TOLOSA

Octubre de 1211

—Simón de Montfort ha sido apresado. ¡Lo han desollado vivo y luego lo han ahorcado!

El correo del conde de Tolosa acabada de traer el mensaje y la noticia se propagó a toda velocidad por la ciudad. La gente bailaba ebria de alegría por las calles de Tolosa. ¡El odiado comandante había muerto, el ejército de los cruzados estaba derrotado!

Colomba no bailaba. Ninguno de los soldados ni de los caballeros, ni siquiera el propio conde habían regresado para relatar la batalla. Lo único que sabía era que no se trataba del asedio de Carcasona o Fanjeaux, sino que la terrible batalla se había librado en las afueras de Castelnaudary. El correo estaba tan agotado que no pudieron sacarle ni una palabra más. ¿Cuántos muertos y heridos había costado detener a los cruzados? ¿Había otro francés dispuesto a ocupar el lugar del temido comandante, de seguir el avance, o acaso el ejército de los cruzados estaba realmente diezmado y dispuesto a poner tierra por medio? Y la pregunta más importante: ¿había sobrevivido Amaury a la batalla?

Unos días más tarde oyó decir que el conde Raimundo marchaba con sus soldados hacia el norte. Luego llegó la noticia de que la victoria de Castelnaudary había reavivado la resistencia contra los cruzados. Las guarniciones francesas eran vencidas en numerosos sitios, que luego abrían sus puertas de par en par para dejar entrar a las tropas de Tolosa.

Después de unas semanas, la verdad empezó a filtrarse lentamente. Los cruzados no se habían marchado y Montfort seguía vivito y coleando. No fue su ejército el que había sido derrotado en Castelnaudary, sino el de los occitanos. Nadie conseguía explicar cómo era posible que éste hubiera perdido la batalla. El poderoso ejército se había dividido y había huido. Mientras que el conde de Tolosa reconquistaba el territorio perdido en el norte con lo que quedaba de sus propias tropas, Montfort había emprendido una expedición militar hacia el sur para reprimir una rebelión. Decían que ya había llegado hasta Pamiers, donde también el conde de Foix se aprovechaba de la rebelión, que no era más que el fruto de las falsas noticias de victoria que él mismo había ordenado pregonar a sus correos.

Vencidos… El corazón de Colomba se estremeció. Cuatro semanas antes había visto marchar a Amaury con los mercenarios. Movió las manos sobre su vientre. Su embarazo aún no era visible, pero ella empezaba a notar que engordaba y seguía teniendo náuseas todas las mañanas. Quizá este niño fuera lo único en el mundo que le recordaba a él. Por primera vez sintió cariño por la criatura que crecía en sus entrañas. ¿Sería un niño? ¿Se parecería a él?

Bruscamente retiró las manos y se sacudió los cabellos de la cara. Este tipo de ideas sentimentales no iba con ella. Tenía que pensar sobre lo que había de hacer. Si Montfort emprendía un nuevo ataque y recibía refuerzos del norte —que sin duda había pedido—, volvería amenazar el peligro. Su ambición era ilimitada, había dicho Amaury, ambicionaba la corona del conde Raimundo de Tolosa. Tarde o temprano volvería a intentar conquistar la ciudad. Ella deseaba encontrar un lugar más seguro para traer al mundo a su hijo. Pero ¿dónde había un lugar seguro? Lo que más deseaba era al hombre que podía protegerla, que la abrazara y, admitió avergonzada, apretara su cuerpo duro contra el suyo.