JOAQUIN COSTA Y MIGUEL DE UNAMUNO
ENTRAN EN ESCENA.
Costa es de una generación precedente a la de Unamuno; sin embargo, van a coincidir en su impacto sobre las ideas en los últimos años del XIX y los primeros del XX. Aquí se demuestra la eficacia del concepto de Tierno, «espacio generacional»; nada menos que en el espacio generacional de la crisis finisecular coinciden dos personalidades de esas dimensiones.
¿Cómo enfocar su entrada en escena? Sin duda, Costa entra antes no sólo en la escena «biológica» del existir humano, sino en la del quehacer cultural español. No puede, en cambio, asegurarse que preceda a Unamuno en abordar lo que llamaríamos temas coyunturales de fin de siglo. ¿Qué hacer? Resignémonos a un paralelismo, siempre arriesgado, de su aventura humana.
Joaquín Costa nace en Monzón en 1846 de un matrimonio de once hijos, del que sólo sobrevivirán cinco. Ciudad pobre y familia pobre; la emigración se impone. De corto vuelo, más bien trasladado a Graus; en 1852. En Graus va Joaquín a la escuela, pero pronto, como todos los chiquillos de su clase social, tiene que ponerse a trabajar.
Su historia es conocida: a los 17 años busca trabajo en Zaragoza. Luego es criado de un arquitecto de Huesca, quien, en cierto modo, lo protege; Joaquín será peón de obras públicas y albañil. Personaje singular, autodidacta digno de ese nombre, devorado siempre por la pasión de saber, de estudiar y de escribir. ¡Cuando se piensa que aquel joven llevaba ya su «Diario» y que en 1866 fundó con unos amigos el Ateneo Oscense!
Viene luego su viaje a la Exposición de París de 1867, entre los doce «artesanos discípulos observadores» que van pensionados.
No hay por qué insistir en lo anecdótico; por otra parte, la excelente biografía de Cheyne[16] nos dispensa de insistir sobre cualquiera de los aspectos biográficos que, por añadidura, escapan a nuestra temática. Digamos tan solo que Costa es Bachiller en 1869, que va a Madrid y se hace allí maestro de escuela superior. Pero no tiene un céntimo; en penosas condiciones da comienzo a sus estudios universitarios de 1870. España vive una de sus coyunturas políticas revolucionarias y el joven Costa se apasiona por ella, ya en marzo de aquel año había leído el Ideal de humanidad para la vida, de Krause, y, en verdad, también de Sanz del Río. Al llegar a la Universidad era, pues, un krausista en potencia. ¿Cuándo entra en relación directa con Giner? Da la impresión que antes de lo normal académicamente (Giner explicaba en el Doctorado). Costa acabará en noviembre de 1872 la licenciatura en Derecho (y en junio siguiente la de Filosofía y Letras), pero ya ese mismo año Giner está muy preocupado por la extremada pobreza del oscense e intenta, sin éxito, buscarle una colocación.
En junio del 74 se examina Costa de las asignaturas del doctorado de Derecho; en diciembre presenta con éxito su tesis. Mal momento para Joaquín y sus amigos de la Universidad. Martínez Campos restaura la dinastía y el contumaz marqués de Orovio limpiará la Universidad, pocos meses después, de nefandos heterodoxos. Empezarán las dificultades administrativas, los fracasos en oposiciones por razones extracientíficas (si Costa iba el primero en una terna de oposiciones, el ministro lo pasaba a tercero, lo que entonces era legal). Lo único que consiguió fue una plaza de oficial letrado (abogado del Estado) en Cuenca (1875), y cuando en 1876 se abre la Institución Libre de Enseñanza, Costa figura como profesor de Historia de España y Derecho Administrativo. Durante diez años, su vida y trabajo estarán estrechamente vinculados a la Institución. No obstante, hasta 1879 seguirá de oficial letrado en distintas ciudades. De Cuenca fue trasladado a San Sebastián y luego a Guadalajara. En 1877 logró que le destinaran a Huesca.
