20

Haimya corrió escaleras arriba a la misma velocidad que Pirvan en terreno llano. No era una hazaña tan memorable como podría parecer, ya que el ladrón no corría todo lo deprisa que podía. Le bastaron unos pasos para comprobar que el portador del hacha era algo lento en sus movimientos. Si el ladrón corría al máximo, dejaría rápidamente a la criatura tan atrás que ésta renunciaría a la persecución y seguiría a Haimya por las escaleras.

Entonces el plan de atraparlo entre los dos se vendría abajo. Su mejor posibilidad de eliminarlo antes de que los demás guardias se congregasen en la torre o de que Fustiar despertara de su sopor para abrasarlos con su magia dependía de ese plan; si salía mal, no sería un problema menor.

Pirvan corrió rodeando el pie de las escaleras y se agachó para pasar por debajo, entre los montantes. Esperaba que la criatura corriese con todas sus fuerzas y se estrellara contra los montantes, que eran troncos de árbol bastamente tallados, con el impulso suficiente para perder el conocimiento por el golpe, pero sin que las escaleras se vinieran abajo.

La criatura no era tan rápida ni tan torpe. Se detuvo antes de colisionar, se volvió hacia los escalones y empezó a subirlos.

Por fortuna, las contrahuellas de los peldaños dejaban muchos huecos que permitían el paso de una daga. Pirvan no tuvo que esforzarse demasiado para clavar su acero en el pie de la criatura.

El problema fue hacerle suficiente daño para llamar su atención. Tuvo que dar tres puñaladas antes de que la criatura perdiera el paso, y sólo al cuarto intento, que casi le secciona un dedo del pie, le infligió un daño perceptible. La criatura saltó de las escaleras, blandiendo el Quebrantador de Hielo. Cayó de rodillas y estuvo a punto de perder su arma. Pero la sujetó con fuerza antes de que Pirvan tuviera tiempo de acercarse e intentara arrebatársela, y enseguida se puso en pie trabajosamente, giró con ímpetu sobre sus talones y golpeó salvajemente al ladrón.

El golpe falló por la anchura de una uña; Pirvan sintió el aire desplazado contra su mejilla. Saltó hacia un lado y atrás en el mismo movimiento, y descargó una cuchillada contra el brazo más cercano. Sólo la punta de su daga acertó, pero la criatura se detuvo un momento para cambiar la posición de sus manos sobre el hacha.

En ese momento, una flecha voló desde lo alto y alcanzó a la criatura en el cuello. Llevaba más fuerza que la daga de Pirvan y acertó en un trozo de piel más fina que las plantas de sus pies, duras como el cuero. Perforó la velluda piel e hizo que manara abundante sangre.

La criatura blandió el Quebrantador de Hielo enloquecidamente con una mano y se llevó la otra al cuello. Titubeó y se tambaleó, pero no se desplomó. En su lugar, volvió a dirigirse hacia los escalones y empezó a subirlos, ahora de dos en dos. Iba demasiado rápido para que Pirvan tuviera tiempo de situarse debajo de las escaleras e intentara disuadirlo. Lo siguió tras dejarlo adelantarse unos cuantos escalones, hasta quedar fuera del alcance del hacha.

Intentó mantener esa distancia segura y al mismo tiempo acercarse lo suficiente para atacar a la criatura si tropezaba. La herida tenía que dolerle y debilitarla, pero no mostró ningún signo de vacilación, ni siquiera redujo la marcha. Tampoco parecía recordar que quizás hubiera dejado algo peligroso a su espalda. Su sed de sangre se había concentrado completamente en Haimya, que la había herido. Dejaría que el resto del mundo siguiera su camino hasta haber ajustado las cuentas a su agresora.

La experiencia de Pirvan era que los luchadores que olvidan mirar atrás con frecuencia no duran mucho cuando se enfrentan a adversarios hábiles. Sin embargo, también existía el grupo de los que usaban la fuerza bruta y la velocidad para enfrentarse a la astucia y la vigilancia. La criatura guardiana con el Quebrantador de Hielo pertenecía a este grupo.

Pirvan se había preguntado por qué Fustiar había puesto el Quebrantador de Hielo en manos de un luchador tan poderoso pero tan torpe. Tal vez la criatura había sido engendrada con ciertas habilidades innatas.

