Nute Gunray se encontraba en sus aposentos del Saak’ak, intentando disfrutar de un masaje de moho, y fracasando en el intento, cuando sonó su comunicador privado. La masajista había restregado toda su forma desnuda con mantillo verde licuado y le estaba presionando con la rodilla los nódulos musculosos del torso, tan tensos que podía oírlos crujir.
Asintió con un gruñido y la imagen de Rune Haako se formó cerca de la mesa de masajes. El diplomático no parecía muy feliz, pero eso significaba poco en sí mismo; los neimoidianos como especie rara vez parecían felices.
—Tengo noticias —dijo Haako en voz baja.
—Ven a mis aposentos —replicó Gunray, y la holoimagen se apagó.
Fueran cuales fueran las noticias que tenía Haako, era preferible oírlas en persona, en la intimidad de sus aposentos. El virrey no pensaba correr riesgos, aunque se suponía que todo el personal a bordo del carguero era leal a él y a su causa. Sabía muy bien lo fácilmente que podía comprarse la fidelidad de sus camaradas y esbirros.
Despidió a la masajista, se puso una bata bermellón y caminó inquieto por la sala, esperando la llegada de Haako. Las exigencias del protocolo dictaban que se sentara cómodamente en un sofá o una silla, mostrando una actitud despreocupada que indicaba que, fueran cuales fueran las noticias que le llevara Haako, no podían ser lo bastante importantes como para preocuparlo de algún modo. Pero a esas alturas le importaban bien poco esas formalidades. Hacía casi cuarenta y ocho horas que no tenían noticias del cazador de recompensas que habían contratado, y tampoco las tenían del paradero o los planes de Hath Monchar. Esperaba ver en cualquier momento la presencia holográfica de Darth Sidious materializándose ante él y pidiéndole que volviera a reunir a los cuatro para seguir hablando de los planes para el bloqueo de Naboo. ¿Y qué pasaría cuando Gunray no pudiera explicar la ausencia de Monchar? Hizo una mueca cuando se le llenó el saco estomacal de ácida bilis con sólo pensar en esa conversación. Sabía que se le estaba formando una úlcera de primera en el abdomen inferior, pero no podía hacer mucho por impedirlo.
El panel de la puerta se abrió dando paso a Haako. Un momento después, entró Daultay Dofine. Gunray se preparó; una mirada a la pose abatida y el gesto furtivo de sus compañeros le dijo que las noticias no eran buenas.
—Acabo de tener noticias de nuestro representante consular en la embajada de Coruscant —dijo Haako. El que estuviera dispuesto a saltarse los preámbulos de esgrima verbal e ir directamente al grano evidenciaba sobradamente que su preocupación era tan grande como la de Gunray—. Han matado a uno de los nuestros en ese mundo.
Gunray tuvo que forzar a sus glándulas salivales para que le humedecieran el paladar antes de poder decir algo.
—¿Era Monchar?
—De momento no lo sabemos con seguridad —dijo Dofine—. Parece ser que tuvo lugar una explosión, aunque la investigación sigue sin confirmar la causa de la muerte. Aún está pendiente su identificación genética.
—No obstante —continuó Haako, bajando la voz y mirando a su alrededor como si esperase que Darth Sidious apareciera en cualquier momento—, en la escena se encontró un trozo de tela arrancada perteneciente a la mitra de un virrey delegado.
Nute Gunray cerró los ojos e intentó imaginarse cómo sería la vida de un granjero de estiércol en Neimoidia.
—Además —dijo Dofine—, se encontraron otros cuerpos en el lugar de la explosión. Uno de ellos ha sido identificado sin error posible: la cazadora de recompensas Mahwi Lihnn.
Seguro que la recogida de estiércol tenía sus partes buenas, se dijo Gunray. Por ejemplo, el no tener que volver a tratar con el Sith.
—Creo que debemos asumir el hecho de que Hath Monchar no está ya entre los vivos —dijo Rune Haako, apretándose las manos como si le estuviera arrancando la vida a un sapo de los pantanos que pensara tomarse de aperitivo.
—Esto es un desastre —lloriqueó Dofine—. ¿Qué le diremos a Sidious?
Sí, ¿qué?, se preguntó el virrey de la Federación. Oh, no es que no pudieran inventarse una buena cantidad de mentiras, no, la cuestión era si el Señor Sith se las creería. Ésa era la principal cuestión. Y, por mucho que odiara admitirlo, la respuesta era que, con toda seguridad, no. Vio mentalmente el rostro encapuchado de Sidious y no pudo evitar un escalofrío. Esos ojos ocultos por esa capucha podían ver el engaño y el subterfugio con la misma facilidad con que los rayos X penetraban en la carne para iluminar los huesos del interior.