En 1875, precisamente en la invicta villa de Bilbao, comienza los estudios de Bachillerato el niño Miguel de Unamuno y Jugo. Ha nacido once años atrás el día de San Miguel (29 de septiembre). Huérfano de padre en edad temprana, este hijo de comerciante y nieto de comerciante (su abuelo paterno era confitero en Vergara) vivirá, como su madre, de los bienes que quedan de la abuela paterna. El niño Miguel de Unamuno ha vivido ya la guerra, la segunda de las carlistas, en el Bilbao sitiado, experiencia que será materia prima de la primera de sus novelas, Paz en la guerra.
El niño Miguel de Unamuno está enamorado desde los doce años. Como el Ignacio de Paz en la guerra, Miguel «se queda mirando siempre» en la clase de catecismo a Conchita Lizárraga, dos meses mayor que él. Concha Lizárraga, la novia-niña, la esposa luego, la madre de su prole; la única mujer en la vida de don Miguel.
En 1880 va Miguel a Madrid para cursar estudios de Filosofía y Letras. De sus profesores sólo parece guardar buen recuerdo de don Marcelino Menéndez Pelayo, el mismo que en 1875 ha conseguido vencer a Costa en el disputado premio extraordinario de Filosofía y Letras.
Sabido es que Madrid no agradó a Unamuno. Ese Madrid donde termina su licenciatura en 1883, el doctorado en 1884 y a donde volverá en 1890 para la preparación de oposiciones a cátedra (ocasión en la que conoce y traba amistad con Ángel Ganivet).
Mientras tanto, Joaquín Costa ha publicado la Teoría del hecho jurídico; presenta su ponencia en el Congreso Jurídico de Zaragoza (1880) y otra en el Congreso Pedagógico de 1882, en el que habla ostentando la representación de la Institución Libre de Enseñanza. Al siguiente año organiza el Congreso de Geografía Comercial, y de ahí saldrá la Sociedad de Africanistas, cuya revista dirige durante dos años. Todo lo cual hace compatible con la colaboración asidua en el Boletín de la Institución (del que será director de 1880 a 1883) y con la participación en el nuevo Congreso Pedagógico (1884).
Es el decenio de mayor actividad de Costa. Trabaja de pasante con Gabriel Rodríguez (que es, además, uno de los burgueses liberales puntales a la vez de la Institución), gana una oposición a Notarías y es nombrado para Granada (1884), de donde pasa a Jaén (1890), pero a la vez no abandona las tareas de los siguientes congresos pedagógicos. Solamente en 1890, ya en Jaén, va a agravarse de su enfermedad casi congénita. Marcha a Suiza con objeto de ser examinado por varios médicos, pero al cabo vuelve desengañado y se retira a Graus. Sin embargo, ese aparente retiro será el punto de partida de su intervención más resonante en la vida nacional. Ciertamente (y esto no hay que ignorarlo, para darse cabal cuenta del alcance que tenían las palabras de Costa a fines de siglo), los medios oficiales, al principio tan hostiles a Costa, ya le habían distinguido con nombramientos como el de vocal de la Comisión de Legislación Extranjera del Ministerio de Gracia y Justicia, académico y profesor de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Más tarde, académico de número de Ciencias Morales y Políticas (1895).
Junio de 1891. Miguel de Unamuno gana la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca. El 13 de julio toma posesión. Miguel y Concha, que se han casado el invierno precedente, se instalan en Salamanca en el mes de octubre. Miguel hace tiempo que escribe en los periódicos: en «El Nervión» y «El Noticiero Bilbaíno». Ahora lo hará con seudónimo. También escribe en «El Fomento de Salamanca». En verdad, el primer artículo de Unamuno había sido publicado en la «Revista de Vizcaya», en sus números de 15 de febrero y 1 de marzo de 1886, y su título era Del elemento alienígena en el idioma vasco.
