Darth Sidious también pensaba en los Jedi.
Su llama se extinguía en la galaxia; de eso no había duda. Hacía más de mil generaciones que eran los autoproclamados paladines del bien común, pero eso estaba llegando a su fin. Y esos idiotas patéticos, cegados por su propia hipocresía, no se daban cuenta de lo cierto que era esto.
Era justo y adecuado que fuera así, como era justo y adecuado que el instrumento de su caída fueran los Sith.
Los pocos pedantes y eruditos que conocían ese nombre pensaban que los Sith eran el «Lado Oscuro» de los Caballeros Jedi. Algo que, por supuesto, no dejaba de ser una evaluación muy simplista. Era cierto que miles de años antes habían abrazado las enseñanzas de un grupo de Jedi renegados, pero también lo era que habían llevado ese conocimiento filosófico mucho más allá del didactismo insular con el que empezaron. También resultaba muy fácil y conveniente delimitar el concepto de la Fuerza en luz y oscuridad; de hecho, hasta el propio Sidious había empleado semejante noción de dualidad al entrenar a su discípulo. Pero la realidad era que sólo existía la Fuerza. Y que estaba por encima de conceptos tan simples como lo positivo y lo negativo, lo blanco y lo negro, el bien y el mal. La única diferencia que había que tener en cuenta era la siguiente: los Jedi consideraban a la Fuerza como un fin en sí mismo, mientras que los Sith sabían que era un medio para un fin.
Y ese fin era el poder.
Pese a toda su supuesta humildad y todas sus declaraciones de renuncia, los Jedi ansiaban el poder tanto como cualquiera. Sidious sabía que era así. Afirmaban ser servidores del pueblo, pero con el devenir de los siglos se habían apartado progresivamente del contacto con esos mismos ciudadanos a los que servían de manera tan ostensible. Y ahora rondaban por los enclaustrados pasillos y salones de su Templo, repitiendo ideologías vacías mientras trazaban arrogantes planes concebidos para obtener más poder seglar.
Como la mitad del total de la orden Sith existente, también Darth Sidious ansiaba poder. Y era cierto que actuaba de forma encubierta para alcanzar ese fin, pero lo hacía así por necesidad, no por sofismas. La orden había quedado diezmada tras la Gran Guerra Sith, y el único Sith que quedó con vida había revivido la orden según una nueva doctrina: un Maestro y un aprendiz. Así había sido y así seguiría siendo, hasta que llegase el glorioso día en que los Jedi caerían, y sus antiguos enemigos, los Sith, ascenderían al poder.
Y ese día se acercaba con rapidez. Ya casi había llegado tras siglos de planes y confabulaciones. Sidious sabía que lo vería en algún momento de su vida. Que llegaría un día, en un futuro no muy distante, en que se alzaría triunfante sobre el cadáver del último Jedi, vería su Templo arrasado, y asumiría el lugar que le correspondía como señor de la galaxia.
Por ello no podía permitirse ningún cabo suelto, por poco importante que fuera. Puede que la ausencia de Hath Monchar no tuviera nada que ver con el inminente bloqueo del planeta Naboo por la Federación de Comercio. Era algo concebible. Pero mientras existiera la menor posibilidad de que fuera así, habría que localizar al neimoidiano y ocuparse de él.
Miró al crono de la pared. Apenas habían pasado catorce horas desde que encargó la misión a Maul. Supuso que no tardaría en tener noticias de su aprendiz. Las apuestas eran altas, muy altas, pero estaba seguro de que Maul llevaría a cabo su tarea con su acostumbrada e implacable eficiencia. Todo iría según lo planeado, y los Sith volverían a alzarse otra vez.
Pronto.
Muy pronto.
— o O o —
El Pasillo Carmesí estaba situado en el tercer cuadrante del sector Zi-Kree. Era una de las zonas más antiguas de la vasta metrópoli planetaria, y sobre la que hacía mucho tiempo que se habían construido rascacielos y torres. Los edificios se elevaban a tal altura, y estaban tan juntos, que había partes del Pasillo que sólo recibían la luz del sol durante unos pocos minutos diarios. Darsha recordaba haber oído historias sobre tribus de subhumanos incestuosos que llevaban tanto tiempo viviendo en la completa oscuridad que se habían vuelto genéticamente ciegos.
