Capítulo 17

No hay emoción; hay paz.

No hay ignorancia; hay conocimiento.

No hay pasión; hay serenidad.

No hay muerte; hay Fuerza.

El Código Jedi fue una de las primeras cosas que aprendió Darsha Assant en el Templo Jedi. Cuando era niña, se pasaba las horas sentada en el frío suelo, con las piernas cruzadas, repitiendo esas palabras una y otra vez, meditando sobre su significado y dejando que le llegara hasta los huesos.

No hay emoción; hay paz.

El Maestro Bondara le había enseñado que eso no significaba que debía reprimir sus emociones: «Una de las pocas cosas que tienen en común todas las especies de la galaxia es la capacidad de tener sentimientos. Somos criaturas de emociones, y negar esas emociones nos perjudicaría profundamente. Pero uno puede sentir, por ejemplo, ira, sin verse dominado por ella. Uno puede sufrir sin verse anulado por la pena. La paz de la Fuerza es el cimiento sobre el que se construye el edificio de nuestros sentimientos.»

No hay ignorancia; hay conocimiento.

«La suerte favorece a la mente preparada», le había dicho su mentor twi’lek. Y desde luego los Jedi eran los seres más preparados de la galaxia. Nunca había visto a nadie tan impresionantemente culto como los Maestros Windu, Bondara, Yoda, Jinn y los muchos otros con los que había estudiado o entrado en contacto. Había dudado de su habilidad para mantener una conversación con ellos, o incluso con sus compañeros padawan, como Obi-Wan y Bant. Así que había estudiado con asiduidad, casi de forma obsesiva, aprovechando la increíble riqueza de sabiduría y conocimientos disponibles en las bibliotecas y bancos de datos del Templo. Y había descubierto que cuanto más sabía, más quería saber. A su modo, el conocimiento era tan adictivo como la glitterstim.

No hay pasión; hay serenidad.

Al principio pensó que esto sólo era remachar el primer precepto. Pero el Maestro Bondara le explicó la diferencia. En este contexto, la pasión significa obsesión, compulsión, una fijación abrumadora en algo o alguien. Y la serenidad no era sólo un sinónimo de paz, sino más bien el estado de tranquilidad que puede alcanzarse cuando uno se libera de esas fijaciones, cuando se está en paz con las propias emociones y se reemplaza la ignorancia con el conocimiento.

El Maestro Bondara le había enseñado muchas cosas, le había ayudado a convertir su vida en algo que iba más allá de todo lo que había creído que era su potencial y su destino. Le debía mucho, y ya no podría compensárselo.

No hay muerte; hay Fuerza.

Sabía que si de verdad hubiera interiorizado las primeras máximas del Código Jedi, habría podido obtener consuelo de esta última. Pero era obvio que aún no había alcanzado ese estado, porque no podía encontrar ni paz ni serenidad en el conocimiento de que su mentor había muerto.

Lo único que podía hacer era llorarle.

— o O o —

Permaneció en estado de semiconsciencia por un tiempo indeterminado, sintiendo sólo pena, antes de que un rugir y una creciente vibración que parecían precipitarse sobre ella la despertaran con un sobresalto. Abrió los ojos a tiempo de ver un enorme vehículo de transporte tronar a apenas un metro de distancia de donde se encontraba. Pasó por su lado emitiendo un rugido ensordecedor, para desaparecer luego, llevándose consigo el rugido que se fundió rápidamente en el silencio.

O más bien un silencio relativo, pues seguía oyéndose un zumbido omnipresente perteneciente a maquinaria y equipos de ventilación. Miró a su alrededor para ver a Lorn Pavan sentado contra una pared situada a un metro de distancia, y a I-Cinco parado a su lado. Estaban en un gran túnel, apenas iluminado por unos candelabros fotónicos de pared dispuestos a largos intervalos.

Se dio cuenta de que estaban en uno de los incontables túneles de servicio que recorrían los niveles inferiores de Coruscant como la madeja de vasos sanguíneos que hay bajo una piel viva. Por esos túneles circulaba una corriente interminable de vehículos transportando mercancías y materiales desde fábricas y espaciopuertos a millones de destinatarios por toda la metrópoli planetaria.

