«Podéis ser lo que decidáis.». Al escribir estas palabras me he dado cuenta de que me sonaban, y enseguida he caído: las he oído en cada emisión de «Oprah», el programa de televisión de Oprah. Winfrey. Oprah, quien hoy en día está considerada una de las mujeres más poderosas de América, disfruta repitiendo que podemos ser lo que decidamos, por muy pobres, oprimidos o negros del Sur que seamos. Nos lo dice para recordarnos que hubo un tiempo en que ella también fue pobre, oprimida y negra del Sur, aunque ahora le salgan los dólares hasta por las orejas.
Si ves el programa de Oprah te da la impresión de que su vida empezó cuando se quitó los grilletes untándose las muñecas con manteca de cerdo y huyó Misisipí arriba en un barco de vapor. Cuando veo a Oprah por la tele, me entran ganas de recordarle que el haber actuado en El Color Púrpura de Steven Spielberg no significa que realmente haya vivido en la época de la esclavitud.
En su programa, Oprah. tiene una sección llamada «No te olvides del espíritu», y yo, la verdad es que no lo entiendo. ¿Qué quiere decir? Que sales de excursión y, por la noche, cuando vuelves a la tienda de campaña te pones a rebuscar en la mochila pensando: «A ver: linterna, cerillas, mosquitera, saco de dormir. Oye, ¿dónde habré metido el espíritu? No me digas que me lo he vuelto a olvidar. ¿¿¿QUIÉN DEMONIOS SE HA LLEVADO MI ESPÍRITU???»
O tal vez se refiere a que llegas a la pregunta final de «¿Quiere ser millonario?», y el presentador te suelta: «Por un millón de dólares, Tiburcia: ¿cómo se denomina el alma racional de la persona, aquella parte que vivirá más allá de su muerte?». Y después del programa te arrastras por los pasillos con el rostro demudado y murmurando: «No puede ser: me olvidé del espíritu, me olvidé del espíritu…»
Lo que no se puede negar es que Oprah, es un lince en el tema del huevo interior. Fijaos bien cómo se queda tan fresca mientras informa a todos esos infelices que ellos, con un poco de fe, podrían ser ella. Que sí, cariño, que si sigues tus instintos tú también puedes acabar sentado junto a Curan, charlando con Denzel Washington, Julia Roberts o esa consejera matrimonial de cuyo nombre no quiero, ni puedo, acordarme. Y lo dice tan tranquila, sin inmutarse lo más mínimo. Esa mujer mira al público a los ojos, le dice algo que claramente es una patraña, y se queda encantado. ¿Y por qué digo que es una patraña? Porque nadie puede ser Oprah. Ni siquiera Oprah es Oprah, El fenómeno Oprah es simplemente algo que tenía que ocurrir y Oprah no es más que una persona que fue lo bastante lista para dejar que ese algo tomara su forma.
Oprah —como tantos otros entrevistadores televisivos— no aporta su personalidad al programa ni tiene nada de que hablar con sus invitados famosos, aparte de anécdotas y referencias a otros famosos. Simplemente se dedica a estar presente y dejar que el concepto Oprah exista. Ella y sus copias de otras latitudes se convierten en el huevo vacío para que un público agradecido lo rellene con lo que prefiera.
Tú también puedes ser como ella. ¿Cómo? No, no me refiero a atracarse de bocadillos y pastelitos, sino a dejaros llevar como hace ella. Aunque no lo parezca (a simple vista parece más inmóvil que una ballena varada), Oprah se deja llevar por la corriente de la vida. Sin querer sonar como Deepak Chopra, yo diría que fluye sin ser un ente fluido. (Acabo de releer la frase y si que suena como Deepak Chopra. Creo que he leído demasiados manuales de autoayuda). Oprah Winfrey acepta plenamente su huevo interior, y aunque por fuera da la impresión de ser una charlatana o rellenahuevos, en el fondo es simplemente como a ti y a mí nos gustaría ser. Cuando aparece en la pantalla, no está pensando en angelitos y el camino hacia la luz, sino en a quién debería contratar para que escriba su próximo manual de autoayuda, en cómo conseguir que Jim Carrey se esté quietecito en el asiento, en retozar con Denzel Washington en la alfombra del plato o en comprarse un avión particular para que la próxima vez que haga un viaje no tenga que sentarse al lado de esa gente que podría ser como ella. Ella finge que no es así, pero nosotros sabemos la verdad.
Fíjate que sólo de pensar en Oprah. me ha entrado hambre. Siempre asocio a Oprah con comida porque tengo una foto de ella pegada a la puerta de la nevera, junto a la foto hay un mensaje escrito con esas letras imantadas que últimamente se han puesto de moda y que algunos fastidiosos usan para componer poemas de pésima calidad. (Creo que la gente los escribe para impedir que me acerque a sus neveras, ya que no hay nada peor que el concepto de poesía que tienen los demás. Digo «poesía» sólo por cortesía. Siempre tengo que controlarme para no agarrar a los perpetradores de cursilerías por el cuello de la camisa y decirles: «Toma, aquí tienes lápiz y papel. Si quieres escribir poesía, siéntate y escríbela como Dios manda, no mientras bebes de la botella y te rascas la barriga. Y cuando hayas acabado, guarda el papelito en un cajón o en una caja de zapatos, donde no pueda causar daño». Me entran ganas de añadir: «Ah, por cierto, eso de colocar tres palabras seguidas que acaben por la misma sílaba no es escribir poesía»).
Bueno, dejemos el tema de la poesía magnética para neveras. ¿De qué hablábamos? Ah, sí, del mensaje que hay en la mía, junto a la foto de Oprah. El mensaje es el siguiente: «La grasa no es obstáculo para el éxito, siempre y cuando sepas fingir»
Lo cual me lleva al tema del próximo capítulo. Cuerpos danone.