Darsha sintió la turbación en la Fuerza al mismo tiempo que el Maestro Bondara. Ya casi habían alcanzado el nivel de las nubes cuando sintieron las oscuras vibraciones provenientes de abajo; se miraron simultáneamente, sumidos en la sorpresa, y el twi’lek maniobró el aerocoche para que bajase hacia la calle.
Ninguno de los dos dijo nada; Darsha no sabía cómo había podido afectar a su mentor ese impulso de odio y destrucción que reverberaba desde abajo, pero a ella la intensidad del estallido empático la había dejado temblorosa y con náuseas. Allí abajo había alguien bien versado en el uso de la Fuerza y, para colmo, muy poderoso. No había duda de que ya habían tenido lugar varias muertes, y ocurrirían más. No sabía quién había muerto ni quién corría peligro, pero no podían ignorar un uso tan potente y salvaje de la Fuerza. Tenían que descubrir al responsable, y detenerlo si podían.
El Maestro Bondara estabilizó la nave a unos veinte metros de la calle, desplazándose por entre el laberinto urbano con toda la rapidez que le permitía la prudencia. Los faros del aerocoche iluminaron la estrecha avenida y al doblar una esquina vieron, a unos cien metros de distancia, al presunto responsable de la pulsación que habían sentido: un bípedo alto, vestido con ropas negras, cubriendo el terreno con la ayuda de la Fuerza en una serie de gigantescos saltos.
¿Quién, o qué, podía ser él? No era un Jedi, eso era seguro. Manejaba la Fuerza con la seguridad de un Maestro, pero ningún Jedi proyectaría unas emanaciones tan oscuras.
Sólo había una explicación, pero Darsha sintió que su mente rechazaba la idea apenas brotó de su mente. No podía ser. Era imposible.
No tenía tiempo para meditar sobre ello. Ya podía ver delante a los dos que eran el objetivo del hombre oscuro, algo que resultaba obvio por la forma en que huían aterrados.
El hombre oscuro alcanzaría a su presa en otro gargantuesco salto. A Darsha sólo se le ocurría una manera de detenerlo y, a juzgar por la dirección que llevaba el aerocoche, era obvio que el Maestro Bondara había pensado en la misma táctica.
El aerocoche pasó por encima de la figura de negro a una altura cuidadosamente calculada para que la Fuerza de los repulsores lo aturdiera pero no lo matara. Salió bien, y cuando el vehículo descendió un poco más allá, Darsha miró detrás de ellos para ver al misterioso asaltante caído en la calle, las renegridas ropas como una mancha negra contra la oscuridad general. Entonces, el Maestro Bondara detuvo el vehículo junto a los dos fugitivos. La aprendiz notó con sorpresa que uno de ellos era un androide.
—Subid —dijo Bondara al humano—. Está inconsciente, pero no sé por cuánto tiempo…
—No mucho —repuso el androide, señalando al perseguidor.
Darsha miró hacia atrás y, para su sorpresa, vio que el oscuro ser estaba levantándose. No podía creer que se recuperase tan rápidamente del golpe.
—¡Subid! —gritó el Maestro Bondara—. ¡Ahora!
El humano, que había mirado a Darsha y a su mentor con una extraña expresión donde se mezclaban alivio y desagrado a partes iguales, pareció decidir que ellos eran de lejos el menor de dos males. Saltó al asiento trasero seguido por el androide. Darsha volvió a mirar hacia atrás para ver que el oscuro saltaba hacia ellos. Estaba tan cerca que pudo verle la cara, y no recordaba haber visto nunca un rostro más temible. Entonces, su cuello sintió un doloroso tirón cuando el Maestro Bondara empujó los controles de ascenso y el aerocoche ascendió como un cohete.
Pero no con la suficiente rapidez. El vehículo tembló por un golpe propinado al sólido tren de aterrizaje, escorándose a un lado. Mientras su mentor luchaba con los controles, Darsha vio una mano con un guante negro agarrarse a la tronera trasera de la cabina.
Debió usar la Fuerza para saltar, pensó ella, cuando el aerocoche estaba ya a diez metros del suelo. La idea pasó por su mente al tiempo que extendía ambas manos en un gesto de empujar, lanzando contra esa mano un golpe invisible pero potente. La mano perdió asidero y la nave volvió a estremecerse cuando el oscuro ser cayó a la calle.
—¡Subamos a los niveles superiores! —gritó ella, pero apenas pronunció esas palabras vio la expresión en el rostro de su Maestro.
—No podemos —dijo.
