Discurso de Joaquín Costa en el Teatro Circo de Zaragoza, la noche del 15 de febrero de 1899.
El orador principia su oración aludiendo a la regeneración de España. «Aún hay esperanza —dice— porque los políticos comienzan a sentirse inferiores al pueblo heroico, sufrido, especie de Cristo, condenado a sufrir las culpas de aquéllos».
Así lo dijeron Pidal y Silvela en la Asociación de la Prensa de Madrid, reconociendo pecadoras a las clases directoras. Después Moret proclamaba que la policía mataba al país.
Aquí, en Zaragoza, donde a estacazos se hace justicia contra los que cambian los billetes apresurando la bancarrota (aplausos), aquí nació, a los gritos de las mujeres, el servicio obligatorio.
Evoca el recuerdo del 15 de junio de 1808, instante crítico de la guerra de Independencia. Entonces, según dice un cronista de los sitios de Zaragoza, se dio el primer impulso a la derrota de Napoleón con la batalla de Las Heras.
«Aquí se retrata el ser entero de Zaragoza que ha sido y es alma de la regeneración».
Que despéjen los políticos, que se retiren para que gobiernen los anónimos, el pueblo, los sanos. Esto es tanto más necesario, cuanto que a nuestra independencia tienen puesto el cerco más estrecho villanos políticos. Éstos han vivido fuera del ambiente del país, pues viven en invierno y en verano en el extranjero.
A los políticos les persiguen millares de madrés que han perdido sus hijos en Cuba, llamándoles ¡asesinos!, ¡asesinos! (Ovación indescriptible, que se prolonga con verdadero frenesí, levantándose los asistentes que aclaman y vitorean a Costa, y durante muchos minutos se interrumpe el discurso).
Continúa Costa defendiendo que todo debe fundarse en la política hidráulica. El Ebro es el río de las grandes canalizaciones; tiene cuatro canales construidos, siete en proyecto o construcción. Esta vega no ha surgido por obra de la naturaleza, sino por obra de los aragoneses.
Madrid ha levantado una estatua a Cervantes; Zaragoza a Pignatelli. El primer estadista de España, el conde de Aranda, que era aragonés y jefe de un partido, fue un político de acción muy poco hablador.
»No podemos regenerarnos sino con Gobiernos y Parlamentos silenciosos. Yo aborrezco los almendros, por lo que se parecen a los políticos. Prometen fruto espléndido y todo queda en flor, y además hacen sombra a los viñedos. Así como el pueblo arranca los almendros cuando las viñas producen, así hay que arrancar tantos empedernidos políticos, Pero España ha de decidirse a hacerlo; no ha de contentarse con el deseo, acabar con los retóricos, no imitando el ejemplo del baturro de Riela, para el que todo eran inconvenientes.
España postrada, permitiendo el ejército de repatriados, parécese a Cristo que consiente en la muerte y después impreca a su Padre porque le ha abandonado.
(Aplausos).
Zaragoza ha conservado la costumbre de asociar la poesía popular a las desgracias de la patria. En cambio, la Marcha de Cádiz ha sido el himno de la masa «hojalatera», de los que se quedaban, de los que no iban a la guerra. Y la jota será seria, honrada, la que se canta al trabajar, la que impulsa el arado, el himno de la regeneración.
Abandonada España del cielo, de Europa, de sus gobernantes, no cumplirá como bueno el político que en el poder o en la oposición se acuerde de su persona sin preocuparse de los quince millones de obreros, labriegos, mineros, viudas, repatriados.
En Cuba han muerto docenas de miles, ochenta mil quizá (una voz que sale del público: «¡Muertos de hambre!». El orador continúa pintando la situación de los soldados); se falsificaban las medicinas, morían como perros en los basureros. No sólo en Cuba, en la Península mueren miles de criaturas de inanición, de hambre, por abandono, crimen de Diputaciones provinciales (aplausos delirantes).
Esos niños son la imagen de la España hambrienta, en andrajos, especie de madre desolada después de haberle crucificado su hijo, Cuba, Filipinas. (Los aplausos llegan al paroxismo; Costa habla llorando). Valdría más ser de Francia o de Inglaterra que continuar así (aplausos formidables).
