Lorn examinó el sucio y mal iluminado interior. La Posada del Dewback tenía un aspecto todavía menos respetable que la Piedra Brillante a la que solía ir, y eso era decir mucho. No había mucha clientela, pero la que había parecía estar compuesta por veteranos combatientes. Lorn se fijó, entre otros, en un devaroniano al que le faltaba un cuerno, en un wookie moteado que parecía haber perdido la mitad del pelo y un sakiyan de calva recosida con ondulado tejido queloide.
I-Cinco también examinó el lugar a su vez.
—La cosa no para de mejorar —dijo el androide.
Lorn se fijó en un cartel de encima de la barra donde estaba escrito «Prohibida la entrada a los androides» en básico. También notó que varios de los clientes miraban con sospecha a I-Cinco.
—Creo que será mejor que esperes fuera —le dijo al androide—. Lo siento.
—Creo que podré soportar el rechazo —repuso I-Cinco, volviendo al exterior.
Lorn vio un neimoidiano en una mesa situada en un rincón, sentado solo; parecía muy incómodo. Cuando empezó a caminar entre las mesas, oyó que la puerta se abría a su espalda, y atisbó por el rabillo del ojo a la forma encapuchada y envuelta en una capa que entraba en ese momento. El recién llegado tenía un aspecto de lo más siniestro, pero también lo tenían los demás clientes del lugar, con la posible excepción del neimoidiano, así que Lorn no se fijó en él.
Cuando se acercaba a la mesa, notó que una presa de acero le sujetaba bruscamente los brazos.
—¡Eh! —exclamó, intentando liberarse, pero su atacante era un trandoshano mucho más fuerte que él. Sus forcejeos llamaron la atención del neimoidiano, el cual alzó la mirada.
—¿Es usted Lorn Pavan?
—Lo soy. Aparte a su matón.
—Suéltalo, Gorth —dijo, con un gesto.
El trandoshano soltó a Lorn. Éste cogió una silla y se sentó frotándose los brazos, que se le habían entumecido por el abrazo del ser reptiliano.
—Discúlpeme —continuó el neimoidiano, mirando por todo el bar—. Comprenderá que quiera tener alguna protección en un lugar como éste. Gorth me ha sido muy recomendado.
—Puedo ver por qué —dijo Lorn—. Vayamos al grano. ¿Qué es lo que tiene?
— o O o —
Cuando Darth Maul entró en la ratonera conocida como Posada del Dewback, no se echó atrás la capucha y se sentó en el rincón más oscuro del local. Cuando alguna de las débiles mentes que le rodeaban hacía que sus propietarios aventurasen una mirada en su dirección, la Fuerza anulaba o desviaba ese interés. En esos antros de debilidad mental siempre solía ser prácticamente invisible, tal y como él deseaba.
Había localizado de inmediato a su presa. El ansia de acercarse a ella y separarle la cabeza del cuerpo le era tentadora, pero sabía que hacerlo sería una locura. Tendría que matar primero al gran guardaespaldas trandoshano, y probablemente también al corelliano. Matar a tres personas es algo que no pasa desapercibido, ni siquiera en un antro como ése. Que no resultaba conveniente llamar la atención en un lugar público era algo que su Maestro le había enseñado a muy tierna edad. Los Sith son poderosos, pero sólo son dos. Por ello habían convertido a la discreción en una de sus principales armas.
Y en ese local había demasiados clientes para poder controlarlos por completo, por muy débiles mental o químicamente embotados que estuvieran. No podía borrar el recuerdo de un asesinato a sangre fría de varias docenas de cabezas, como no podía estar seguro de matarlos a todos. Y aquí y allí ardía algún intelecto demasiado fuerte para ser manipulado con sencillas técnicas de control mental. Podía sentir a esos pocos brillando como lámparas fotónicas en una llanura oscura.
Además, debía interrogar a fondo a su presa para averiguar con quién más había hablado.
Pero, por fin estaba ante su objetivo. Eso era lo que importaba, y terminar con su misión sólo era cuestión de tiempo. Esperaría al momento adecuado para ocuparse de él.
En ese momento, el neimoidiano hablaba con el mercader humano de información, probablemente sellando así el destino de ese hombre. Ya determinaría más tarde, y con exactitud, cuánta información había pasado de uno a otro, cuando interrogase a Hath Monchar. Si ese Lorn Pavan había acudido a hablar de otros asuntos y no sabía nada de la traición de Monchar, se le permitiría conservar su insignificante vida. Pero moriría de convertirse en partícipe de la subversión. La situación era así de simple.
