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Encuentra tu maya interior

A estas alturas creo que empieza a quedar clara la idea de los huevos de avestruz interiores. Cuesta un poco pillarle el truco, pero cuando lo tengáis dominado, tendréis el mundo a vuestros pies. No obstante, andaos con cuidado: el peligro acecha. Hay mucha gente que no sabe aceptar el concepto del huevo/hueco interior. Lo temen tanto que no cesarán hasta rellenarlo, sin importarles con qué.

Sed cautelosos, colegas. Si os confiáis demasiado, a la primera de cambio os pueden rellenar el huevo con todo tipo de porquerías. ¿A qué me refiero? No seáis tontos: está claro a qué me refiero. Basta con ir a la librería de la esquina y echar un vistazo a lo que se ofrece. Por todas partes hay nuevos temas con que llenar nuestro vacío interior. Adonde mires verás un recién descubierto río de sabiduría esperando penetrar en ti, siempre que lo permitas.

Cada temporada sale algo nuevo. Lo último ha sido el feng-shui, que es la cosa más absurda del mundo. Para los que no lo sepan, resulta que la última moda en Occidente es una serie de libros minúsculos y mal editados que nos enseñan a colocar el mobiliario del mismo modo que lo hacen en China. Por favor.

Por todas partes la gente se dedica a colgar espejos en el recibidor, o a descolgarlos, ya no me acuerdo. Sé de una mujer que cubría las esquinas de la mesa del comedor con plastilina para (juro que no me lo invento) «redondearlas, lo cual permite que la energía fluya libremente por la casa». Señora, si realmente hubiera energía fluyendo libremente por la casa, lo que necesitaría es un electricista, un exorcista o un pararrayos.

¿Y quién dice que los orientales sean expertos en conseguir el éxito a través de la decoración? Dudo mucho que el Ministerio de Defensa japonés empleara el feng-shui cuando a sus generales se les ocurrió la genial idea de Pearl Harbor.

Y en cuanto a los chinos, ¿os imagináis al presidente Mao colocando simétricamente los adornos y puntos de luz antes de apuntar ideas en su libretita roja? A ver…

  1. Mandar a los intelectuales a trabajar en los arrozales.
  2. De paso, darles una buena paliza.
  3. Colgar carteles con mi cara.
  4. Comprobar si el sofá está perpendicular a la pared. ¿O tenía que quedar paralelo? Ya no me acuerdo.
  5. Sacar a un intelectual de los arrozales para que escriba las reglas de colocar sofás, así no me olvidaré la próxima vez.
  6. Pegarle un tiro al intelectual para que nadie más, aparte de mi, sepa las reglas de colocar sofás.

Además, aquí las cosas son diferentes. Lo que funciona perfectamente en una pagoda japonesa, por ejemplo, puede que no resulte tan bien en una casa occidental. Hazme caso, no se te ocurra construir tu casa como una pagoda japonesa. ¿Has visto las dimensiones que tienen? Te pasarás la vida pegándote contra el marco de las puertas, apoyándote en las paredes y cayéndote fuera porque están hechas de papel. Para colmo, en el mobiliario japonés falta mi mueble favorito: la butaca con respaldo reclinable, apoyapiés graduable y receptáculo para cerveza en el apoyabrazos.

Deberíamos haber aprendido la lección después de la moda del bonsái, pero no. Y ya que hablamos de Oriente, la próxima persona que me mire con mala cara cuando rechazo los palillos en un restaurante chino, se va a enterar de quién soy yo. Sólo pienso decirlo una vez: la razón por la cual en Occidente comemos con tenedor es que hace siglos descubrimos que cuatro puntas afiladas resultan más eficaces para manipular la comida que dos palos romos. Cuando elijo el tenedor no estoy siendo cerrado, sino que me limito a aprovechar los avances tecnológicos, maldita sea.

Sin embargo, el feng-shui no es el único relleno de huevo: hay muchísimos más. El otro día, sin ir más lejos, encontré otro. Estaba curioseando en la librería del barrio —quizá la misma donde comprasteis este libro— cuando se me acercó una joven con un libro de la sección Novedades editoriales.

—¿Ha leído esto? —me preguntó, seductora—. Le cambiará la vida. Aquí tiene toda la sabiduría perdida de los antiguos mayas.

El libro se titulaba Las Profecías del Aguacate o Pisadas de Tucán o algo por el estilo. Me quedé sin palabras y le lancé una mirada asesina mientras negaba con la cabeza, porque si hay algo que no soporto es la moda del perdedor.