Pirvan acabó de untar de aceite la espalda de Haimya y empezó a extenderlo hacia abajo. Dejó que sus manos se entretuvieran unos instantes.
Ella se rió, se volvió y lo besó, antes de escupir.
—¡Puaj! Ese aceite de pescado sabe peor de lo que huele.
—Ahora veo que debimos pedir aceite fresco, o quizá grasa de oso.
Pirvan acabó de embadurnar a su dama de pies a cabeza y luego se volvió mientras ella le devolvía el favor. Cuando recogía su indumentaria de lucha, dos tiras de cuero, Haimya frunció el ceño.
—¿De verdad servirá de algo este aceite, además de conseguir que tanto nuestros enemigos como nuestro amigos se peleen por ponerse a sotavento de nosotros?
—Créeme, todos los ladrones que conocía se untaban tres o cuatro veces con él en cada trabajo nocturno. Sobre todo lo hacían para deslizarse por espacios angostos, pero también porque resultaban más difíciles de agarrar para cualquier cazador de ladrones.
Pirvan se vistió con su propia indumentaria de combate, una tira de cuero sobre un taparrabos acolchado, y caminó hasta la esquina donde se hallaban sus dos picas sin punta. Las recogió, hizo girar una en cada mano y sonrió a Haimya. Ella estaría más deseable y mortífera en otras ocasiones, pero Pirvan no las recordaba. Haimya se apoderó de uno de los bastones, lo empuñó en posición de combate, giró velozmente sobre sí misma y saltó en el mismo instante. Pero su sonrisa cuando se volvió de nuevo hacia él era un poco insegura.
—¿Y si llevan armadura?
—Tendremos más ventaja en velocidad que si no la llevan. Pero dudo de que se deshonren de ese modo. Me aseguré de que todos supieran que tú y yo lucharíamos sin armadura.
El juicio iba a ser, efectivamente, no sólo sin armadura, sino además sin excesivas reglas. Lucharían en un cuadrilátero de cien pasos de lado y cualquiera que se saliera de la línea de estacas que lo señalaban quedaría fuera de la lucha. Ningún bando utilizaría armas blancas, lanzas o arcos. Cualquier cosa que se hallara dentro del cuadrilátero podía utilizarse como arma, pero no se podía entregar nada a los contendientes una vez iniciada la contienda.
En cuanto empezara, continuaría hasta que un bando o el otro declarara que se rendía o estuviera claramente incapacitado para proseguir la lucha. La intención era que la muerte, si se producía, se debiera únicamente a la mala fortuna, pero ambos bandos tendrían guardias apostados por si alguien caía en la tentación de seguir los pasos del asesino de Pedoon.
—¿Mi señora? —dijo Pirvan, inclinándose ceremoniosamente en dirección a la puerta.
Ella le rozó la mejilla con los labios y salió de la habitación. Cuando Pirvan la seguía, los caballos enviados por Waydol relincharon suavemente.
—Venid —gruñó Fertig Templador, al mando de la escolta—. Algún comerciante se coló anoche en la ensenada con un cargamento de vino. Si les damos una hora más a esos bobos, no habrá forma de mantener la paz.
Pirvan se balanceó en la silla de montar. Soplaba una suave brisa, fría, sobre su piel desnuda. El aceite lo haría difícil de agarrar, pero ofrecía poca protección. Al menos el cielo era de un gris uniforme, por lo que no había tiempo que perder maniobrando para que el sol incidiera en los ojos a su adversario.
—¡Adelante! —gritó Pirvan, y el tamborilero recién incorporado a sus hombres empezó a tocar un ritmo de marcha lenta. Mientras la escolta montada se adelantaba a la columna, Pirvan admiró su orden y cómo habían conseguido limpiar sus armas e incluso intentado lavar su ropa.
El tamborileo continuó, una pequeña pero decidida voz clamando contra la inmensidad del cielo gris y la tierra cubierta de cicatrices.
La brisa había cesado cuando Pirvan y Haimya condujeron a sus hombres hasta el cuadrilátero del combate. Lo habían trazado el día anterior, a una distancia segura de ambos campamentos para evitar los desórdenes. Pirvan estudió a los hombres de Waydol, no vio señales de borrachera y buscó a sus adversarios con la mirada.
