Éste no es otro manual de autoayuda. De veras. Yo no os haría semejante cosa. ¿Por qué? Pues porque los dichosos manuales acaban con la autoestima del más pintado. Son como las dietas, o la suscripción al gimnasio que nos regalan en nuestro cumpleaños: fingen que pretenden ayudarnos pero en el fondo se ríen de nosotros. Nos llenan la cabeza de promesas y esperanzas, pero al final nos dejan deprimidos y con los nervios hechos polvo.
Como las dietas y los gimnasios, los manuales de autoayuda te venden la ilusión de que cabe hacer algo para mejorar como persona, que gracias a ellos es posible encontrar nuestro niño interior, adelgazar o ligar con azafatas o tipos estupendos que estén forrados y conduzcan unos cochazos increíbles. Si sigues sus preceptos, la fortuna te sonreirá y el universo entero se enamorará de ti, dicen. En teoría nos dan alas, pero cuidadito con ponerte a volar.
Los manuales de autoayuda no funcionan, por una razón muy sencilla: porque esperan que el lector haga todo el esfuerzo. Sería más honesto que te vendieran un bolígrafo y un libro con las páginas en blanco. (Una propuesta que, por cierto, le hice a mi editora y que no tuvo el éxito esperado. Y eso que se lo di todo hecho; le llevé un paquete de folios y un boli que me agencié en recepción, pero nada).
Por mucho que prometan que es fácil, que no cuesta mucho, todos los manuales de autoayuda parten de la base de que el lector se esforzará. Por ejemplo, a simple vista puede parecer que las siete claves espirituales del éxito hayan conseguido condensar varios milenios de filosofía universal en siete bocaditos de fácil digestión. Sin embargo, y por muy ligeros que sean, nadie se libra de tragárselos. Hay que memorizar las siete claves (o anotarlas en la mano) y, lo que es peor, intentar ponerlas en práctica. Los autores de manuales siempre olvidan que si fuéramos capaces (o tuviéramos las más mínimas ganas) de hacer todas esas cosas que nos aconsejan, no necesitaríamos comprarnos sus dichosos libritos.
Si sois como yo —y creo que todos en el fondo lo somos—, no os apetece esforzaros para convertiros en mejores personas. Los seres humanos son un poco como Siberia, la playa de Benidorm o el Domo del Milenio de Londres: no se puede hacer gran cosa para mejorarlos. Cuando uno se da cuenta del problema ya suele ser tarde, y no queda más remedio que tirarlo todo y empezar de cero. Personalmente, yo (que no soy Siberia, ni la playa de Benidorm, ni el Domo del Milenio de Londres —aunque mis amigos me dicen que de perfil me parezco un poco a este último) paso olímpicamente.
Por eso he escrito este libro: para decir que no hay nada malo en pensar así. Adelante, cantad conmigo: «Somos vagos, somos inútiles, no pensamos movernos… ¿qué pasa?». Aunque no se reconozca, formamos el estrato más importante de la sociedad, la base sobre la cual se asienta cualquier pueblo civilizado. Somos esa mayoría que no acaba de creer en hacer sacrificios para conseguir una barriga más lisa o un espíritu más satisfecho. Siempre hemos estado ahí y lo segui remos estando cuando esos fanáticos de una vida mejor hayan pasado a mejor vida.
Es más, no tenemos de qué avergonzarnos. Somos lo mejor de este mundo de locos: nosotros no nos dedicamos a invadir países vecinos o a crear partidos políticos, ni a inventar monstruosidades como Gran Hermano o teléfonos móviles con la musiquita de El bueno, El Feo y El Malo. Sólo queremos que nos dejen en paz: comer bien, vivir bien y hacer el amor con gente guapa. Como mucho, puede que nos saltemos alguna norma de tráfico, pero nunca se nos ocurriría infringir las leyes de la naturaleza. Lo nuestro es dejarnos llevar tranquilamente por la evolución natural de la especie.
