Lorn deseó tener un arma.
Delante de él iba I-Cinco, armado con sus dedos láser y con unos cuantos trucos más, y detrás tenía a Darsha con su sable.
No es que sintiera algún peligro concreto en aquel momento, sino que la posesión de un arma, de cualquier arma, le habría proporcionado una mayor sensación de que controlaba su propia seguridad. Si bien era cierto que el ir desarmado le hacía estar alerta, también lo era que eso no contaba para mucho yendo acompañado de un androide con multitud de sensores y un Jedi sensible a la Fuerza. Lorn se sentía casi ciego yendo al lado de ellos.
Al carecer el puente de pasamanos, progresaban lentamente, y más cuando las planchas, tapaderas y demás objetos sobre los que caminaban no parecían estar muy bien sujetos a las cuerdas que les servían de soporte. De hecho, tenía la sensación de que las habían añadido después de formarse el bastidor del puente. ¿Tal vez por los chton? Resultaba imposible decirlo. El puente, observó Lorn, tenía una construcción muy extraña. Además de los gruesos cables de soporte que corrían a cada lado de los peculiares travesaños sobre los que caminaban, cada pocos metros había cables verticales, algunos procedentes del techo de la caverna, como era de esperar, pero otros que se extendían hacia abajo desde los soportes del puente, perdiéndose en las tinieblas inferiores.
¿Para qué podía servir eso?
Hizo la pregunta en alta voz.
—A juzgar por la profundidad de la excavación —dijo I-Cinco—, yo postularía que pudo utilizarse de punto de acceso a los océanos subterráneos.
Era posible, pensó Lorn. Exceptuando unas pocas zonas de parque, Coruscant estaba edificado sobre masa terrestre. A alguna parte debía haberse ido el agua.
—Pero ¿por qué construir este puente? Es una construcción muy primitiva. ¿Por qué no buscar un modo mejor de desplazarse?
El androide hizo una pausa y miró por encima del hombro con sus brillantes fotorreceptores.
—Puede que lo construyeran los chton. ¿Por qué no te limitas a agradecer que esté aquí dónde y cuándo lo necesitamos? —dijo, continuando con su avance.
—¿Quién se ha meado en tu provisión de energía? —murmuró el corelliano, alzando una ceja.
Detrás de él oyó una risa. Genial. Ridiculizado por su propio androide, y para diversión de un Jedi.
—Tengo que preguntaros cómo es que acabasteis trabajando juntos —dijo Darsha.
—Estoy impresionado. Has conseguido sacar a relucir un tema de conversación menos interesante incluso que el de él —dijo I-Cinco.
—Puede que tú no necesites la distracción —repuso la padawan—, pero a mí me vendría bien tener una tras lo pasado en las últimas horas.
La mujer tenía razón en eso. Para su sorpresa, fue el propio Lorn quien respondió.
—Adquirí a I-Cinco hace unos años, cuando empecé a vender información. Era un androide de protocolo perteneciente a una familia rica que se lo había dejado a sus hijos. Los hijos estaban malcriados y lo usaban para hacer cosas como tirarlo desde lo alto del tejado para ver hasta dónde rebotaba.
El recuerdo le sorprendió por su intensidad. Recordó el olor de la tienda del chatarrero, mezcla de fluidos hidráulicos y el ozono de los circuitos cociéndose. Fue un día húmedo, y él estaba cansado. Apenas hacía unos días que había sido despedido del Templo Jedi, aunque ellos no lo habían llamado así, claro.
No hay emoción; hay paz.
Había leído esas palabras un millar de veces cuando estudiaba a sus enemigos, y combatía el poder que tenían sobre su vida y la de Jax. Las palabras nunca habían tenido sentido para él, y seguían sin tenerlo.
—Pensé que igual contenía secretos interesantes que podrían serme de utilidad, así que lo compré y lo volví a conectar.
Lorn recordaba las primeras palabras del androide. Le habían golpeado con su desesperanza e impotencia, recordándole la suya.
—Soy I-Cinco-YQ, estoy programado para el protocolo —dijo, haciendo una pausa una vez se activó la secuencia principal—. ¿Vas a hacerme daño?
La furia floreció en Lorn al oír esas palabras. Él también había quedado hecho pedazos hacía poco, salvajemente castigado por aquellos que siempre le dijeron que le protegerían.
Los Jedi.
— o O o —
Darsha observó que Lorn se callaba. Algo parecía haber turbado al hombre cuando contaba su historia, algo que ella era reticente a sondear. Decidió preguntar al androide.
—Así que te arregló, ¿y entonces le convenciste para ser su socio?