Lo que encontró fue una tienda marrón, erigida en una esquina del cuadrilátero. Tenía el aspecto de ser un montaje improvisado, probablemente con una vela vieja, pero implicaba que Waydol y Darin podían pasar directamente de estar ocultos al cuadrilátero. No cabía la posibilidad de estudiarlos con antelación, mientras que Pirvan y Haimya estaban completamente expuestos en más de un sentido de la palabra.
«Mis disculpas, caballeros, por no haber pensado en eso».
—Ah —se oyó exclamar a una familiar voz femenina—. Ya me parecía que estabais de muy buen ver, sir Pirvan. Ahora estoy segura.
Pirvan asió con firmeza su bastón y se volvió hacia Rubina con una sonrisa.
—Os lo agradezco, mi señora. Pero también os lo advierto: si me distraéis tanto que perezco en este combate, mi espíritu volverá para atormentaros, si Haimya no derrama vuestra sangre.
Rubina puso los brazos en jarras y se echó a reír.
—Mis disculpas, sir Pirvan. Juro permitir que esta lucha sea limpia, yo no la interrumpiré.
—Bien —dijo Pirvan brevemente y, dándole la espalda, empezó a hacer ejercicios para calentar sus músculos.
Haimya hizo lo mismo; después recogieron los bastones y se ejercitaron con ellos, aunque no uno contra el otro, Cuanto menos se supiera de cómo eran Haimya y él luchando en pareja, mejor. Aunque si Waydol era la mitad de listo de lo que Pirvan creía, ya habría adivinado algo.
«Que sea lo que quieran los dioses. No podemos hacer nada más que lo que podamos».
Lo que sin duda pretendía ser música interrumpió el silencio de la espera. En la banda de Waydol había cinco tambores e incluso alguien que se creía capaz de tocar la trompeta. Pirvan pensó que si alguna vez alguien interrumpía el sueño de los caballeros de un castillo con una algarabía tan penosa, estaría nadando en el foso antes de que se extinguieran los ecos.
El único tamborilero de Pirvan inició la réplica, pero enseguida los vítores ahogaron a todos los músicos cuando la tienda se abrió y de ella salieron Waydol y Darin. Pirvan se echó el bastón al hombro, cogió a Haimya de la mano y empezó a caminar hacia la línea de estacas, mientras sus propios hombres empezaban a aclamarlos.
Los gritos de ánimo de ambos bandos libraron su propio combate, mientras Pirvan estudiaba a sus adversarios. Había ganado una apuesta: ninguno de los dos llevaba armadura. Darin había prescindido incluso de sus guanteletes blindados, que podían convertir aquellos enormes brazos suyos en mortíferas mazas de guerra. De hecho, ni él ni Waydol llevaban nada más que gruesos taparrabos.
Pirvan escuchó atentamente en busca de alguna señal oculta de desaprobación por el hecho de que él y Haimya fueran armados y sus oponentes no. No oyó nada y musitó breves oraciones de agradecimiento.
Darin parecía un campeón salido de una leyenda de los tiempos de Vinas Solamnus. Era corpulento, pero no había nada irregular en sus proporciones o torpe en sus movimientos. En cuanto a Waydol, Pirvan nunca había visto a un ser viviente encarnar tan bien la pura fuerza física. Deseó haber conocido a Waydol en su juventud.
El Minotauro quizá reflejara sus años, pero su heredero estaba en la flor de la edad para la lucha. Ambos contaban con una gran ventaja en envergadura y potencia a la hora de golpear contra cualquier oponente desarmado. Sin los bastones, los esfuerzos de Pirvan y Haimya podían resultar más una distracción que un éxito.
Haimya se apartó de Pirvan y empezó a dibujar círculos en el suelo con el pie izquierdo. Pirvan no entendía qué necesidad tenía de rituales o de comprobar el terreno, ya que era plano como una mesa y ni demasiado duro ni demasiado blando para ningún plan que se le ocurriera en aquel momento. Pero si eso la tranquilizaba, bienvenido fuera.