Los políticos han desaparecido en el deshonor, sin dejar otro rastro de lagunas de sangre. La política nueva es de piedad efusiva y con entraña evangélica, y no cabe, por tanto, dentro de los partidos. Por eso la Cámara de Barbastro ha pensado aplicar tales principios nuevos al Gobierno de la patria.
Recuerda que Sagasta ofreció no ha mucho presentar proyectos de regeneración, y no ha cumplido nada. «Ha engañado nuevamente al país, pareciéndose en esto a los Reyes Magos que siempre se anuncian y nunca llegan»(grandes aplausos. El señor Paraíso distínguese en aplaudir más que nadie).
Los políticos hipócritas nos engañan poniéndonos las urnas del sufragio por espejuelo. Aquel grito de España con honra debe ser hoy el grito de todo buen español. La patria acaba de caer más deshonrada que pudo estarlo jamás por los vicios de sus reyes. Esta gran Torre Nueva que llamamos España, mitad caída, mitad levantada, no es imposible de reconstruir. Pero se necesita una legión atlética; se necesita que los gigantones se conviertan en seres de carne y hueso. ¡Oh, ilustre pueblo de Aragón, sálvanos a tantos que preferimos morir antes que ver a la patria pasto de los buitres de Inglaterra!
A continuación habla de la persona «que al trazar apretadas líneas de escritura imita al labrador cuando abre surcos en la tierra. “También la prensa ara, siembra y cultiva los campos espirituales. Ya lo dijo en metáfora Gutenberg. El campo son las blancas cuartillas; la negra tinta es la simiente; las manos son la reja del arado”» (aplausos).
Saluda luego al alcalde de Zaragoza, verdadera representación del pueblo, y después a los presidentes de las Cámaras, tributando elogios al señor Paraíso.
«Imitemos —termina— la antigua fórmula de rey muerto, rey puesto. España ha muerto, ¡viva España !»(Gran ovación).
La gente vitorea a Costa, se precipita a abrazarle y prorrumpe en frenéticas aclamaciones.
FUENTE: «El Liberal», de Madrid, 16-2-1899.
N. B. Hemos transcrito este texto, transmitido al periódico por teléfono desde Zaragoza por Luis Morote, que estaba allí como enviado especial, según las notas que fue tomando sin ningún arregló. Costa empezó a hablar a las nueve de la noche y la comunicación telefónica es de las nueve horas treinta y cinco de la noche. Como puede verse, se trata de una pieza oratoria de circunstancias con toda clase de recursos para la galería, algunos de tinte demagógico. Hemos creído conveniente dar a conocer esta otra manera que tenía Costa de comunicar con su público, diferente no sólo de los estudios de investigación, sino también de otros documentos «regeneracionistas», pero producto de severa reflexión.
¿Liga o partido? (La Asamblea de Zaragoza).
Artículo de Luis Morote, publicado en «El Liberal» de 18 de febrero de 1899.
«Ésta fue la pregunta sometida de pleno a la Asamblea de Productores en su sesión primera. La cuestión es tan grave, tan honda, tan trascendental, tan difícil, si no imposible de resolver, que no es extraño que para contestarla se empleasen por los representantes nada menos que veintiocho discursos. Y todavía, con tanto hablar, no quedó suficientemente esclarecido y dilucidado el tema. Cualquiera, después de haber oído tanto charlar en vano, si no tenía en su ánimo profundas y arraigadas convicciones políticas —y no las tienen, dígase lo que se quiera en contrario, las nueve décimas partes de los españoles, y no hay otra razón para sus abstenciones sistemáticas de los comicios públicos— quedaría se en la propia situación de incertidumbre y de duda el que decía estar el ilustre Taine en su prólogo a Les origines de la France contemporaine, sin atreverse a elegir por mansión la República o la Monarquía, una granja o un cuartel, una choza democrática al ejemplo de Suiza o un palacio cesarista al estilo alemán…».