Pero la oscuridad era el último de los peligros del Pasillo. Mucho peor eran las cosas, tanto humanas como inhumanas, que vivían en la oscuridad y que hacían presa de los transeúntes desprevenidos.
Darsha pilotó su saltador por entre la niebla miasmática que cubría como una sábana sucia los niveles inferiores. ¿Por qué elegiría alguien un vecindario como ése para esconder a un informador?, se preguntó. Por supuesto, la respuesta era que se trataba del último lugar en que habría buscado nadie.
El piso franco, un bloque de ferrocreto y plastiacero rodeado de barricadas, estaba en una calle que no era lo bastante ancha para aparcar el saltador. Aterrizó en el cruce más cercano, salió de él y ordenó al piloto automático que se elevase veinte metros y se quedara allí flotando. De ese modo tenía más probabilidades de encontrarlo a su vuelta.
Aquí y allí había plectros luminosos en protectoras jaulas de alambre situadas en los edificios, pero estaban tan debilitados por siglos de uso que apenas aliviaban un poco la oscuridad. En cuanto bajó del vehículo se vio asediada por mendigos que le pedían comida y dinero. Al principio probó con la antigua técnica Jedi de nublar sus mentes, pero eran demasiados, y la mayoría con la mente demasiado castigada por las privaciones y diversas sustancias químicas ilegales como para responder a su sugestión. Apretó los dientes y se abrió paso por ese bosque de sucias manos, tentáculos y otros tipos de apéndices.
La mezcla de repulsión y compasión que sentía era casi abrumadora. Desde que tenía memoria, había estado cuidada y atendida en el Templo Jedi, protegida de todo contacto directo con la escoria de la sociedad; algo irónico, ya que se suponía que los Jedi protegían todo tipo de civilizaciones, incluyendo aquellas que las clases superiores pudieran considerar intocables. Si bien era cierto que parte de su entrenamiento la había llevado a zonas muy duras, en ninguna parte había visto nada remotamente comparable a esto. Le horrorizaba que pudiera existir en alguna parte semejante pobreza y abandono, y menos aún en Coruscant.
Consiguió llegar a la entrada del piso franco y llamó a la puerta blindada. Se abrió una mirilla, y por ella apareció una cámara centinela.
—Nombre y asunto que le trae por aquí —pidió con voz cortante.
—Darsha Assant, me envía el Consejo Jedi.
Un esquelético kubaz intentó quitarle el sable láser de su cinto. Ella le cogió la mano y le dobló el pulgar hacia atrás. Éste lanzó un chillido y retrocedió alejándose, pero otros tomaron su lugar. El único motivo por el que no la arrastraban de vuelta a la calle principal era que se habían agolpado demasiados en la estrecha apertura donde se encontraba.
La cámara de seguridad realizó un rápido escaneo láser de su rostro.
—Identidad confirmada. Por favor, contenga la respiración.
Darsha lo hizo, y una serie de aberturas ocultas alrededor de la puerta proyectaron una niebla rosada contra la multitud de mendigos. Un coro de indignados gritos, gemidos, chillidos y demás protestas se levantó cuando el gas irritante los bañó momentáneamente. La puerta se levantó rápidamente y un brazo metálico la cogió para meterla en el interior.
Se encontró en un estrecho pasillo casi tan oscuro como la calle. El androide de seguridad que la había cogido del brazo la llevó por el pasillo, torciendo un recodo y dejándola en un pequeño cuarto sin ventanas. La luz no era allí mucho mejor y apenas pudo distinguir la forma sentada en una silla. Era calva y humanoide, y pensó que era un fondoriano.
—Éste es el Jedi que te pondrá a salvo, Oolth —dijo el androide.
Aunque sabía que era una tontería, Darsha se sintió emocionada al ser llamada Jedi, aunque lo hiciera un androide.
