Confucio lo sabía todo de la vida y, sin embargo, sabemos muy poco de la suya. Esta circunstancia nos deja en desventaja cuando se le va a juzgar como persona. Nos ha dicho cómo comportarnos pero no podemos averiguar exactamente qué hacía él.
Confucio es el aspirante con más posibilidades de conseguir el título de hombre más influyente de la historia, por tanto debemos sentirnos afortunados de que su filosofía sea nebulosa y bastante aburrida. Su colección de tópicos bien intencionados, máximas pintorescas y anécdotas cuasi enigmáticas se combinan para producir una filosofía ideal para funcionarios. Y esta era precisamente la intención de Confucio. A diferencia de otros sabios, no deseaba ver a sus discípulos convertidos en vagabundos sin un céntimo deambulando por los caminos en un estado de iluminación que no les daba para comer. Su objetivo era convertir a sus pupilos en excelentes funcionarios del gobierno y aquí radicó su éxito, que superó sus más optimistas expectativas. Durante más de dos mil años, sus enseñanzas proporcionaron reglas de conducta y alimento espiritual para administrativos, maestros, ministros y administradores que vivían en el seno del atrofiado conformismo del Imperio Chino. Este era el Imperio que nos regaló la maldición «Ojalá vivas momentos interesantes». En la China de Confucio, el aburrimiento era una bendición. Pero no resulta, en absoluto sorprendente, si se consideran las alternativas. Si alguien se salía de la línea marcada, si cometía incluso el más mínimo delito, debía sentirse afortunado si no acababa castrado. Las Cortes de los irascibles gobernantes chinos parecían como si estuvieran regidas por una pandilla de niños de escuela.
Hasta la revolución comunista de 1949, el confucionismo era casi sinónimo de la forma de la vida china. Durante la época de Mao en la China continental, el confucionismo fue considerado con una profunda ambivalencia. El mismo Confucio fue vilipendiado porque se creía que había pertenecido a la clase de terratenientes y capitalistas (en realidad, no encuadraba en ninguna de estas categorías. Confucio pasó la mayor parte de su vida sin empleo, siempre andaba escaso de dinero y carecía de propiedades). Durante la Revolución Cultural de los años 60, la Guardia Roja intentó purgar los últimos restos de confucionismo en el pensamiento chino. Aún así, el presidente Mao continuó, en alguna ocasión, alentando a sus camaradas con enseñanzas de Confucio. Estos últimos hechos indican una fuerte corriente subterránea de confucionismo en la filosofía china que persistió por debajo del barniz del marxismo.
Por otro lado, el confucionismo permaneció y permanece muy vivo en toda la diáspora China, desde Taiwán a los Chinatowns de todo el mundo. Los pensamientos de Confucio han sobrevivido con éxito de generación en generación, y su nombre ha logrado una centralidad cultural similar a la de Shakespeare para los ingleses o Goethe para los alemanes.
Sorprendentemente, Confucio como persona fue un fracaso. Al menos así lo pensaba él, y ¿quiénes somos nosotros para contradecir a un hombre tan sabio? Confucio consideraba que no había tenido éxito en su vida y murió sintiéndose profundamente decepcionado.