Y si eso le ocurría al insigne Taine después de estudiar las sucesivas revoluciones y transformaciones porque había atravesado Francia antes de llegar a su reorganización total tras el desastre de Sedán, excusado es decir lo que les sucederá a estos pobres productores, encargados de una tarea constituyente superior a sus fuerzas, puestos a determinar, no ya las causas de las desgracias que afligen a España, sino sus remedios.
¿Liga o partido? A mí no me extraña, ¡qué me ha de extrañar!, que la mayoría de los representantes en la sesión pública primera se hayan inclinado en pro de la formación de una Liga, repudiando la idea de constituir un partido, que ellos llaman, y tal vez con razón, un partido más .Si éste había de ser un partido nacional adecuado a las circunstancias, habían de echar por la calle de en medio, prescindiendo de todos los poderes constituidos que han funcionado durante un cuarto de siglo.
¿Liga o partido? Es decir, sois una Convención, encargada de extirpar organismos, de limpiar maleza, o sois un comicio rural agrícola, que distribuye premios al mejor arado, a la vid más floreciente. El problema se plantea de tan desproporcionada manera, que los asambleístas de Zaragoza quédanse ante él medio mareados por la grandeza de la empresa, y mirándose recelosos se dicen:
«… En la que nos va a meter este Costa».
No es que la cuestión no sea así, una cuestión constituyente, absolutamente constituyente; es que va ante ellos por unos caminos que no son los llanos y los rectos. La Asamblea de Productores de Zaragoza, como antes la Asamblea de las Cámaras de Comercio, no tienen por qué votar ni en pro ni en contra de lo que es el fondo de la vida y del derecho en las sociedades modernas; es decir, las conquistas de la libertad y la democracia. Hay principios que deben estar fuera de toda discusión, porque si no, sucede que con esas críticas y censuras del Parlamento, del Sufragio, de los derechos qúe tantas lágrimas y tanta sangre han costado, sólo se hace el caldo gordo a los carlistas, a los reaccionarios de todos los colores y de todas las castas. Así sucede que un general cristiano se apodere de las conclusiones de la Asamblea de Cámaras de Comercio, y diga que ése es su programa. Así puede ocurrir mañana que, si se toma como tono y carácter de esta Asamblea de Productores la abominación del Parlamento, venga don Carlos ofreciéndose como voz y brazo de este movimiento, que tiene que ser, que es tan contrario a la regresión que significa en la política el Pretendiente.
A una tan gran inteligencia como la inteligencia de Costa no se le puede ocultar ese peligro. Él pone al lado de las feroces arremetidas contra los políticos y contra el régimen parlamentario una porción de ideas que responden a su alma moderna, a su espíritu progresivo y hasta podríamos decir que a su temperamento de socialista. ¿Es que en tales doctrinas comulgan todos los asambleístas? ¿Es que todos quieren o se atreven a echar siete llaves al sepulcro del Cid? ¿Es que palpita en sus sentimientos y en sus palabras el verbo democrático que se escapa de los ayees lastimeros lanzados al viento por el presidente de la Cámara Agrícola de Barbastro?
Por eso hubiera convenido al interés de todos los que formamos en la gran familia liberal, en la gran escuela que tuvo por padres y maestros a los regalistas y por herederos directos a los desamortizadores y por representantes legítimos a los hombres de la revolución del 68, que se hubieran excusado tantos y tantos apostrofes contra el régimen parlamentario, que se toman al pie de la letra, en su sentido material, y que al cabo sólo sirven para los reaccionarios de todos los matices. La obra de la independencia española que tanto se evoca estos días y que se levanta como argumento contra las desdichas presentes, se hizo al calor de las deliberaciones y de los votos, de las inspiraciones y de las iniciativas de las Cortes de Cádiz, madres legítimas de todos nuestros sucesivos Parlamentos. No, no fueron, no, los absolutistas, los miserables absolutistas refugiados en Bayona, los que organizaban la nueva Covadonga, sino los liberales, los parlamentarios, los que opusieron a Napoleón el pueblo en armas. ¿Es que a todo eso se ha olvidado? ¿Es que puestos a rehacer la historia de España se ha perdido la memoria de que es esta Zaragoza, si cuna de la independencia, cuna también de la libertad y del derecho moderno? ¿Cómo puede ser que en esta ciudad se oigan con calma, sin que hasta las piedras se levanten, que nuestra gloriosa tribuna parlamentaria, la que ocuparon desde Argüelles a Castelar, sea la culpable, la principal culpable de las desdichas actuales?
