Cuando Obi-Wan Kenobi llegó al Templo, se dio cuenta enseguida de que pasaba algo. Y no sólo por las ominosas reverberaciones de la Fuerza que latían invisibles a su alrededor. Todos los padawan y mensajeros con los que se cruzaba en los salones parecían estar concentrados y preocupados. Uno de ellos le vio y se detuvo.
—Padawan Kenobi, debes presentarte de inmediato ante tu Maestro —dijo, continuando su camino antes de que Obi-Wan pudiera preguntarle la causa de la palpable atmósfera de tensión.
Encontró abierta la puerta de la sala del Maestro Qui-Gon. El Jedi estaba dentro, cargando su cinturón de accesorios con objetos de combate como una pistola de ascensión y cápsulas de comida. Mostró alivio al ver a Obi-Wan parado en el umbral.
—Excelente. Has vuelto justo a tiempo.
—¿Qué ha pasado, Maestro?
—La Federación de Comercio ha bloqueado Naboo. Nos han elegido a ti y a mí para que seamos embajadores ante la nave capitana de la Federación de Comercio y arreglemos la situación.
Obi-Wan se sintió aturdido ante la importancia de la noticia.
—El Senado de la República condenará esa acción.
—Sospecho que los neimoidianos cuentan con el historial del Senado para que éste sea poco efectivo en este asunto. En cualquier caso, debemos salir de inmediato.
—Lo comprendo, pero antes debo decirte que tanto el Maestro Anoon Bondara como su padawan Darsha Assant han muerto. No hay ninguna duda de ello.
El Maestro Qui-Gon interrumpió por un momento la labor de hacer el equipaje y miró a su discípulo. El padawan vio tristeza en los ojos de su mentor.
—¿Y la causa de esa tragedia?
—No estoy muy seguro, pero sospecho de la participación del Sol Negro.
—Quiero oír toda la historia, y también querrá oírla el Consejo. Pero ahora la rapidez es esencial. Ya harás tu informe mediante una holotransmisión una vez estemos de camino.
—Sí, Maestro.
Obi-Wan siguió a su Maestro cuando éste se ajustó el cinturón alrededor de la cintura y salió de la habitación.
Naturalmente, haría lo que le pedía su Maestro. Era obvio que esa nueva crisis era mucho más importante que lo sucedido en el Pasillo Carmesí. Mientras seguía a Qui-Gon, se preguntó si alguna vez conocería toda la historia de lo que les había sucedido a Darsha y al Maestro Bondara. Ella tenía potencial para ser un buen Caballero Jedi, y le apenaba su muerte.
— o O o —
El Sith se lanzó contra él, con las hojas gemelas brillando.
Lorn despertó con un sobresalto. Miró a su alrededor, sintiendo todavía el pánico de su pesadilla. Entonces, fue relajándose lentamente a medida que sus ojos se acostumbraban a su entorno.
Se dio cuenta de que estaba en la habitación privada de un hotel. No era muy elegante, pero sí mejor que a lo que se había acostumbrado en los cinco años anteriores. Le habían tratado la muñeca cortada con carne sintética, y el senador Palpatine le había dicho que en pocos días tendría una prótesis. Y, lo que era más importante, le había dicho que el cristal de información se había entregado en el Templo Jedi y que habían capturado al asesino.
En resumen, que Lorn había ganado.
No del todo, claro. Aún lloraba la muerte de Darsha. También le preocupaba el paradero de I-Cinco, ya que el androide no había llegado nunca al Templo Jedi. Pero, aun así, había sido una victoria.
Le habían dado a elegir entre dos futuros: relocalización en una colonia de algún lugar del Borde, o una dirección permanente en una mónada de Coruscant. Se le había asegurado que, en cualquiera de ambos casos, se habían retirado las denuncias de fraude bancario y que se le concedería un estipendio con el que podría vivir cómodamente en compañía de I-Cinco. Aún no había decidido lo que haría, aunque se inclinaba a quedarse en Coruscant. Puede que quedándose consiguiera reanudar algún tipo de relación con Jax. Los Jedi le debían al menos eso.
Y también se lo debía a sí mismo. Ya era hora de que volviera a tener una vida, pero una vida de verdad, no el simulacro vacío en el que llevaba tanto tiempo atrapado. Necesitaría mucho tiempo para dejar de tener pesadillas, pero acabaría por conseguirlo. Acabaría conociendo la paz.
Se levantó de la cama. En el armario tenía ropas nuevas y se las puso. No tenía ningún sitio en especial al que ir, pero le apetecía salir afuera, sentir el sol en su rostro, respirar aire puro. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de esos placeres tan simples.
Abrió la puerta.
El Sith estaba ante él.
Lorn se quedó demasiado aturdido para tener miedo. Su enemigo avanzó, implacable, imparable, y conectó su sable láser. Lorn sabía que no podía hacer nada. El cuarto del hotel era pequeño, desprovisto de armas, con sólo una puerta.
Esa vez no había escapatoria.
Descubrió con sorpresa que, en ese momento, el último de su vida, no estaba asustado. De hecho, descubrió que se sentía de una forma muy similar a la que Darsha le había descrito cuando estaba profundamente sumida en el abrazo de la Fuerza.
Estaba en paz.
La información sobre los Sith había llegado a los Jedi. Que el asesino hubiera escapado a su encierro no cambiaría eso. Se dio cuenta de que su muerte servía a un objetivo más elevado.
Estaba contento de que fuera así.
La hoja del sable láser rieló en su dirección. Su último pensamiento fue para su hijo; su última emoción fue orgullo porque algún día Jax sería un Caballero Jedi.
— o O o —
Cuando miró a Lorn Pavan a los ojos, Darth Maul supo lo que pensaba el hombre. Podría haberlo leído con claridad en los ojos y la expresión de su enemigo, incluso sin ser sensible a la Fuerza.
No dijo nada.
Aunque Maul no tenía problemas para matar a quien se interpusiera en el camino de su Maestro, no por ello carecía de sentido del honor. Lorn Pavan se las había arreglado contra toda previsión para ser un reto mucho mayor que el de muchos asesinos profesionales del Sol Negro. Era un contrincante digno y se había ganado el derecho a morir con rapidez.
El sable láser siseó al cortar el aire, la carne, el hueso.
Darth Maul dio media vuelta y se alejó. Por fin había completado su misión.
FIN