Unamuno acaba de cumplir sus veintisiete años cuando empieza sus clases universitarias, su convivencia, no siempre fácil, con compañeros de claustro, pero estrecha y cordial con algunos, como Pedro Dorado Montero. Unamuno se ha interesado ya vivamente por la huelga general que ganan los obreros bilbaínos en 1890 (la que termina por el llamado «Pacto de Loma»); ya había leído a Kant, luego a Hegel, a Spencer. En una carta a Múgica, citada por Blanco Aguinaga[17] y fechada el 20 de marzo de 1892 (su primer año académico en Salamanca) llama correligionarios suyos a los socialistas alemanes y declara hacer «propaganda francamente socialista desde un periódico de aquí», refiriéndose a Salamanca. Pide libros socialistas («He oído hablar de libros de Bebel»). Dice «conozco el Marx y otros» (?). ¡Donosa manera de expresarse, como pudiera decirse «el Castán» o «el Cuello Calón» en nuestra jerga estudiantil de antaño! De todas maneras, ese Marx no es El capital, puesto que el mismo Blanco Aguinaga nos enseña que Unamuno pidió su edición alemana dos años después (exactamente cuándo ingresa en el Partido Socialista). Ya lee corrientemente alemán. Años después le dirá a Urales que había aprendido alemán leyendo a Hegel; por consiguiente, ya ha pasado por esa fase. Está probablemente enfrascado en Spencer, del que pocos años después traducirá nada menos que seis volúmenes para ser editados por La España Moderna.
El Progress and Poverty, de Henry George, está traducido al español en 1893. Pero Unamuno poseía un ejemplar de su edición inglesa, que se conserva en su biblioteca.
Como Pérez de la Dehesa ha señalado certeramente, se opera en esta época una multiplicidad de influencias sobre el joven profesor: George, Lange, Nitti, Achille Loria, además de la base hegeliana y de la búsqueda, más o menos afortunada, de los clásicos marxistas. Y por otra parte, aunque más tarde no quiera reconocerlo y diga que no ha experimentado influencia alguna española, ¡qué duda cabe del peso del krausismo en aquella época! En En torno… no vacila en realzar su importancia «cuando en nuestros días se coló acá el viento de la renovación filosófica postkantiana…»[18]. Inútil recordar la influencia costiana, puesto que pretendemos quede de relieve en este trabajo, que tampoco admitirá nunca don Miguel, aunque evoque respetuosamente la figura del oscense.
En fin, las lecturas de Tolstoi, apuntadas por Gil Novales, no dejan de marcar honda huella, y también las inspiraciones de la germánica «Escuela histórica del Derecho» (Savigny, Puchta, etc.), aunque esta última dirección bien pudo llegarle a través del bagaje intelectual costista.
He aquí, pues, el Unamuno catedrático, periodista, traductor, ya a punto de ser socialista, ya padre de tres hijos… Pero aquí ha empezado la tragedia: el tercero de ellos, Jenaro, sufre una meningitis que degenera en hidrocefalia a fines de 1896, cuando no tiene todavía el año.
¿Y Costa? ¿Será vencido por la enfermedad? No; como le niegan, con pretextos falaces, una notaría de segunda en Graus (porque él es de «primera»), encarrila sus energías a la creación allí mismo de la Liga de Contribuyentes del Ribagorzana (1891), transformada al año siguiente en Barbastro en Cámara Agrícola del Alto Aragón. Costa ha creado, tal vez sin saberlo, lo que será su instrumento para lanzarse a una empresa de dimensiones nacionales. En 1893 fracasa en el intento de que lo elijan concejal por Graus. No se desanima. Vuelve a Madrid e instala su notaría en la calle del Barquillo.
Febrero de 1895. El domingo 24 lo es de Carnaval. Aquella noche, en la comarca de Guantánamo, los cubanos se apoderan de un puesto español. Bartolomé Bassó acampa en el Bayate. El pueblo de Baire está cerca de Jiguani, al este de Bayate. Allí llega un suboficial, Saturnino Lora, y anuncia que la guerra ha empezado. Es lo que ha pasado a la historia con el nombre de «Grito de Baire», que simboliza el comienzo de la guerra de independencia cubana. En Madrid apenas se dan cuenta de la gravedad de los hechos. Pero un motín de tenientes de la guarnición es motivo o pretexto para que Sagasta decline el poder y pase a Cánovas el poco envidiable puesto de timonel del Estado.