— o O o —
Mahwi Lihnn recorrió callejuelas y callejones buscando la Posada de Dewback. No se puede decir que esta zona de Coruscant la hubiera impresionado mucho. Casi todas las calles del sector tenían retorcidas curvas y estrechos pasajes, llenos de escoria de cloaca buscando una víctima fácil. La mujer iba armada hasta los dientes, no era presa fácil, y los ladrones y matones la miraban pasar sin moverse de donde estaban, demostrando ser lo bastante inteligentes como para reconocer el peligro cuando lo veían. Ella no estaba especialmente preocupada por su seguridad; había estado en lugares mucho peores que ése y sobrevivido a ellos. Por encima de todo, era una cuestión de actitud, ya que al caminar proyectaba una confianza y un aire de peligro que dejaba bien claro que, a la primera señal de problemas, cualquier posible camorrista acabaría convertido en un humeante cadáver en la grasienta acera, que sería rápidamente saqueado por los demás.
Llegó a un cruce, titubeó un momento, y tomó por el ramal de la derecha. Cualquier otra persona se habría perdido sin remedio en ese laberinto, pero Mahwi Lihnn había templado su sentido de la dirección en multitud de lugares semejantes de toda la galaxia, y sabía que acabaría por llegar a su destino. Siempre llegaba a donde se suponía que debía llegar, y siempre salía bien librada una vez llegaba allí. Era, sencillamente, la mejor en lo que hacía.
Como pronto descubriría Hath Monchar.
— o O o —
Tras subir unos cuantos tramos de escaleras, Darsha Assant alcanzó los niveles inferiores y habitados del edificio. Al final de un pasillo localizó lo que se hacía pasar por una farmacia. Había perdido su visor de crédito normal, pero aún le quedaba el de emergencia. Sólo servía para pequeñas cantidades, siendo desgraciadamente insuficiente para alquilar un deslizador, pero con suficiente disponible para comprar vendajes de carne sintética antibiótica con la que curarse las heridas, y hasta para coger un taxi si no iba muy lejos. Sus ropas también estaban en muy mal estado, pero en el fondo de emergencia no tenía bastante para comprar otras. No importaba; tenía cosas más importantes de qué preocuparse que su guardarropa.
Una vez se encontró mejor, tras cubrirse las heridas con la carne sintética curativa, buscó un lugar tranquilo, a ser posible con paredes que le protegieran espalda y laterales, donde meditar qué hacer a continuación.
No había manera de endulzar la situación. Estaba sencillamente arruinada. Había perdido a su protegido; los halcones murciélago ya debían estar limpiando los huesos de su cadáver. Y lo había perdido ante una vulgar banda callejera. Y, para colmo, tenía el comunicador roto. En resumen, la misión había sido un completo y absoluto desastre. El Maestro Bondara había tenido razón al cuestionar su habilidad.
Darsha se sentó en un banco manchado de graffitis e intentó concentrarse en lo que le habían enseñado. Era inútil; no conseguía encontrar la calma a partir de la cual debe actuar un Jedi. En vez de eso sentía pena, tristeza, rabia, pero, sobre todo, vergüenza. Había traído la desgracia sobre ella misma, sobre su mentor y sobre su herencia. Ya no se convertiría nunca en un Caballero Jedi. Su vida, tal y como la había conocido, y como había esperado que fuera, se había acabado.
Igual habría sido preferible morir, devorada por los halcones murciélago. Al menos así no tendría que enfrentarse al Maestro Bondara, ni tendría que ver la decepción en los ojos de su mentor.
¿Qué iba a hacer?
Podía buscar una estación de comunicaciones pública y pedir ayuda. Debía haber alguna que funcionase, incluso allí abajo. El Consejo enviaría un Jedi a recogerla, a un auténtico Jedi, pensó amargamente. La acompañaría de vuelta como si fuera una niña a la que llevaban custodiada para que no pudiera hacer más daño.
Se imaginó a sí misma entrando de ese modo en el Templo. Era lo que necesitaba para hacer que su vergüenza fuera completa.
Apretó los dientes. No. No pensaba ir así. Había fracasado en su misión, cierto, pero aún tenía su sable láser, y aún le quedaba algo de orgullo, aunque sólo fuera una sombra de lo que había sido. No pediría ayuda. Encontraría algún modo de volver al Consejo por sus propios medios. Le debía al menos eso al Maestro Bondara, y a sí misma.
Respiró profundamente, dejó escapar lentamente el aire y volvió a buscar quietud en la Fuerza. Su aprendizaje como Caballero Jedi había concluido. Eso no había manera de cambiarlo. Podía enfrentarse a su destino sin suplicar ayuda.
Se levantó, volvió a respirar profundamente y soltó el aire. Sí. Al menos podía hacer eso.