Este pensamiento mejoró la opinión del ladrón sobre los poderes del mago, lo cual no resultó muy agradable. Por otra parte, tampoco resolvía nada de la lucha actual.

Haimya casi había llegado al final de las escaleras. Se enfrentó a la criatura flexionando las rodillas, en clara indicación de que estaba a punto de saltar. Su enfermedad no parecía haber afectado a su velocidad. Pirvan confió en que también hubiera conservado su agilidad. Aterrizaría sobre la dura tierra, desde una altura demasiado grande para que tuviera muchas posibilidades de llegar al suelo indemne. Tampoco haría falta una lesión muy grave para convertirla en presa fácil de la criatura o los guardias humanos que pronto llegarían a la torre.

A Pirvan se le ocurrió que, por intentar hacer demasiadas cosas a la vez, él y Haimya se las habían arreglado para perder la ventaja de la sorpresa, prácticamente lo único que permitiría a dos personas enfrentarse a un pequeño ejército y sobrevivir. Si hubieran llegado desfilando con trompetas y tambores, quizá no habrían descubierto nada sobre Fustiar, pero habrían tenido más éxito en la búsqueda de Gerik Ginfrayson y hubieran conseguido hablar con él.

La buena voluntad de los señores de Istar hacia los hermanos y hermanas del trabajo nocturno no valía lo que la vida de Haimya… y Pirvan tenía dudas más que razonables de que una herida acabase con ella (o incluso con él).

La criatura subió precipitadamente dos escalones más. Parecía inestable sobre sus musculosas piernas y Pirvan vio que los peldaños que dejaba atrás estaban rojos y relucientes. Por lo menos derramaba algo que parecía sangre, en lugar de algún fluido vital conjurado por los conocimientos malignos de Fustiar.

Todo pareció ocurrir a la vez. La criatura dio otro paso y blandió su hacha. Haimya saltó hacia un lado y lanzó una estocada de abajo arriba con su espada. El hacha se clavó en la puerta, atravesando la luna forrada de hierro como si fuera de seda. Pirvan no pudo ver dónde fue a parar la espada.

Sí vio a Haimya colgada de las escaleras por una mano. Vio a la criatura girar sobre sí misma, la oyó proferir un terrible alarido gorgoteante y medio ahogado y observó que ya no empuñaba el Quebrantador de Hielo. Una mano vacía intentó agarrar a Haimya, ella le lanzó un tajo y los dedos se cerraron alrededor de la hoja de la espada. Un tirón y la criatura sostenía la espada de Haimya en su mano ensangrentada.

Entonces siseó como una cueva llena de serpientes, alzó las manos y cayó de espaldas, con tanta rapidez que Pirvan no pudo apartarse a tiempo. Tuvo la suerte de no ser derribado, empujado hasta el suelo y aplastado por el enorme peso de la criatura. Pero ésta no dejó de manotear durante su caída y uno de los manotazos golpeó el brazo izquierdo del ladrón. Pirvan notó que el hueso restallaba; pensó que lo habría oído quebrarse si su enemigo no hubiera proferido otro terrible grito en aquel preciso instante.

Después, la criatura chocó contra el suelo con un seco golpe que hizo estremecerse las escaleras y provocó una brusca oleada de dolor en el brazo roto de Pirvan. No le hizo caso y recorrió a la carrera los últimos escalones que lo separaban de Haimya. Un brazo le bastó para sujetarla por la mano libre y ayudarla a balancearse hasta alcanzar la momentánea seguridad de las escaleras.

Demasiado momentánea para su comodidad. Ella había perdido la espada, él un brazo y los dos disponían en total de cuatro flechas, dos dagas, un arco y tres brazos.

También tenían el Quebrantador de Hielo, o al menos nadie podría empuñarlo contra ellos. Que su posesión cambiara alguna otra cosa estaba por ver, pero a Pirvan le pareció poco probable.

«Buena compañía para morir» era un antiguo adagio, y en aquel momento tenía plena validez. Mayor validez tenía para Pirvan su opinión de que Haimya sería una buena compañía para el resto de sus días.