— o O o —
La rabia que sintió Darth Maul al ver que Pavan y su androide volvían a escapar de sus garras se vio casi mitigada al darse cuenta de que los Jedi habían entrado en el juego. Por fin un enemigo digno de su atención, ¡alguien con quien poder medir su temple! Recuperándose de los efectos del campo repulsor, cargó contra el aerocoche que se elevaba, conectando el sable láser y atacando con él los mecanismos situados bajo el vehículo. Que su golpe había causado daños resultaba evidente por la manera en que la nave se inclinó a un lado. Se envolvió en la Fuerza y saltó, consiguiendo agarrarse con una mano a una tronera, pero antes de que pudiera subir a la cabina sintió que el Jedi más joven le atacaba con un poder considerable, suficiente para forzarle a soltar el asidero y precipitarse a la calle.
Aterrizó con suavidad, con la Fuerza acolchando la caída. Antes incluso de que sus botas tocaran el suelo, activó el comunicador de muñeca para enviar el código de mando que activaría su motojet, haciéndola ir hasta él siguiendo su señal. Mientras hacía esto, vio que el aerocoche se estabilizaba y salía disparado hacia adelante, doblando una esquina un instante después y desapareciendo de su vista.
No importaba, se dijo mientras esperaba la llegada de su deslizadora; sería fácil rastrear el aerocoche usando la Fuerza, y más con algunos Jedi a bordo. Pavan y su androide habían tenido mucha suerte en ese día, pero esa suerte se les estaba terminando.
— o O o —
—El ajuste vertical de los repulsores está dañado —dijo el Jedi que pilotaba la nave.
—¿Qué significa eso? —preguntó la mujer. Era más joven que su compañero, más joven incluso que Lorn.
—Eso significa —contestó I-Cinco, adelantándose al Jedi—, que aunque podemos movernos lateralmente y descender, no podemos ascender más arriba de este nivel.
Lorn miró por encima del hombro. En esa continua oscuridad resultaba difícil calcular a qué altura estaban, pero le pareció que había unos veinte metros hasta la calle. El aerocoche se movía con gran velocidad. Era un nivel con poco tráfico aéreo, lo cual era una suerte, dado el escaso margen de maniobrabilidad que permitían las estrechas y retorcidas calles.
Miró a los Jedi. Él era un twi’lek que aparentaba tener más de cuarenta años. Lorn no recordaba haberle visto por el Templo. Claro que eso no significaba nada; había muchos Jedi con los que había tenido poco o ningún contacto.
La ironía de la situación le habría provocado risa de no estar todavía tan terriblemente aterrado. ¡Un Jedi le había rescatado de las letales garras de un Sith! Aun así, debía admitir lo providencial que había sido su aparición. Aunque le molestase admitirlo, incluso ante sí mismo, y más dado que no parecía que I-Cinco y él fueran a salir ya en dirección a los mundos exteriores, en esos momentos el lugar más seguro para ellos era el Templo Jedi.
En los últimos minutos habían pasado tantas cosas, y prácticamente todas ellas desastrosas, que aún no había conseguido asimilarlas. El Jedi dobló otra esquina, y Lorn sintió que la inercia aplastaba su cuerpo contra el campo tractor de baja intensidad diseñado para prevenir lesiones en caso de accidente.
—¡Tómatelo con calma! No hay manera de que pueda alcanzarnos yendo a pie.
—Ya no va a pie —dijo la mujer con voz tensa.
— o O o —
Darth Maul saltó a la motojet cuando ésta pasó por su lado. Cerró ambas manos en los aceleradores del manillar y los conectó. El zumbido del motor repulsor aumentó cuando la deslizadora salió disparada hacia adelante. Maul se inclinaba en las curvas mientras la motojet doblaba una esquina tras otra.
No había necesidad de activar el sistema rastreador. Los Jedi y su presa brillaban en su mente como faros gemelos; podía sentirlos en el aerocoche que iba delante de él. La motojet se desplazaba a una velocidad superior a la de ellos. Los alcanzaría en pocos minutos.
Maul sonrió con salvajismo. No necesitaría más de un momento para acabar con Lorn y el androide. Y, a continuación, vería cómo eran de buenos esos Jedi. Ya hacía demasiado tiempo que no sentía el entrechocar de su sable láser contra otro, que no oía el chirriante grito de hojas energéticas en conflicto, que no olía ese regusto a ozono. Demasiado tiempo.
— o O o —
—¿Por qué os busca el Sith? —gritó el Maestro Bondara por encima del aullido del motor.