— o O o —
Lorn no podía creer su suerte. Parecía que las cosas por fin mejoraban un poco. Con cuidado, para no descubrir su entusiasmo, le dijo al neimoidiano:
—¿Y dice que tiene toda esa información grabada en un holocrón, con los detalles del inminente bloqueo?
—Así es —replicó Monchar.
—¿Y podría ver ese cristal?
Su interlocutor le lanzó una mirada muy fácil de leer, incluso teniendo en cuenta las diferencias existentes entre las expresiones faciales de humanos y neimoidianos: ¿Es que me tomas por estúpido?
—Nunca lo llevaría sobre mi persona a un lugar como éste, ni siquiera teniendo a Gorth de protector. El holocrón está guardado en lugar seguro.
—Ya veo —dijo Lorn, inclinándose hacia adelante—. Y querría venderlo por… ¿cuánto?
—Medio millón de créditos de la República.
Lorn sonrió. Tenía que llevar el asunto con mucha calma y frialdad.
—¿Medio millón? Sí, claro. ¿Tiene cambio para un billete de un millón de créditos?
—Me temo que no —respondió el neimoidiano con una sonrisa apagada.
—Muy bien —repuso el humano, que ya había jugado antes a ese juego y sabía que era el momento de hablar—. Si tiene lo que dice, estoy dispuesto a darle doscientos cincuenta mil.
—No me insulte. Si tengo lo que digo, y le aseguro que es así, la información de ese cristal vale el doble de lo que pido, puede que más en las manos adecuadas. No vamos a regatear como si fuéramos vendedores de banthas, humano. Medio millón de créditos, y punto. A poco que tenga la inteligencia de la pulga verde sarconea, acabará sacando esa misma cantidad de beneficio, cuando no mucho más.
Eso era cierto, y Lorn lo sabía. Claro que si él pudiera echar mano de medio millón de créditos, no estaría allí, sentado en ese cuchitril, haciendo negocios con datos robados. Pero no pensaba dejar pasar de largo un trato así. Igual no volvía a tener otra ocasión semejante.
—De acuerdo. Medio millón. ¿Dónde haremos el intercambio?
El neimoidiano presionó un botón de su muñequera, y encima de la mesa se iluminó una pequeña proyección holográfica no más grande que el pulgar de Lorn.
—Esta es la dirección de mi cubículo —dijo Monchar—. Reúnase allí conmigo en una hora. Venga solo.
¡Una hora! Lorn mantuvo su expresión cuidadosamente en blanco.
—Yo, ah, puede que necesite algo más de tiempo para conseguir el dinero.
—Una hora —repitió Monchar—. Si no puede procurarse el dinero para entonces, buscaré a otro que esté más capacitado. Me han dicho que hay un hutt llamado Yanth que puede estar muy interesado en lo que tengo.
—Conozco a Yanth, y no querrá tratar con él. Es más artero que una serpiente de cristal.
—Entonces, vaya con el dinero y consumaremos la transacción.
Lorn memorizó la dirección y asintió. Monchar apagó el holo.
—De acuerdo. No hay problema. Le veré en una hora —repuso finalmente, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta.
I-Cinco le esperaba fuera.
—¿Y bien? —preguntó el androide, mientras recorrían la calle desierta.
Lorn se explicó con rapidez mientras caminaban.
—Así que tenemos una hora, más bien cincuenta y cinco minutos, para conseguir quinientos mil créditos. ¿Alguna idea?
—Desde luego, es una oportunidad excelente. De hecho, podría ser la oportunidad de tu vida, aunque yo espero tener oportunidades mejores, dado que tengo entre un setenta y cuatro y un setenta y cinco por ciento de probabilidades de sobrevivirte, y esto en una estimación conservadora, dejando al margen accidentes graves, desastres naturales o actos de guerra…
—Vamos contra el crono y tú discutes de tablas actuariales. La cuestión es: ¿cómo podremos conseguir medio millón de créditos en menos de una hora?
—Sí que es la cuestión, sí.
—Podemos buscar alguna partida de cartas. Soy bueno al sabacc.
—Pero no siempre. Si lo fueras no nos veríamos en esta situación. Y dado que no tenemos dinero, ¿quién iba a respaldamos y darnos crédito suficiente como para meternos en una partida de tan altos vuelos?
—Así de pronto… nadie.
—¿Y cuánto tiempo tardarías en ganar esa cantidad, suponiendo que pudieras entrar en una partida así? Incluso en el caso de que hicieras trampas y no te pillaran, ¿podrías ganarla en cincuenta y dos minutos, descontando, claro está, el tiempo que se tarda en llegar al domicilio del neimoidiano?
