Capítulo 7

El primer golpe alcanzó a Darsha por la espalda, medio noqueándola y haciéndola caer de rodillas. Una bota chocó contra su costado, dejándola sin aliento. Medio cegada por el dolor, recurrió a la Fuerza mientras los raptores se acercaban más aún, y sintió cómo su poder la envolvía, rodeándola como si fuera un escudo invisible. Se incorporó, alargando un brazo en gesto de protección, y sintió que las reverberantes ondas fluían hacia afuera, echando hacia atrás a sus sorprendidos atacantes. Se apartaron por un breve instante, y usó ese instante para coger y activar el sable láser. La hoja de energía amarilla brotó del proyector del pomo, extendiéndose en toda su longitud.

—¡Es una Jedi! —gritó uno de los raptores, un trandoshano. Parecería sorprendido, pero no especialmente asustado o impresionado.

—Sigue pudiendo darse por muerta —dijo Pelo Verde, pero ningún miembro de su banda parecía especialmente ansioso por ser el primero en ponerse al alcance del sable láser.

—Debisteis escucharme —dijo Darsha, moviéndose lentamente hasta tener la espalda contra el saltador—. No quiero hacerle daño a nadie. Podéis iros mientras aún podáis.

Vio que Pelo Verde y el trandoshano intercambiaban una mirada. Apenas fue un parpadeo, pero bastó para prevenirla. Además, por si no bastara con eso, ya había notado tras ella una perturbación de la Fuerza. Darsha se dio media vuelta y alzó la hoja en un movimiento defensivo justo a tiempo de interceptar a un robusto gotal que le atacaba desde la nave, con una cuchilla vibratoria. El sable láser cortó sin esfuerzo la muñeca del gotal, enviando hacia atrás el cuchillo, aún aferrado por la mano cortada, en un arco que acababa en el vehículo vacío. El gotal lanzó un chillido y cayó al pavimento hecho un guiñapo, agarrándose el muñón cauterizado.

A continuación, reinó un instante de absoluta quietud, roto sólo por los gemidos del gotal. Darsha sabía que lo que pasara a continuación pendía de un hilo. ¿La atacarían en grupo para vengar a su camarada, o huirían asustados?

Fue Pelo Verde quien decidió el camino a seguir: dio media vuelta y echó a correr calle arriba. Los demás miembros de la banda se apresuraron a seguir su ejemplo, dos de ellos arrastrando consigo al gotal herido. La calle quedó completamente desierta en cuestión de segundos, a excepción de Darsha y de Oolth el fondoriano.

Darsha se acercó rápidamente a su protegido, que estaba tumbado de espaldas, gimiendo y todavía agitando débilmente la pierna en su esfuerzo de deshacerse de la rata blindada. La aspirante a Jedi tocó el cuello de la rata con la punta del sable láser, justo en la parte blanda donde se juntan las placas de la cabeza y del cuerpo, y ésta soltó su presa, saliendo disparada hacia las sombras.

—Vámonos, antes de que vuelvan con refuerzos —dijo, desactivando el sable láser y poniendo en pie a su protegido.

—¿Por qué has tardado tanto? ¡Esa maldita rata casi me arranca la pierna de un mordisco!

Lástima que no fuera tu cabeza, pensó ella.

—Limítate a sentirte agradecido porque haya podido alejarlos. Y ahora, vámonos de aquí.

Le ayudó a subir al asiento del pasajero del saltador, sentándose a continuación ante los mandos.

Y se dio cuenta de que no irían a ninguna parte.

—Vamos, ¿a qué estás esperando? ¡Despega!

—No puedo —respondió, señalando a la consola, donde estaba la cuchilla vibratoria, clavada hasta el pomo, aún activada y agarrada por la mano cortada del gotal. Todavía echaba humo y saltaban chispas, y pudo oír el débil zumbido de la oscilación de alta frecuencia del arma—. Ha cortado los controles de las aspas estabilizadoras. Si intentamos volar con esto, giraremos como un sacacorchos.

