezasen a sentirse aburridos. Por eso, Zukertort prefirió hacer trampa.
El teléfono empezó a parpadear sobre el escritorio de Flaxman. El editor descolgó mientras le indicaba a Zane que continuara.
—Veamos ahora cómo cargó los dedos Zukertort —dijo el robot—. En primer lugar, escogió para sus fines a artistas y escritores de tendencias humanistas: hombres y mujeres a quienes no interesaran las máquinas, que no pensaran en la mano, por ejemplo, como una especie de pinza o de pala, ni en los pies como una especie de rueda. En segundo lugar, la fisiología estaba a favor de Zukertort, pues el cerebro no tiene ninguna sensación por si mismo, no experimenta dolor ni nada por el estilo. Tocando el cerebro, incluso torturándolo, no se provoca ningún dolor, sólo extrañas sensaciones. Zukertort proporcionó a sus mentes en conserva el mínimo indispensable de sentidos y facultades. Sólo la vista, el oído y la capacidad de hablar. Tuvo que hacer estas «concesiones» a fin de que el género humano pudiera conocer los descubrimientos espirituales que los cerebros efectuaran a partir de entonces. Pero estableció unas normas, de forma que los huevos pensaran en si mismos y se pensara en ellos como inválidos, desvalidos, paralíticos. Incluso insistió en imponer toda clase de medidas higiénicas anticuadas, como obligar a las enfermeras a usar mascarillas. Quería que los huevos temieran a cualquier actividad que no fuera la mental. Jugó con dos poderosas tendencias humanas: el deseo, por parte de los cerebros, de ser eternamente mimados, y por parte de las enfermeras el instinto maternal, para que los mimaran y protegieran. Ahora bien, creo que todos sabemos qué pérdida sintieron los cerebros más dolorosamente: la facultad de manipulación. Por eso, cada vez que se enfurecían llamaban simios a los seres humanos. Era un síntoma de profunda envidia. Los simios agarran objetos, les dan vueltas entre sus manos, los aprietan, los palpan…
—¡Zane! —La enfermera Bishop agitaba la mano, excitada—. Intuyo a dónde quieres ir a parar, pero es imposible. No se pueden abrir los huevos para conectar algún tipo de máquina a los muñones de sus nervios encargados de controlar los músculos y el movimiento. En más de una ocasión se me ocurrió esa idea, pero el único que podría hacerlo fue Zukertort. Nadie más ha tenido ni tendrá la habilidad necesaria para penetrar en el interior de sus cáscaras. Por eso, todavía no comprendo cómo lo has logrado, bendito seas. ¿Cómo controla Media Pinta su campo de antigravedad o sus garras?
—No hablo de penetrar en el interior de sus cáscaras —replicó Zane—. Hablo de algo que es diez veces más fácil. Las grabadoras, ahí está la clave. Si los huevos pueden hacer funcionar las grabadoras, me dije hace días, con unos instrumentos adecuados sintonizados a determinados sonidos podrían utilizar también sus voces para hacer funcionar unas manos artificiales y un mecanismo para volar. Y todo ello pudiendo hablar. Desde luego, hacer funcionar tres sistemas de señales sobre un solo canal requería ciertos malabarismos electrónicos y tres idiomas extranjeros, uno para cada mando, pero no resultó demasiado difícil. Es más, próximamente los huevos serán capaces de utilizar sus voces para hacer funcionar instrumentos y aparatos de todas clases; no sólo pequeñas garras y mandos de flotación, sino martillos, sierras, grúas, naves espaciales, cinceles, cuchillos, microscopios, plumas, pinceles…
—¡Eh! —gritó Flaxman, tapando el teléfono—. ¡No me roben a mis escritores! Opino que deben permanecer en la guardería produciendo novelas, y no rondar por ahí pintando asquerosos cuadros, cavando agujeros en la Luna y aprendiendo a tallar madera.
—Recuerde el rapto de Media Pinta —contraatacó Zane Gort—. Las nuevas experiencias fueron precisamente lo que dio lugar a la mejor novela.
—De acuerdo, de acuerdo… Pero no haga nada sin consultarme antes.
Y el editor volvió a ocuparse de su llamada telefónica.
—Lo que acaba de decir Zane es la pura verdad —corroboró Media Pinta—. Yo he salido del mundo subterráneo al cabo de demasiados años. He resucitado de mi propia tumba de metal, lo sé.
En aquel momento la pantalla de televisión volvió a iluminarse, y una explosión de abucheos, pitorreos, siseos y maullidos brotó de ella. Los veintinueve huevos lo estaban pasando en grande.
La enfermera Bishop apretó la mano de Gaspard.
