Capítulo 8

Lorn se despertó sintiéndose como si le hubiera arrollado una estampida de banthas.

Se arriesgó a abrir un ojo. La luz del cubículo era escasa, pero incluso así le pareció como si una pistola láser le hubiera disparado al ojo, subiendo por su nervio óptico hasta llegar al cerebro. Profirió un gruñido, cerró apresuradamente el ojo, y se envolvió la cabeza con los brazos.

Oyó cómo, desde alguna parte de la oscuridad, I-Cinco le decía:

—Ah, ya despierta la bestia.

—Deja de gritar —farfulló.

—Mi vocabulador está sintonizado a un nivel medio de sesenta decibelios, lo normal para una conversación humana. Por supuesto, puede que tengas el oído un poco hipersensibilizado, dada la cantidad de alcohol que sigue habiendo en tu corriente sanguínea.

Lorn gruñó e intentó, sin éxito, abrir un agujero en su cama.

—Si vas a continuar con esa actitud —continuó diciendo I-Cinco implacable—, sugiero que te hagas extirpar las pocas células del hígado que te quedan sanas, si es que te queda alguna, y que las almacenes criogénicamente, dado que igual necesitas que te clonen ese órgano concreto en un futuro muy próximo. Puedo recomendarte un androide médico MD-5 muy bueno al que conozco…

—Muy bien, ¡muy bien! —exclamó Lorn, sentándose y acunándose la dolorida cabeza en las manos, mientras miraba al androide—. Ya te has divertido. Y ahora haz que se me quite.

—¿Hacer que se te quite? —dijo el androide, fingiendo una educada incomprensión—. Sólo soy un vil androide, cómo voy a poder yo…

Hazlo… o reprogramaré tu módulo cognitivo con la pistola láser de Bilk.

—Naturalmente, vivo para servir —repuso I-Cinco con un suspiro notablemente humano.

El androide hizo una pausa antes de emitir con su vocabulador un sonido de tono bajo que subía y bajaba por la escala, pareciendo resonar en el pequeño cubículo.

Lorn permaneció sentado en la cama y dejó que el sonido le bañara, que reverberara en su cabeza. A los pocos minutos, el dolor de cabeza aflojó su presa, al igual que las náuseas y el malestar general que sentía. No estaba seguro de cómo funcionaba la canción sin palabras del androide, pero había algo en sus vibraciones que la convertían en la mejor cura para la resaca que había conocido nunca. Pero no hay cura sin un precio, y sabía que a cambio tendría que soportar durante casi todo el día la complacida superioridad de I-Cinco.

Aun así valía la pena. Para cuando el androide dejó de emitir el sonido, Lorn se sentía notablemente mejor. Ese día no iría al gimnasio del Centro Trántor a ejercitarse en gravedad cero, pero al menos podía pensar en hacerlo sin que eso le produjera ganas de vomitar.

Miró a I-Cinco y volvió a sorprenderse pensando cómo era posible que un androide con una única y fija expresión facial, y tan limitado lenguaje corporal, pudiera arreglárselas para parecer tan desaprobador.

—¿Ya estamos todos mejor? —preguntó éste con burlona solicitud.

—Digamos que estoy dispuesto a posponer lo de la reprogramación, al menos por hoy —respondió, levantándose con cuidado, ya que seguía sintiendo como si la cabeza se le fuera a caer del cuello si la agitaba demasiado.

—Tu gratitud me abruma.

—Y tu sarcasmo me deprime —comentó, mientras se dirigía al lavabo, se mojaba la cara con agua fría y se pasaba un limpiador de ultrasonidos por los dientes—. Creo que incluso puedo estar en una habitación donde haya comida —dijo al salir.

—Ya habrá tiempo para eso. Creo que tu prioridad es examinar los mensajes que llegaron mientras estabas en estado comatoso.

—¿Qué mensajes?

Era demasiado esperar que Zippa hubiera decidido venderles finalmente el holocrón. No obstante, sabía que I-Cinco no se habría molestado en conservar los comunicados si no fueran importantes.

—Estos mensajes —replicó paciente el androide, activando la unidad de mensajes.

Sobre la unidad se formó la titilante imagen de un cuerpo fofo y enorme. Lorn reconoció a Yanth el hutt.

—Lorn —dijo la imagen con una voz profunda—. Pensaba que hoy nos encontraríamos para hablar de cierto holocrón que deseabas enseñarme. Es muy poco educado hacer esperar a un comprador, ¿sabes?

La imagen se disolvió.

—Gracias —le dijo Lorn a I-Cinco—, si después no estás muy ocupado, tengo una rodilla herida sobre la que puedes echar algo de sal.

—Creo que tu actitud cambiará en cuanto veas el siguiente mensaje.

La segunda imagen se materializó sobre el proyector. Enseguida le resultó evidente que no eran ni Zippa ni Yanth. Un momento después reconocía la especie: un neimoidiano. Eso por sí solo ya resultaba sorprendente; los señores de la Federación de Comercio no solían verse por Coruscant, debido a las tensas relaciones existentes entre su organización y el Senado de la República.

El neimoidiano miró furtivamente a su alrededor antes de inclinarse hacia adelante y hablar en voz baja.