Oolth miró al cuchillo, y después a ella.

—No puedo creerlo. ¡Menudo Jedi estás hecha! ¡Te las has arreglado para inutilizar tu propia nave!

Darsha se tragó todas las respuestas punzantes que acudieron a su mente, diciendo en su lugar:

—Sólo es un contratiempo. Aún tengo mi comunicador. Llamaré al Templo para…

Dejó la frase sin terminar, pues mientras hablaba se había llevado la mano a la túnica para coger su comunicador. En cuanto sus dedos lo tocaron se dio cuenta de que también había quedado inutilizado. La carcasa de plakelita estaba rota, sin duda por la patada propinada por uno de los raptores. Seguramente le había evitado una costilla rota, pero, dada la situación, en ese momento habría preferido tener esa lesión.

Antes de que pudiera explicar a Oolth este último infortunio, el parabrisas que tenía delante estalló formando el dibujo de una estrella. Al mismo tiempo escuchó el amortiguado disparo de un arma de proyectiles. Alguien les disparaba, seguramente uno de los raptores.

Darsha tomó una decisión rápida. Tendrían que abandonar el saltador. Debían llegar lo antes posible a los niveles superiores. Miró a su alrededor dándose cuenta de que era más fácil decirlo que hacerlo. La mayoría de los edificios estaban cegados por encima de los niveles diez o doce; los habitantes de los pisos superiores no querían ni reconocer la existencia de los pisos inferiores. Pero tampoco podían quedarse allí. Un disparo del francotirador oculto silbó junto a su oído como subrayando ese hecho. Y no podían ni correr el riesgo de intentar volver al piso franco.

Ya se desvanecían las últimas luces del día y en poco tiempo sería noche cerrada.

—Fuera de la nave, ¡deprisa! —dijo, saltando mientras sacaba la pistola de ascensión de las cartucheras del cinturón. Disparó el gancho hacia arriba, hasta su máxima longitud, esperando poder alcanzar una viga o una cornisa por encima de la capa de niebla.

El parabrisas fue alcanzado por otro disparo. Oolth chilló de miedo y salió del saltador.

—¿Qué estás haciendo? ¡Tenemos que salir de aquí!

—Eso es justo lo que estamos haciendo —dijo Darsha, sintiendo que una vibración bajaba por el cable, señal de que el gancho había encontrado un blanco—. ¡Agárrate a mí!

Rodeó por la cintura al fondoriano y apretó el mecanismo de rebobinado. La reserva de cable daba para un máximo de doscientos metros, y el cable de monofilamento aguantaría fácilmente el peso de los dos. Darsha sabía que si conseguían llegar al primer estrato de tráfico, a la altura del nivel veinte, podrían encontrar un aerotaxi y llegar al Templo, o al menos encontrar una estación de comunicaciones desde la que solicitar ayuda.

Otro disparo rebotó en la pared, debajo de ellos, justo cuando ascendían rápidamente superando el primer nivel, y cuando estaban en el segundo nivel, y en el tercero. Darsha sentía que el brazo se le desencajaba. Miró hacia arriba y calculó que la capa de niebla flotaba a la altura del décimo nivel. Estarían a salvo del francotirador una vez llegaran a ella.

Una sombra enorme la cubrió por un instante, seguida de varias más. Al principio, y en la decreciente luz, no estuvo segura de lo que eran. Entonces vio con claridad a uno de los seres, y sintió que un escalofrío de miedo le recorría el cuerpo.

Eran halcones murciélago.

Nunca había visto uno tan de cerca. Sus huevos se consideraban exquisitos y los había tomado más de una vez en la comida matinal del Templo. Normalmente no se consideraba peligrosos a los halcones murciélago, pero había oído historias de personas atacadas por bandadas de esas criaturas. Resultaba evidente que eran muy territoriales, y que quien se aventurase cerca de sus criaderos corría peligro.

Cosa que, al parecer, habían hecho.