Un heraldo de cada bando se adelantó y, mientras los tambores redoblaban nuevamente, leyó las reglas de este juicio por combate. Misericordiosamente, el trompetista permaneció silencioso hasta que finalizó la lectura y entonces empezó a desafinar él solo, como un asno al que estuvieran azotando.
—¡Waydol! —Gritó Pirvan—. Cuando me prestes juramento después de este combate, te exigiré una condición, como mínimo.
El Minotauro ladeó los cuernos.
—¿Cuál?
—¡Qué busques un nuevo trompeta o que enseñes a tocar al que ya tienes!
Las carcajadas se sumaron a los vítores, y en ambos bandos. De pronto, volvieron a sonar los tambores. Los dos heraldos levantaron los bastones de su rango (parecían tallados en costilla de ballena) y los mantuvieron en alto mientras los tambores redoblaban.
Cuando los tambores callaron, los heraldos se dirigieron a los lados del cuadrilátero y los cuatro contendientes avanzaron para luchar.
Los primeros minutos transcurrieron entre fintas y maniobras, mientras cada bando intentaba conocer al otro sin revelar nada de sí mismo. Esto sometía a Pirvan y Haimya a una carga, no mostrar su manera de luchar en equipo demasiado pronto o cansarse utilizando su mayor velocidad para mantenerse a distancia.
Sólo se produjo un contacto en esta parte de la lucha, cuando Waydol descargó un puñetazo con toda su fuerza contra el bastón de Pirvan. El golpe sólo pasó rozando, pero Pirvan notó la sacudida en los brazos, de la muñeca al hombro. Se dejó caer hacia atrás, convirtiendo el movimiento en una voltereta que aumentó la distancia que los separaba; se puso en pie, escupió tierra y miró a Waydol con más respeto.
El Minotauro se echó a reír. No era una risa cruel de placer ante el dolor ajeno. Por el contrario, era la risa de alguien cautivado por la euforia del combate.
«Quiero sobrevivir a esta pelea —pensó Pirvan—. Será digna de recordarse. Quiero incluso hablar de ella con Waydol y Darin, si todos vivimos para acabar siendo viejos camaradas».
Pero la futura camaradería no parecía ocupar mucho la mente de Darin en aquel momento. Era más rápido de lo que Pirvan esperaba, no ágil pero sí capaz de adquirir gran velocidad en un abrir y cerrar de ojos, con aquellas largas piernas. Varias veces corrió hacia Haimya, y sólo saltando hacia la izquierda o la derecha más deprisa que él en cambiar de dirección se salvó la mujer de un forcejeo cuerpo a cuerpo, quizá definitivo.
Dos veces intentó golpear a Darin en la rodilla con su bastón y una lo consiguió con la fuerza suficiente para hacerlo detenerse a examinarse la articulación. Pero aún sostenía su peso al paso que necesitara moverse; Haimya ni siquiera podía reclamar la primera sangre.
Pirvan también tenía que moverse más deprisa, si quería intentar algunos ataques contra Waydol. Al principio estaba deseoso de atacarlo por detrás, pero no veía el modo de hacerle daño alguno. Por eso apuntaba a los codos y las manos del Minotauro, y acertó tres veces sin conseguir nada más que una pausa por parte de Waydol para lamerse un nudillo.
Pero el nudillo sangraba; aquella dura piel de minotauro podía romperse. Además, era la primera sangre.
Pirvan siguió todo el ritual de la primera sangre, como había hecho con el arquero. La respuesta de Waydol fue otra estruendosa carcajada; Darin, menos educado, escupió en el suelo a los pies de Haimya.
La lucha se reanudó.
Al cabo de un rato, ambos bandos sudaban copiosamente y respiraban pesadamente. A Pirvan no le molestaba el sudor; con el aceite de pescado haría que él y Haimya fueran más difíciles de sujetar con firmeza. Pero necesitarían reservar un poco de aliento para el inevitable clímax de la lucha, que llegaría, si no se producía un milagro, cuando Waydol y Darin consideraran que ya habían cansado bastante a sus adversarios.
Haimya tenía una fea hinchazón en la cadera, donde Waydol la había alcanzado con una inesperada coz. Si la pezuña le hubiera dado con la fuerza prevista, le habría roto el hueso como una maceta al caer al suelo. Pero la antigua mercenaria cedió al golpe, Pirvan desequilibró a Waydol con un golpe en el estómago y Haimya estuvo a por completo con un ataque dirigido a la garganta.