—Ya era hora —dijo el fondoriano, levantándose con rapidez—. Salgamos de aquí antes de que oscurezca, aunque no se puede decir que alguna vez deje de estar oscuro por aquí. —Se movió hacia la entrada de la puerta, deteniéndose entonces para mirarla—. Venga, vamos. ¿A qué esperas?
—Estoy pensando en la mejor manera de volver a mi saltador. No me gusta la idea de volver a pasar por entre esos pobres seres de fuera.
—Nosotros seremos los «pobres seres» si no nos movemos. Estamos en territorio raptor. Hacen que la escoria de ahí fuera parezca el Senado de la República. ¡En marcha!
Darsha se movió hacia la puerta, y Oolth se echó a un lado para dejarla pasar.
—Quien necesita protección soy yo; sal tú primero.
La padawan estaba segura de que, por muy útil que pudiera ser su protegido para el Consejo, no lo querrían por su valentía. Pasó junto a él y se dirigió a la puerta de la calle.
El monitor de la cámara estaba junto a la puerta y mostraba a unas cuantas personas rondando la zona. Pero la mayoría parecía haberse ido a buscar algún otro al que importunar. Si Darsha y Oolth se movían con rapidez llegarían sin demasiados problemas al cruce donde estaba su vehículo.
—Muy bien —dijo ella, respirando profundamente y recurriendo a la Fuerza para calmarse. Era una padawan Jedi con una misión que cumplir. Ya era hora de ponerse a ello—. Vamos allá.
El panel de la puerta se abrió. Buscó con la Fuerza y no sintió a nadie cercano que pudiera suponer algún peligro. Tranquilizada, caminó por la calle acompañada de Oolth. Los mendigos parecían materializarse de entre las sombras, rodeándolos. Oolth los empujaba a medida que se acercaban.
—¡Apartaos de mí! ¡Sucias criaturas!
—Sigue moviéndote —le dijo Darsha.
Había rechazado la oferta del androide de acompañarlos porque no quería atraer más atención de la estrictamente necesaria. Si hacía falta, activaría el sable láser; estaba segura de que la mera visión de la hoja de energía haría huir a la mayoría de los mendigos. Pero esperaba que no fuera necesario. Ya casi habían llegado al cruce.
Y entonces, su corazón, que ya latía apresuradamente por la tensión nerviosa, intentó salírsele por la boca.
El saltador seguía estando donde lo había aparcado, flotando a veinte metros del suelo. Y, amontonada en la calle debajo de él, había una confusión heterogénea de seres, alrededor de una docena de ellos. Entre las especies que podía reconocer, Darsha distinguió humanos, kubazes, h’nemthes, gotalos, snivvianos, trandoshanos y bith. Todos ellos parecían estar en la etapa adolescente de sus respectivas especies, todos vestían de forma colorista y moteada, y todos parecían extremadamente peligrosos.
—Los raptores —dijo Oolth con un suspiro, con voz estrangulada.
La aspirante a Jedi había oído historias sobre bandas callejeras que aterrorizaban los peores sectores de la superficie de Coruscant. Y la banda de los raptores era la que tenía peor reputación. Había esperado completar su misión con la suficiente rapidez como para evitar un encuentro con ellos. Ahí se quedaba la idea.
Habían enganchado la nave biplaza con varios ganchos de cuyos extremos colgaban cuerdas. Tres miembros de la banda, una hembra humana y dos bith machos, habían trepado ya hasta el vehículo y lo estaban saqueando. Arrojaban varios objetos a sus compañeros de abajo, entre los que se contaban un holoproyector, un respirador acuático, una bolsa de cápsulas de comida y el medpac. Y mientras Darsha miraba, uno de ellos se las arregló para desconectar el piloto automático, haciendo que la nave descendiera suavemente hasta la calle. Algo que fue recibido con alegría por el resto de la banda.
Oolth la agarró de la túnica e intentó arrastrarla hasta las sombras de la estrecha calle.
—¡Deprisa, antes de que nos vean!
