DE CASTELNAUDARY HACIA TOLOSA

Junio de 1211

Aparte del hecho de que a los ojos de Amaury Colomba había dejado de ser una perfecta para convertirse en una mujer de carne y hueso, todo seguía igual. Ella se negaba a hablar con él sobre el hombre que había asesinado al sargento de Roberto y también continuaba callada como una tumba sobre sus antiguas desapariciones. Sólo se quejaba de que la comida que no había tocado desde hacía años no le había hecho ningún bien. Tenía el estómago y los intestinos revueltos y eso la debilitaba aún más. Quería regresar cuanto antes al mundo habitado, y preferiblemente a un lugar poblado por sus correligionarios, para que pudieran atenderla en casa de los Buenos Cristianos. Amaury aseguraba que lo que la hacía sentirse enferma era la herida infectada del hombro.

Dado que ya no tenían que ir a la Montaña Negra, Amaury decidió viajar hacia el sur. En la lejanía se distinguían las cimas nevadas de las montañas. A los pies de la cordillera se extendía el condado independiente de Foix, y al otro lado de las montañas el reino de Aragón, donde habían buscado refugio numerosos faidits. Después de un recorrido agotador llegaron a Castelnaudary, donde interrumpieron su viaje para reponer fuerzas. Habían permanecido allí apenas unos días cuando llegó la noticia de que Montfort, que había lanzado una nueva ofensiva desde Lavaur, les pisaba los talones. Acababa de conquistar la cercana Les Cassés y había quemado en la hoguera a más de sesenta Buenos Cristianos. Aquello acabó con la paciencia del conde Raimundo de Tolosa. Aunque Montfort había atacado Lavaur con el pretexto de que era defendida por faidits, vasallos que habían huido de los dominios de los que él se había apropiado, la nueva ofensiva demostraba que el comandante del ejército de los cruzados carecía de escrúpulos y amenazaba a los vasallos de Raimundo dentro de las fronteras de su propio condado. No cabía la menor duda, Montfort no vacilaría en atacar Tolosa. El conde, que había conseguido detener el avance del ejército de los cruzados por medio de interminables negociaciones diplomáticas, estaba obligado ahora a pasar a la acción. A fin de cuentas, él y su ciudad habían sido excomulgados por la Iglesia y por ello estaban a merced de cualquiera que consiguiera conquistar sus posesiones. Decidió bloquear la ruta de aprovisionamiento de los cruzados entre Tolosa y su cuartel general en Carcasona. En esta ruta se hallaba Castelnaudary y por tanto prendió fuego a la ciudad, en cuanto hubo evacuado a todos sus habitantes.

De nuevo, Amaury y Colomba se encontraban en una caravana de refugiados. Dejaban atrás los humeantes restos de Castelnaudary, de la cual sólo quedaba en pie el fuerte.

—¿Adónde vais? —preguntó Amaury a uno de los caballeros que los acompañaban.

—A Tolosa.

—¿Tolosa? —Colomba tiró a Amaury de la manga y se quedó parada en medio del camino, provocando enseguida un atasco.

—Sigue andando, —le susurró Amaury.

—¡No quiero ir allí!

—No tenemos elección. En estas circunstancias no podemos llegar a Foix. Además con tanta gente estaremos más seguros que si vamos solos.

—¿Seguros? ¿Sabes cuántos Buenos Cristianos viajan con nosotros? No sobreviviremos una segunda Lavaur.

—No tienes por qué temer a la hoguera, a fin de cuentas ya no eres una Bonne Dame.