Como si un azar lo hubiese querido, es también en febrero cuando Unamuno empieza a publicar una serie de artículos en la revista «La España Moderna». El primero se llama La tradición eterna. Todos reunidos constituirán En torno al casticismo.
El joven catedrático de Salamanca se ha interesado cada vez más por el socialismo. Y el 7 de octubre de 1894 había aparecido el primer número del semanario socialista de Bilbao titulado «La Lucha de Clases» y dirigido por Valentín Hernández. El 11 del mismo mes, Unamuno le escribe una carta, que será publicada en el número del día 21 (y reproducida por «El Socialista», de Madrid). El texto es hoy bastante conocido desde que Blanco Aguinaga lo publicara en «Revista de Occidente[19]». Tiene una primera parte personal, muy «unamuniana»: «Me puse a estudiar la economía política del capitalismo y el socialismo científico a la vez, y ha acabado por penetrarme la convicción de que el socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna, el socialismo que inició Carlos Marx con la gloriosa Internacional de Trabajadores, y al cual vienen a refluir corrientes de otras partes, es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad».
A pesar del equívoco que por esa visión pudiera subsistir, Unamuno parte en guerra contra «los socialismos burgueses (que) son enemigos del verdadero socialismo o engañosos sofismas». Hay, luego, afirmaciones de más alcance por encima de la «circunstancia», a saber: «Hay que hacer ver con empeño que el socialismo no es revolucionario por el gusto y afición a la jarana, pues sólo el vago es bullanguero[20], y que de la clase explotadora depende el hacer que el último paso sea lo más suave, lo menos violento posible».
Unamuno pide a Hernández le preste, las columnas del semanario «para desde ellas hacer algo por la difusión de nuestro común ideal».
«El Grito del Pueblo», semanario socialista de Alicante, saludó la entrada en liza del profesor de Griego, quien le contestó con otra carta[21]. De nuevo en esta carta critica Unamuno a los intelectuales que tratan con desdén a la clase obrera, «que creen serle superiores por llevar cargada la cabeza de no poca hojarasca».
La colaboración de Unamuno en «La Lucha de Clases» (que hoy conocemos en detalle gracias a Pérez de la Dehesa) prosigue sin grandes interrupciones hasta marzo dé 1897, momento de su crisis religiosa. No obstante, no escribe en el semanario bilbaíno durante la mayor parte de los meses en que se publican los artículos que constituirán En torno al casticismo. (No escribe allí entre abril y octubre, pero la coincidencia no es completa, ya que en abril tenía que haber escrito por lo menos cuatro capítulos de los cinco de En torno…, es decir, hasta el IV, que baja de publicarse en el número de mayo de «La España Moderna»).
Es aquella época de inmensa actividad para Unamuno, y precisamente de estrecha colaboración con Costa. Se trata del tomo II de la obra colectiva dirigida por éste que lleva el título de Derecho consuetudinario y economía popular de España[22], para el que Unamuno se ocupó de observar directamente las costumbres que aún se practicaban en Vizcaya, lo que para él era el ejemplo vivo de la intrahistoria.
El 1895 es, pues, un año en que cinco entregas mensuales, de febrero a junio, publicadas en la revista de Lázaro Galdiano, nos darán lo que más tarde será conocido con el nombre de En torno al casticismo, título general que llevará al editarse en libro en 1902.
