Disciplina.
La disciplina es todo. Conquista el dolor. Conquista el miedo.
Y, lo que es más importante, conquista el fracaso.
Fue la disciplina lo que permitió a Darth Maul sobrevivir a una caída de treinta metros sobre un montón de escombros y cascotes; la disciplina de combate teräs käsi, que le proporcionaba un control completo sobre su cuerpo, pudiendo realizar acrobacias aéreas para dirigir su caída y evitar saledizos ornamentales, cornisas y demás obstáculos potencialmente letales; la disciplina del Lado Oscuro, que le permitía manipular la gravedad, aminorando su descenso lo bastante como para golpear el suelo sin convertirse por ello en una bolsa de huesos rotos y órganos desgarrados. Maul pudo dirigir de ese modo la caída de su cuerpo y así sobrevivir, incluso estando medio aturdido a resultas de la inesperada explosión de su motojet.
Pero ni siquiera alguien en tan soberbia forma física como él podría salir de semejante explosión y caída completamente ileso. Tras el impacto, yació semiconsciente entre los restos, apreciando vagamente que a corta distancia tenía lugar una segunda explosión provocada por el aerocoche al estrellarse.
Yació allí, y recordó.
— o O o —
No hay dolor donde hay fortaleza.
A Darth Maul le parecía haber tenido siempre a su lado a su Maestro. Era una parte de su vida, implacable, indomable, inexorable. La disciplina había sido su guía desde mucho antes de aprender a hablar. Darth Sidious le había moldeado, esculpiendo su cuerpo y su mente como si fuera un arma sin fisuras, convirtiendo a un niño débil y plañidero en el guerrero definitivo. Y Maul estaba dispuesto a morir por él, sin preguntas ni titubeos. Los objetivos de Lord Sidious eran los objetivos de los Sith, y éstos debían hacerse realidad, costase lo que costase.
Toda la existencia de Maul había sido un entrenamiento continuo. Todo había sido ejercicio e instrucción desde sus primeros años, desde mucho antes de que la voz se le tornara grave. Había estudiado y aprendido los intrincados movimientos y formas del estilo de combate teräs käsi, con sus pautas de movimientos basadas en las actitudes de caza de diversas bestias de toda la galaxia: la «embestida del wampa», el «rancor rampante», la «serpiente dragón danzarina», y muchas más. Había realizado ejercicios en entornos que iban de la gravedad cero a campos gravitatorios que doblaban el de Coruscant. Había dominado el intrincado y peligroso uso del sable láser de doble hoja. Y todo ello con un fin: ser la mejor herramienta posible al servicio de la voluntad de su Maestro.
Pero no había aprendido sólo a luchar. Las enseñanzas de su Maestro habían abarcado mucho más que eso. También había aprendido discreción, subterfugio, intriga.
Lo que se hace en secreto tiene un gran poder.
Uno de sus primeros recuerdos era el de ser llevado ante el Templo Jedi. Tanto Sidious como él habían ido disfrazados de visitantes. El control que tenía su Maestro del Lado Oscuro había bastado para que sus enemigos no sintieran su presencia, siempre y cuando no entraran en el edificio. De todos modos, eso habría sido improbable, ya que el Templo no estaba abierto a los visitantes. Habían permanecido allí durante la mayor parte del día, señalándole Darth Sidious los diferentes rostros de sus enemigos a medida que éstos salían y entraban. A Maul le resultó emocionante darse cuenta de que podía estar en presencia de los Jedi, mientras escuchaba a su Maestro hablarle de su futura caída, sin que ellos tuvieran ni la más remota idea del inevitable destino que les aguardaba.
Ésta era la gran gloria y la oculta fortaleza de los Sith: el hecho de que sólo eran dos: Maestro y aprendiz. Sus operaciones clandestinas podían tener lugar prácticamente ante las mismas narices de los Jedi, y los muy idiotas no sospecharían nada hasta que fuera demasiado tarde. Pronto llegaría el día de la caída de los Jedi, muy pronto.