De pronto, se vieron envueltos en una aleteante y chirriante pesadilla de alas, picos y garras. Darsha ocultó como pudo la cara en el hombro para protegerse los ojos. Intentó llamar a la Fuerza para usarla de escudo contra esas criaturas, pero el feroz golpeteo de sus alas le impedía concentrarse en otra cosa que no fuera sujetarse a la pistola de ascensión.

Mantuvo el pulgar apretando el control de rebobinado; su mejor esperanza radicaba en dejar atrás el territorio de los halcones murciélago.

Oolth se apretó con más fuerza al pecho de ella, hasta que ésta sintió que la asfixiaba. Gritó con miedo y dolor cuando las furias aladas cargaron contra los dos. Las garras y los bordes de sus alas de cuero desgarraban las ropas de Darsha; lo único que veía ésta eran picos y furiosos ojos rojos.

Oolth volvió a gritar, esta vez con más fuerza. Ella miró hacia abajo para ver a uno de los halcones murciélago posado en el hombro de su protegido, picoteándole salvajemente la cara. El pico le arrancó la mejilla, dibujando una línea de sangre oscura en su piel.

Darsha sintió que Oolth aflojaba su abrazo. Vio cómo otro halcón murciélago se agarraba al brazo de él, atacándole la mano con el pico.

—¡Aguanta! —exclamó ella—. ¡Ya casi hemos llegado!

Oolth volvió a gritar, esta vez con más fuerza que antes. La aspirante a Jedi volvió a mirar hacia abajo, viendo que una de las criaturas había hundido el cruel pico en su ojo derecho. Enloquecido por el dolor, el fondoriano se soltó, alzando ambas manos para apartar a su tormento alado.

¡No! —giró Darsha, intentando agarrarlo con la mano libre.

Pero el hombre pesaba demasiado y su túnica se rasgó, dejando un trozo de tela en las manos de ella, y cayó en la oscuridad seguido por su propio grito.

Darsha sabía que no tenía sentido ir tras él, incluso en caso de tener algún modo de hacerlo; ya había ascendido siete u ocho niveles, y estaba segura de que la caída había sido fatal. Un instante después, entraba en la niebla, pero los murciélagos halcón no daban señales de disminuir en su ataque. Tenía la piel cortada y desgarrada por numerosos sitios y a ese ritmo no viviría para llegar a los niveles superiores.

Solo había una forma de actuar con alguna posibilidad de éxito. Cada nivel superado tenía una hilera de ventanas oscuras. Soltó el botón de rebobinado y sacó el sable láser. Cuando el ascenso se ralentizó hasta detenerse, usó la hoja de energía para fundir un gran agujero en el acero transparente de la ventana más próxima. Puso un pie en el alféizar y entró tambaleándose, soltando la pistola de ascensión al caer en la oscuridad del interior del edificio.

Al caer, rodó de costado, manteniendo el sable láser lejos de su cuerpo para evitar hacerse alguna herida, tal y como le habían enseñado. Cuando se levantó, lo hizo con el arma lista para defenderse de los halcones murciélago.

Pero parecía no ser necesario; no le había perseguido ninguno hasta el interior del edificio. Darsha abandonó lentamente la posición defensiva, mirando a su alrededor para situarse.

Fuera ya estaba oscuro; la ventana rota no era más que un parche de una oscuridad menos densa. La luz compacta del sable láser no le servía de mucha iluminación. Escuchó tanto con los oídos como con la Fuerza. No oyó sonido alguno y no captó sensaciones de peligro. Parecía estar a salvo, de momento.

Por supuesto, eso depende de la definición que tenga cada uno de estar a salvo. Estaba atrapada en los niveles inferiores abandonados de un edificio del famoso Pasillo Carmesí. Carecía de comunicador y de transporte. Y, lo que era peor aún, había fracasado en su misión. Le habían enviado a salvar a un hombre que yacía muerto en la calle.

Si eso era «estar a salvo» pensó con tristeza Darsha, igual debería plantearse otro tipo de trabajo.

Siempre y cuando saliera con vida.