Pero ¿qué otra opción tenían? Aunque la idea de hacerlo le molestaba de manera muy primaria, Gunray sabía que siempre podían recurrir a admitir la verdad: que Monchar se había marchado, y que no sabían ni a dónde ni por qué motivo… aunque cualquiera con el cerebro de un gamorreano sin oxígeno podría extrapolar una explicación sin mucha dificultad. Pero la verdad llevaba implícitos sus propios riesgos, entre los que destacaba no haberla admitido la primera vez que Sidious notó la ausencia de Monchar.
Tanto la veracidad como la prevaricación parecían igualmente peligrosas. Ésa era la peor pesadilla de un neimoidiano: una situación donde resultaba imposible encontrar una salida. Gunray bajó la mirada y descubrió que se frotaba las manos con la misma intensidad que lo hacían Rune Haako y Daultay Dofine.
Sólo había una cosa segura. Pronto, muy pronto, tendrían que decirle algo al Señor Sith.
— o O o —
El Maestro Yoda entró en la antecámara de conferencias, una pequeña habitación situada en un lateral de la Cámara del Consejo. Mace Windu y Qui-Gon Jinn ya estaban sentados ante la mesa de madera de pleek. Detrás de ellos había una ventana de acero transparente que se alzaba del suelo al techo y ofrecía una visión panorámica del interminable cenagal arquitectónico que era Coruscant, así como de su constante tráfico aéreo.
Yoda se desplazó lentamente hacia una de las sillas. Se apoyaba en su bastón al caminar, y Windu debió contener una sonrisa al ver su avance. Aunque Yoda debía ser el miembro más viejo del Consejo, con bastante más de ochocientos años estándar, de ningún modo era tan decrépito como a veces parecía querer aparentarlo. Si bien era cierto que se había hecho más lento con los años, su habilidad con el sable láser seguía sin tener rival en todo el Consejo.
Windu no habló hasta que su colega no estuvo sentado.
—Todavía no he considerado necesario convocar una reunión general del Consejo por esto. Pero, aun así, creo que es un problema del que debemos ocuparnos cuanto antes.
Yoda asintió.
—Del asunto del Sol Negro hablas.
—Sí, concretamente de Oolth el fondoriano y de la padawan Darsha Assant, a la que enviamos para traerlo aquí.
—¿Ha habido alguna noticia de ella? —preguntó Qui-Gon Jinn.
—Ninguna. Ya han pasado casi cuarenta y ocho horas. La misión no debió ocuparle más de cuatro o cinco.
—Anoon Bondara también ha desaparecido —dijo Yoda, reflexionando—. Coincidencia dudo que sea.
—¿Crees que Bondara salió en busca de Assant? —preguntó Windu.
Yoda asintió.
—Sería comprensible —repuso Jinn—. Assant es su padawan. Iría en su busca de creerla en peligro.
—Pues claro que lo haría —replicó Windu—. Pero ¿por qué no informó a nadie de sus intenciones? ¿Y por qué no hemos recibido un comunicado de ninguno de ellos?
El silencio reinó por un instante cuando los tres Maestros Jedi meditaron sobre esos asuntos.
—Quizá alguna infracción ella cometió —dijo Yoda—, quizá él lo sabía o sospechaba. Protegerla de sus repercusiones él querría.
—Anoon siempre fue de los que se saltan normas y restricciones —asintió Jinn.
Mace Windu miró a Jinn y alzó una ceja. Éste sonrió ligeramente y se encogió de hombros.
—Tiene sentido —dijo Windu—. Debe ser algo así. Pero, por muy nobles que fueran sus intenciones, no podemos permitir que él o su discípula actúen sin el conocimiento o consentimiento del Consejo.
—En este asunto de acuerdo estamos —dijo Yoda—. Enviar un investigador debemos.
—Sí —dijo Windu—. Pero ¿a quién? Dada la actual situación del Senado de la República, tenemos en estado de alerta a todos los miembros veteranos, y puede que sigan así por un tiempo.
—Tengo una sugerencia —dijo Qui-Gon Jinn—. Enviad a mi padawan. Si hay miembros de Sol Negro implicados, él podrá sentirlo.
—¿Obi-Wan Kenobi? Muy grande la Fuerza en él es —musitó Yoda—. Buena decisión sería.
Mace Windu asintió lentamente. Yoda tenía razón. Pese a no ser todavía un Caballero Jedi de pleno derecho, Kenobi había demostrado sobradamente su talento para el combate y la diplomacia. Si alguien podía descubrir qué había pasado con Bondara y Assant, ése era él.
El veterano miembro del Consejo se levantó.
—Entonces, está decidido. Qui-Gon, explícale la situación a Kenobi y que salga cuanto antes. Hay algo más en todo esto…
Windu guardó silencio por un momento.
—Sí —dijo Yoda con seriedad—. Esto un accidente no fue.
Qui-Gon Jinn no dijo nada; se limitó a asentir y a levantarse.
—Obi-Wan saldrá de inmediato hacia el Pasillo Carmesí —les dijo.
—Que la Fuerza con él sea —repuso Yoda con voz queda.