Ojalá fuera éste el final de la historia, pero desgraciadamente no lo es. Durante unos cuantos años seguí dando tumbos por el mundo en busca de sabiduría. Cada vez me sentía menos entusiasmado hasta que por fin, un día, mientras me hallaba en plena tormenta en una barcaza en medio del Pacífico, pensé: «Ya estoy harto. Me vuelvo a casa: allí estaré calentito y podré ver la tele».
Así que me compré el billete de vuelta. Mientras mataba el tiempo en la librería del aeropuerto, me llamó la atención un libro en la estantería de best sellers. En la portada aparecía la foto de un hombre. «¡Un momento! —pensé—. Yo a esa cara, la conozco».
Efectivamente, la conocía aunque la última vez que la habla visto estaba mucho más colorada y sucia. El libro se titulaba Díselo a la Montaña. Diez lecciones aprendidas durante mi camino de perfección, y en la portada llevaba un adhesivo en forma de estrella con la frase: «Más de un millón de ejemplares vendidos». Al principio no quise abrirlo, pero finalmente me armé de valor. El primer capítulo empezaba con el siguiente epígrafe:
Si no tememos que nos arrojen frutos tropicales a la cabeza, veremos más claramente las riquezas que tenemos ante nuestras narices.
Cerré el libro y subí al avión. De camino a casa, memoricé la siguiente lección que no pienso olvidar ni escribir en la arena:
Si careces de sabiduría propia, leer libros de autoayuda no te servirá de nada, así que deberás escribirlos tú mismo.