Aunque Darsha había llegado a la misma conclusión, no por ello dejó de sentir un shock en lo más hondo de su ser cuando oyó a su Maestro articular en voz alta lo que ella pensaba. Por supuesto, había aprendido en sus estudios muchas cosas sobre los Sith, pero todos los datos y lecturas parecían unánimes al llegar a la conclusión de que ya no existía la antigua orden oscura. Pero ¿qué otra cosa podía ser esa criatura de la noche que todavía seguía tras ellos? Sabía cómo usar la Fuerza, pero resultaba obvio que no era un Jedi. Eso no dejaba muchas salidas.
Se dio cuenta de que el humano y el androide se miraban y supo que habían llegado a un acuerdo silencioso sobre algo. Entonces habló el androide.
—Negociamos con información —dijo, y algo, o más bien la ausencia de algo, en el timbre de su voz sorprendió a Darsha. No distinguía en él nada de la obsequiosidad que suele ser norma en los androides, y más cuando pertenecen a una serie de protocolo. En su tono y sus maneras había una confianza que destacaba incluso en la tensión del momento—. Me llaman I-Cinco y mi socio es Lorn Pavan —continuó diciendo.
Darsha notó que su Maestro echaba una mirada rápida a Pavan antes de volver a concentrarse en los mandos.
Conoce ese nombre, pensó ella.
—Hace poco fuimos contactados por un neimoidiano llamado Hath Monchar que deseaba vendernos un holocrón con detalles de un embargo comercial que la Federación de Comercio piensa imponer a Naboo.
El Maestro Bondara no dijo nada por un momento.
—¿Es en represalia por el nuevo impuesto que acaba de establecer el Senado de la República a la Federación de Comercio?
—Sí —replicó Pavan—. La Federación teme que ese impuesto reduzca sus beneficios.
—Naboo depende de las importaciones para mantener su modo de vida. Ese embargo puede ser desastroso para su pueblo —comento el Jedi, girando el aerocoche por otra esquina. Los peatones se dispersaron a derecha e izquierda, sabedores del peligro potencial que representaban los rayos repulsores de un vehículo que viaja a tan baja altura—. Pero eso no explica por qué quiere mataros ese Sith.
Darsha se admiró ante la ecuanimidad del Jedi; mantenía esa conversación como si estuviera en una de las cómodas salas de lecturas del Templo, en vez de en un aerocoche averiado y recorriendo una ruta peligrosa a máxima velocidad.
—Resulta comprensible que los neimoidianos no quieran que se difunda esta información —dijo I-Cinco—. En cuanto a los Sith, no sabemos ni cómo ni por qué están metidos en esto, pero fue ese mismo ser que ahora nos persigue quien asesinó a Hath Monchar.
—¿Qué ha sido del holocrón? —preguntó Darsha.
—Se lo estábamos vendiendo a un hutt llamado Yanth, cuando llegó el Sith —respondió Lorn—. Yo diría que el hutt está muerto y que el Sith destruyó el cristal o que lo lleva consigo.
—Debemos comunicar de inmediato esa información al Consejo —dijo el Maestro Bondara—. Debéis ser mantenidos a salvo hasta que nos ocupemos de la amenaza del Sith.
Darsha miró a Lorn Pavan y vio en su expresión una mezcla de frustración y resignación.
—Son Jedi —murmuraba para sí mismo—. ¿Por qué tenían que ser Jedi?
Ella miró hacia atrás. Su complicado recorrido los había llevado hasta una parte de la ciudad algo menos oscura, y ya podía ver con claridad la silueta de la motojet que les perseguía. Incluso sin la Fuerza para confirmárselo, habría estado segura de que era el Sith quien iba en ella.
—Ahí está ya. Nos gana terreno con rapidez —dijo, viendo cómo el rostro de Pavan empalidecía, pero sin que pareciera entrarle pánico. Bien. Lo último que necesitaban en ese momento era tener que tratar con otro Oolth.
Miró al Maestro Bondara y vio que apretaba la mandíbula con decisión.
—Coge los controles —le dijo a su discípula.
La orden le dejó sorprendida, pero el tono de voz no daba pie a preguntas. Se puso a los mandos mientras el Maestro Bondara se levantaba y apartaba de los mandos, posando después el pie en la barra acolchada que separaba los asientos delanteros de los traseros. Miró a la videopantalla retrovisora y vio que el Sith estaba a apenas cinco metros detrás de ellos. Éste sacó el sable láser, activando los dos rayos gemelos.
—¡Llévalos de vuelta al Templo! —gritó el Maestro Bondara.
Y, entonces, antes de que Darsha pudiera darse cuenta de lo que pretendía, y mucho menos protestar o intentar detenerlo, el Jedi se puso en pie en el asiento trasero, entre Pavan e I-Cinco. Activó el sable láser, dio dos pasos sobre el compartimento trasero del motor, y saltó del aerocoche en marcha.