—¿Cómo hemos llegado aquí? —preguntó, pero mientras la pregunta abandonaba sus labios, recordó vagamente ser arrastrada de los restos de la aeronave por el androide y bajada por la escalera cuando estallaba la célula energética. No había ninguna duda de que les había salvado la vida a los dos.

—Gracias al androide maravilla —dijo Pavan, señalando al androide con el pulgar—. De no haber sido por él, ya seríamos pasto de las ratas blindadas. A veces vale la pena tenerlo cerca.

—Por favor, nada de efusiones —dijo el androide—. Resulta embarazoso.

Darsha se incorporó con esfuerzo. Por un instante, el planeta se agitó violentamente sobre su eje y las luces se apagaron todavía más, pero las cosas volvieron a estabilizarse. Miró a ver si tenía el sable láser y sintió alivio al descubrirlo colgando de los compartimentos de su cinturón, donde debía estar.

—¿Dónde esta la escalera? —preguntó—. Tengo que ver si…

Si el Maestro Bondara sigue con vida, concluyó para sí misma. No podía animarse a decirlo en voz alta, por miedo a que uno de ellos pudiera decirle lo que ya sabía.

—La escalera no te servirá de nada —dijo Pavan, señalando a un nicho situado a dos metros de ellos—. La explosión de la aeronave derribó sobre ella una tonelada de escombros. Habrá que buscar otra salida.

—Entonces, será mejor ponerse en marcha. Tiene que haber otra escalera de acceso en esta ruta.

—¿Por qué no pides ayuda? —preguntó Pavan—. Tienes un comunicador, ¿no?

—Tenía uno, pero se me averió —repuso, pensando entonces que debía haberlo cambiado cuando estuvo en el Templo.

—Es la primera vez que veo a un Jedi que no está preparado para todo —repuso Pavan alzando una ceja. En su voz había una nota de sarcasmo.

Darsha contuvo la réplica que asomaba a sus labios. El hombre no necesitaba mucho para acabar en su lista de personas que menos le gustaban; después de todo era el responsable indirecto de la muerte del Maestro Bondara. Pero, por otra parte, la había salvado al impedirle caer de la aeronave.

—¿No tienes tú un comunicador? —preguntó.

Pavan se removió con gesto incómodo y no contestó.

—Sí que lo tiene —dijo I-Cinco—. Y funciona perfectamente, pero tiene la batería gastada y no tenía dinero para recargarla.

Darsha no replicó nada a esto; su silencio reflejaba claramente cómo se sentía.

—Igual deberíamos ir moviéndonos —dijo Pavan, levantándose—. Antes de que otro…

Sus palabras quedaron ahogadas por el paso de otro transporte. Volvieron a pegarse contra la curvada pared del túnel mientras pasaba ante ellos. Los transportes automatizados eran esbeltas y pesadas balas que prácticamente llenaban todo el hueco del túnel, moviéndose a velocidades de cien kilómetros por hora gracias a sus motores repulsores.

—Démonos prisa —repuso Darsha cuando desapareció en la distancia—. O nos quedaremos sordos en menos de una hora si seguimos aquí.

Se movieron con rapidez, en fila india, por la estrecha acera. Importaba poco la dirección en la que fueran, ya que el objetivo era abandonar cuanto antes el tubo de transporte. El androide iba delante, ya que sus fotorreceptores eran los más capacitados para ajustarse a la escasa luz.

Justo cuando empezaba a oírse detrás de ellos el temblor de otro transporte, vieron otra cavidad con una puerta. Estaba cerrada, pero el dedo láser de I-Cinco acabó rápidamente con ese obstáculo, y pudieron cruzarla apresuradamente en el momento en que pasaba el vehículo de carga.

Descontando el hecho de que ya no había convoyes pasando por su lado, no podía decirse que su nuevo paradero fuera una gran mejora. Al menos el tubo de transporte estaba razonablemente limpio e iluminado. Y, lo que era mejor, si bien no conducía a la superficie, al menos se mantenía horizontal.

