Capítulo 20

Obi-Wan Kenobi activó los repulsores de descenso y abandonó el flujo de tráfico aéreo. A medida que su aerocoche descendía en una estrecha espiral hacia la sábana de niebla que marcaba donde empezaban los niveles inferiores, el joven padawan observó las parpadeantes luces de las mónadas y rascacielos que lo rodeaban. Acababa de atardecer, y la luz cereza se desvanecía a medida que descendía.

Miró al panel de instrumentos, asegurándose de que se dirigía a las coordenadas del piso franco del Pasillo Carmesí. A medida que el aerocoche descendía a más profundidad fue fijándose en que el aspecto de los edificios se iba deteriorando, ya fuera por la pintura descascarillada o por las ventanas rotas, pero hasta que no atravesó la capa de niebla no notó un auténtico cambio. A partir de ese momento las ventanas rotas y sin luces se abrían por todas partes como si fueran heridas, y los pocos aeropaseos que unían las estructuras estaban desiertos, con las barandillas dobladas o rotas.

Es un mundo diferente, pensó. Atravesar la capa de nubes era casi como dar un salto hiperespacial a algún planeta decrépito del exterior. Obi-Wan conocía de la existencia de barrios pobres en alguna que otra parte de la superficie de Coruscant, pero nunca había imaginado que pudiera haberlos tan cerca del Templo Jedi, a menos de diez kilómetros de distancia.

Una vez atravesada la niebla, activó los faros superiores e inferiores para poder ver con claridad. El vehículo se detuvo a unos pocos centímetros de la agrietada superficie de la calle. La zona estaba relativamente desierta, a excepción de una docena de mendigos de diversas especies que huyeron en cuanto apareció el aerocoche. Qué raro, pensó Obi-Wan. Esperaba que se amontonaran a su alrededor, suplicando. Puede que tuviera que ver con el hecho de que al anochecer la zona pasaba a ser territorio raptor.

Miró a su alrededor y vio que el saltador de Darsha estaba aparcado no muy lejos de allí, a la sombra de un edificio. Desactivó el campo de seguridad y saltó por encima de su aerocoche.

Cuando el Maestro Qui-Gon le dijo que Darsha Assant había desaparecido, el padawan se presentó voluntario para buscarla antes incluso de que su mentor se lo pidiera. Darsha y él no eran muy buenos amigos, pero había estado en varias de sus clases y le había impresionado la manera en que mejoraba en sus estudios. Se había batido con ella dos veces: él había ganado una, ella la otra. Incluso habían compartido una vez la misma misión. Era lista, y ella lo sabía; era de ingenio rápido, y también lo sabía. Pero nunca le había parecido presuntuosa. El joven Kenobi creía que Darsha tenía todas las trazas de llegar a ser un gran Caballero Jedi. Y no había que presionarlo mucho para que admitiese que también la consideraba agradable a la vista.

De haberse tratado de alguien cuya cercanía no soportase, también habría aceptado sin preguntas la misión de salir en su busca. Después de todo, ése era su deber. Pero, en este caso, siempre había sentido que Darsha era alguien especial incluso entre los Jedi. Esperaba que no le hubiera pasado nada. Pero esa esperanza se desvaneció en cuanto le echó una mirada a su saltador.

Habían destripado la nave. Quedaba poco de ella aparte de la carrocería, las turbinas de impulso, los generadores y los motores repulsores; habían robado prácticamente todo lo que no era demasiado pesado para cargar con ello. El panel de instrumentos tenía un enorme agujero, como si lo hubiera atravesado alguna cuchilla vibratoria, aunque no había ni rastro del arma.

Obi-Wan examinó cuidadosamente el interior del vehículo, usando una pequeña pero potente linterna. No encontró en él ninguna evidencia de lucha, pero vio unas gotas de sangre en el suelo cerca de allí. Resultaba imposible adivinar si era o no sangre humana.

Algo se movió en el confín de su visión.

Obi-Wan se quedó inmóvil, volviéndose lentamente para mirar. No vio nada amenazador en las sombras vespertinas. No obstante, había visto un movimiento, uno furtivo y subrepticio. Había sido exhaustivamente informado de los peligros que representaban las bandas callejeras y los depredadores, tanto humanos como no humanos, del Pasillo Carmesí. No se necesitaba una imaginación hiperactiva para suponer que podía acecharle una de esas amenazas, a punto de atacar. Si había toda una banda de salteadores espiándole, sería difícil defenderse de todos ellos, incluso con un sable láser.

