¿HAY UNA GENERACIÓN DEL 98?
Esta cuestión, por manida que sea, tenía inevitablemente que plantearse, ya que una mayoría de personas asocia la crisis que se abre el 98 con el grupo de escritores a quienes se les ha puesto la etiqueta de «generación del 98». El riesgo de equívoco es suficientemente importante para que no soslayemos el asunto.
Sabido es que Gabriel Maura empleó el término de «generación del desastre» en un artículo publicado en la revista «Faro» en 1908. Pero no es menos sabido que fue Azorín quien lanzó la idea de «generación del 98», y ello en 1913, cuando la dispersión de los escritores comprendidos bajo ese denominador común era total y manifiesta.
Que haya un grupo de escritores que surgen al mismo tiempo a la vida creadora, que guardan estrecho contacto entre sí (convivencia personal directa), que «van en contra», como decía Gómez de la Serna, o que «no sestean a la sombra de la Iglesia», como decía Machado (pero ya los llamados del 68, los Galdós, «Clarín»; Giner, etc., no habían sesteado), todo eso es cierto aplicado a un grupo de escritores. Hay más; pienso que podría asignárseles el rasgo común de la puesta en tela de juicio de los valores tópicos hasta entonces en vigencia (y, por ese lado, los escritores noventayochistas contactarían con el regeneracionismo y entrarían en el frente de ruptura ideológica). No obstante, no es menos cierto que los escritores que se incluyen en el grupo generacional (unas veces más y otras menos, con absoluta arbitrariedad, en un cubileteo de nombres ajeno a todo rigor intelectual) no sólo no reúnen las exigencias «generacionales» del «teórico» del asunto Julius Petersen, sino —lo que es más grave para nosotros— no tienen protagonismo «el año de la derrota» o lo tienen muy escaso. Otra cosa es que el clima intelectual creado a partir del 98 pueda influir sobre ellos.
Creo que López Morillas ha planteado la cuestión en sus justos términos al decir: «Existe otro noventa y ocho, que poco o nada tiene de lírico…». «El hábito de identificar la crisis nacional de 1898 con sus derivaciones literarias y estéticas ha sido causa de una notable perversión en la manera de enfocar y enjuiciar otras manifestaciones de la crisis poco vinculadas a las bellas letras[62]».
La realidad finisecular es sumamente compleja. Dentro de la crisis ideológica general se trata de ver qué son como grupo los Martínez Ruiz, Baroja, Maeztu, etc. Porque cuando quiebra la España tradicional, cuando se abre la crisis de conciencia nacional, los citados escritores son, ante todo y casi exclusivamente, unos periodistas jóvenes de radicalismo avanzado. Probado está por Inman Fox para Martínez Ruiz (futuro «Azorín») y Maeztu, lo ha demostrado hace poco Manuel Longares para Baroja a partir de 1890 [63]. Hoy sabemos que Unamuno era todavía un rebelde al sistema (hasta 1899 no consigue publicar un artículo en «Los Lunes de El Imparcial»), Junto (injustamente preterido por la historia «académica», tal vez por su acentuado matiz político) se halla Vicente Blasco Ibáñez, republicano, diputado en 1898, director de «El Pueblo», de Valencia, autor ya de varias de sus mejores novelas.
La llamada generación del 98 ha tenido lo que se llama «buena prensa»; el libro de Julius Petersen (Zurich, 1930, traducido al castellano sólo en 1946) y el de Pinder (Leipzig, 1926) preceden a la elaboración por Ortega, con modalidades propias, de una teoría de las generaciones que tuvo amplias resonancias en la España del decenio de los treinta. A ello hay que añadir el célebre trabajo de Jeschke: Die Generation von 1898 in Spanien (1934) y el de Pedro Salinas El concepto de generación literaria, aplicada a la del 98 [64]. Ahí y en su libro Literatura española Siglo XX[65] establece Salinas varias distinciones: predecesores (Giner, Costa, Ganivet) y 98; estos últimos son a su vez clasificados según si son o no «modernistas», pero precisando que «el modernismo ofrece a los del 98 sus formas expresivas», afirmación que no se comprueba al examinar los textos, por ejemplo, de Unamuno, Baroja o Maeztu.