En cambio, allí se encontraban ante una nueva escalera, pero que conducía hacia abajo en vez de hacia arriba. No parecía que tuvieran otra opción que usarla. No había luces, y la única iluminación provenía de unos líquenes fosforescentes que crecían en las paredes, cuya luz apenas bastaba para verse unos a otros y a los escalones más próximos. Las paredes de ferrocreto rezumaban algo viscoso y había cierto olor a podredumbre en el aire.

Por fin llegaron al final de la escalera, que daba a una pequeña cámara iluminada por un único y titilante candelabro fotónico. En la pared situada ante la escalera se abrían tres túneles diferentes. Se suponía que los carteles situados encima de ellos daban indicación de a dónde conducían, pero sucesivas capas de graffiti habían acabado por volverlos ilegibles.

—Yo tenía el localizador en el comunicador —comentó Darsha—. No tengo ni idea de por dónde ir.

—Por suerte, yo tengo incorporado un posicionador planetario. Si querernos ir en dirección al Templo Jedi, nos vendría mejor tomar éste —dijo I-Cinco, señalando el túnel de la izquierda.

—Un buen argumento para tomar el túnel de la derecha —murmuró Pavan.

Darsha le miró un instante a los ojos, apartando luego la mirada.

—Intento conduciros a un lugar seguro. Si preferís enfrentaros a nuestro amigo de arriba, por mí vale. Yo puedo contarle al Consejo lo del bloqueo tan bien como vosotros.

—Oye, que seguro que el Sith resultó vaporizado al mismo tiempo que tu colega Jedi —repuso él, mirándola a los ojos—. Les deseo un buen viaje a los dos.

Darsha sintió que la invadía una fría rabia. Sin apartar la mirada de él, le hizo una pregunta al androide.

—¿Qué posibilidades crees que hay de que el Sith haya muerto?

—Dado el hecho de que, en nuestro breve y periférico encuentro con él, ha sobrevivido ya a varios atentados contra su vida, matando de paso a unos cuantos seres, yo no le daría por muerto mientras no viera su cadáver. Y entonces, yo lo congelaría en carbonita sólo para asegurarme.

Darsha asintió.

—Estoy de acuerdo. Pero tienes derecho a tener tu propia opinión, Pavan. Puede que sea más seguro que nos separemos. Después de todo parece que es a ti a quien busca.

Se dio cuenta de que decir eso era un error, incluso mientras lo decía. No necesitaba ver la mirada que se cruzaron el robot y el humano para saber que no podría enfrentarlos. Fuera cual fuera el lazo que los unía era lo bastante fuerte como para resistir a la adversidad, incluso en situaciones como ésa.

—Tiene razón en lo de que eres su objetivo principal —le dijo I-Cinco a su amigo—. Puede que tu única salida sea que los Jedi te den santuario. ¿Estás dispuesto a aceptar eso?

—Pues, claro —replicó él, frunciendo el ceño—. No soy estúpido. Pero eso no significa que me divierta la situación.

—Cierto —repuso Darsha—. Pero al menos podías intentar ser sociable. Si vamos a tener que permanecer un tiempo juntos, podríamos intentar que fuera lo más agradable posible. —Se volvió para mirar el túnel de la izquierda, dio unos pasos hacia él y después se volvió para mirarle a la cara—. Anoon Bondara murió por salvarte la vida. No quiero oír más comentarios despreciativos sobre él.

Ni Pavan ni el androide replicaron a esto. Cuando ella empezó a bajar por el túnel, la siguieron a escasos pasos de distancia.

No hay emoción; hay paz. Bueno, puede que algún día. Después de todo, aún no era una Jedi de pleno derecho, y tal como iban las cosas, no parecía que llegara a serlo nunca. Pero hay verdades que resultan evidentes sin usar la Fuerza. Como el hecho de que un Anoon Bondara valía lo que toda una flota de Lorn Pavans.