Si no fuera por nosotros, el mundo sería mucho peor. Somos, por ejemplo, los principales responsables de cualquier tema de conversación interesante. El aforismo ingenioso, el pequeño cotilleo y el comentario mordaz fueron todos inventados por gente como nosotros: personas interesadas en obtener el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. De no ser por nosotros, todos estaríamos haciendo ejercicio, buscando la luz, afrontando el cambio y otras memeces por el estilo. Si no fuera por nosotros, el mundo se desintegraría de puro aburrimiento.
Evidentemente no hay que confiarse demasiado. Como el estegosaurio o la fondue con sus tenedorcitos a juego —que ya nadie quiere, no nos engañemos—, si no logramos adaptarnos a estos nuevos tiempos, estamos condenados a la extinción. Steven Spielberg hará una película sobre nosotros. Necesitamos mantenernos atractivos para conservar nuestras parejas, y adquirir riqueza y salud para crecer y reproducirnos con el fin de pasar nuestros genes apáticos a generaciones venideras.
Aquí es donde entra este libro. Si buscáis consejos fáciles para convertiros en personas fabulosas con una vida perfecta, ya podéis cerrarlo inmediatamente, porque no os va a interesar (aunque si queréis comprar unos cuantos ejemplares para regalar a vuestros amigos, no os cortéis). Éste es el manual para la gente que no quiere esforzarse; para los que no quieren ni levantarse del sofá. Si sois vagos de nacimiento, este manual os explicará cómo mejorar sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo.
Por no hacer, ni siquiera es preciso que lo leáis. Sólo con comprároslo y colocarlo en un sitio bien visible de la casa, os sentiréis más felices, inteligentes y deseables. Ello se debe a un revolucionario tratamiento que le hemos dado al papel, un compuesto químico al que hemos bautizado con el nombre de Osmósix© y que puede ser perfectamente inhalado desde una posición horizontal. En los países del hemisferio norte, el Osmósix© se identifica por un ligero olo r a aceite de freír. En el hemisferio sur se caracteriza por un leve tufillo a roquefort.
Además del Osmósix© al final del libro os ofrecemos una serie de páginas en blanco. Aparte de servir para que el tomo parezca más grueso en las estanterías, estas páginas os permitirán fingir que leéis —en la playa o en el Metro—, cuando en realidad estéis descansando la vista y pensando en el último episodio de Sexo en Nueva York.
Por cierto, si por casualidad se os ocurre compartir este manual con vuestra pareja, miembros de vuestra familia o colegas de trabajo, debo advertiros que Osmósix© es un compuesto muy sofisticado que, cual lapa, se pega a la composición química de la primera persona que abra el libro y respire su intenso perfume. El Osmósix© funcionará sólo con quien lo haya comprado, por lo que los maridos o las secretarias deberán adquirir su propio ejemplar. Obviamente esto no os hará muy felices pero sí a nosotros. De hecho, en el mundillo editorial, el olor a Osmósix© nos recuerda mucho al de los billetes recién salidos del banco.
Así que seguidme, hermanos y hermanas, y caminemos hacia un mundo más feliz (o un mundo en que, como mínimo, nuestra cobardía pase totalmente inadvertida). Y mientras avanzamos, recordad nuestro mantra, entonadlo en voz alta, imprimidlo y pegadlo en la nevera o la guantera del coche, o tatuároslo en el interior de los párpados para poder leerlo mientras dormís la siesta. Si queréis, podéis quitaros la camisa, sacar los tambores y cantarlo al ritmo de tam-tam (aunque si decidís saltar por ahí medio desnudos, os ruego que cerréis las persianas para que no os vean los vecinos).
¿Listos? ¿No? Ay, perdón. Pensaba que ya os lo había dicho. Nuestro mantra es: «Todo se puede fingir.». Podéis añadir todos los oms, ahs y grititos que os dé la gana, pero lo básico es eso: todo se puede fingir (excepto la falta de sinceridad, supongo. Es difícil fingir falta de sinceridad. Ah, y tener un pelo bonito. Desgraciadamente o tienes un pelo bonito o no lo tienes. Pero aparte de eso, el mantra no falla).
¿Preparados? ¿Listos? Pues adelante.