Colomba acarició con la mano el hermoso vestido de seda que había pertenecido a la mujer del cirujano. Empezaba a sentirse algo mejor y también se iba habituando a la suntuosidad de la tela sobre su piel. Dos días después de su salida de Lavaur se había desprendido del asqueroso hábito monacal. A lo que no podía acostumbrarse era a no estar tan bien informada como antes. Siempre había tenido la sensación de controlar la situación porque estaba al corriente de lo que sucedía. Pero ahora debía confiar en la información que le daba Amaury y en aquel momento éste sabía tan poco como ella. Tenía que dejarse llevar por la tormenta como una hoja separada del árbol arraigado en el suelo que la había visto nacer y que la había alimentado, acosada por las tropas de Montfort que sembraban la muerte en el condado de Tolosa. Acabaría posándose en algún lugar, quizá en Tolosa, hasta que la tormenta se la llevara más lejos, aún más lejos. Sintió que Amaury la rodeaba por la cintura, la atraía hacia si y luego la volvía a soltar. Un simple gesto, tan entrañable como si hiciera años que lo conociera, como si nunca hubiera prometido no tocar a un hombre. Le sonrió. Qué curioso era que precisamente él personificara el ideal que cantaban los trovadores. La había esperado con infinita paciencia, había dominado sus impulsos a pesar del dolor que el deseo provocaba en su corazón, como dictaban las leyes de cortesía. ¡Y eso que de todos era sabido que los franceses eran unos bárbaros ignorantes en lo tocante al amor! Ella, por su parte, no quería saber nada del refinado juego amoroso que las mujeres nobles casadas practicaban con sus admiradores. Pero bueno, qué sabía ella de todo eso, ella que había pasado la mayor parte de su corta vida en la casa de una Bonne Dame. Ella no lo había mantenido a distancia con juegos de palabras sutiles que habían de enseñar al amante a tener paciencia y que debían indicarle qué esfuerzos tenía que hacer para recibir por fin la ansiada recompensa, como prescribía el amor cortés. En lugar de ello, le había reprendido con las duras lecciones de los Buenos Cristianos:

“El maligno creó el cuerpo de la mujer y luego mostró al hombre este fruto prohibido. Ideó el instinto sexual para mantener su creación y para que sus criaturas se multiplicaran. Por ello el acto sexual es el mayor de los pecados. El deseo es la trampa del dios de las tinieblas para atrapar a los ángeles del reino del dios bueno”.

Colomba había caído en la trampa con los ojos abiertos, sabiendo que con ello se alejaba del objetivo que perseguía: liberar su alma del cuerpo en el que estaba encerrada, reunirse con su espíritu celestial y regresar al mundo donde todo era bueno y donde no existían las tinieblas. Sin embargo, había sido una decisión meditada, porque había descubierto horrorizada que ya no estaba preparada para la liberación de su alma, por lo menos no como había acontecido en Lavaur. Cuando fuera más vieja, querría morir en las manos de los Buenos Cristianos. Igual que había visto morir a su madre y a sus tías, que habían sido Bonnes Dames. Así sí quería partir, cuando realmente pudiera distanciarse del mundo y de todo lo que había en él, como Amaury. Pero ¿cómo podía distanciarse de una vida que ni siquiera conocía? Sería infinitamente más difícil, y por ello mucho más valioso, si primero probaba la tentación. Más tarde renunciaría a esta vida, y no ahora, y menos aún porque así lo decidieran los demonios del norte que se habían plantado en su país como buitres. ¿Acaso no era más importante indicar a otros el camino hacia la liberación, que ser liberada? ¿No era mucho mejor subordinar las aspiraciones propias a las de una comunidad? ¿Acaso la mayoría de las Bonnes Dames no habían estado casadas antes de recibir el consolamentum? ¿No habían dado hijos a sus esposos, hijos para defender la Iglesia de Dios e hijas para vigilar los lazos de la familia con la Verdadera Fe?

Sonrió, satisfecha con sus propias reflexiones. Unos instantes más tarde encogió los hombros como si quisiera esconderse de vergüenza. ¿No estaría buscando una manera de huir del destino que ella misma había elegido, el difícil camino de un Buen Cristiano que exigía un precio tan alto? Quizá. En cualquier caso había encontrado una excusa para amar sin faltar del todo a su deber. Su mano buscó la de Amaury y se cobijó en su puño.