Tuvo que arrastrar el Quebrantador de Hielo con la mano sana, pero lo llevaban con ellos cuando atravesaron tambaleantes los restos de la puerta que conducía a la primera sala de la torre de Fustiar, accesible desde el suelo. Arañó el suelo con un chirrido y Pirvan tuvo la descabellada y terrorífica idea de que estaba vivo y protestaba por el cambio de dueño.

Lo cual, dados los evidentes poderes de Fustiar, no parecía imposible.

Gerik encabezaba la marcha de los seis soldados en dirección a la torre. En realidad no contaban con suficientes efectivos humanos para proteger el lugar si Fustiar y el Dragón Negro no estaban en condiciones de luchar. Incluso con seis soldados en la torre, la puerta y las ruinas próximas al cubil del dragón quedarían escasamente protegidas, y sólo por mudos.

Gerik comprendió enseguida que seis hombres en la torre podían ser muy pocos. La criatura guardiana yacía desmadejada en el suelo, con los ojos ciegos fijos en las nubes y dos feas heridas en el cuello, además de las que se había producido con la caída. Por añadidura, no vio el Quebrantador de Hielo por ningún lado.

Lo que sí vio fue la puerta de lo alto de las escaleras, astillada como si la hubiera derribado un puño gigantesco… o quizás un Quebrantador de Hielo.

—Dame eso —dijo Gerik, volviéndose hacia el hombre más cercano que llevaba una antorcha—. Voy a subir solo.

El hombre se quedó boquiabierto, y también sus camaradas, en particular al hombre que había luchado con el espíritu arbóreo en las colinas.

—Ah… Con uno no basta…

—Si Fustiar está despierto, puede encargarse de ellos. Si duerme como de costumbre, uno basta para mantener ocupado a cualquier enemigo humano hasta que despierte. Si los enemigos no son humanos, basta con que muera uno para averiguarlo. Si no salgo, nada de rescates heroicos. ¿Lo juráis?

—No —respondieron los hombres, irguiéndose—. Al menos intentaremos descubrir qué te ha ocurrido y luego iremos a comunicárselo a Synsaga.

—Que Kiri-Jolith vele por vosotros —dijo Gerik, alzando las manos. Podían ser piratas, pero aún conservaban algunos sentimientos de bondad y dignidad, estando dispuestos a enfrentarse a amenazas desconocidas por un jefe también prácticamente desconocido.

«Los dioses tienen un sentido del humor muy peculiar, para convertirme en un jefe respetado por guerreros, en estas circunstancias», pensó.

Gerik empezó a andar a grandes zancadas, espada en mano, pasó junto a la criatura muerta y aminoró el paso al llegar a las resbaladizas escaleras. Habría tenido mejor opinión de su propio valor si no hubiera oído una detallada descripción del «espíritu arbóreo» de labios de su víctima. Podía ser la descripción de muchas mujeres, pero pocas eran consumadas luchadoras y era probable que sólo una estuviera recorriendo la costa del golfo del Cráter en esta época.

Una reunión con Haimya en aquellas circunstancias sugería que el sentido del humor de los dioses era algo más que peculiar. Podría calificarse de estrafalario o incluso cruel, no sin irreverencia pero tampoco sin faltar a la verdad.

Por primera vez desde que fue consciente de estar enferma, Haimya quería acurrucarse en un rincón y quedarse allí esperando la muerte o la curación. Había agotado sus últimas fuerzas luchando en las escaleras y, aunque la criatura estaba muerta, se preguntaba cuánto tiempo conseguirían sobrevivir Pirvan y ella.

El ladrón dejó caer el Quebrantador de Hielo con un último estrépito metálico y examinó la habitación. A todas luces, había sido una sala de algún tipo, en los primeros tiempos del castillo. Después había sido dividida en celdas o pequeñas cámaras mediante paneles de madera, pero incluso los habitantes de estas cámaras habían muerto hacía mucho y la madera también hacía mucho que se había podrido. La sala estaba cubierta de polvo y escombros en descomposición que alcanzaban la altura del tobillo, lo cual implicaba el riesgo de tropezar cuando llegara la lucha final.

Haimya no buscó un rincón, pero sí se sentó entre los escombros con las piernas cruzadas y la cabeza gacha, hasta que sintió que recobraba el aliento y el juicio. Pirvan se había descolgado la mochila y sacaba de ella vendas, emplastos y poción curativa.

