Ser o no ser
Actualmente una gran fuente de preocupaciones para la gente joven que intenta abrirse camino en la vida es el bombardeo de consejos despreocupados que reciben por parte de todo el mundo: desde profesionales hasta amigos y parientes, tan bienintencionados como equivocados.
Los consejos de los demás son un poco como el banco de ejercicios abdominales que os comprasteis siguiendo un impulso irracional una madrugada en que combatíais el insomnio viendo la teletienda: algo que se guarda un tiempo sin prestarle demasiada atención y finalmente acaba regalándose. Eso es lo único que se puede hacer con un banco de ejercicios abdominales o con los consejos de la gente, ya que uno nunca los usa para sí mismo.
Y es que los malos consejos abundan. Un ejemplo claro son los miles de dichos y refranes de sabiduría popular que llevan empleándose durante siglos y siglos. Una generación no les hace ni caso, la siguiente los descubre e intenta pasárselos a la posterior, quien a su vez no les hace caso y así sucesivamente.
Son frases que nunca se cuestionan. Sin embargo, yo me pregunto por qué insistimos en declarar que una puntada a tiempo ahorra ciento cuando, según los estudios científicos más recientes, la media suele ser de cincuenta y dos. ¿Y qué padre con dos dedos de frente le cuenta a su hijo que en todas partes cuecen habas? Es la forma más rápida de cargarse el mito de la infalibilidad de los padres. Lo único que tiene que hacer el enano es echar un vistazo en casa de sus amigos, en el colegio o en el parque para descubrir que sus padres mienten como bellacos. Tal como sus abuelos les mintieron a ellos.
Las mentiras no acaban aquí. A no ser que esté borracho, quien ríe el último no ríe mejor, sino que normalmente para de reír en cuanto se da cuenta de que se está riendo solo y que todos lo miran con reprobación. Y la próxima vez que te digan que a quien madruga Dios lo ayuda, puedes contestarles que no te parece que a tus colegas de trabajo que llegan más temprano les vaya mucho mejor. A lo mejor Dios se ha hartado de verlos leer el diario. ¿Y a quién se le ocurrió la tontería de que la lluvia en Sevilla es una pura maravilla? ¿Qué quieren decir? Todo el mundo sabe que en Sevilla hay muchas maravillas, como la Giralda y el Alcázar, pero que yo sepa, la poca lluvia que tienen es de lo más normalita. A menos que yo haya estado en los lugares equivocados.
Lo que quiero decir es que la gente suelta consejos a troche y moche sin ningún respeto por la verdad. ¿Cuántas veces os han dicho: «Ánimo. Ya verás como ahora las cosas irán a mejor»? Y se quedan tan satisfechos, cuando es evidente que os están mintiendo descaradamente. Todos sabemos que las desgracias nunca vienen solas y que las cosas seguramente irán a peor. Os lo digo yo: si se les da la ocasión, las cosas pueden empeorar más rápido que una película de James Cameron.
Otro consejo que me indigna es el famoso «Sé tú mismo». ¡Menuda barbaridad! La civilización y todas las normas básicas de convivencia humana se basan en el hecho de no ser nosotros mismos. ¿Es que no han leído El Señor de las Moscas? ¿No se han peleado nunca con alguien por un sitio para aparcar? Podemos usar trajes de Ermenegildo Zegna, pero en el fondo todos somos animales.
Dejando de lado el debate sobre la naturaleza humana, ser uno mismo es una ruta sembrada de peligros. La mayoría de nosotros, en el fondo, somos unos gallinas hipócritas, malhumorados y quejicas, con sentimientos contradictorios, escasos principios y ciertos gustos en música que nunca confesaríamos en público. ¿Por qué íbamos a querer ser esas personas? En un mundo de gente que parece mucho más interesante que nosotros, ¿por qué tenemos que insistir en ser nosotros mismos? Si ser tú mismo fuera tan fantástico, habría legiones intentando ser como tú.
Lo que realmente hace indigesto este consejo es que suele darse a la gente que ha demostrado claramente que ser ellos mismos era la peor decisión, dadas las circunstancias. Si tú le has pedido a una chica para salir y ella no sólo te ha rechazado de plano, sino que se ha esmerado en enumerar cada una de las razones por las que tu aspecto es tan lamentable, está claro que ser tú mismo no te servirá de nada.
Peor aún es la gente que dice: «Sé tú mismo», sin pararse a pensar a quién se lo dice. No me sorprendería nada que el joven Jeffrey Dahmer —el asesino en serie y coleccionista de piezas anatómicas— fuera a la escuela, preocupado por una serie de sueños extraños que estaba teniendo, y el maestro le soltara lo siguiente (mientras pensaba en lo que haría en las vacaciones de verano): «Jovencito, el mejor consejo que puedo darle es que sea usted mismo».
En definitiva, mi mensaje es: no tenéis por qué ser siempre vosotros mismos. Sed otras personas si es necesario. Por ejemplo, si eres Slobodan Milosevic, ¿por qué no decides ser alguien que no sea un repulsivo genocida? Si eres George W Bush… Bueno, mejor me callo. Me he prometido a mí mismo que no haría más chistes sobre George W Bush en este libro.
¡Ojo! No estoy diciendo que debas tratar de mejorar. Eso supone tiempo y esfuerzo, casi nunca funciona y al final uno siempre acaba siendo el mismo. Simplemente te sugiero que seas otra persona de vez en cuando, ya que el mundo es demasiado variado para poder sobrevivir en él siendo siempre igual. «Soy enorme —dijo Walt Whitman—. Abarco multitudes.». (Aunque ahora no estoy seguro de si fue Walt Whitman o James Bond en esa escena de Goldfinger en que Sean Connery está amarrado a una mesa y lo amenazan con un rayo láser).
Si no tienes más voluntad que un felpudo y no posees ningún talento o interés especial, bienvenido: eres uno de los nuestros. Somos millones de personas, con billones de antepasados y trillones de descendientes en el futuro. En mi modesta opinión, en la historia universal ha habido tan sólo siete u ocho personas originales a quien todos los demás se han dedicado a imitar con más o menos fortuna. (Ahora esperáis que os revele quiénes son esas personas, pero me niego. Os diré, sin embargo, que ninguno de ellos es John Lennon. Ni Shirley MacLaine. Ni nadie a quien conozcáis personalmente).
Si habéis comprendido el concepto del huevo interior, os habréis dado cuenta de que todo es posible. Es decir, todo es «fingible». Podéis ser lo que decidáis.