Pero para él nunca sería demasiado pronto.
La ira es algo vivo. Aliméntala y crecerá.
El twi’lek con el que combatió no había sido el primer Jedi con el que había cruzado el sable láser, pero no estaba muy lejos de volver a tener ese honor. Había sido revigorizante comprobar que él, Darth Maul, era mejor en combate que sus odiados enemigos. Ansiaba poder enfrentarse a uno de los guerreros Jedi más grandes: Quizá Plo Koon, o Mace Windu. Eso sí que pondría a prueba su habilidad. Y no tenía ninguna duda de que acabaría teniendo esa oportunidad. Su odio por los Jedi era lo bastante fuerte como para hacer real por sí solo una confrontación así.
Pronto.
— o O o —
Recuperó la consciencia, dándose cuenta que estaba tumbado sobre un montón de basura no muy lejos de donde el Jedi había provocado su propio fin y casi también el de Maul. Un saqueador devaroniano estaba a punto de quitarle el sable láser, caído cerca de él. El Sith miró al intruso, y éste no perdió tiempo en desaparecer.
Cogió el sable láser y se puso en pie. Sus músculos, huesos y tendones aullaron de dolor, pero el dolor no significaba nada. Lo único que importaba era saber si había completado o no su misión.
Los retorcidos restos del aerocoche yacían cien metros calle abajo. Maul lo investigó. Había quedado aplastado por grandes pedazos de ferrocreto y duracero que requerirían demasiado tiempo para ser movidos, hasta con la ayuda de la Fuerza. Abrió los sentidos, intentando determinar si el cuerpo de sus enemigos yacía bajo los cascotes. Lo que le dijo la Fuerza le hizo cerrar el puño en gesto de furia.
El aerocoche estaba vacío.
Cabía la posibilidad de que la explosión los hubiera arrojado fuera del coche antes de que cayeran los escombros, en cuyo caso los carroñeros de la ciudad debían haberse llevado los cuerpos del lugar. Pero no estaba seguro de que hubiera pasado de ese modo. Dado el tipo de suerte que había tenido el corelliano hasta ese momento, Maul sabía que sólo se sentiría cómodo informando a Lord Sidious de que por fin estaba resuelto el problema cuando viera el cadáver de Pavan, y a ser posible con la cabeza separada de los hombros gracias a su sable láser.
Empezaba a sentir cierto respeto por ese Lorn Pavan. Aunque gran parte de su capacidad para evadir a su destino podía achacarse a la suerte, el aprendiz de Sith debía admitir que otra parte se debía a los instintos de supervivencia de Pavan. Evidentemente, nunca habría durado tanto tiempo en los niveles bajos de no tener la capacidad de una cucaracha para sentir y evitar el peligro. Aun así, Maul estaba ligeramente impresionado. Cosa que tampoco era muy importante. La habilidad de su presa para permanecer con vida sólo haría que su inevitable triunfo fuera aún más satisfactorio.
Empezó a registrar la zona, rastreando los filamentos del Lado Oscuro, buscando el camino que habían tomado. Vio el quiosco casi de inmediato. Incluso sin la Fuerza para guiarlo, supo que era la única ruta de escape que podían haber tomado. Desgraciadamente, la explosión del aerocoche había cubierto de escombros la entrada al subterráneo.
Se le estaba agotando la paciencia. Cinco metros calle arriba había una rejilla de ventilación que parecía dar al mismo conducto subterráneo que el quiosco. Encendió uno de los extremos de su sable láser y lo hundió en la rejilla. La hoja cortó fácilmente los listones metálicos. La rejilla cayó un segundo después al interior del conducto, y Darth Maul la siguió.
Aterrizó con suavidad. El túnel entero temblaba por el rugido de alguna bestia titánica. Maul alzó la mirada para ver un transporte de carga sin conductor dirigiéndose hacia él a más de cien kilómetros por hora.