Durante aquellos últimos años del siglo, la actividad de Unamuno será tan múltiple como intensa y escribe sin cesar. Está dispuesto a colaborar en todas partes. Tiene la obsesión de que necesita abrirse camino «para ayudar a la cátedra», es decir, a su sueldo de catedrático, pero no es menos verdad que hay ya otra obsesión: la de la nombradía («¡Estoy tan solo aquí y tengo tantas cosas que decir!», escribe a «Clarín» el 31 de mayo de 1895). Traduce también; varios tomos de Spencer en aquel tiempo para la editora La España Moderna, que también dirigía Galdiano, aparecen con escasa distribución y venta. Aunque diga, a veces, que Madrid le repele, no es menos verdad que se siente un poco al estrecho en Salamanca. Pretende vencer esa desventaja por medio de una fuerte actividad epistolar. Corresponde, entre los «grandes» de la época, con Giner, con Costa, con Pablo Iglesias, con Galdós e incluso con «Clarín», aunque éste fue el único que pareció no hacerle mucho caso, y más tarde, poco antes de morir el autor de La Regenta, habrá unas agridulces cartas, tras la publicación de los tres ensayos ¡Adentro!, La ideocracia y La fe. Cuando Unamuno le escribe en 1895, descubre sin velos sus objetivos: «Unas observaciones críticas de usted no pueden por menos que hacer que mis trabajos sean más leídos[23]».
De todas maneras, y dejando a un lado los propósitos personales, resulta claro que el multifacetismo intelectual —creador y crítico— de aquel joven Unamuno hará de él, para la posteridad, un prototipo del seísmo ideológico, de aquella irrupción a la superficie intelectual de España de corrientes que hasta entonces habían estado poco menos que subterráneas. Entre la ingente obra escrita y publicada durante aquellos años por Unamuno, conviene señalar tres artículos que se publicaron en prensa socialista alemana entre 1895 y 1897[24]. El primero de ellos, El valor absoluto del hombre y la enfermedad del siglo, publicado en «Der Sozialistiche Akademiker», de 15 de febrero de 1895, es la base del artículo en castellano, mucho más conocido, La dignidad humana, que fue publicado en «Ciencia Social», de Barcelona (dirigida por Anselma Lorenzo), en enero de 1895. Se señala allí el contraste entre individualidad y personalidad (que también veremos en En torno…). También escribe en «La Justicia», periódico republicano, y en el extraordinario de «El Socialista» del 1. º de mayo de 1896. La crisis del patriotismo (donde hay un desarrollo del último capítulo de En torno…) aparecerá en «Ciencia Social», así como varios ensayos más. En «La España Moderna» escribirá sobre El caballero de la triste figura, y en la «Revista Política Iberoamericana», el artículo Pistis y no Gnosis, que anuncia la crisis religiosa que experimentará en los primeros meses de 1897.
Pero la precedente enumeración carecería de valor si no tuviésemos en cuenta que en 1896 ha escrito, o mejor dicho, ha reescrito Paz en la guerra, que saldrá de prensa en 1897. Además es de imprescindible señalamiento el artículo Algunas observaciones sueltas sobre la actual cultura española, publicado en «La Ilustración del Pueblo» de enero de 1897; sobre él tendremos que volver, puesto que allí se continúan todos los grandes lineamientos de En torno…, es decir, de lo que podríamos llamar concepción «social-unamuniana» de la coyuntura española de final de siglo.
Ha comenzado 1897 y Unamuno trabaja más que nunca para «La Lucha de Clases». El número del 13 de febrero se lo escribe casi todo él solo. Y súbitamente, en una noche de angustia del mes de marzo, va a estallar la crisis religiosa, coincidiendo con la hidrocefalia de su hijito Jenaro, a quien los médicos han dado ya por incurable.
* * *
Es 1897 y el «león de Graus» ha andado su camino; sobreponiéndose al dolor y a la enfermedad, ha estudiado más que nunca y ha organizado más que nunca. Su lucidez le permite columbrar por qué despeñadero se precipita la guerra colonial.
Costa presenta su candidatura de diputado a Cortes por Barbastro en 1896, en nombre de la Cámara Agrícola del Alto Aragón, de la que era presidente. Será derrotado por el caciquismo, pero su programa, que no es una trivialidad electoral, sino un programa de regeneración, quedará en pie. (Incluso actitudes del momento que nadie podía o sabía o quería tomar, como la de pedir la paz inmediata en Cuba[25]).