—De acuerdo, lo del sabacc no es una opción viable. Supongo que tendrás una idea mejor.
I-Cinco se aclaró los circuitos del habla con algo que sonó casi como una tos humana.
—Sólo hay una opción viable: un fraude bancario.
Lorn se paró para mirar a I-Cinco. Un givin tropezó con él, murmuró una disculpa y continuó su camino. Sin apartar la mirada de I-Cinco, Lorn agarró al givin por el exoesqueleto, tiró de él y recuperó la cartera. A continuación apartó de su lado al carterista dándole un empujón.
—Te escucho —le dijo al androide.
—Hace ya tiempo que pienso en esta idea. Y la tenía de reserva por si necesitábamos un plan de urgencia. Si lo llevamos a cabo, nos veremos obligados a abandonar Coruscant, y sería muy improbable que pudiéramos volver alguna vez, a no ser que fuera alterando radicalmente nuestra apariencia y pasándonos el resto de nuestra vida mirando por encima del hombro.
—Con un millón de créditos en nuestra cuenta, podríamos irnos muy, muy lejos de aquí. Y me encantaría poder irme. Podríamos instalarnos en algún mundo lejano donde no haya ninguna embajada de la República, hacer algunas inversiones, vivir como reyes. Háblame de ese plan.
Continuaron andando mientras I-Cinco se explicaba. En realidad no robarían el dinero, pero el androide estaba seguro de poder intervenir el flujo de datos de una de las muchas firmas bancarias de Coruscant y preparar una transferencia fantasma de fondos a su cuenta personal. Los androides auditores lo descubrirían casi de inmediato, así que habría que calcular muy bien el tiempo. Pero si todo salía bien, Lorn podría mostrar a Hath Monchar un visor de crédito con un valor de medio millón. El androide explicó que una cantidad mayor provocaría investigaciones automáticas y que el banco descubriría cualquier intento de transferir los fondos una vez iniciada la auditoría. El truco consistía en hacer que el neimoidiano aceptase el visor de crédito en pago y que hiciera la transferencia a su propia cuenta antes de que se les acabara el tiempo.
—La ventana de margen que tendremos será muy pequeña, y se cerrará enseguida, pero en teoría puede hacerse —concluyó I-Cinco.
Lorn sintió una oleada de excitación. Podrían sacarlo adelante. Y si lo conseguían, acabarían con un holocrón de un millón de créditos en su poder, y dejando al neimoidiano con la bolsa vacía. Lo cual sería una pena para él, pero así era la vida en la galaxia real. Y, desde luego, Lorn no se pasaría las noches en vela preocupándose por él.
—Vamos a hacerlo. Si no funciona, no estaremos peor que ahora.
—Si no mencionamos la muy clara posibilidad de que tú te pases los próximos treinta años ocupando una celda en el asteroide prisión de la República, y yo sufriendo un borrado completo de memoria.
—Te preocupas demasiado.
—Y tú no te preocupas lo suficiente.
Pero Lorn sabía que I-Cinco correría el riesgo. Se suponía que los androides estaban programados con más integridad y honradez que los humanos u otras especies nacidas de forma natural, pero las cosas no siempre eran así. De alguna manera, I-Cinco consiguió que uno de sus circuitos evolucionara hasta volverse ambicioso, y el brillo de los créditos le atraía tanto como a Lorn. Ése era uno de los motivos por los que se llevaban tan bien.
Cuanto más lo pensaba, más sentía una excitación como no la había sentido en años. Funcionaría, y usarían el dinero para construirse una nueva vida en el Borde. Allí había muchos mundos donde podía desaparecer cualquiera que tuviera el dinero suficiente para adquirir una nueva identidad y llevar una vida cómoda sin que le hicieran preguntas.
Una nueva vida, y esta vez una vida de verdad. Puede que no como la que había llevado antes, pero desde luego mucho mejor que la arrastrada existencia que padecía en ese momento.
Por supuesto, eso implicaba dejar atrás cualquier posibilidad de volver a ver a Jax.
¿Y qué?, preguntó salvajemente una voz en el fondo de su cabeza. Como si ahora hubiera alguna posibilidad de verlo. Eso es cosa del pasado. Ya va siendo hora de que vuelvas a vivir.
Sí. Ya iba siendo hora.
Miró a I-Cinco y, pese a no haber expresión en el semblante metálico del androide, estuvo seguro de que sabía con exactitud lo que él estaba pensando.
—¿A qué estamos esperando? —preguntó al androide—. El Hutt sigue esperando que le llevemos un holocrón y no vamos a decepcionarlo. Vamos a buscar un puerto de datos y a hacerlo.