13. EL DISCURSO EN EL FÓRUM

La luz de los antiguos iluminaba esplendores,

crecían plantas y flores en sus jaulas de cristal,

y un coro de muchachitas con su cántico rompía

la constante melodía del susurrante metal.

Era la llamada Fórum. La misma plaza do Faro

yaciera en su triste muerte. Siendo breve, mucho

mayor parecía; siendo grande, pequeña lo parecía:

era una hermosa morada, suma de la proporción,

donde el pueblo se juntaba en una masa apagada,

de tranquilos ademanes y lengua extraña sin voz,

cual remedo de nuestras mismas palabras.

Y esperaban los ancianos importantes, los sabios,

los guardianes. Esperaban al Navarca, de su raza,

convertido en Señor de los albinos, cantor de extrañas

verdades que las mentes confundían, hombre con alma

de niño, niño con fuerza gigante. Lo conocían algunos,

pero al pueblo entero quería su palabra dirigir,

después que a los poderosos dio conceptos olvidados.

Y llegó Shim, de los suyos rodeado: los ancianos

de la raza condenada, los muchachos de las luces,

los guerreros sin escudos y sin armas, la embajada

de los wit. Acalláronse murmullos y las miradas

buscaron la figura del Navarca. Consumido por su fuego,

agotado, pero erguido, subió al estrado y habló.

—Os saludo. No pocos de vosotros habéis estado conmigo

en los días de la Nave, cuando en mí crecía el hombre

y el destino se cumplía. Hijo soy de Kanti y Torna,

nacido en vuestras estancias. Cumplí la Ley y viví

lo mismo que vivió siempre el pueblo de las terrazas

superiores. Después, mi camino no fue el vuestro,

y cierta y mía es la culpa, culpa de curiosidad, culpa

de amor. Ahora voy a hablaros de mi extraña dolencia,

de las cosas que nos unen y de las que nos separan

en el mundo que nos rige: dejadme hablar, pueblo kros.

Calló, esperando, aunque dudoso era esperar que oyera

los murmullos del gentío. Alzó los brazos y habló:

—Veintitrés generaciones han florecido en la Nave

hasta borrar la memoria del primer antepasado.

En cada una crecía el silencio del olvido,

lo mismo que en las estancias se iba quitando la luz;

y en nosotros se perdían las palabras, la alegría

de vivir al corazón y a los ojos los colores.

Aquí estamos, el recuerdo de un pasado, apenas nada.

Es preciso contener tal abandono, tanta tristeza

y locura. La Nave fue creada por el hombre

y para el hombre, no al contrario. La pereza

de los siglos os está convirtiendo en seres sin

pensamientos, más fáciles al tomar que sueltos para

pensar el origen de la vida, más propicios al sencillo

vegetar que al osado aventurar. Pensad, pensad

en los días en que el Fórum sea campo de tinieblas,

en que «La Carne» y jardines queden fuera de

fronteras. ¿Qué haréis entonces, hermanos, decid?

Os abro los pensamientos. Mientras Faro convivió

y mandaba sus guardianes podía vuestra atonía

suponer que los problemas tan sólo a él incumbían.

Pero ha muerto y un destino de nueva fuente

ha nacido. No dejar por más tiempo dormidos

los derechos de la mente. Nunca será suficiente

la vida muelle y tranquila. Un ejemplo os diré:

entre vosotros están humanos del pueblo wit.

Son diferentes, son mejores, porque todo lo han tomado

como punto de partida y de nuevo han empezado.

Yo también los despreciaba y temía, hasta que viví

a su lado. Y vi que, buscando en el origen, tenían

nueva luz, nuevas doctrinas, tesoros en sus estancias

y una eterna y renovada alegría de vivir. Ahora,

en este día, son menores que vosotros; pero sus bases

son firmes y renovadas y pronto os superarán.

Entended: están empezando de nuevo, no aceptando

puerilmente la herencia de los antiguos. Suya

es la vida, ellos no tienen tinieblas, y de su necesidad

hacen industria e ingenio. ¿Son inferiores, creéis?

Una opaca resonancia de palabras le cortó;

un guardián gritó de cerca un abierto desafío:

—¿Nos insultas? ¿Qué nos importan el ejemplo de los wit?

—Te diré lo que presiento en la vida de tus hijos:

guerra. Desolación y tinieblas en la Nave, hambre,

muerte y miedo en humanos de una misma condición.

Y los wit os vencerán, que en guerras y desafíos

los más fuertes siempre han sido los que empiezan,

no los pueblos decaídos. Calla y espera. Imprudente

es mi discurso, lo sé; pero el porvenir presiento

y lloro. Entendedme, por favor. Si acaso la Nave

fuera nuestro mundo, nuestra tumba, nuestro total

destino y a sus leyes nos debiéramos, callaría.

Pero no es cierto. La Nave fue lanzada desde otro

mundo, después de su creación, golpe a golpe, clavo a

clavo, por el hombre. Algún día detendrá su caminar.

Ocultos motores están vivos. Escuchadlos ahora…

Están vivos, vivos y esperan una orden silenciosa

animando sus metales. Entonces, ¿Qué somos nosotros?

¿Fieras? ¿Objetos peores que los metales? ¿Seres

sin normas? ¡Nunca! Somos hijos de la Tierra,

herederos de lo suyo, su cultura y su valor. Hemos

perdido memoria, voluntad y tesón. Pero el hombre

es resistente, duro y fuerte. Yo os pido nueva vida.

Os pido empezar de nuevo. Os pido que contemplando

la Nave os hagáis estas preguntas: ¿Por qué estamos?

¿Adónde vamos? ¿Qué podemos hacer nosotros diferente

a lo ya hecho? Yo he sufrido demasiado. Evitad

mis dudas. Si empezamos de nuevo, si de nuevo queremos

algo más que el vegetar, quizá la Nave responda

y termine nuestro eterno caminar. Empecemos enseguida,

ahora, mañana; primero, con la unidad de los pueblos;

segundo, alentando la curiosidad, el estímulo, la vida;

tercero, estudiando y trabajando las cosas que

ya existen. Algunas tenéis vosotros. Y tienen

los wit. Y yo también. Bastante para empezar.

Lo más urgente es la tarea política o norma vital

de la relación humana. Hay que borrar las fronteras,

los odios, los engaños, las mentiras y prejuicios.

Los hombres no siempre son iguales, pero la ley

más justa es la que los iguala. Mucho más os diría,

pero meditad ahora. Pido la unión de la Nave.

Propongo que los dos pueblos, igualados sus caminos,

elijan un soberano, un padre de las familias

que entienda la nueva ciencia de la vida en común,

no guerrero ni guardián, cabeza prudente y justa

de la nacida unidad. El pueblo wit ya lo acepta

y su parte cumplirá. Hablad vosotros. Os saludo.

Dijo, y calló, agotado. El silencio del asombro

acompañó su ademán. Un hombre gritó muy lejos:

—¿Cómo pueden vivir juntos los nacidos diferentes?

—Con amor. ¿No son diferentes los hombres y las

mujeres? Se completan, sin ser unos mismos. Medita.

Dijo, y calló; calló el otro. Un kros anciano subió

y al encendido Navarca habló con razones prudentes:

—Es tan nuevo lo que dices, Shim, que no todos

lo entendemos. Es sencillo y parece verdadero.

Meditaremos. No es tan fácil quebrantar el recuerdo

de los tiempos. Déjanos solos. Llegar te haremos

la decisión que tomemos. Te saludo, Shim Navarca.