Darth Maul se acomodó en el asiento del piloto. Presionó con la mano una placa sensora de la consola que tenía delante, y la cabina de control hemisférica se llenó de diversos zumbidos, pitidos y vibraciones cuando el Infiltrador se puso en marcha. Una exploración rápida de los alrededores no reveló nada en la zona inmediata que pudiera interferir con su despegue. Sonrió satisfecho.
Por fin estaba a punto de terminar su misión. Ésta le había llevado más tiempo del que había supuesto y le había hecho recorrer oscuros rincones de Coruscant que no sabía ni que existían. Pero ya casi había terminado con su trabajo. Había acabado con todos aquellos con los que había hablado Hath Monchar, y anulado todas las filtraciones. El plan de Darth Sidious para llevar a cabo un embargo comercial, y destruir posteriormente la República, podía proceder sin problemas.
Sacó el holocrón de uno de los compartimentos del cinturón y lo examinó. Un objeto tan pequeño, pero, sin embargo, depositario de tanto poder potencial. Lo devolvió a su sitio y activó los repulsores verticales. En los monitores superiores observó cómo el tejado de la mónada se alejaba de la nave. El ordenador de navegación empezó a trazar los vectores direccionales y de velocidad que le llevarían al punto de encuentro especificado por su Maestro. Allí entregaría el holocrón a Darth Sidious, completando así su misión.
Pocos minutos después estaba por encima de las nubes, vislumbrando ya la curva del planeta. No necesitaría mucho tiempo para llegar a su destino; las rutas orbitales que rodeaban Coruscant no estaban tan congestionadas como los estratos de tráfico de la superficie. Una vez estuviera en órbita, tendría que desconectar el campo de invisibilidad, o le sería muy difícil evitar una colisión con alguno de la miríada de satélites, estaciones espaciales y naves que circundaban el planeta.
Maul desconectó el piloto automático y aceleró un poco el motor de iones. El piloto automático estaba más que capacitado para llevarlo a destino, pero prefería conducir él mismo.
Mientras situaba el Infiltrador en una órbita baja, rozando apenas los tenues gases de la ionosfera superior, pensó en su batalla con la padawan Jedi. Desde luego había sido mucho más inteligente y había tenido más recursos de lo que él había supuesto. E igual sucedía con su compañero. Le habían proporcionado una buena cacería. Los saludó mentalmente. Admiraba el valor, la habilidad y la inteligencia, hasta en un enemigo. Por supuesto, habían estado condenados desde un principio, pero al menos habían luchado contra su destino, en vez de someterse dócilmente a él, como había hecho ese neimoidiano cobarde que había empezado toda esa situación.
Se preguntó cuál sería la siguiente misión que le encomendaría su Maestro. Probablemente algo relacionado con el bloqueo a Naboo. Esperaba que hubiera algún Jedi implicado. Matar a la padawan sólo le había abierto el apetito.
— o O o —
La nave que Tuden Sal proporcionó a Lorn e I-Cinco era una ARE Thixian Siete, un crucero de cuatro plazas modificado. La nave había visto días mejores, pensó Lorn cuando el aerocoche aparcó junto a ella en el Puerto Este, pero eso daba igual. Lo único que le importaba era que pudiera volar y disparar.
Mientras Tuden Sal empleaba el comunicador para confirmar los permisos de despegue, Lorn se volvió hacia I-Cinco.
—Dame la pistola láser.
El androide le entregó el arma del raptor.
—Mientras no planees volver a intentar dispararme con él.
—Nunca te habría disparado.
Su amigo no dijo nada.
—Mira, no espero que vengas conmigo. De hecho, lo más lógico es que vayas al Templo y le cuentes a los Jedi lo que ha pasado. De ese modo, habrá un plan de reserva por si fracaso.
—Oh, por favor. ¿Piensas vencer tú solo al Sith? Tienes tantas posibilidades de ello como una bola de nieve de sobrevivir a una supernova.
—No es tu lucha.
—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo. Aun así, no pienso dejar que vayas solo. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas conseguir. Lo cual me recuerda algo…
El androide sacó del compartimento de su pecho lo que parecía una pequeña pelota blanca. Se la entregó a Lorn, que la miró de cerca. Era semitransparente, esférica, de un diámetro de la mitad de su pulgar, y parecía hecha de algún material orgánico.