O mejor dicho, el frasco que había contenido la poción curativa. Una gran resquebrajadura en su base les indicó que su contenido se había derramado.

—¿Te queda a ti? —preguntó el ladrón.

—Menos de la que necesitamos para los dos. He tomado un poco, de lo contrario ya no estaría aquí. —Deseó haber tomado menos.

—Ojalá no estuvieras aquí, Haimya. Ojalá estuvieras en una cama caliente, muy lejos de aquí, con una jarra de vino y un plato de pastas sobre la mesita de noche. Ojalá llevaras un camisón de seda y perfume. Ojalá…

Su voz estaba a punto de quebrarse y ella sintió que su rostro se sonrojaba. Entonces oyeron pasos en las escaleras, una sombra se asomó a la puerta seguida de una voz. Haimya la conocía bien, la conocía pero no le importó la suave burla que traslucía y sintió que se sonrojaba aún más.

—Amigo, ¿a quién quieres convocar con tales imágenes de mi prometida? ¿O deseas que yo esté a su lado en la cama?

—Gerik —dijo Haimya. Intentó incorporarse y se dio cuenta de que se le había agarrotado una pierna. Trató de estirarla, pero antes de lograrlo Gerik se había acercado a ella y la ayudaba a ponerse en pie.

Quiso sacudirse de encima tanto su ayuda como el polvo del suelo que se le había pegado, pero para eso hubiera necesitado tres manos. Se conformó con apartarse de él y sacudirse el polvo ella sola.

—No tienes muy buen aspecto, Haimya —dijo su prometido.

—Nada de lo que has hecho últimamente ha contribuido a hacer mi vida más fácil —replicó ella. En el fondo de su mente, una vocecita le susurró que probablemente tampoco él tenía una idea muy clara de cómo debía proceder en aquella situación. Un poco de simpatía no estaría de más. Inspiró profundamente y prosiguió—: Gerik. Ha llegado a mis oídos… He oído decir que has hecho un juramento de lealtad a Synsaga.

Lo miró a la cara y, aunque él guardó silencio, sus ojos hablaron con voz lo suficientemente alta y clara. Ella quiso darse la vuelta, abofetearlo o hacer algo que señalara aquel momento y su desaprobación. (No podía explicarlo con una palabra más gruesa. Su prometido podía haber sido amenazado, y su compromiso no se mantendría o rompería basándose en ese juramento si él lo quebrantara y huyera).

—Eso lo saben todos en el golfo del Cráter —dijo Gerik—. No es ningún secreto.

—Excepto para quienes han venido al golfo del Cráter para… para discutir tu futuro contigo —intervino Pirvan.

Haimya hizo un gesto de silencio a su camarada. Cuanto menos atrajera la atención de Gerik, mejor. Nunca hubiera creído capaz a su prometido de enviar a un rival imaginario a su perdición, pero tampoco había creído que fuera capaz de unirse a los piratas de Synsaga.

—No podemos hablar de esto ni un minuto en esta torre sin el permiso de Fustiar —dijo Gerik.

—¿Entonces eres su sirviente, más que el de Synsaga? —le espetó Haimya.

—Cálmate, Haimya. No hay ningún conflicto, puesto que Fustiar también sirve a Synsaga y no va más allá de los límites que ese pirata le impone. —Sus voz y sus ojos imploraban que lo creyera y no lo cuestionara. No aquí.

Ella empezó a creer que había habido coacción un año antes, o bien segundas intenciones ahora. Iría con ellos y, en cuanto estuviera a salvo y lejos del golfo del Cráter, podrían hablar con libertad, averiguar más sobre Fustiar, incluso…

—¡Cuidado! —gritó Pirvan.

Gerik se volvió a la velocidad del rayo. Otros piratas entraban impetuosamente por la puerta en ruinas. Uno de ellos se quedó mirando fijamente a Haimya. Ella reconoció al centinela que había dejado inconsciente después de saltar del árbol ilusorio de Pirvan.

—¡El espíritu arbóreo! —exclamó el hombre. Después cogió el machete que llevaba al cinto y se abalanzó sobre Haimya.

Si Pirvan hubiera contado con su agilidad normal, podía haber detenido al agresor de Haimya sin matarlo. Pero entre el dolor de su brazo roto y la oscuridad de la habitación, estaba incapacitado para hacer algo útil.

