Era un corredor débilmente alumbrado, suave
y alegre el color, lugar donde el Navarca y Sad,
su amada, paseaban en callada unión de voluntades.
A lo lejos, Kalr mantenía guerreros vigilantes
E Hipo se asomaba, con sus vasos de efedra, mientras
Elio torturaba las entrañas de los objetos hallados,
todos muy cerca de Shim, pero dejándole solo.
—¡Cuánto ha cambiado todo! ¿Recuerdas, Shim, cuando
siquiera eras un pájaro sin manos, asustado
e inerme? Entonces, yo quería ganar tu voluntad,
unirme a tu destino y ser paz de tu carne.
Ahora, ¿qué soy? Te quiero; pero a veces, contemplando
el poder que has alcanzado, la humildad a ti
prendida de los padres de familia que asustaron
mi niñez, me digo: «Nunca serás igual; nunca estarás
en armonía a su lado. Lo has perdido, perdido,
y apenas recogerás los restos de sus palabras.»
¿Qué debo hacer, amado? ¿Cómo elevarme hacia ti?
Protégeme, cámbiame, dame una ayuda. No hagas caso
si lloro. Siempre fue una llorona, Shim amado.
Dijo, y calló, Sad, hija de Ylus, suavizando sus lágrimas
con sonrisa de esperanza. Shim acarició su frente.
—Perdona, amada, mi ausencia y aparente lejanía.
De la incruenta lucha, tú y yo somos las víctimas,
las mejores, las insalvables. Ya te lo dije, Sad,
en la anterior vigilia: «Ya nunca estaré solo,
ya nada será igual. Habré de compartir mi sangre
y mi palabra. No podré reír en locas escapadas,
ni hacer cosas sencillas. Querré estar silencioso
y me dirán que Hable. Todo lo tenía y todo
lo he perdido.» Y es cierto, amada. Lloré contigo,
y de las sencillas cosas me despedí a tu lado.
Pero ya ves que no fue en vano. Se va cumpliendo
el destino. Encenderé la Nave, buscaremos el tiempo
y hablaremos a Dios. Para ello, Sad, nos estamos
quedando hambrientos de cariño. No llores, mujer;
me harías vacilar, y no debo perder mi fortaleza.
Cuando la obra esté cumplida, descansaremos.
Tendremos blanco el cabello y curvas las espaldas,
pero estaremos juntos y juntos seguiremos hasta
tomar la nave que nunca ha de volver: la muerte.
Y Mons podrá pintar de mí muchas mentiras; pero
de ti dirá: «Fue Sad, la compañera, la fiel, la suave
y escondida amada del Navarca. Le llevaba la comida
a la boca y limpiaba sus ojos cuándo estaban cansados.»
—Dirá algo más, Shim. Algo cierto y seguro. No;
no te lo diré ahora. Ven conmigo a la familia
Brisco. Hagamos cantar las luces. Así te lo diré.
Tomados de la mano salvaron corredores, rampas
y plazas, saludados a gritos por niños y mujeres,
en busca de la cámara donde hablaban las luces.
Allí, Sad buscó una puerta y Shim quedó sentado
esperando el prodigio. Y fue. Y cantaron las luces
la hermosa sinfonía de sus fulgores sabios,
de sus colores vivos, como el aire de suaves,
como el agua de líquidos. Era el mensaje de Sad
y para todos bello. El Navarca, además, comprendió.
Y cuando volvió la amada, calladas las estrellas
luminosas, tomó su cintura y en silencio se fueron.
Y luego murmuraron palabras de ternura
que el juglar no oyó. O no las quiere decir.