(Recordemos que también Unamuno fue candidato a diputado a Cortes, en las mismas elecciones de 1896, por Alicante, en la candidatura del Partido Socialista y llevando como compañero al doctor Jaime Vera).
Costa terminaba su Colectivismo Agrario (en 1895 había publicado sus Estudios ibéricos), y en enero del 98 lo presentó al premio «Talento», de la Real Academia de la Historia. Una vez más, le quitaron un premio; Costa ya no estaba bien visto por los hombres del sistema, es decir, estaba todavía peor visto que antes. Colectivismo agrario es, sin embargo, un éxito sin par. Se le ha comparado, en el dominio socio-histórico, con la obra de Menéndez y Pelayo en el histórico-literario. Sin duda, las cosas no podían ser ya como antes (en el plano intelectual, en el de la historia, en el de la naciente sociología, en el de las tradiciones socio-económicas de nuestros intelectuales de otros tiempos, desde Vives hasta Flórez Estrada) tras la publicación de Colectivismo agrario. Pero es 1898 y España tiene una cita trágica con el destino. Y Costa será de los españoles más sensibilizados a aquella cita. Todo se precipitará. La interviú para «El Liberal» del 18 de octubre que resuena de un extremo a otro del país; el Mensaje-Programa de la Cámara Agrícola del Alto Aragón; la reunión de las Cámaras en Zaragoza (febrero 1899), de la que sale La Liga de Productores (pero no un partido, como él quería); la competencia con las Cámaras de Comercio, que le «cortocircuitan» creando la Unión Nacional, en la que Costa y su Liga acceden a entrar. La Unión Nacional se centra toda en el año 1900. Será de vida dramática, pero corta. Costa la abandona pronto, pero desde entonces está prácticamente muerta. Y Costa seguirá combatiendo solo, pero no con menos eficacia. 1901 y 1902 presenciarán otro hito fundamental de su obra. La información al Ateneo de Madrid sobre Oligarquía y Caciquismo, seguida de debate y del resumen que él hace (reelaborado en 1902). El ciclo de crisis se agota, pero el voluntarismo de Costa no lo admitirá. Y en las filas de Unión Republicana será elegido diputado en 1903. Curioso diputado que jamás traspasará los umbrales del Congreso, ni para jurar el cargo. Pero ya entonces don Miguel de Unamuno, con dos años de ejercicio en el rectorado de Salamanca, se afana más por salvar su «yo» que por enderezar entuertos económicos o sociales. Ha llegado a esa nueva fase a través de períodos espiritualmente tormentosos y siempre «agónicos». En marzo del 97 se replantea el problema de la fe de su niñez y de sus antepasados: «He tentado al Señor…»[26]. Pasará aquella Semana Santa en Alcalá, con su viejo amigo el padre Lecanda. (A señalar que hasta que va a Alcalá, a pesar de la crisis, sigue colaborando en «La Lucha de Clases»). Pero ya hay referencias a «aquel socialismo llamado utópico», contraponiéndolo al materialismo histórico (artículo en «Revista Política Iberoamericana» del 30 de marzo), y una afirmación de «socialismo vivo», muy diferente de «las distintas escuelas» (en «La Lucha de Clases», 10 abril 1897). Pero sigue la lucha interna; su fe ya no es la de antes; el desgarre entre el corazón y el intelecto se ha apoderado de él. Más tarde cuenta: «Se percató de que aquello era falso y volvió a encontrarse desorientado, preso otra vez en la sed de gloria, del ansia de sobrevivir en la Historia». Así habla de sí mismo en la carta a «Clarín» de 1900 (citada por Salcedo).
