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Durante el mes siguiente estuve bastante ocupado con mis asuntos particulares y no vi a nadie relacionado con aquel lamentable suceso, por lo que dejé de pensar en él. Pero cierto día, cuando marchaba a pie con el fin de realizar no sé qué diligencia, me crucé con Charles Strickland. Al verlo recordé todo el horror de la tragedia pasada, que tanto deseaba olvidar, y sentí nacer en mi interior una súbita repulsión hacia el causante de ella. Lo saludé con la cabeza, pues hubiera sido infantil no saludarlo, y seguí mi camino con paso rápido; pero un instante después una mano se apoyaba sobre mi hombro.

—Lleva usted mucha prisa —me dijo Strickland cordialmente.

Era característico en Strickland el mostrarse amable con aquellos que le daban a entender que no querían tratos con él, y la frialdad de mi saludo no debió de hacerlo dudar.

—En efecto —contesté secamente.

—Le acompañaré, entonces.

—¿Por qué?

—Por el placer de su compañía.

No le repliqué, y Strickland caminó a mi lado en silencio. Continuamos así unos trescientos metros, hasta que empecé a sentirme un poco en ridículo. Por último, al pasar ante una papelería, se me ocurrió comprar papel. Era una buena excusa para desembarazarme de Strickland.

—Voy a entrar aquí —dije—. Adiós…

—Lo esperaré.

Me encogí de hombros y entré en la tienda. Pero una vez en ella pensé que el papel francés era malo y que, puesto que mi plan había fracasado, no tenía por qué comprar lo que no necesitaba. Pedí algo que estaba seguro de que no tendrían y al minuto volví a estar en la calle.

—¿Encontró lo que quería? —me preguntó Strickland.

—No.

Continuamos andando en silencio hasta llegar a un sitio en que desembocaban varias calles. Entonces me detuve en medio de la acera.

—¿Hacia dónde va usted?

—Hacia donde usted vaya.

—Yo voy a casa.

—Entonces iré con usted a fumar una pipa.

—Podía haber esperado usted a que lo invitase —le contesté fríamente.

—Así lo hubiera hecho, de haber visto que existía alguna probabilidad de que me invitara usted.

—¿Ve usted esa pared que hay delante? —le dije, señalándosela con la mano.

—Sí.

—Pues con la misma claridad podría ver que no siento el menor interés en gozar de su compañía.

—He de confesarle que tenía una vaga sospecha de que así era.

No pude reprimir una sonrisa. Uno de los defectos de mi carácter consiste en que me es imposible sentir una verdadera antipatía hacia aquellas personas que me hacen reír. Sin embargo, en aquella ocasión logré dominarme.

—Es usted un individuo odioso; es usted el ser más despreciable con que, por desgracia, he tropezado en mi vida. ¿Por qué busca usted la amistad de una persona que sabe que lo odia y lo desprecia?

—Mi querido amigo, ¿es que cree que me importa algo lo que usted piense de mí?

—¡Diablos…! —exclamé violentamente, comprendiendo que mis razones eran bastante fútiles—. No quiero ser amigo suyo.

—¿Teme que lo corrompa?

El tono de su voz hizo que me sintiera un poco en ridículo. Me di cuenta de que me miraba a hurtadillas sonriendo irónicamente.

—Supongo que su situación será apurada —dije con acento insolente.

—Sería un idiota si creyera que usted iba a prestarme dinero.

—Desde luego; no puede decirse que sea usted un hombre adulador.

Strickland hizo una mueca.

—Yo no podré serle antipático mientras le ofrezca la oportunidad de poder decir de vez en cuando alguna frase ingeniosa.

Tuve que morderme los labios para no soltar la carcajada. En sus palabras había, por desgracia, algo de verdad, ya que otro de los defectos de mi carácter es aquel que me hace disfrutar con la compañía de los que, por depravados que sean, pueden darme ocasión de lucir mi ingenio. Empecé a darme cuenta de que mi odio hacia Strickland sólo podía mantenerlo a costa de un gran esfuerzo por su parte. Reconocí mi debilidad moral, comprendiendo que mi actitud de censor era algo afectada, y pensé que si yo me percataba de ello, Strickland, con su perspicacia, lo habría adivinado también. Sin duda, se estaba riendo interiormente de mí. Dejé que pronunciase la última palabra y busqué refugio en el silencio, después de encogerme de hombros.