Laín Entralgo, en un libro «unificador[66]» que no tiene muy en cuenta la cronología, ha intentado presentar como un bloque a Unamuno, Azorín, Baroja, Machado, Maeztu, Valle Inclán, Ganivet… añadiéndoles, en extraño compromiso, a Benavente, Menéndez Pidal, Zuloaga (que es pintor), Manuel Machado… El alcance positivo de la obra de Laín en la coyuntura en que la escribió y su impulso generoso no impiden que, para alzarse frente al mito «ultra» del 98, haya contribuido a reforzar otro mito, el de un 98 unificado, liberal, renovador, sin tener en cuenta fechas, ideas ni estilos.
Volviendo a la «guerra» de etiquetas, nomenclaturas y nóminas, conviene señalar que tras el criterio «unificador» de Laín, se señala cronológicamente el de separar modernismo de 98 por completo, sosteniendo la existencia de dos generaciones: la del 98 (Unamuno, Ganivet, Azorín, Baroja, Antonio Machado, Maeztu) y la de 1902, que sería la modernista (Rubén Darío, Benavente, Valle-Inclán, Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Villaespesa, Marquina, Martínez Sierra). Esta clasificación, hecha con gran apoyatura erudita por Guillermo Díaz-Plaja[67], va hasta proponer grupos epigonales, sistema que hace caer nada menos que a Ortega y Gasset y a Américo Castro (que no son literarios esencialmente, sino adjetivamente) bajo un extraño «imperialismo» del 98, dando así partida de defunción al grupo de 1914.
Es evidente que el libro de Díaz-Plaja, pese a ciertos aspectos históricos sujetos a controversia, operó una clarificación importante al distinguir quienes, a finales del XIX, tenían una preocupación estética dominante y quienes tenían en primer plano una preocupación sociopolítica nacional. Hay que decir que la distinción con esa óptica la había ya hecho Fernández Almagro en su biografía de Valle-Inclán (1943); pero lo que distingue es regeneracionistas por un lado y 98 por otro (que) «hacen Literatura ante todo»… «los unos tienen su abolengo en Baudelaire, los otros en Larra».
Después vinieron las afirmaciones de Juan Ramón —«el modernismo es una tendencia general hacia la belleza»— sostenidas y razonadas por especialistas como Federico de Onís y Ricardo Gullón.
Desde nuestra óptica de historiadores (y no de críticos literarios) podría decirse que cuando la crisis del 98 se abre la finalidad estética de un Unamuno, un Maeztu e incluso un Martínez Ruiz parece pequeña o nula. Cierto; Unamuno ha escrito ya Paz en la guerra, Baroja la inmensa mayoría de los cuentos que, reunidos en volumen, se llamarán Vidas sombrías; Azorín escribirá pronto El alma castellana y la Voluntad. Pero su brega cotidiana en las angustias del 98 no es estética.
Lejos de mí el propósito de terciar en ese debate. Recordemos, empero, que para Gullón el modernismo tiene filiación «institucionista» (lo que es verdad para Juan Ramón y para don Antonio, pero éste no es un verdadero modernista, como bien lo demostró Navarro Tomás). Por otra parte, sabemos que los lazos entre regeneracionismo e institucionismo son fuertes, mucho más fuertes que los estetizantes con el «modernismo» (aparte de que Valle-Inclán, Villaespesa o Marquina no tienen un ápice de común con la Institución). No es menos evidente que el modernismo es un fenómeno literario común a los pueblos de habla castellana, fenómeno de lenguaje y de expresión. Pensemos, no ya en Rubén, sino, por ejemplo, en Martí. Mientras que el 98 es un fenómeno ideológico. He aquí, a nuestro juicio, la clave diferencial y con ella tenemos que alejarnos de los vanos etiqueteos de preceptiva literaria.