—¿Qué es esto?
—Un nódulo de la piel del taozin. Está hecho de células especialmente adaptadas que bloquean la receptividad de la Fuerza.
Lorn miró la bola de reojo. Ahora que sabía lo que era, se sintió asqueado por su tacto.
—¿Estás diciendo que si tengo esto, el Sith no podrá usar la Fuerza contra mí?
—Estoy diciendo que quizá oculte tu presencia lo bastante como para acercarte a él sin ser localizado. No te protegerá de sus poderes telequinéticos, y mucho menos contra su capacidad de combate, pero es mejor que nada. Y ahora te sugiero que despeguemos ya.
Tras decir esto, el androide se dirigió hacia la rampa del Thixian Siete.
Lorn dejó que se adelantara dos pasos, alargando a continuación una mano y desactivando el interruptor maestro de la nuca de I-Cinco. Éste se derrumbó y el corelliano lo cogió, depositándolo en el suelo. Se volvió hacia Tuden Sal, que le observaba desconcertado.
—¿Una pelea familiar?
—Algo así. Necesito otro favor. Lleva este saco de tuercas al Templo Jedi. Tiene información que querrán conocer.
Sal asintió. Cogió a I-Cinco por debajo de los brazos y lo arrastró hasta su aerocoche. Lorn observó por unos instantes, antes de volverse y subir a la nave.
— o O o —
Lorn podía afirmar con toda honestidad que no le asustaba la idea de enfrentarse solo al Sith. Asustarse era una palabra demasiado blanda. Estaba aterrado, paralizado, completamente descompuesto por lo que pensaba hacer. Sabía que estaba llevando a cabo algo suicida, ¿y para qué? ¿Por alguna noción quijotesca de venganza ante la muerte de una mujer a la que apenas conocía? Era de locos. I-Cinco tenía razón: sus probabilidades de sobrevivir eran tantas que las posibilidades en contra se situaban en el campo de los números teóricos.
Cuando el Thixian Siete despegó, Lorn estaba hiperventilando. Todos los nervios de su tembloroso cuerpo estaban encendidos con adrenalina, todas las células cerebrales que seguían funcionándole tras sus estallidos periódicos de abuso de alcohol le gritaban que saliera de esa órbita y siguiera adelante. En vez de eso, pidió al ordenador de navegación que trazara todas las trayectorias hipotéticas que podría tomar una nave proveniente de la celdilla de superficie donde se encontraba la mónada abandonada.
En un instante demasiado breve, el ordenador identificó una nave volando en una órbita baja, a treinta y cinco kilómetros de distancia. Lorn la puso en pantalla, dado que los sensores indicaban que había desactivado el mecanismo de invisibilidad. Contempló la imagen de la nave Sith. Era una nave esbelta, de morro alargado y alas dobladas, de casi treinta metros de largo; las lecturas no indicaban ningún armamento, pero parecía una nave peligrosa.
Bajo él, Coruscant parecía un gigantesco tablero de circuitos que cubría toda la superficie del planeta. Era una imagen espectacular, pero Lorn no estaba de humor para contemplar el paisaje. Se situó detrás de la nave y en una órbita inferior. No sabía cuánta protección podría brindarle el nódulo del taozin, si es que podía brindarle alguna, y no pensaba forzar su suerte. Ya iba a necesitar mucha.
Lorn deseó tener al lado a su amigo androide. Era dolorosamente consciente de que, desde que empezó esa pesadilla, habían sido Darsha o el androide quienes le habían salvado la vida. Menudo héroe estoy hecho, pensó.
También echaba de menos a Darsha, aunque no deseaba tenerla con él. Deseaba que estuviera viva y muy lejos de allí, a salvo en algún planeta amigo donde no hubieran oído hablar de los Jedi o de los Sith. Deseaba estar allí con ella.
El ordenador de navegación emitió un suave pitido para llamar su atención y desplegó un vector de posición en uno de los monitores. La nave del Sith había cambiado su rumbo; se dirigía a una gran estación espacial situada en órbita geosincrónica sobre el ecuador.
Con la boca seca como el papel, el corelliano ordenó al piloto automático que la siguiera. No tenía ni idea de lo que haría una vez allí. Sólo sabía que debía intentar detener al Sith de algún modo.
En nombre de Darsha.
Y en el suyo propio.