Capítulo 35

Tuden Sal cargó al desactivado I-Cinco en su aerocoche e indicó un destino al chofer androide. El vehículo se elevó alejándose del espaciopuerto, entrando limpiamente en las rutas de tráfico aéreo.

Lo sentía por Lorn. Su amigo no le había contado mucho sobre la situación en que se encontraba, pero lo poco que había dicho y el aspecto del individuo al que perseguía le decían que sus posibilidades de supervivencia eran pocas. Una lástima. Siempre había pensado que Lorn tenía potencial, aunque siempre acabase por no estar a la altura del mismo. Un bribón siempre sabe reconocer a otro.

Pero lo más probable es que fuera a morir en esa demencial empresa en la que se había embarcado. Una pena, pero no era asunto suyo. Lo que más le preocupaba era el androide.

El sakiyano nunca había entendido que el corelliano tratara a I-Cinco como a un igual, llegando incluso a llamarlo «socio». Los androides eran máquinas, muy listas, sí, y en algunos casos hasta capaces de imitar el comportamiento humano de forma escalofriante. Pero eso era todo lo que hacían: imitar. Legalmente eran propiedades. Aunque se había acostumbrado a ello durante el año que hacía que trataba con Lorn e I-Cinco, nunca había conseguido superar el ligero desagrado que le producía verlos interactuar como si fueran iguales.

Bueno, pues eso se había acabado. Ya hacía tiempo que le había echado el ojo a ese androide; tan sólo las modificaciones de su armamento lo convertían en una máquina muy valiosa. Sus tratos ocasionales con el Sol Negro hacían buena la idea de tener un guardaespaldas, y estaba seguro de que I-Cinco sería uno muy bueno. Una vez le hubiera borrado la memoria, por supuesto.

No le preocupaba mucho lo que pudiera pensar Lorn al respecto. Después de todo, no esperaba volver a verlo con vida. Y, de ser así, el robo y reprogramación de un androide no estaba tipificado como delito grave. La mayor repercusión legal que podría llegar a tener sería una multa, que ni de lejos le costaría tanto como un androide nuevo con las modificaciones especiales de I-Cinco.

Lo mirara como lo mirara, era un buen negocio incluso pensando en la vieja nave que acababa de regalar.

El tejado del Templo brilló al sol de la tarde cuando el aerocoche pasó sobre él, antes de perderse entre las incontables naves que llenaban los cielos de Coruscant.

— o O o —

El Infiltrador atracó en uno de los muelles de la estación espacial, y Maul escuchó los amortiguados sonidos metálicos de la escotilla exterior al conectarse con el interior de la estación. Desactivó los sistemas de gravedad artificial y de soporte vital, y se dirigió flotando hacia la escotilla de aire a través del oscuro interior de la nave.

El punto de acceso a la estación estaba en uno de los módulos externos de servicio. Darth Sidious le prometió que allí no habría ni humanos ni androides que pudieran estorbarle en sus desplazamientos, y al salir vio que era así. Se encontraba en lo que parecía un pasillo de servicio bajo y estrecho, con paredes y techo forrados de tuberías, conductos y cables. En esa parte de la estación no había gravedad artificial, sin duda por cuestiones presupuestarias. No importaba, ya se había movido antes en entornos de gravedad cero. Se alejó de la escotilla y flotó pasillo abajo, usando los accidentes de la pared para impulsarse.

Tenía muy claras las indicaciones de Darth Sidious; debía recorrer ese pasaje hasta llegar al módulo propiamente dicho, y después subir por un tubo vertical hasta uno de los principales módulos de habitaciones. Se reuniría con Maul a una hora predeterminada, menos de quince minutos después. Entonces Maul le entregaría el cristal.

Y su misión se habría completado.

— o O o —

Lorn dejó que el piloto automático se ocupara del atraque; no era tan buen piloto. No soy bueno en nada, pensó amargamente, salvo en meter en problemas a los que quiero. Aún tenía la pistola láser que le había quitado al raptor, pero sólo entonces se acordó de que su cartucho energético tenía potencia para pocos disparos. Aunque, dada la situación, de un modo u otro, no tendría más tiempo que para hacer esos pocos disparos.

Entró al conducto de servicio en cuanto se encendió la luz verde. Hacía ya tiempo que no experimentaba la gravedad cero. Cuando podía permitírselo, solía ejercitarse en salas de ejercicio con instalaciones sin gravedad. Le gustaban los ejercicios, la sensación de poder volar, aunque sólo fuera en los estrechos confines de la sala, aligerándose así de algunas de las cargas de su existencia.

No obstante, no se hacía ilusiones con que su familiaridad con la ausencia de peso pudiera significar alguna ventaja sobre el Sith. No albergaba ninguna duda de que su contrincante sabría moverse con habilidad letal y consumada en todo tipo de entornos. Mucha suerte necesitaría para poder llevar sus planes a buen término.

Una vez en el pasillo, se movió lentamente y con precaución. No había señales de su enemigo, y no parecía que hubiera ningún sitio en el que esconderse. Aun así, no pensaba arriesgarse. En ese momento, no se habría sorprendido si el Sith aparecía de repente ante él, como salido de la nada.

No tenía ni idea de lo que haría una vez lo encontrase; no había tenido tiempo de trazar algún plan. Si el nódulo del taozin le permitía acercarse a él lo bastante como para poder dispararle, no tendría escrúpulos en alcanzarle por la espalda, siempre y cuando no se desmayase por el terror una vez lo tuviera en el objetivo.

Llegó al final del pasillo. De allí salía un tubo de subida. Antes de seguirlo, sacó la pistola láser y comprobó la carga de energía.

Lo que descubrió no era muy bueno. El arma no tenía energía suficiente para un disparo a máxima potencia, o tres disparos aturdidores de baja potencia. Tras meditarlo un momento, la graduó en baja potencia, diciéndose que era preferible tener tres posibilidades de dejar fuera de combate al Sith a una sola de matarlo. Siempre y cuando el disparo aturdidor le bloqueara. A esas alturas no estaba muy convencido de que hubiera algo que pudiera dañar a su némesis.

Se metió en el tubo. Conducía a una cámara más grande y mejor iluminada, de unos diez metros por diez, y bastante vacía a excepción de algunas cajas de equipo ancladas a las paredes.

Al otro extremo de la cámara se encontraba el Sith.

Daba la espalda a Lorn mientras introducía una clave en un panel de la pared, para abrir una escotilla del muro del fondo.

Lorn se alzó en silencio del tubo y cogió la pistola con ambas manos. Apoyó los pies en el borde del tubo; en esa gravedad cero habría cierto retroceso.

El nódulo de taozin parecía estar haciendo su trabajo: el Sith no parecía ser consciente de tener a Lorn a diez metros de distancia, apuntándole entre los omóplatos. Le temblaban las manos, pero no tanto como para no acertar a un blanco tan grande como la espalda de su enemigo, y más con tres disparos a su disposición. Una vez derribado el Sith, pensaba matarlo con su sable láser y coger después el cristal de información.

El Sith apretó un botón de la pared. Una luz verde se iluminó, y la escotilla empezó a abrirse.

Ya. Tenía que disparar ya. Lorn respiró hondo, abriendo la boca para que el Sith no le oyera tomar aire. Lo exhaló del mismo modo, volvió a tomarlo, lo mantuvo en los pulmones.

Y apretó el gatillo.