Pero Darin se acercó por la espalda a Haimya y ella tuvo que esquivarlo otra vez saltando hacia un lado, sin una posibilidad siquiera de golpear el brazo más tocado. Las piernas de Waydol parecían más lentas después de este ataque, pero sus brazos aún podían proyectar aquellos enormes puños de un modo que hacía ser cauteloso a cualquier oponente cuerdo.
La cautela, sin embargo, no servía para ir más lejos. Tarde o temprano, Pirvan y Haimya también tendrían que correr el riesgo de acercarse para golpear a uno o ambos adversarios en un punto vital y reducir su movilidad.
«Si los minotauros tienen puntos vitales», añadió Pirvan para sí mismo. En el caso de un minotauro, los órganos vitales estaban tan bien protegidos por su masa como los de un humano con armadura, y Waydol tenía más masa que la media de los minotauros, y poco de ella era grasa.
Los ojos del caballero y su dama se encontraron y confluyeron en Darin. Bruscamente, echaron a correr hacia él, describiendo un amplio círculo por ambos lados de Waydol. El Minotauro era menos vulnerable y hasta ahora había peleado con la cabeza fría, por lo que probablemente seguiría siéndolo. Pirvan y Haimya necesitaban que Waydol perdiera los estribos, y abatir a su heredero parecía la mejor manera.
Convergieron en él y atacaron, y por un momento pareció que habían triunfado. A su alrededor estalló una salva de gritos y vítores. Pero los brazos y las piernas de Darin se proyectaron en ángulos imposibles y a una velocidad increíble.
Pirvan sintió que le desviaba el bastón como si fuera una imita y un mazazo en la mejilla. Cedió al puñetazo cuanto pudo, cayó al suelo y rodó sobre sí mismo sin levantarse, mientras sostenía el bastón por encima de él para protegerse.
Se puso en pie de un salto acrobático y volvió a caer, pero se mantuvo erguido con ayuda del bastón. Haimya había quedado entre Waydol y Darin, una posición que no auguraba nada bueno, ¡y Pirvan no podía obligar a sus pies a moverse!
En cambio, vio que Haimya esperaba hasta el último momento, mientras el Minotauro y su heredero se abalanzaban sobre ella. No se habían puesto de acuerdo en quién atacaría y quién cerraría el paso, y los dos decidieron atacar. Se precipitaron uno contra el otro, y cuando Haimya se escabulló de entre ellos, ya era demasiado tarde para detenerse.
Casi dos metros de humano y dos metros y medio de minotauro chocaron con un estampido escalofriante. El impacto derribó a Waydol de espaldas y dejó a Darin tambaleante. Todavía tuvo la lucidez de intentar agarrar a Haimya, pero lo hizo con el brazo lesionado. No consiguió agarrar su hombro con fuerza, cogió la tira de cuero de arriba, se la arrancó y cayó de rodillas.
Ambos bandos enloquecieron entre aullidos y silbidos. Pirvan no estaba seguro de si los hombres aplaudían por la lucha denodada o por el hecho de que Haimya no llevaba ahora nada por encima de la cintura.
Eso importaba poco, comparado con el hecho de que sus propias fuerzas estaban menguando. Por un momento, sintió que su cerebro daba vueltas en el interior de su cráneo; que se le caerían todos los dientes de las mandíbulas si estornudaba. Pero lo único que podía asegurar era que tenía sangre en el labio y un dolor agudo en una mejilla.
Haimya, mientras tanto, no podía haberse preocupado menos por su repentina desnudez. Vio a ambos adversarios en el suelo y se acercó, intentando acabar al menos con uno.
Pero Waydol rodó sobre sí mismo y se incorporó para sujetar con ambas manos la pica de Haimya que descendió. Haimya no se resistió, saltó hacia atrás dando un salto mortal y aterrizó de pie a una distancia segura, mientras Waydol partía la pica como si fuera una ramita y arrojaba los pedazos a un lado.