Las razones eran más complejas. Unamuno no podía evadirse de la coyuntura nacional; los acontecimientos se precipitaban. Nada tan batallador como su ensayo El negocio de la guerra, publicado en «La Estafeta» en enero del 98. Viene la derrota y también el sobresalto regeneracionista. Unamuno publica su ¡Muera Don Quijote! en la revista «Vida Nueva» (28 de junio 1898, núm. 3 de esa publicación, en la que colaboraban desde Maeztu hasta Balart), seguido de su ¡Viva Alonso el Bueno!, en «El Progreso», que dirige Lerroux. Antimilitarista en «Vida Nueva»; crítico del regeneracionismo, pero desde la izquierda, en Doctores en industrias, «La Estafeta», 16 de octubre de 1898, y en «Diario de Comercio», de Barcelona, del 9 de noviembre; heraldo del Colectivismo agrario desde las columnas de «La Lucha de Clases» (20 de agosto de 1898), Puede decirse, sin exageración, que hay un momento en que el múltiple y hasta contradictorio Unamuno es un momento de la conciencia de España.
(También es de imprescindible cita, porque completa el tan diversificado panorama intelectual de don Miguel, el estudio De la enseñanza superior en España, que se publica en varios números de la «Revista Nueva», que también empezaba a publicarse en febrero del 99, bajo la dirección de Luis Ruiz Contreras).
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Todavía escribirá Unamuno sus artículos sobre las mesetas. Pero en las postrimerías del año 99, su fábula de Nicodemo, el fariseo (publicada en noviembre en «Revista Nueva») muestra la problemática interna de Unamuno: «Apenas hay cuestión que no solicite mi atención, lo cual me lleva acaso a dispersar mis fuerzas; pero entre todos los problemas, son tal vez los económicos y los religiosos los que más quehacer dan a mi espíritu. Son lo económico y lo religioso los dos goznes de la vida humana». Tal vez, como ha señalado Blanco Aguinaga, de haber nacido Unamuno medio siglo después, la antinomia hubiera podido ser superada. Pero como no era ése el caso, nos limitamos a citar su existencia; luego, Unamuno tendrá que optar por un sólo «gozne».
Todavía hay «europeísimo» en su discurso en el Ateneo de Valencia en 1902, y defiende las huelgas en su conferencia de Almería en 1903. Pero ya es otro. En el extraordinario de «La Lucha de Clases» de 1.º de mayo de 1903 explica su colaboración (que tiene análogo carácter a la de otros intelectuales no marxistas en aquellos números): «Esto es lo que a “La Lucha de Clases” debo. Durante un período de cerca de dos años no hubo un número de este semanario en que no apareciese algún artículo mío, muchas veces dos y hasta tres algunas veces, y siempre anónimos…».
«De buena gana dejaría anónimo este artículo, como anónimos aparecieron en estas columnas tantos artículos míos (…), pero ni serviría el artificio, que otra cosa que artificio no había dé ser en este caso, ni cuadraría a la ocasión, pues lo que “La Lucha de Clases” quiere ahora de mí es, ante todo, la firma. Y es cosa triste el pensar que si entonces daba mi espíritu sin firma, ahora se me pide la firma, aunque el espíritu se amengüe».
Termina diciendo: «Mi colaboración en este seminario… representa la pureza de mis mocedades de escritor».
Unamuno, a todo esto, ya era rector —desde el 28 de octubre de 1900— y ya había obtenido las sustanciosas colaboraciones en «La Nación», de Buenos Aires, que le fueron conseguidas por Rubén Darío y le eran pagadas a 150 pesetas por artículo, y en «El Imparcial» (a 50 pesetas[27]).
El 15 de agosto de 1902 escribe una carta a Federico Urales, que éste publicará en «La Revista Blanca», en la que pretende hacer una especie de autobiografía intelectual. En ella leemos: «Aprendí alemán en Hegel, en el estupendo Hegel, que ha sido uno de los pensadores que más honda huella han dejado en mí. Hoy mismo creo que el fondo de mi pensamiento es hegeliano». Cita también las influencias de Spencer Schopenhauer, Carlyle… «Podría señalar a Hegel, Spencer, Schopenhauer, Carlyle, Leopardi, Tolstoi como mis mejores maestros, uniendo á ellos los pensadores de dirección religiosa y los líricos ingleses. Pero le repito que en el torrente de mis lecturas me es muy difícil señalar las influencias. De españoles, desde luego la afirmo, ninguno. Apenas he recibido influencia de escritor español alguno. Mi alma es poco española».