Por fortuna, el sable no era la única defensa que tenía a su disposición.

Obi-Wan Kenobi buscó a la Fuerza. Estaba esperándolo, como siempre. Dejó que su consciencia se expandiera a lo largo de sus invisibles pliegues, como un radar psíquico que buscaba y sondeaba la oscuridad. Si había algún peligro, la Fuerza lo encontraría.

Su mente tocó la de otro. Era una voluntad débil y reptilesca, más acostumbrada a atacar furtivamente desde las sombras que a un enfrentamiento directo. Era una mente humana.

Antes de que el hombre fuera consciente de que estaba siendo explorado, Obi-Wan se apoderó de su mente. La Fuerza, le había dicho más de una vez el Maestro Qui-Gon, puede ser una fuerte influencia para los débiles de mente. Aunque Obi-Wan no era ni de lejos tan eficaz como su tutor, apenas necesitó la habilidad de un novicio para influir en una mente tan débil como aquélla.

—Ven aquí —dijo, con tono tranquilo y autoritario.

De la penumbra emergió un joven humano al que calculó unos dieciséis o diecisiete años estándar. Su vestimenta estaba compuesta sobre todo de cuero y harapos, rematada con una cresta de diez centímetros de alto de pelo verde que se mantenía erguida por un campo electrostático. El padawan pudo notar el miedo y la apagada culpa en su mente, miedo a que su captor supiera de algún modo que su banda y él habían atacado al otro Jedi.

—¿Dónde está? —preguntó Obi-Wan.

—N… no sé a quién te refie…

—Sí, sí lo sabes. La padawan Jedi de este saltador. Dímelo deprisa o…

Obi-Wan bajó la mano, posándola sugerentemente en el pomo del sable láser que pendía del cinto. Nunca iría tan lejos como para utilizarlo, pero una velada amenaza podía hacer maravillas.

Sintió en su propia mente el miedo y el odio de Pelo Verde como si fuera ácido. Le resultó difícil mantener la compostura.

—De acuerdo, nos metimos un poco con ella, pero entendimos su indirecta en cuanto le cortó la mano a Nig, ¿sabes? Vamos, si tantas ganas tenía de quedarse la nave, que se la quedara.

—¿A dónde se fue?

Pelo Verde negó con la cabeza y se encogió de hombros. Obi-Wan escuchó a la Fuerza y supo que le decía la verdad.

—¿Iba con un fondoriano macho?

—¿Ése? —preguntó Pelo Verde con una sonrisa torcida—. Los halcones murciélago se ocuparon de él. Lo que quedó se lo llevó la escoria de la calle.

Obi-Wan sintió que le invadía la desesperación, quedándose tan desolado como las calles que le rodeaban. La misión de Darsha parecía haber sido un completo fracaso que muy bien había podido culminar en su muerte. Por supuesto, peinaría toda la zona, preguntando a todo el que pudiera encontrar, e intentaría sentirla mediante la Fuerza, pero dado el tiempo transcurrido y el inhóspito entorno en que estaba buscándola…

—Había más Jedi —dijo de pronto Pelo Verde—. Yo no los vi, pero me lo han dicho.

—¿Qué te han dicho?

—Alguno de mi sangre vio a alguien en una motojet persiguiendo a otro en un aerocoche. Los alcanzó y tuvieron una gran pelea. La motojet explotó y el coche se estrelló en el Bulevar Barsoom. Hubo una gran explosión. Eso es lo que me dijeron.

Obi-Wan frunció el ceño desconcertado. Los Jedi de los que hablaba Pelo Verde sólo podían ser Darsha y su mentor, Anoon Bondara.

Interrogó más a fondo a Pelo Verde, asegurándose de que podría encontrar el lugar del accidente, y después le liberó de su control mental. El chico no perdió tiempo en desaparecer de la vista. Obi-Wan volvió a su aerocoche y se dirigió a esa dirección, más desconcertado que nunca. Pelo Verde se había atenido a su historia, por muy cuidadosamente que lo interrogara y sondeara mentalmente: dos figuras con capas y capuchas habían sido vistas primero en una persecución a gran velocidad y después en una cornisa de carga, combatiendo con la ferocidad de dos luchadores tyrusianos. La batalla había culminado en dos grandes explosiones al estallar la motojet y el aerocoche.