Por tanto, sólo había dos posibilidades: o Gerik Ginfrayson detenía al hombre o Haimya moría bajo el arma del pirata.

Gerik giró sobre sí mismo con la espada en la mano. Cuando el hombre pasó junto a él, descargó la hoja de plano sobre su cabeza. En lugar de aturdido, lo enfureció aún más. Se volvió hacia Gerik, y sólo un quite notablemente rápido impidió que el machete del hombre se hundiera en su cabeza.

—¡Detente, estúpido! —gritó Gerik—. Son mis prisioneros. Puedes morir por atacar a los prisioneros de otro hombre.

—¡Espíritu maligno! —bramó el hombre. No había motivo para gritar, ni ninguna posibilidad de razonar con él. Haimya se adelantó para ayudar a Gerik a desarmar al hombre y salvar cualquier posibilidad remota de poder mantener la paz.

Pero, el hombre desenvainó su daga y atacó a Haimya. Ella fue un poco más lenta de lo habitual y la punta se clavó en su hombro izquierdo. El dolor fue como un fogonazo y sintió brotar la sangre. Pensó en las últimas gotas de poción curativa y cuánto tendrían que curar.

Gerik no pensó en nada. Su espada centelleó tres veces y la última se retiró cubierta de sangre, mientras el hombre se desplomaba y se quedaba hecho un ovillo en el suelo. Dio un paso atrás, con una expresión implorante en su rostro. Haimya no supo a quién iba dirigida la súplica, si a ella o a los piratas de la puerta que veían a su compañero abatido.

Supo que sólo le quedaba una esperanza. Vertió la mayor parte de la poción curativa sobre su hombro herido y las últimas gotas sobre su lengua. Sin esperar a que le hiciera efecto, se plantó junto al Quebrantador de Hielo y lo cogió.

No sabía lo que podía suceder. ¿La fulminarían los piratas en el acto por robarlo, o pensarían que tenían algún otro sitio al que ir, y urgentemente?

Pero no ocurrió ninguna de las dos cosas. Lo que tenía en la mano era una excelente hacha de guerra de un solo filo y que se empuñaba con las dos manos. Era pesada, pero estaba bien equilibrada; ahora estaba claro que no era necesaria la fuerza de la criatura guardiana para utilizarla. Fustiar debía de saber bastante sobre armas; era una lástima que se hubiera entregado al Mal…

—¡Muerte a la bruja! —gritó uno de los piratas, lo bastante fuerte para arrancar ecos y levantar polvo. Levantó más polvo cuando embistió con el machete en alto.

Los brazos y los hombros de Haimya resistieron la primera acometida adelantándose a su mente. Sostuvo el arma con las manos muy separadas y la cabeza ladeada a la izquierda, luego cambió la posición de las manos para blandir con fuerza el arma de izquierda a derecha. La pala del hacha impactó con el machete que descendía y lo arrancó de las manos del hombre.

El golpe no detuvo la mortífera trayectoria del hacha. Aún tuvo la fuerza suficiente para clavarse profundamente en el torso del pirata. El hombre contempló el boquete rojo donde antes tenía el estómago, luego intentó en vano cubrir la herida con los brazos y cayó de rodillas. Sólo tuvo tiempo de empezar a gritar antes de que la sangre llegara a su boca y cayó, tosiendo y retorciéndose.

Antes de que se quedara inmóvil, Pirvan se había apresurado a recoger el machete caído. Lo esgrimió con la mano sana, aunque Haimya lo vio hacer una mueca de dolor cuando el movimiento sacudió su brazo roto y aún sin vendar.

—Son mis prisioneros —dijo Gerik con voz tensa—. Haimya, amigo de Haimya, dejad las armas. Os prometo…

—¡Yo prometo muerte a los traidores! —gritó otro hombre—. Esa bruja ha matado a mi hermano. ¡No es ninguna prisionera!

Gerik, Pirvan y Haimya apenas tuvieron tiempo de formar una tosca línea defensiva antes de la embestida general. Después, durante un par de minutos, la lucha se convirtió en un vertiginoso entrechocar de acero (y hielo) que no permitió a Haimya ser consciente de nada que estuviera más lejos de un palmo del alcance de su Quebrantador de Hielo.