También dice don Miguel: «En otro orden de cosas, mis lecturas de economía (más que de sociología) me hicieron socialista, pero pronto comprendí que mi fondo era y es, ante todo, anarquista». Lo antedicho no le impide considerar a Bakunin como a «un loco peligroso», por cuanto vemos que la afirmación precedente o era una referencia al tolstoianismo o la concesión al tópico de «la idiosincrasia anarquista hispánica», o una cortesía que costaba poco hacia el director de la publicación. Dice, en fin, Unamuno, algo que expresaba bien su espíritu: «Lo que cada día se arraiga más es mi repugnancia al sectarismo, a las opiniones exclusivistas, a los afirmativos…».
En 1905, año en que Unamuno publica su Vida de Don Quijote y Sancho y ha cambiado en gran parte de orientación, es el mismo en que Costa se retira a Graus. El carácter coyuntural de nuestro estudio pone aquí coto a nuestra incursión biográfica, cuyo objetivo es situar a Costa y a Unamuno en lo que eran y habían sido el 98 y antes de aquel momento. Cierto es que Costa, seriamente enfermo, tendrá ya pocas actividades, pero aún su discurso en el teatro Pignatelli, de Zaragoza (1906), dos discursos, en realidad, y su viaje a Madrid, casi impedido físicamente, para intervenir —con éxito impresionante— en contra del proyecto de ley contra el terrorismo que preparaba el Gobierno Maura, tendrán amplia resonancia.
Costa muere el 8 de febrero de 1911. Unamuno, aunque ya muy distante en sus concepciones, guardará por él la admiración y el respeto de que dará pruebas en diferentes ocasiones.
En la crisis de fin de siglo, muchos serán los conceptos paralelos de dos hombres, sin embargo, tan distintos. Ambos son debeladores no sólo de la Restauración, sino de la revolución frustrada (por lo de frustrada, que no por lo de revolución) del 68. El diagnóstico costiano de caciques y oligarcas corre parejo con el de la falsa tradición y el «actual momento histórico» de Unamuno. Ambos coinciden en aquel tiempo sobre el imperativo de europeizarse; ambos son tenaces defensores de la tradición popular («auténtica», según Unamuno), opuesta a la tradición «tradicionalista», a los valores caducos desgastados por el uso y abuso de las clases dominantes en el XIX. Y su coincidencia llega hasta la colaboración ya citada en torno al Derecho consuetudinario.
En cambio, hay notorias diferencias que los separan: el Unamuno joven tiene puesta su confianza en el pueblo, cree en la solución popular; Costa, en cambio, cree que el pueblo es menor de edad y necesita tutores; como la mayoría de los regeneracionistas, carece de confianza en el protagonismo popular.
Unamuno está dotado de lo que podríamos llamar una viva conciencia de religiosidad, ya sea proyectada hacia la vida colectiva o hacia la vida individual (acabará siendo ésta la dominante). Costa, sin dejar de ser creyente, no es practicante, y su comportamiento intelectual no parece tener pasarelas con el dominio de sus creencias.
Costa, muy probablemente, llega a expresar una «ideología» de clases medias, de labradores intermedios y modestos, de comerciantes y pequeños industriales… Unamuno, nacido en un medio pequeño-burgués, tendrá su primera época —un buen decenio— de sensibilización hacia lo popular. Tanto en sus protestas como en sus oscilaciones, expresa bien la problemática del intelectual nacido de ese medio social, que un día cree sinceramente que su puesto está entre los trabajadores y otro se desilusiona o se entrega a un misticismo. De todas maneras, se trata quizá de los dos intelectuales que, coincidiendo en el espacio generacional de final de siglo, expresan con mayor riqueza la ruptura con la ideología dominante, que hasta entonces era hegemónica.