Un estudioso contemporáneo del tema, José Luis Abellán, coincide con Gonzalo Sobejano, al precisar que modernismo y 98 confluyen dentro de la misma generación cronológica de 1898 (lo que se contrapone a Díaz-Plaja[68]).
Volviendo al concepto de generación, dice Abellán: «La verdad es que cuando llega el momento de ponerlo en práctica se nos escapa de entre las manos como concepto poco riguroso. De aquí que cuando con tal falsilla pretendemos elaborar rigurosamente la nómina de los escritores pertenecientes al grupo, las oscilaciones dan lugar a listas de nombres que varían entre tres y veinte miembros[69]».
Y continúa Abellán: «Hasta hace poco se ha hablado del 98 como un monolito ideológico. El libro clásico de este enfoque es La generación del 98, de Pedro Laín Entralgo. Nada ha sido más perjudicial para la misma, pues al descubrirse fisuras, contradicciones, ambivalencias políticas, evoluciones sorprendentes, divergencias, se ha acabado hasta por negar la existencia misma de un grupo coherente con tal nombre».
Partiendo en cierto modo de Blanco Aguinaga, distingue Abellán entre Unamuno-Azorín-Maeztu-Baroja y todos los demás. Estima que con gran carga ideológica de Nietzche evolucionan hacia la exaltación de la autoridad. (¿Todos? La afirmación, corre el riesgo; riesgo de generalizar; no parece que Unamuno sea demasiado nietzscheano).
Abellán separa lo que llama «las figuras señeras de Valle-Inclán y Machado». Según él, pasan del modernismo de su juventud a la literatura de «compromiso» de su madurez (sin embargo, sus orígenes y su trayectoria son completamente distintos, como distintos fueron los hombres). Los otros «van a evadirse por sus propios mitos de pequeñoburgueses»: la Tierra, la Madre, Don Juan, Don Quijote, la España «soñada». Es lo que Blanco Aguinaga llama la recuperación por la burguesía de los jóvenes radicales pequeño-burgueses que protestaban en 1898. En un trabajo sobre El 98, la tradición liberal burguesa[70] precisa:
«En esta historia de las ideas, los del 98 tienen su lugar justo, primero como jóvenes rebeldes y, según entran en la madurez, como renovadores y portaestandartes contradictorios de la tradición liberal burguesa».
En nuestro trabajo hemos de retener la primera faceta, la de «jóvenes rebeldes». En suma, sin llegar a una conclusión definitiva, podremos aceptar como simple concepto instrumental el de «grupo del 98» o también utilizar el concepto de «espacio generacional» (lanzado por Tierno Galván en su Costa y el regeneracionismo): tiempo de unos cuarenta años en el que conviven aproximadamente los miembros de tres generaciones. Este último concepto tiene, sin embargo, una seria dificultad para nuestro estudio; se trata de una idea estructural, para aplicarla al estudio de un ciclo medio, mientras que nosotros estudiamos una coyuntura muy precisa. En esa coyuntura (1895-1902) coinciden, desde luego, hombres de varias generaciones; los escritores llamados del 98, ese «grupo», están entre los más jóvenes. Pero —precisemos con López Morillas— no hay que confundir los llamados grupos o generación de escritores del 98, con la gran sacudida ideológica del 98.
Díaz-Plaja reconoce que el concepto de Noventa y Ocho «contemporáneamente no existe». Pero se engaña al decir que «en 1898 nada acontece». En eso le lleva la contraria Ramón Gómez de la Sema al comienzo de su biografía de Azorín (lo que resulta menos comprensible es que Ramón diga que fue Ortega y Gasset quien puso nombre a la generación). Lo más problemático de Díaz-Plaja es precisamente su intento dé precisar «el concepto historiográfico» (sic) del 98 (págs. 91 y 107 de su libro; citamos por la segunda edición de 1966). Pensamos que la historiografía se reduce ahí a literatura sin ningún contexto histórico; no obstante, en sus conclusiones hay algunas importantes, como la de señalar que la fecha del 98 es un error, «apenas un solo valor del grupo —dice— surge realmente del 98». Más discutible parece su conclusión cuarta, donde dice que las ideas noventayochistas y la pedagogía krausista se consideran como los hontanares de la República. Si la apreciación referente al krausismo es cierta, trabajo damos en cambio al que quiera presentar unas llamadas «ideas noventayochistas» como fuente ideológica del régimen de 1931 a 1936; primero habría que saber qué son esas ideas[71].
