No puedo saber qué más tiene Dios previsto para mí. Sin embargo, antes de morir, quisiera poner por escrito el relato del día en que Lajos vino a verme, por última vez, para despojarme de todos mis bienes. Voy postergando la escritura de estas notas desde hace tres años; pero, ahora, tengo la sensación de que una voz, de la cual no me puedo defender, me está apremiando para que escriba la historia de aquel día y de todo lo demás que sé sobre Lajos. Es mi deber, y ya no me queda mucho tiempo para cumplir con él. Las voces así son inequívocas. Por eso las obedezco, en el nombre de Dios.
Ya no soy joven, y mi salud está debilitada: pronto habré de morir. ¿Acaso tengo miedo a la muerte?… Aquel domingo en el que Lajos vino a verme por última vez, se me curó hasta el miedo de morir. El hecho de que sea capaz de esperar a la muerte con tranquilidad, quizá se deba a que el tiempo no me ha perdonado; quizá se deba a los recuerdos, casi tan crueles como el mismo tiempo; quizá sea por un particular estado de gracia que, según las enseñanzas de mi fe, también afecta en ocasiones a los indignos y a los obstinados; quizá sea, simplemente, por el peso de mis experiencias y por una edad ya avanzada. La vida me ha obsequiado de una manera maravillosa, pero también me ha expoliado de una manera implacable… ¿Qué más puedo esperar? Habré de morir, porque la muerte es ley de vida, y porque ya he cumplido con todas mis obligaciones.
Ya sé que «obligaciones» es una palabra mayor, y, ahora que la veo escrita, estoy un tanto asustada: se trata de una palabra llena de vanidad, por la que tendré que responder algún día ante alguien. Me costó tiempo aceptarlas, y obedecí contrariada, clamando y protestando desesperadamente. Fue entonces cuando sentí por primera vez que la muerte puede ser una redención; fue entonces cuando comprendí que la muerte es salvación y profunda paz. Solamente la vida conlleva luchas e infamias. ¡Qué extraña fue aquella lucha! ¿Quién me obligó a librarla? ¿Por qué no pude evitarla? Hice todo lo posible por escapar de ella; pero el enemigo me siguió y me alcanzó. En este momento, sé que él no podía hacer otra cosa. Sé que estamos atados a nuestros enemigos, y que ellos tampoco pueden escapar de nosotros.