Darin se quedó sentado dando la espalda a Pirvan. Pero el caballero no podía acercarse con la rapidez suficiente y Waydol lanzó un grito de aviso. Darin se levantó de un brinco y se volvió, ofreciendo a Pirvan sólo un hueco, por donde golpeó la mano que sostenía la tira de cuero. El golpe dio en el blanco, la tira cayó y pronto Waydol y Darin retrocedían, por primera vez en todo el combate.
Los hombres de Waydol superaban a los de Pirvan por cuatro a uno, pero éstos lo compensaban con sus exaltados gritos.
Pirvan se inclinó con rapidez, recogió la prenda caída de Haimya con la punta de su bastón y se la tendió cuando ella se incorporaba.
Estaba sucia, perlada de sudor y aceite y sangrando donde las uñas de Darin le habían arañado el hombro. Se parecía a todas las visiones de diosas guerreras que han tenido los hombres mortales, combinadas en un único cuerpo espléndido.
—Gracias por tener en cuenta mi pudor —dijo, enganchando la tira superior en la inferior—. Pero ahora se me ocurren otros usos para esto. ¿Podemos llevar la lucha hasta el punto donde empezamos?
—¿Qué?
—Donde yo hacía círculos en el suelo con el pie.
—Ah. —La luz disipó las tinieblas del dolorido cráneo de Pirvan. Asintió con cierta aprensión—. Tendremos que fingir que estamos más maltrechos de lo que estamos, para que nos sigan.
—Si uno de esos monstruos vuelve a ponernos la mano encima, yo al menos no estaré fingiendo —dijo ella, frotándose las costillas y el hombro.
—Adelante —dijo Pirvan. Le salió más como un gruñido que como una exhortación, y Haimya consiguió reírse sin fingir.
Los gritos de ánimo se fueron extinguiendo lentamente hasta dejar un silencio opresivo cuando Pirvan y Haimya empezaron a ceder terreno ante el avance de Waydol y Darin. Fue una retirada lenta, a la par que un avance lento, y tanto el caballero como la dama intentaban calcular el estado de sus adversario a cada paso del camino.
¿Estaban heridos el Minotauro y su heredero? ¿O simplemente eran precavidos y fingían estar heridos? De la respuesta correcta dependían la vida y la muerte, pero no había forma de saber cuál era.
Al fin, Haimya le indicó que se hallaban en el lugar adecuado. Pirvan asintió y se abrió hacia la izquierda para atraer a Waydol. El Minotauro aún tenía dos buenos brazos y más envergadura que Darin, que ahora estaba claro que utilizaba preferentemente un brazo.
Darin atacó. Haimya se arrojó al suelo, rodó sobre sí misma y se puso en pie con la tira superior en la mano… y algo envuelto en ella.
Echó a correr y Darin giró sobre sus talones para perseguirla. Corría como un ciervo; Waydol se volvió para sumarse a la persecución y Pirvan se abalanzó sobre él para golpearle en la base de la columna. Haimya necesitaba tener un solo oponente durante unos segundos.
Waydol se volvió a una velocidad vertiginosa con los brazos extendidos y Pirvan volvió a agacharse y alejarse rodando. Cuando se levantaba, Haimya volteó la tira de cuero haciéndola describir tres rápidos círculos alrededor de su cabeza y soltó uno de los extremos.
Una piedra del tamaño del puño de un niño salió volando de la improvisada honda. Voló directa hacia Darin como el mazo de un albañil cayendo sobre una cuña. Lo golpeó como dicho mazo justo en medio de la frente.
El hombretón se detuvo a media zancada, se tambaleó… pero no se vino abajo en el acto. En cambio, extendió los brazos al frente, como si caminara a tientas entre la niebla buscando a alguien que guiara sus pasos. Después cayó de rodillas, miró a Haimya y al final se desplomó sobre el brazo izquierdo.
Los hombres de Waydol estaban demasiado aturdidos para aclamaciones, y Pirvan, demasiado agradecido.
El Minotauro no tenía tantas trabas. Miró airadamente a Darin y pronunció varias palabras en su propia lengua. Pirvan no conocía el idioma minotauro, pero sospechó que por palabras más suaves habían empezado duelos a muerte.
De hecho, parecía que finalmente habían conseguido que Waydol perdiera los estribos.