Cualquier otro, incluido un atleta entrenado en un campo gravitatorio mucho más pesado, habría quedado aplastado y reducido a papilla. Pero Maul se aferró a la Fuerza y dejó que lo desplazara hacia arriba y a un lado como si estuviera al extremo de una gigantesca banda elástica. El gigante metálico no le acertó por milímetros.
Maul se descubrió parado en una estrecha pasarela que parecía correr a un lateral del conducto. Miró a su alrededor, buscando con los ojos y la mente. Sí… habían escapado por aquí. Su rastro estaba fresco.
Podían huir, pero no esconderse.
Darth Maul reanudó la caza.
— o O o —
El primer pensamiento que tuvo Lorn cuando recuperó parcialmente la consciencia fue que para qué podía molestarse alguien en secuestrarlo y sacarlo de Coruscant para abandonarlo en uno de los gigantescos mundos gaseosos de la galaxia, probablemente Yavin. Resultaba obvio que era eso lo que había pasado, ya que sentía que la gravedad y la presión atmosférica lo aplastaban hasta convertirlo en una pasta sin huesos. Sobre todo a su cabeza. Y fuera lo que fuera lo que estuviera respirando, no se parecía ni de lejos a una cómoda mezcla de nitrógeno y oxígeno.
Igual habían aparcado en una órbita demasiado próxima al horizonte de un agujero negro, y esas fuerzas estaban haciéndole pedazos. Algo que explicaría por qué le dolía la cabeza de forma tan abominable, y por qué no sentía ni las manos ni los pies.
Pestañeó y vio cierta luz de color verdegrís. Se dio cuenta de que yacía sobre un frío suelo de piedra, con los brazos y piernas atados. La luz, por débil y temblorosa que fuera, seguía siendo excesiva para que pudiera encajarla con ese dolor de cabeza. Esta vez sí que he debido cogerla buena, pensó. Puede que I-Cinco tuviera razón en lo de las células de mi hígado, pero no pienso admitirlo delante de él.
Aun así, seguía habiendo algo raro en la situación. Sabía que si se daba la ocasión podía llegar a ser un borracho bastante desagradable, pero nunca había llegado al punto de que tuvieran que atarlo. Hmm. Igual debería volver a abrir sólo un ojo, con mucho cuidado, claro, y echar otro vistazo a su alrededor.
Mirándole a apenas un palmo de distancia había un rostro que no habría imaginado ni en sus peores pesadillas.
Lorn jadeó y se echó instintivamente hacia atrás, intentando apartarse de la monstruosa aparición. El repentino movimiento puso en marcha un detonador térmico que alguien había implantado en su cráneo con muy poco civismo, y el dolor le resultó tan asombrosamente intenso que por un momento se olvidó de la cosa que le observaba.
Pero sólo por un momento.
Eso se acercó a él, mirándolo. No, se corrigió Lorn, no mirando. Uno debe tener ojos para mirar. Todos los componentes de su rostro eran extremadamente repulsivos, pero sin ninguna duda los ojos eran lo peor de todos. Peor que esa mortecina piel blanquiazulada y el largo y musgoso pelo, peor que el ancho boquete sin labios que tenía por boca y que recordaba la entrada a una caverna llena de estalactitas y estalagmitas amarillas, peor aún que la protuberancia semejante a un cráneo que hacía las veces de nariz con dos hendiduras verticales por ventanas.
Los ojos eran desde luego peores que todo eso.
Porque no parecía tener ninguno. Desde los pesados pliegues de la base de la frente hasta las enjutas mejillas sólo había piel albina. Tras esa piel, allí donde debían encontrarse las cuencas de los ojos, se veían dos órganos con forma de huevo agitándose continuamente, girando el uno independientemente del otro. Ocasionalmente se nublaban con un tono más oscuro, como si se deslizaran sobre ellos unas membranas situadas bajo la piel.
A lo largo de los años anteriores, Lorn había tratado con gran variedad de especies alienígenas, acostumbrándose a ver todo tipo de criaturas en las calles y aeropaseos de Coruscant. Pero había algo terrible y obscenamente erróneo en la apariencia de este monstruo. En la de éste y en de los otros que eran como él, ya que los ojos de Lorn se iban haciendo a la difusa luz y podía ver que había al menos una docena, quizá más, acuclillados a su alrededor, formando un semicírculo.