—La guardería se convertirá en un verdadero manicomio —dijo alegremente y en voz alta, para que todos la oyeran—. Añoraremos los días tranquilos, cuando los muchachos sólo podían gritar y cantar. Tendremos toda clase de ayudantes. Será necesario derribar tabiques para ampliar el local. Instalaremos mesas de ping-pong…
—Apuesto a que me asignarán la tarea de adaptar la antigravedad y la manipulación a veintinueve huevos —dijo Gaspard—, después de que Zane me haya enseñado a hacerlo.
—No es tan difícil como imaginas, Gaspard —le aseguró Zane—, y cuando hayas terminado con los primeros, los mismos cerebros podrán ayudarte. He proyectado para ellos un maravilloso taller electrónico y una serie de herramientas controladas por la voz, comparables a las pinzas robóticas en manipulación, potencia y delicadeza. El pensar en la maravillosa actividad que nos espera me hace sentirme un robot completamente nuevo… Aunque tengo muchos motivos para contemplar con entusiasmo la perspectiva de toda mi vida futura. —El robot hizo una pausa. Su único ojo giró lentamente y se detuvo—. Señorita Rubores, he de formularte una pregunta, hacerte una proposición muy importante. ¿Quieres…?
—¡Atención todos! —gritó Flaxman después de colgar—. Mientras ustedes se palmeaban la espalda unos a otros y charlaban como cotorras, he sido informado de lo que planean los demás editores… ¡Y ya están en marcha! Permítanme decirles que, si la Rocket House no hace milagros, nos amenaza la ruina. Los científicos de Harper han descubierto cómo transformar en máquinas de redactar unas modernas computadoras anadígitas. Hounhton-Mifflin ha hecho lo mismo con una máquina de jugar al ajedrez. Doubleday ha examinado a diez mil escritores, y ha contratado a siete que son verdaderas promesas. Random House ha rastreado todo el Sistema y ha descubierto a tres robots muy inteligentes, que han vivido siempre entre humanos, sin relacionarse con sus hermanos de metal, y en consecuencia piensan, sienten y escriben exactamente igual que los humanos. Protón Press acaba de lanzar una novela erótica humana escrita por una róbix francesa de dos años construida en principio e ilegalmente para la trata del vicio. Van Nostrand prepara una colección de casos reales novelados, suministrados por robots psicoanalistas. Gibbet House proyecta reeditar los clásicos en versión popular. Oxford Press ha descubierto en Venus una colonia de artistas que han vivido durante dos generaciones completamente aislados de la música mecánica, de la pintura abstracta por control numérico y del mecalingua. ¡Y la mitad de ellos son escritores! Repito que si no hacemos algún milagro y no trabajamos como sesenta, cada uno de los huevos por dos, estamos condenados a la ruina. Gort, ¿dónde está la próxima novela del Doctor Tungsteno? Sé que ha estado ocupado con todo eso de los rescates y de la antigravedad, pero habíamos quedado en que entregaría el original hace dos semanas…
—¡Un momento! —dijo el robot, imperturbable. Se volvió hacia su compañera—: Señorita Rubores, ¿quieres firmar conmigo un contrato de solaz y compañía en exclusiva, con vigencia perpetua?
—¡Ay, sí! —exclamó la señorita Rubores, arrojándose hacia su camarada y chocando con su sonoro bong—. Soy tuya, Zane, para siempre y por completo. Te entrego todos mis circuitos. Mis escotillas, compuertas y enchufes estarán siempre abiertos para ti, en un sinfín de días ardientes y noches en larga vigilia.
Elevándose desde el hombro de Zane, Media Pinta empezó a revolotear alrededor de Flaxman. Pero éste, sin inmutarse, se limitó a decir:
—¿Saben una cosa? Es asombroso el alivio que uno experimenta cuando sus pesadillas infantiles se convierten en realidad.
Eloísa Ibsen agitó un vaso de whisky.
—Cully, cariño —dijo con voz estridente—, creo que ya es hora de que todo el mundo sepa que tus tormentos han sido legalizados.
—¡Es cierto! Compañeros de la Rocket, Eloísa y yo hemos contraído matrimonio hace once horas. Ella es ahora dueña de la mitad de mis acciones y de toda mi libido.
Gaspard se volvió hacia la enfermera Bishop.
—Yo no poseo acciones, ni soy un genio de metal —dijo—. Además, estoy demasiado gordo para volar. Pero creo que eres maravillosa…, la muchacha más maravillosa que he conocido.
—Y yo creo que tú eres un verdadero machote —dijo ella, arrojándose en sus brazos—. Casi tan machote como Zane Gort.
FIN