Durante los segundos siguientes, Pirvan y Haimya tuvieron trabajo evitando que Waydol los despedazara miembro a miembro. Si la mitad de las veces no hubiera intentado atraparlos a ambos, uno con cada mano, podía haberlo conseguido con al menos uno de ellos.
Waydol sudaba copiosamente y resollaba como el fuelle de una herrería cuando interrumpió su acelerada carrera. Pirvan y Haimya se miraron. Los dos lucían nuevas heridas, donde los puños y las uñas de Waydol habían hecho blanco. Pirvan apenas podía hablar; Haimya se apoyaba en una pierna y nuevos arañazos cubrían la mitad superior de su cuerpo, con la sangre y el sudor mezclados.
La victoria debía llegar pronto o no llegaría nunca.
Atacaron a Waydol a la vez, uno por cada lado para dividir su atención. El Minotauro agachó la cabeza, dispuesto al fin a embestir con los cuernos… y Pirvan alejó de su mente una imagen de Haimya traspasada por uno de aquellos cuernos como una paloma asada.
Pero agachar la cabeza fue el error fatal de Waydol. Sus adversarios corrieron hacia él… y Pirvan le tiró su pica a Haimya, mientras ella le lanzaba la correa de cuero.
Pirvan nunca había corrido tanto en su vida como cuando dio la docena de pasos que lo pusieron detrás de Waydol. Saltó sobre la espalda del Minotauro, le asestó un fuerte puntapié en la base de la columna y rodeó con la correa de cuero su ancho cuello.
Waydol se irguió en toda su estatura, con lo que Pirvan se quedó colgado de la correa. Pero el duro cuero se tensó con su peso contra la tráquea del Minotauro. Waydol se llevó las manos a la espalda, para agarrar a Pirvan y desmembrarlo… 7 se quedó completamente expuesto a Haimya y su bastón.
Haimya lo golpeó furiosamente en la garganta, la barriga, la ingle y ambas rodillas. Luego volvió a empezar. En algún momento durante la lluvia de golpes, Waydol se desplomó de rodillas y al cabo de un instante Pirvan salió de detrás del minotauro y sujetó a su esposa por el brazo.
—Basta, mi señora y mi amor. Ya ha dejado de luchar.
Waydol asintió con una mueca de dolor. Intentó hablar, cero los golpes en el cuello lo habían dejado momentáneamente sin voz. En su lugar, alzó las manos y se las tendió a Pirvan. El caballero tomó las manos ensangrentadas del Minotauro en las suyas desolladas y desde lejos le vino la idea de que él y Waydol eran ahora, en algún sentido, hermanos de sangre.
Después el mundo se disolvió en un tumulto de gritos, en el que cada hombre parecía tener una garganta de acero y trataba de hacer más ruido que todos los demás juntos. Todo ello consiguió que a Pirvan le doliera más la cabeza.
Haimya estaba a su lado y él le tendió la tira de cuero. En lugar de cogerla, Haimya se apoyó en él. Pirvan creyó que era un gesto de cariño, aunque en un momento y un lugar inadecuados, hasta que ella cayó de rodillas. Tuvo el tiempo justo de acuclillarse y sujetarla antes de que se desmayara… y luego, cuando quiso ponerse en pie, descubrió que sus piernas se habían amotinado.
Pirvan no se desmayó. Recordaba lo que parecía un pequeño ejército de personas corriendo hacia ellos, con Birak Epron y Rubina a la cabeza. De algún otro sitio llegó Fertig Templador, un kender y un hombrecito de cabello plateado y ropa azul cubierta de barro.
Recordaba que le dijeron que el hombre tenía un nombre, aunque no cuál era, y que era un sacerdote de Mishakal. Recordaba que Rubina los abrazó a él y a Haimya y dejó caer su bastón, que estuvo a punto de ser pisoteado antes de que Birak Epron desenvainara su espada y empujara a la multitud hacia atrás para dejar un espacio de seguridad.
Después, sir Pirvan de Tiradot no se desmayó precisamente. Pero cogió la mano de Haimya y a partir de entonces no recordó muy bien qué había hecho o qué le había sucedido hasta mucho tiempo después.