—Lorn Pavan, me han dado su nombre como el de alguien que sabe ser… discreto manejando información delicada —dijo con los tonos gorgoteantes de su especie—. Desearía discutir un asunto que puede sernos mutuamente beneficioso. Si le interesa, reúnase conmigo en la Posada del Dewback en el 0900. No le hable a nadie de esto.

La imagen tridimensional se apagó.

—Vuelve a ponerlo —dijo Lorn.

El androide así lo hizo, y Lorn vio el mensaje por segunda vez, prestando más atención al lenguaje corporal que a lo que se decía. No estaba familiarizado con los manierismos neimoidianos, pero no hacía falta ser un psicoanalista interplanetario para ver que el alienígena estaba tan nervioso como un novio de H’nemthe. Algo que podía significar problemas, pero que también beneficios. Y en su línea de trabajo rara vez se obtenía lo segundo sin tener que sortear lo primero.

—¿Tú qué dices? —preguntó, mirando a I-Cinco mientras apretaba un botón que borraba el segundo mensaje.

—Yo digo que tenemos diecisiete decicréditos de la República en el banco, y todo lo suelto que se te haya podido caer en el lecho de dormir. Creo que dentro de una semana toca pagar el alquiler. Creo que deberíamos hablar con ese neimoidiano.

—Yo también lo creo —dijo Lorn.

— o O o —

Ya casi se había pasado la hora de la comida nocturna. Mahwi Lihnn había investigado cuatro restaurantes que incluían cocina neimoidiana en el menú. Sólo en uno de ellos encontró a un neimoidiano. Una hembra. Lihnn la interrogó, pero ella afirmó no conocer a ningún paisano llamado Hath Monchar. No obstante, mencionó otra casa de comidas de las cercanías que solían frecuentar los de su especie. Era una pequeña posada llamada Dewback, de los pocos locales de bebidas de la zona donde se servía cerveza de agárico, brebaje extremadamente apreciado por la mayoría de los suyos.

Lihnn decidió echar un vistazo.

— o O o —

No había resultado especialmente difícil localizar el cubículo donde residía Lorn Pavan. Cuando llegó a él, Darth Maul se lo encontró con la puerta abierta, y con un humano y un androide, éste de una serie de protocolo, saliendo por ella. Maul se fundió rápidamente con las sombras del pasillo subterráneo y los vio pasar ante él. Los dos coincidían con la descripción del barman baragwin.

Excelente. Con algo de suerte le conducirían hasta su presa.

Los siguió a una distancia segura, empleando las sombras para esconderse cuando le era posible y confiando en el poder ocultador de la Fuerza cuando no lo era. El humano y su androide no tenían ni idea de que les seguían. Iría tras ellos hasta que contactaran con el neimoidiano. Entonces actuaría como considerase más apropiado.

Maul sentía el Lado Oscuro brotar en él, llenándolo de impaciencia, urgiéndole a completar esta misión lo antes posible. Esto no es para lo que te han entrenado, pensó. No son presa digna de tus habilidades.

Intentó desechar esos pensamientos, pues eran heréticos. Su Maestro le había encomendado esa misión, y eso era lo único importante. Aun así, no podía evitar sentir irritación ante ese deber. No era un auténtico desafío a su habilidad. Después de todo, le habían criado y entrenado para combatir y matar a los Jedi, no a soldados rasos.

¡Cómo odiaba a los Jedi! Cómo despreciaba su santurronería hueca, sus pretensiones de piedad, su hipocresía. Cómo ansiaba que llegase el día en que su Templo sería una humeante ruina, cubierta por sus destrozados cadáveres. Con sólo cerrar los ojos podía ver el Apocalipsis que sufriría esa orden con la misma viveza que si fuera realidad. Y, después de todo, era realidad, una realidad futura, sí, pero igualmente válida. Era algo a lo que estaba destinada, ordenada, predeterminada. Y él sería un instrumento clave en su destrucción. Para ello se había concebido toda su vida.

Y no para buscar a un patético fracasado por los arrabales de Coruscant.

Maul negó con la cabeza y gruñó en silencio. Su objetivo era servir a su Maestro, fuera cual fuera la misión que le encargase éste. Si Darth Sidious supiera que tenía esas dudas, le castigaría severamente, como no le castigaba desde que era un niño. Y él no se resistiría al castigo, aunque ahora fuera un hombre adulto. Y es que Sidious haría bien en castigarlo.

El humano y su androide salieron del pasaje subterráneo y continuaron caminando por las estrechas calles de la superficie. La noche estaba muy avanzada, pero la ciudad planetaria no dormía nunca. Las calles estaban siempre abarrotadas, fuera cual fuera la hora de la noche o el día. Era una suerte, ya que eso le facilitaba el seguir a su presa sin ser descubierto.

Ya no podía faltar mucho más tiempo, se dijo. Terminaría este trabajo de forma satisfactoria, y quizá después se le recompensase con una tarea más digna de sus habilidades. Algo como la misión del Sol Negro. Con esa misión sí que había disfrutado.

Pavan y su androide bajaron por otra calle, tan estrecha y limitada por los altos edificios que apenas había sitio para dos sentidos de tráfico a pie. Entraron en una puerta situada bajo un cartel decorado con un dewback rampante.

Ése parecía ser su destino. Maul sintió que el pulso se le aceleraba ligeramente por la anticipación, pese al control casi perfecto de su sistema nervioso. Si todo iba según lo previsto, pronto acabaría con esta tarea tan molesta. Entró en la taberna.