16. AL TERMINAR, YO, NATTO…

Al terminar, yo, Natto, de tregua pido un instante.

Dadme kisy, guerreros de la Nave. Dejadme

que enloquezca, que escupa las palabras

y que mi canto muerda. ¿Tenéis acaso miedo?

Estamos en la guerra, guardadas las fronteras,

Shim ha muerto y «La Carne» se pudre. ¿Teméis

fiera venganza por la sangre vertida? Está

ya seca y el hijo del Navarca no nació todavía.

Pasará largo tiempo hasta que su tierna mano

empuñe una mandarria, o quizá muera antes.

Descansad, pues, soldados de Dui-La, valientes

asesinos; que sólo Natto cante el himno

de la pasada historia. Dadme kisy os digo,

amigos asesinos, y terminaré mi largo canto.

Estoy cansado y quiero terminar, aunque dormir

no pueda… Es demasiada la luz de los antiguos

y mucha la amargura que brota en mi cerebro.

¿A cuántos wit matasteis? ¿Estáis contentos?

¡Hurra! Dadme kisy otra vez, ahora, luego, siempre.

Al Navarca mataron en su día de gloriosa

victoria, cuando con su veste blanca, iluminado

y sencillo, iba al Fórum a ser Navarca aclamado.

Vosotros los guerreros quedabais encerrados

en pozo de tinieblas. El pueblo kros cantaba

la nueva melodía de la unidad ganada. La Nave

parecía un ascua repetida en cada rampa, cámara

y corredor. Los chorros de luz fulgían en los

bruñidos metales. Los wit iban llegando cual

ríos rumorosos, con sus siete familias, curiosos

del pasado, abiertos al asombro de la unidad nacida.

Y Shim murió en ese instante mismo. Cayó junto

a las jaulas que encierran las orquídeas, muerto.

¿Sabéis cómo lo hicieron? ¿Qué manos le mataron?

¿Las vuestras? ¡Oh, no! Pagaron asesinos, compraron

las conciencias de hombres sorprendidos,

asombrados por la entrega de mujeres hermosas

como flores, mujeres prohibidas como un sueño

imposible; aturdidos por el suave y ardiente

kisy de la tentación. Les dijeron: «Bebed y amad.

Si el Navarca muriera, los brazos más hermosos

serían collar vivo de vuestro amor eterno;

la droga más potente daría versos bellos

al osado poeta. Negad al loco, al loco que desea

retornar al pasado y pide sacrificios. Dejemos

que la Nave alimente a sus hijos como hasta ahora

hizo. Bebed y amad; sed eternos.» Eso dijeron.

Y aquellos hombres, apenas a la vida asomados,

esclavos de los siglos, raza maldita en tinieblas,

quedaron deslumbrados, borrachos, rotos, comprados.

Ahora que la guerra asola las fronteras y muchos

de los vuestros han muerto en el combate,

dejadme recordar. Lo vi muy bien, tan bien

que recuerdo la sangre del Navarca manchando

su vestido; recuerdo su tristeza, su agonía,

el velo de sus ojos y, ¡oh, kisy!, sus palabras.

Estoy siempre borracho para no recordarlas,

pero apenas me falta el licor del olvido,

resuenan como golpes en un metal sonoro,

tan fuertes, tan atroces, que pierdo mi palabra.

Sin palabras estoy y quiero terminar. ¡Dejadme

en paz! ¡Qué importa ya mi canto si no existe

el Navarca, el de las manos rotas, el Shim

amado y triste de las suaves pupilas, el justo

que me dijo: «Serás, Natto, mi palabra»!

¿Por qué aguantáis, soldados, a este loco borracho?

Rompedme la cabeza, quitadme la memoria…

O dadme kisy otra vez, hasta que cese el ruido

que roe mi cerebro. ¡Oh, si pudiera volver

a las tinieblas, sin esta luz potente que rompe

mi cabeza! Dadme kisy, quitadme la memoria,

quitadme sus palabras, las últimas que dijo:

«No importa. Se cumplirá el destino.» Y a mí,

con una voz velada, apenas gritó, apenas nada,

quizá dolor de justo, dijo: «¿También tú, Natto?»

FIN

Barcelona, junio-setiembre de 1958.