—No puedo dejar que desmonten el saltador —repuso ella, liberándose de su mano—. Es nuestra única forma de salir de aquí. Espera aquí hasta que me haya ocupado de ellos.
A continuación se obligó a proyectar una confianza que de ninguna manera sentía, y se dirigió hacia los raptores.
Apenas había dado unos pasos cuando se fijaron en su presencia. La estridente conversación y las risas desaparecieron de inmediato. Seguramente será porque les cuesta creer que alguien pueda ser tan suicida, pensó la padawan.
Se detuvo a unos metros de ellos. En la calle no había nadie más, aparte del fondoriano que temblaba en algún rincón detrás de ella. Nadie en su sano juicio quería estar cerca cuando los raptores iban al acecho.
—Ése es mi saltador —dijo, sintiendo alivio al comprobar que no le temblaba la voz—. Por favor, devolved las cosas que habéis robado y apartaos de él.
Los raptores se miraron asombrados antes de romper en los sonidos que constituían la risa para cada especie. Uno de los humanos machos, enjuto y nervudo, con una improbable melena de pelo verde que se mantenía erguida por un campo electrostático, se acercó a ella.
—Parece que eres nueva por aquí —dijo, provocando más risas entre sus compañeros, esta vez de tono claramente desagradable.
Darsha repasó rápidamente sus opciones. No tenía muchas. Estaba sola contra una docena, y aunque su conocimiento de las artes de combate Jedi mejoraba un poco sus probabilidades, no confiaba lo suficiente en ello como para salir bien librada en un combate. Además, estaba en su territorio y, por lo que ella sabía, igual había una docena más de raptores esperando entre las sombras.
Pero había otras alternativas a la lucha. El truco mental que había intentado antes con los mendigos no había tenido un éxito completo, pero sí que había alejado a unos cuantos. Igual le servía ahora para confundir a los raptores lo bastante como para llegar hasta su vehículo. Claro que aún tendría que meter a Oolth en la nave, pero ya resolvería los problemas uno a uno.
Alzó la mano derecha, abriendo los dedos en un gesto destinado a desviar su atención mientras recurría mentalmente a la Fuerza.
—No estáis interesados en mí, o en mi vehículo —dijo, usando el tono de voz suave pero atrayente que le habían enseñado.
Sus expresiones confusas e inseguras le indicaron que estaba funcionando, empezaba a sentir cómo sus mentes vibraban en resonancia con la de ella.
Pelo Verde debía ser su jefe o algo semejante, porque asintió y dijo lentamente.
—No estamos interesados en ella, o en su vehículo.
El resto de la banda murmuró las mismas palabras al unísono.
Darsha avanzó unos pasos, repitiendo el gesto hipnótico.
—Ya podemos irnos —le dijo a Pelo Verde—. Aquí no hay nada que nos interese.
—Podemos irnos. Aquí no hay nada que nos interese —dijo él, con el resto de la banda repitiendo sus palabras como un eco.
La padawan siguió moviéndose despacio pero con firmeza. Pasó junto a Pelo Verde, situándose en medio de ellos, a sólo uno o dos pasos de su nave. Ya los tenía; notaba sus mentes, algunas luchaban débilmente, otras se entregaban voluntariamente a su poder de sugestión aumentado por la Fuerza. Un instante más y estaría en el saltador.
Un grito resonó en la oscura calle.
Ella se dio media vuelta, sorprendida, buscando con la mirada el origen del grito. Era Oolth el fondoriano, tambaleándose en el centro de la estrecha calle, agitando y moviendo frenéticamente una pierna para librarse de una rata blindada que le había clavado las fauces en su espinilla. Al ver quién había gritado, también vio que su tenue control mental sobre los raptores se rompía por ese grito inesperado. Los raptores parpadearon, menearon la cabeza como despertando de un sueño, dándose cuenta de que su presa se había puesto voluntariamente en medio de todos ellos.
A Darsha ya no le quedaba más remedio que luchar. Buscó su sable láser, pero atacaron antes de que pudiera cogerlo.