* * *
¿Cuál será, en fin, ese 98 que buscamos? En líneas generales, pueden formularse tres hipótesis de concepto:
Naturalmente, sólo pueden tener validez de conocimiento, incluso a título de hipótesis, las dos primeras soluciones. La primera se refiere al conjunto de este trabajo o también a la visión amplia de López Morillas. Veamos, por último, qué puede hacerse con la segunda. Porque el 98 padece una mixtificación ideológica y otra cronológica; la primera se escinde a su vez en lo que en otra ocasión hemos llamado «el doble mito del 98». Para unos es paradigma de liberalismo, de espíritu de avanzada y hasta, no se sabe bien por qué, de democracia. Para otros, y por contrapartida, es un ejemplo de espíritu satánico y antiespañol (es la concepción del «nacional-catolicismo» reservada hoy a la extrema derecha). Pero hubo, desde los años cuarenta, un esfuerzo de «recuperación del 98», que Blanco Aguinaga ejemplifica en el tantas veces citado libro de Laín:
«A partir del libro de Laín Entralgo, pongamos por ejemplo, queda claro que una España de posguerra va a intentar recuperar a los del 98, porque en la posibilidad de esa recuperación se juega nada menos que el estar o no estar en la historia real de la cultura moderna española».
Ocurrió, sin embargo, algo que podríamos llamar «la fábula de los recuperadores recuperados» (y ello para bien de la cultura española sin distingos ni adjetivos); ése fue el caso de Laín, Ridruejo, Tovar, Maravall… Conviene, pues, volver a los hechos reales del 98 alejándonos de «recuperaciones», «anexiones», etc., de todo un juego turbio que nada tiene que ver con la tarea intelectual. ¿Qué nos queda, en realidad, de aquel año 1898? ¿Qué hizo cada uno de los autores más habitualmente incluidos en aquellas nóminas?
Intentemos una enumeración:
GANIVET: Todos sabemos que es el año de su muerte; pero lo es también del Idearium Español (escrito, en verdad, en 1897) y de las Cartas finlandesas. Trabajos del infatigable Pío Cid.
UNAMUNO: Publica los siguientes artículos o ensayos. La vida es sueño, en «La España Moderna».
Renovación, en «Vida Nueva».
Muera Don Quijote, en «Vida Nueva».
Viva Alonso el Bueno, en «El Progreso».
El negocio de la guerra, en «La Estafeta».
De regeneracionismo; en lo justo, en «Diario de Comercio».
El esteticismo annunziano, en «Diario Catalán».
Literatismo, en «La Revista Blanca».
Más sobre Don Quijote, en «El Progreso».
Caridad bien ordenada, en «Vida Nueva».
Doctores en Industrias, en «La Estafeta».
La pirámide nacional, en «Vida Nueva».
Beatriz, en «La Campaña».
Eurritmia, en «La Campaña».
Colectivismo agrario, en «La Lucha de Clases».
Notas sobre el determinismo en la novela, en «La Revista Blanca».
Es el año de la correspondencia con Ganivet, y en que empieza a escribir Amor y Pedagogía. También escribe algunos de los que entonces llamaba Paisajes y Celajes, que se publicaron en 1902 con el título de Paisajes.
Para situar a Unamuno en 1898 hay que contar las posibles repercusiones de su novela Paz en la guerra, aparecida en 1897.
MARTÍNEZ RUIZ: Publica dos libritos, Soledades y Pecuchet, demagogo.
Su actividad de periodista es incesante: 75 artículos repartidos entre «El Progreso», «La Campaña» y «Madrid Cómico» (en este último son los menos).