Obi-Wan negó con la cabeza mientras pilotaba el aerocoche por las oscuras y estrechas calles. Era inútil especular a esas alturas. Con suerte, todo se aclararía cuando llegase al lugar de la explosión.

— o O o —

El lugar se había alterado muy poco desde la explosión del aerocoche; en esa parte de la ciudad podían pasar meses antes de que se asignara a un equipo de androides la limpieza de esos restos. Pero pocas de las preguntas de Obi-Wan encontraron una respuesta tras una detallada investigación de los retorcidos y rotos restos del aerocoche, o del montón de escombros que una vez fue una cornisa de carga. Había tantos cascotes sobre el vehículo del Maestro Bondara que no podía decir si había o no cadáveres debajo. La Fuerza no parecía indicarle que allí hubiera muerto un Jedi, pero habían pasado varias horas y la perturbación que aún permanecía en el campo de energía era sutil y difícil de leer. Puede que el Maestro Qui-Gon Jinn supiera leerla, pero Obi-Wan aún no era tan hábil.

Aun así, sentía que allí había algo turbador. Sentía una maldad poderosa, una fuerte corrupción. Obi-Wan miró nerviosamente a su alrededor. La calle estaba mayormente desierta y silenciosa, pero no era un silencio pacífico, sino uno que le producía cierta sensación de inquietud, de peligro al acecho. La tentación de coger el sable láser y activarlo resultaba casi abrumadora. La combinación de las pocas luces callejeras, de los edificios perdiéndose en las alturas y de la omnipresente cubierta de nubes le imposibilitaban el poder ver más allá de uno o dos metros en cualquier dirección. Podía haber todo un ejército rodeándolo, dispuesto a atacarlo, invisible en esa oscuridad que parecía respirar.

Obi-Wan negó con la cabeza, intentando despejar la repentina sensación de incomodidad que le inundaba. No hay emoción; hay paz. Rendirse a la paranoia no ayudaría a su misión. Tenía que actuar en la creencia de que o bien Darsha o bien el Maestro Bondara, o bien los dos, aún seguían con vida. Según ese presupuesto, tenía que encontrar un testigo de la batalla que pudiera proporcionarle un mejor relato de lo sucedido. Necesitaba hechos, no especulaciones y rumores. No hay ignorancia; hay conocimiento.

Sabía que esto era cierto, pero, aun así, le costó acallar la ansiedad que sentía mientras se dirigía hacia una taberna cercana a hacerle unas preguntas a los clientes.

— o O o —

Dos horas después, Obi-Wan estaba más desconcertado que nunca.

Había encontrado a pocas personas dispuestas a hablar con él sin utilizar la Fuerza, y lo poco que había descubierto era confuso y contradictorio. Una cosa era segura: habían pasado muchas cosas en ese barrio, incluso para el ajetreado estándar del Pasillo Carmesí.

No había encontrado a nadie que admitiera haber presenciado la batalla, pero sí a muchos que habían visto la persecución a gran velocidad entre el aerocoche y la motojet. Algunos dijeron que había algunos Jedi implicados, otros que ninguno. Algunos juraron que un androide pilotaba el aerocoche. Otros estaban seguros de que un Jedi conducía la deslizadora, mientras que otros no. También había descubierto que una figura vestida de negro, según algunos la que pilotaba la motojet, había estado implicada en otra explosión que tuvo lugar en un bloque de cubículos situado a unas pocas calles de distancia. En esa explosión habían muerto varias personas, incluyendo un cazarrecompensas humano. También había tenido lugar un disturbio en un club nocturno propiedad de un hombre del Sol Negro, un hutt llamado Yanth, y donde se comentaba la participación de un encapuchado.

Nada de todo esto parecía tener sentido.

Consiguió encontrar un testigo que parecía estar seguro de que los dos Jedi del aerocoche eran un macho twi’lek y una hembra humana. Debían ser Anoon Bondara y Darsha, dedujo Obi-Wan. Pero seguía sin saber si habían sobrevivido o no a las explosiones. Su informador le dijo que iban con un macho humano y un androide.

Tras meditarlo un poco, Obi-Wan decidió que lo mejor era investigar en el club nocturno. Si ese Yanth era miembro del Sol Negro, seguramente sabría mejor que la chusma callejera lo que había pasado.

—Todo esto no presagia nada bueno —murmuró para sí mientras se dirigía al club nocturno.