El viaje a Solamnia fue rápido, con buen tiempo para la navegación. Pero no tanto como para que Eskaia y Sirbones no tuvieran tiempo de recuperarse. Cuando Jemar llevó a su dama a la pasarela de desembarco, fue simplemente para exhibirla, y cuando los hombres estallaron en vítores, por poco no se le cayó al agua por la sorpresa y el alborozo.
Después hubo menos celebraciones y mucho más trabajo, que Pirvan sabía que seguiría mucho después de instalar a los hombres de Waydol y los mercenarios de Birak Epron. Estos últimos, en su mayoría, podían alistarse en la infantería de los caballeros, pero los demás acabarían repartidos entre los barcos de Jemar, el de Kurulus (y algunos otros en naves y puestos de la Casa Encuintras) y varias clases de oficios en tierra.
Pirvan y Darin estaban tan atareados que apenas tenían tiempo de saludarse cada vez que se cruzaban. Pero Pirvan advirtió que el trabajo duro iba mitigando lentamente su aflicción. También advirtió que Haimya tenía razón: las cabezas femeninas se volvían cuando Darin pasaba.
«Los minotauros pueden ser buenos maestros en algo más que la guerra y el honor», pensó Pirvan. Enseguida se corrigió: un minotauro había sido un buen maestro.
Sir Marod compartía su opinión. De hecho, su opinión de Waydol fue aún más elevada de lo que Pirvan se habría atrevido a expresar con palabras.
—Waydol podía haber sido la réplica de los minotauros a Vinas Solamnus. Cuando nuestro fundador descubrió que la idea del honor que defendía aún dejaba lugar a la injusticia, no se rindió y fue injusto. En cambio, diseñó su propio concepto superior del honor y, dando ejemplo con su vida, cambió el mundo. Lástima que Waydol no viviera lo suficiente para hacer lo mismo. El Príncipe de los Sacerdotes y sus secuaces no me darían tanto miedo si no tuviéramos que temer también a los minotauros.
Pirvan asintió. Ésa era la verdad por la que el caballero debía vivir como una orden. A partir de ahora, a él le resultaría difícil ver a un enemigo en un minotauro, a menos que el minotauro se definiera como tal.
Sir Marod también mantuvo activo a Pirvan con asuntos de los caballeros, por que vio poco a Darin, y no mucho más a Haimya. De hecho, el Caballero de la Rosa pensaba retener a Haimya en el alcázar de Dargaard hasta que se negociaran ciertos asuntos con Istar.
—Si lo deseáis, puedo hacer que sir Niebar y sus caballeros traigan a vuestros hijos aquí, por seguridad —añadió sir Marod.
Por fortuna, Pirvan consiguió que descartara esa idea sin ofender el honor, el Código o los buenos modales, antes de que llegara a oídos de Haimya y la indujera a decir cosas imperdonables sobre sir Marod.
Menos mal. Pirvan no estaba muy seguro de que hubiera conseguido silenciarla, en cuanto empezara a decir lo que pensaba. Sir Marod tenía muchas virtudes, pero entre ellas no estaba la de conocer a las mujeres como Haimya.
Por fin, casi a principios de Paleswelt, Pirvan y Haimya llegaron a su casa, a Tiradot. Los acompañaba Tarothin, para ofrecer asistencia mágica en caso necesario, y Alatorva el Tuerto quería ir, pero Jemar lo había ascendido a capitán de un barco propio y tenía demasiado trabajo.
Tras una dolorosa despedida de Darin, cabalgaron velozmente. Habrían ido aún más deprisa, pero Haimya descubrió que también ella estaba embarazada, después de muchos años de creer que la pequeña Eskaia sería la última.
Al llegar a casa, realizaron lo que al principio fue un descubrimiento no muy agradable. Sir Niebar el Alto y no menos de siete caballeros estaban hospedados en la hacienda Tiradot.
Por fortuna, pagaban sus gastos.
—Nada ha ocurrido que merezca vuestra atención… —empezó a decir sir Niebar.
—Eso lo decidiré yo —dijo Pirvan.
—Muy bien. Os lo contaré todo más tarde. Por ahora, me limitaré a decir que si en algún momento alguien decidiera atacar la hacienda Tiradot, se enfrentaría a los Caballeros de Solamnia. Entonces tendría que decidir entre renunciar al ataque y declarar la guerra a los caballeros.