—No hacía mucho que Lorn había sido maltratado por sus… patrones —dijo I-Cinco tras una pausa—. Sintió que yo era un espíritu afín, o al menos que tenía potencial para serlo. Hizo que un amigo suyo, muy bueno reprogramando androides, me instalara un módulo cognitivo IA de primera línea y desactivó de paso mi anulador de creatividad. Debido a ello, estoy lo más cerca que puede estar un androide de tener una consciencia plena.
—¿Quiénes fueron sus patrones? —tenía que preguntar Darsha, intrigada.
Antes de contestar, el androide miró a Lorn.
—Los Jedi.
Eso había sospechado la padawan. Explicaba que el Maestro Bondara reconociera el nombre, pero ¿por qué y cómo había tratado tan terriblemente mal la orden a Lorn? Que ella supiera, siempre se había portado con justicia con todos los empleados que no eran Jedi. Eso no tenía ningún sentido.
—¿Cuánto tiempo hace que entrenas en el Templo, padawan Assant?
Resultaba evidente que I-Cinco era, como mínimo, un androide mejor que el asignado a vigilar al fondoriano en el piso franco. Ése no la había identificado como padawan.
—He vivido en el Templo prácticamente toda mi vida. Empecé mi entrenamiento formal cuando tenía cuatro años —dijo ella. Y probablemente ha concluido en el día de hoy, añadió en silencio.
—Yo llevo cinco años estándar trabajando con Lorn Pavan.
Entonces, el androide guardó silencio y dejó a Darsha sumida en sus propios pensamientos. Se dio cuenta de que acababa de proporcionarle una llave al misterioso pasado de Lorn.
Retrocedió cinco años con el pensamiento. Por aquel entonces llegó al Templo un nuevo estudiante, de dos años de edad. Darsha lo recordaba por su elevado nivel de midiclorianos. Por supuesto, no se había enterado de todos los detalles, pero el Templo era como un pequeño estanque, y las olas de cualquier discordia viajaban con rapidez por su superficie. Parecía ser que el niño era hijo de un empleado del Templo, despedido en cuanto aceptó que se entrenase a su hijo en la orden, no sabía por qué.
Dirigió a Lorn una mirada apreciativa. Si era el padre del estudiante, y si habían apartado a su hijo de su lado sin su consentimiento… bueno, entonces no era de extrañar que odiase a los Jedi.
Intentó imaginar cómo se sentiría ella en su lugar, pero no pudo.
Volvió a mirar a Lorn y supo que sus sospechas eran ciertas. Desde luego explicaba su actitud hacia ella y el Maestro Bondara. Sintió una gran compasión por él, tanta que tuvo que apartar la mirada para que él no pudiera leerla en su expresión.
Volvió a concentrarse en lo que la rodeaba. Seguía molestándola no haber sentido a los chton antes de que atacaran, y se había jurado no dejar que volviera a pasar algo así. Buscar con la Fuerza formas de vida a su alrededor era una tarea con diferentes grados de dificultad. Los seres inteligentes sensibles a la Fuerza solían ser fáciles de localizar, claro, mientras que las formas inferiores de vida, como los insectos y los animales, apenas emitían alguna señal en su radar mental. Si bien era cierto que su dominio sobre la Fuerza estaba lejos de ser perfecto, eso no era excusa para no esforzarse al máximo. Su Maestro twi’lek le había explicado una vez que la sensibilidad y el control preciso se obtenían con el tiempo. «Cuando yo era padawan», le había dicho, «podía mover un peñasco con facilidad, pero me era prácticamente imposible empujar unas semillas».
Ese pensamiento le recordó que ya era hora de comprobar si les seguía alguien. Desde que entraron en los túneles subterráneos había buscado periódicamente detrás de ellos alguna señal del Sith. No había sentido su cercanía antes del ataque de los chton y seguía esperando que hubiera muerto con el Maestro Bondara. Pero no podía arriesgarse a ser tan complaciente. Cerró los ojos, manteniendo una ligera consciencia de su entorno inmediato con la Fuerza, y envió hacia atrás su consciencia, a lo largo de todo el camino que habían hecho por el viejo puente, recorriendo la cornisa, volviendo al túnel.
Una fría columna de tinieblas se formó en su mente cuando su conciencia llegó al túnel. Irradiaba poder y energía, como la electricidad en una nube de tormenta.
¡Lo tenían justo detrás de ellos!
—Lorn, I-Cinco, ¡tenemos al Sith detrás de nosotros, casi en el puente!
Ninguno de ellos le respondió. Darsha abrió los ojos y por un momento se olvidó de la inminente amenaza del Sith.
Habían encontrado el motivo por el que no les habían perseguido los chton.