Se echó todavía más atrás, apoyándose en codos y talones. Tarea ésta nada fácil si se tiene en cuenta que aún sentía la cabeza lo bastante grande como para poseer órbita propia. Las criaturas se le acercaron más aún, tambaleándose grotescamente sobre nudillos y piernas contrahechas. Lorn miró desesperadamente a su alrededor, buscando a I-Cinco, sintiendo que en la garganta se le agolpaban los inicios de un grito. Vio a Darsha Assant tumbada en el sucio suelo de piedra, a dos metros de distancia, y a I-Cinco a una distancia semejante al otro lado. La padawan parecía inconsciente, pero respiraba con normalidad. Notó sin gran sorpresa que su sable láser ya no pendía del cinto. I-Cinco yacía con el rostro vuelto hacia Lorn, y el humano pudo ver que sus fotorreceptores estaban oscurecidos. Habían desconectado su control maestro.
Estaban en una gran cámara, de techo sujeto por columnas convergentes. La luz, la poca que había, brotaba del liquen fosforescente que cubría las paredes. El lugar parecía una chatarrería, habiendo aquí y allí piezas rotas de equipo y maquinaria. Apestaba como un osario.
Fijándose mejor, pudo ver dispersos entre los escombros tecnológicos lo que parecían huesos roídos y pertenecientes a diferentes especies.
Lorn ajustó cuidadosamente su posición, poniendo las piernas debajo de él. La cabeza seguía aullándole como un banshee corelliano, pero intentó ignorar el dolor. Si conseguía llegar hasta I-Cinco y volver a conectar el interruptor maestro de su nuca, el androide se ocuparía en poco tiempo de esos horrores subterráneos. Tenían las orejas anormalmente grandes, sin duda dependían del oído para guiarse en la oscuridad. Un buen chillido del vocabulador de I-Cinco provocaría una estampida entre ellos, devolviéndolos a las tinieblas de las que habían salido.
Estaba bastante seguro de dónde se encontraban, aunque ese conocimiento lo consolaba bien poco. De hecho, hacía todo lo contrario. Desde que su pérdida de gracia le arrojó a las malas calles de Coruscant, había oído rumores ocasionales sobre criaturas humanoides involucionadas llamadas chton, que acechaban en las profundidades de los laberintos subterráneos de la ciudad planetaria. Se decía que el morar en la oscuridad durante miles de generaciones les había privado de los ojos. Se suponía que aún conservaban conocimientos tecnológicos rudimentarios, lo cual explicaría la red de electroshock que habían usado para capturar a Lorn y sus camaradas.
También se suponía que eran caníbales.
Lorn nunca había dado crédito a esas historias, considerándolas cuentos para asustar a niños recalcitrantes y hacerlos obedecer, otro mito de los muchos que se daban como hongos en las calles de los niveles bajos. Pero en ese momento resultaba obvio que ese mito concreto era demasiado real.
Los chtons se le acercaron aún más. Uno de ellos se colocó entre Lorn e I-Cinco, aunque igual era una, pues todos iban desnudos a excepción de unos harapientos taparrabos, y su pellejo estaba tan suelto y fofo que resultaba difícil determinar a qué sexo pertenecía cada individuo.
Así es como voy a acabar, pensó Lorn, sorprendiéndose al sentir tan poco miedo. Vaya carrera he tenido; de próspero técnico al servicio de los Jedi a fugitivo a punto de ser devorado por caníbales mutantes en las entrañas de Coruscant. Esto sí que no me lo esperaba.
Los chtons se acercaron más aún. Uno alargó hacia él un hirsuto y pálido brazo. Lorn se tensó. Pensaba luchar, por supuesto. No iría como un nerf al matadero. Era lo menos que podía hacer.
Lo siento, Jax, pensó cuando llegaron hasta él.