Moda del perdedor

Yo llamo «la moda del perdedor» a la reciente obsesión de admirar a los perdedores de la historia. Hoy en día la gente ensalza cualquier mezcolanza de creencias, siempre y cuando provengan de los incas, o los etruscos, o cualquier cultura que haya desaparecido de la faz de la Tierra sin apenas dejar rastro. No lo entiendo.

Sea cual fuere el encanto misterioso de estos pueblos, la verdad pura y dura es que perdieron la partida. No cabe duda; en la gran partida de la historia, sacaron la carta más baja.

A ver, decidme, aparte del uso de la cocaína y el sacrificio humano, ¿qué nos pueden enseñar los incas? ¿A ser conquistados por una cuadrilla de españoles barbudos? Si esas civilizaciones eran tan avanzadas, ¿por qué demonios se extinguieron? Construir pirámides en la selva está muy bien, pero mejor les habrían ido las cosas si hubieran descubierto la rueda, ¿o no?

(Soy consciente de que la historia da muchas vueltas y que un día cambiará nuestra suerte. Quien sabe, quizá la cultura occidental quedará eclipsada por el renacimiento de las comunidades de Burundi o Papúa Nueva Guinea. Me parece bien, pero al menos yo no espero que la eufórica población papú se ponga a escribir libros nostálgicos recordando que, a principios d el siglo XXI, los pueblos occidentales inventaron los reality shows y adoraron a la diosa Christina Aguilera).

Actualmente los perdedores du jour son los mayas. Uno no puede ni tomarse un cortado en el café-librería más próximo sin toparse con gente hojeando el último libro sobre la sabiduría de los antiguos y nobles mayas. ¡Oohh, pero qué listos eran y qué vida tan comunitaria llevaban! Qué edificios tan maravillosos construyeron y qué bien se les daba medir el tiempo. ¿Sabíais que fabricaron relojes de sol y descifraron los movimientos de las estrellas?

Pues claro que descifraron los movimientos de las estrellas. ¿Qué más podía hacer un pobre maya por la noche? ¿Ver la tele? ¿Leer un libro?

Los mayas están muy de moda últimamente porque predijeron que el fin del mundo llegaría el domingo 23 de diciembre de 2012, justamente el día que vence mi hipoteca. Pero no hablemos de mí. Después de la leve decepción que supuso el año 2000 y Nostradamus, y todo el rollo del nuevo milenio, los defensores de las teorías de conspiración iban como locos buscando otro nuevo apocalipsis.

Gracias a los mayas ya tenemos una, nueva hecatombe: 2012, el Armagedón nuestro de cada día. Y si los mayas predijeron que el mundo se acabarla en 2012 —a pesar de que casi todo lo demás que hicieron fue un fracaso y su civilización fue devorada por la selva—, ¿quién soy yo para ponerlo en duda?

Ello significa que por todas partes nos atacan, animándonos a comprender la civilización maya o a encontrar nuestro maya inter ior. Haced oídos sordos, hijos míos, puesto que se trata de otro vil truco para llenar vuestro huevo. Peor aún, es una idiotez. Recordad: puede que seamos vagos, pero no idiotas. Sólo los más listos logran sobrevivir siendo tan vagos como nosotros.

Volvamos a la maravillosa civilización maya, si os parece. Observemos más de cerca ese modelo de sapiencia que tanto interés despierta. Los mayas, según dicen, gozaban de una vibrante cultura deportiva, similar a la nuestra. Hasta aquí todo perfecto. Eran muy aficionados a un juego de pelota cuyas reglas se han perdido, porque los mayas no sabían escribir en un idioma que nosotros comprendamos. Aunque me da en la nariz que tampoco eran muy amantes de las reglas.

En ciertas ocasiones especiales la ciudad entera se reunía a ver el partido. Una vez finalizado, el equipo ganador recibía un masaje y unas hojas de coca, y el perdedor un cordial apretón de manos y la pena de muerte. De nuevo, los detalles de la ejecución no quedan muy claros, pero los datos existentes apuntan a que entre las recompensas del equipo ganador se hallaba el privilegio de consumir los corazones aún palpitantes de los perdedores. Desgraciadamente, la suerte de los entrenadores sigue siendo una incógnita.

Tampoco es para tanto, pensaréis vosotros. Quizá las cosas no irían tan mal si todo el mundo (sobre todo nuestros empresarios y deportistas) tuviese semejante incentivo para ganar. Tal vez tengáis razón, pero seguid leyendo, por favor.

Otra diversión maya muy espectacular eran los concursos para ver quién era capaz de beber más. Gracias al ingenio y a la visión de futuro que le ha hecho famoso, el pueblo maya logró solucionar el fastidioso problema de como seguir bebiendo cuando el cuerpo ya tenía bastante. En el momento en que el mecanismo del vómito se ponía en funcionamiento (señal de «es hora de dejar la fiesta» para la mayoría de los seres humanos incluyendo a algunos parlamentarios), los mayas sacaban sus embudos de hoja de plátano y continuaban ingiriendo su trago favorito en forma de enema. (Supongo que de ahí viene la célebre frase: «Arriba, abajo, al centro y adentro»).

En definitiva, ¿qué conclusión sacamos de todos estos datos antropológicos? ¿A qué tipo de personas pretenden que imitemos? Yo os lo diré: a unos fanáticos del deporte con tendencias homicidas y un alcoholismo galopante. ¿Y sabéis qué? Pues que no hace falta remontarse a miles de años para encontrarlos; en la actualidad existen comunidades enteras de «mayas». Se llaman residencias de estudiantes. Yo las viví en persona y me mareo sólo de pensarlo.

Permitidme que os dé otro dato sobre los mayas. Un día, tras miles de años de llamémosle civilización, decidieron levantar sus bártulos y abandonar sus ciudades. Así, sin más. Se zamparon el último corazón, recogieron sus embudos de hoja de plátano y se internaron en la selva para no volver jamás. Ha habido muchas teorías que intentan explicar este éxodo masivo. Una de ellas alude al desmoronamiento de la jerarquía religiosa y política, combinada con el temor a una invasión externa. Yo lo dudo mucho. En mi modesta opinión, no fue el miedo a ser conquistados lo que provocó la huida de los mayas. Lo que pasó es que simplemente se hartaron de ser mayas. Y la verdad es que no me extraña No fue el enemigo externo el que destruyó su civilización, sino el «enemigo» interno.

Mi consejo a quienes buscan su maya interior es el siguiente: no os molestéis en hacerlo. Ya os encontrará él cuando necesite dinero.