Abatió a dos hombres con él, uno cayó muerto, y recordó demasiado tarde que un arma que se empuña con ambas manos no es la más adecuada en una algarada contra enemigos que pueden colarse entre dos golpes. Pero Gerik parecía haber aprendido más esgrima en el último año que en todos los anteriores juntos, y Pirvan era rápido como una anguila y bienvenido como una serpiente venenosa. Cada uno acabó con un hombre y Haimya empezó a abrigar esperanzas.

Las esperanzas murieron cuando en la puerta aparecieron más hombres. El combate debía de haberlos atraído y los recién llegados eran pavorosos hasta lo indecible: sin orejas, silenciosos, cubiertos de cicatrices y enloquecidos. Aunque hubieran tenido orejas, Haimya no podía imaginárselos escuchando.

Ella y Pirvan se juntaron y mantuvieron a los recién llegados a distancia. Ambos luchaban con armas extrañas, ella estaba enferma y él, herido, pero una misma mente parecía mover sus extremidades y acusar recibo de los mensajes que enviaban sus sentidos.

Los recién llegados parecían reacios a atacar a Gerik, y Haimya se preguntó si se debería a que estaba al servicio de Fustiar, que debía de ser su amo. Los piratas no parecían reacios a atacar a nadie, pero dividieron sus fuerzas para que ninguno se viera superado en número.

Sólo los dioses sabían cuánto había durado la lucha. Terminó en un aterrador momento, cuando Haimya dependía de que Pirvan le protegiera el frente para lanzar un mandoble a un pirata que llevaba un casco.

El Quebrantador de Hielo centelleó en su descenso, hendió el casco y cortó acero y hueso hasta la nariz del hombre… antes de estallar como un globo de cristal al caer sobre un suelo de piedra. Pero lo que salió despedido en todas direcciones no fueron simples fragmentos de cristal.

En su lugar, salieron volando trozos de hielo forjado por la magia, más afilados que cuchillas de afeitar, pesados como piedras y mortíferos como garras de dragón. Haimya vio sangre en sus piernas, dos hombres que caían y a los mudos sacando a rastras por la puerta a uno de los suyos que tenía el vientre abierto. Huían de algo que superaba su valor sin cerebro…

Y vio a Gerik Ginfrayson desplomarse, con una mano ya roja sobre una herida provocada por el hielo en su muslo, una herida mortal, hasta que las fuerzas lo abandonaron y su mano cayó, dejando que la herida concluyera su trabajo.

Haimya se arrodilló a su lado hasta que la luz de sus ojos se apagó. Recordaba que le había besado los labios antes de que estuvieran fríos y otra vez después. Recordaba que había murmurado que le había sido fiel, hasta su última traición, y otras cosas que probablemente fue mejor que no pudiera oír. Los oídos de los dioses bastarían.

No podía recordar si él había dicho algo. Probablemente guardó silencio, e incluso la sonrisa de su rostro era casi seguro un invento de la imaginación de su prometida. Pero retuvo la imagen de aquella sonrisa en su mente, incluso cuando sintió la mano de Pirvan sobre su hombro y le permitió que la ayudara a incorporarse.

—Tenemos que irnos.

—¿Adónde?

—Hacia arriba o hacia abajo. No importa. Tenemos que salir de la torre para que Hipparan pueda encontrarnos… antes de que Fustiar despierte y el Dragón Negro regrese.

—Yo… recibí el trozo… Gerik debió recibirlo y yo el suyo.

—¿Puedes caminar? —le preguntó Pirvan, mirando su pierna herida.

—Quizá. Yo… —Obligó a las palabras a salir, aunque las pronunció sabiendo que él haría caso omiso, que si tenía que encontrar la manera de llevarla bajo el brazo, lo haría—. Déjame aquí.

—Haimya, ésta es la primera vez, y probablemente la última, que te doy una orden. Ven, libremente o contra tu voluntad, pero ven.

Un resto de dignidad residual la obligó a poner un pie delante del otro. Sorprendentemente, la pierna herida podía soportar un poco de peso, aunque advirtió que la hemorragia empeoraba.

Apartando de una patada el mango inútil del Quebrantador de Hielo, pasaron por encima de los cadáveres y fragmentos de hielo en dirección a la puerta.