Pirvan no estaba seguro de que sus hombres de armas, concienzudamente entrenados, no hubieran resultado más útiles que los caballeros a la hora de repeler el tipo de ataque sutil que sería más probable que una guerra declarada. Tampoco estaba seguro de que en realidad le gustara tener un cuerpo de guardia formado por huéspedes de pago merodeando por la hacienda hasta que los caballeros e Istar acabaran sus negociaciones. A ambos bandos les encantaba discutir por nimiedades; ninguno era capaz de plantearse la oportunidad de los puntos de las negociaciones.
Pero había un bebé creciendo en el vientre de Haimya, una cosecha espléndida que cuidar, sus hijos y un hogar que reconocer. En conjunto, era más que suficiente para evitar que un hombre se sentara a alborotar ociosamente.
Estaban casi en Darkember cuando concluyeron las negociaciones. La noticia les llegó por boca de sir Marod en persona, acompañado por una escolta de no menos de quince caballeros.
—Esperamos visitar a algunos de vuestros vecinos —dijo el Caballero de la Rosa—. Quizá necesiten alguna explicación de por qué no deben molestaros.
—¿Me pedís que informe sobre mis vecinos? —preguntó Pirvan. No le divertía mucho la idea, pero tampoco estaba muy enfadado.
—Bueno, si vos no habláis, indudablemente sir Niebar… —empezó a decir sir Marod. Pero no pudo mantener la expresión seria y se echó a reír—. Visitaremos a todos vuestros vecinos, pero no diremos nada y vos tampoco necesitáis hacerlo. El simple hecho de nuestra visita será suficiente.
Pirvan sirvió vino.
—¿Cómo le va a Darin?
—Uno de los puntos que acordamos fue permitirle ingresar en los entrenamientos de los caballeros. Tal fue nuestra decisión, pero entre nosotros, y no mencionaré nombres, algunos temían que eso ofendería a Istar.
Pirvan sugirió lo que podía hacer Istar con sus quejas.
Marod hizo un gesto de negación.
—Yo habría dicho lo mismo de buen grado, pero yo y los demás negociadores teníamos responsabilidades que vos no tenéis. Tardamos un tiempo en convencerlos de que no habíais hecho nada contra Istar por voluntad propia, sólo al veros obligado a defender a Waydol por una cuestión de honor y de vuestras órdenes. Naturalmente, se preguntaron en voz alta por qué los caballeros os habían dado tales órdenes. Expresamos nuestra curiosidad por el hecho de que el Príncipe de los Sacerdotes contratara asesinos a sueldo. Lo que Rubina contó a Tarothin, el prisionero contó a sir Niebar y vuestro amigo kender Saltatrampas contó a todo el mundo constituyó una importante ayuda. El Príncipe de los Sacerdotes apenas goza ahora del favor de los grandes comerciantes. Preveo que pasaran años antes de que oigamos hablar de nuevo de los Siervos del Silencio, o antes de que conceda licencia a los sacerdotes del Mal para desmandarse por tierra o por mar. Los sacerdotes fieles a Zeboim tampoco se alegraron de saber que sus colegas trataban al caos como si fuera un juguete.
Marod rebuscó en una bolsa que llevaba colgada al cinto y sacó una hoja de pergamino pulcramente sellado.
—Todo esto nos lleva al hecho de que los istarianos medirán sus pasos en este tema.
Pirvan contempló el pergamino y lo cogió sin abrirlo.
—No os lo he dado para que lo enmarquéis y lo colguéis de la pared —dijo sir Marod.
Pirvan lo abrió. Empezaba con el saludo formal:
Por la presente se hace saber a toda la hermandad de los caballeros…
Y acababa con la declaración:
Sir Pirvan de Tiradot, conocido como Pirvan Wayward, el Guardián del Camino, Caballero de la Corona, es ascendido por este acto, de acuerdo con el Código y la Medida, al rango de Caballero de la Espada.
Fue un día feliz en Tiradot, porque esa noche llegó un mensajero con la noticia de que Eskaia había dado a luz sin problemas a una niña sana. La celebración se hubiera alargado mucho más si Haimya hubiera podido beber más, pero ya estaba escatimando el vino durante la gestación.
Pero esa noche no escatimó atenciones a su marido. Cuando se quedó dormido, el recién nombrado Caballero de la Espada se consideraba el hombre más afortunado del mundo.