Por ello, los congregados aquí no se atreven a decidirse por fundar un partido y casi, casi tampoco por crear una Liga. Los unos comprenden que no están todos los votos ni todos los ánimos por la España nueva que barra la España antigua que se hundió al perderse Cuba y Filipinas; los otros argumentan que las funciones de comerciantes, agricultores o industriales, son distintas a las funciones de gobernantes, y la parte más intelectual de la Asamblea se da cuenta de que reinan aires de reacción, y que esos aires, en tierra del viento, les llevarían con un partido nacido de estos debates y de estos votos a una especie de Santa Hermandad que cazara políticos, buenos o malos, como si fueran salteadores de caminos.
Es insensato esperar que de una Asamblea o de varias Asambleas salga resuelto el problema de la reconstitución del país. Aún congregadas aquí los hombres de más sano corazón de la península y de más altas luces de la tierra, sería muy difícil, sino imposible, convertir a España, de pronto, en un país rico, culto, próspero, grande. Harto será que le creen una conciencia de sus propios males y que voten la resolución de abordar todos los tremendos problemas políticos y económicos que están planteados. Un representante dijo ayer que el principal fin de esta Asamblea es hacer un presupuesto. Y ésa es la verdad, que el presupuesto, la manera de organizarlo, de acabar con nuestras trampas, de evitar la intervención extranjera, es, hoy por hoy, lo que primordialmente interesa a todos los españoles. Si estos asambleístas, que no tienen la responsabilidad de los gobernantes, ni los compromisos de los políticos, se atrevieran a meterse en los gastos inútiles, habrían prestado un positivo servicio a la patria.
¿Liga o partido? ¿Organización temporal y contingente con fines parciales y concretos, u organización permanente, duradera, con fines generales relativos a todos los poderes del Estado y a su funcionamiento? Los votos de la Asamblea se han inclinado por la Liga. Sería una pura discusión de nombres, un debate baldío y sin trascendencia, si ese voto no significara el temor de tratar las cuestiones graves que hoy preocupan, no ya a los españoles, sino a todos los extranjeros que nos miran como a una excepción dolorosa en Europa.
¿Liga o partido? Y una vez más se demuestra que, quiéralo o no la Asamblea, se lo proponga o no, la cuestión es política, esencialmente política. Hoy, con veintiocho discursos, se ha probado que lo era. Si no lo fuera, aún atacados del mal del parlamentarismo que critican, no hubiéranse dado tanta pena por declarar que es lo que quieren. En cada una de las cuestiones palpitará la política, y al acordarse de la serie de Sedanes que hemos sufrido y que tal vez aún nos esperan, no nos podrá bastar con un Bazaine a quien echarle la culpa.
Votada la Liga, aunque la circunscriban a los fines puramente económicos, el problema renacerá con su misma intensidad.
¿Liga o partido? O la Asamblea no será nada, no dejará apenas rastro de su existencia, o tendrá que ser espectador de la España nueva, encargada de derribar todo lo que huele a podrido en Dinamarca…
Luis Morote».
El texto de Morote es representativo de aquel sector del regeneracionismo que no deja de ser político-liberal. En su aspecto crítico, señala el peligro de los rasgos preautoritarios y profascistas de aquel movimiento. En su aspecto teórico adolece de optimismo liberal y de unilateralidad, al pretender que el pueblo en armas de la guerra de Independencia era cosa de las Cortes de Cádiz (nada menos cierto). Su crítica de la composición del movimiento costiano apunta a los burgueses que seguían viviendo en el terreno ideológico del antiguo régimen (oligarquía) y que sólo seguían a Costa coyuntural y parcialmente.