BAROJA: No publica nada en 1898. En 1896 había sostenido su tesis doctoral, y en 1897 sólo publicó un artículo en «Germinal». En febrero de 1899 comenzará su asidua colaboración a «Revista Nueva». Ese mismo año publicará con mucha frecuencia en «El País».
En cambio, 1898 es el año en que Baroja decide consagrarse definitivamente a la literatura. Algunos de los cuentos que constituyen su libro Vidas sombrías deben estar escritos en ese año 1898, aunque la mayoría databa de tiempos atrás y habían estado ya publicados en la prensa.
MAEZTU; Gran parte de los artículos que formarán el libro Hacia otra España (publicado en 1899) aparecen en la prensa durante el año 1898. Entonces colabora asiduamente en «El País». Colabora con frecuencia en «Vida Nueva».
BLASCO IBÁÑEZ: 1898 es el año en que se publica La barraca; curiosamente, empieza a publicarse como folletín de «El Pueblo» el día 6 de noviembre, pero el 16 del mismo mes aparece como libro.
A señalar durante el mismo año numerosos artículos editoriales de «El Pueblo» de Valencia y discursos parlamentarios. Entre los artículos más importantes merecen señalarse La patria de luto y Silencio nacional.
BENAVENTE: Estrena La comida de las fieras.
MARAGALL: Oda a Espanya .Publica numerosos artículos sobre el momento nacional en «Diario de Barcelona», donde trabajaba.
La enumeración precedente nos permite ver quien ha intervenido en la coyuntura del 98 (sin duda, la lista sería más amplia si la prolongáramos hasta 1900). Como intelectual, cuya profesión principal no es la de periodista, el primer puesto corresponde sin duda a Unamuno. Como periodistas, Maeztu y Martínez Ruiz, además del polifacético Blasco. Desde luego, Maeztu escribía en un periódico de mayor tirada, «El País». En Cataluña coinciden en Maragall el periodista y el poeta (y también el hombre de una familia netamente burguesa). Su importancia a nivel catalán es probablemente mayor que la de todos los citados a nivel de España entera.
De todas maneras, la onda expansiva que tienen esos escritores jóvenes cuando llega el 98 es un dato indispensable para saber si podemos hablar de tal grupo y en tal fecha. La transmisión «cuantitativa» es más importante en aquéllos que utilizan publicaciones diarias, aunque no sean las de mayor tirada (ninguno escribe en «El Imparcial» o «El Liberal» ni, claro es, en «La Correspondencia de España»). Sin embargo, la transmisión «cualitativa» se inclina probablemente en favor de Unamuno; publica fundamentalmente en revistas que lee cierta elite intelectual, sin desdeñar el lerrouxista «El Progreso» o «Diario del Comercio». Escribe en prensa de orientación y público populares (de obreros militantes incluso) como «La Lucha de Clases» y «La Revista Blanca». «Vida Nueva» tuvo sólo un año de vida, pero estuvo de moda en los medios intelectuales madrileños. El joven catedrático de Salamanca tenía ya más personalidad para que su firma llamase la atención; por añadidura, se dirige a públicos muy diversos a través de las diferentes publicaciones donde aparecen sus escritos. Sin embargo, la difusión de cualquiera de esos escritos es mucho menor que la de un Galdós, un Costa o incluso un Azcárate, con un nombre ya reputado y con posibilidades de utilizar los medios de comunicación más potentes de la época.
Basta con pensar que cuando Costa publicó sus declaraciones en «El Liberal», el 18 de octubre de 1898, una serie de diarios de provincias las reprodujeron al día siguiente: Costa «era noticia»; Unamuno y los más jóvenes lo serán más tarde, cuando ya sus escritos sean diferentes. El ciclo conflictivo breve a que nos referimos se extiende hasta finales de 1902; ésa es la época en que, según Blasco Aguinaga, se inicia lo que él llama «recuperación» de aquellos escritores. Entendámonos; para algunos de ellos esa «recuperación» no será total; en su obra como en su vida ejemplarizarán las contradicciones y vacilaciones de las clases medias españolas en el primer tercio del siglo XX.