11. LA CÁMARA DEL LIBRO

Delante de la cámara se detuvo el cortejo.

Los kros acompañantes oprimieron la clave,

y la puerta se abrió. Shim, en callada alegría,

ennobleció su sonrisa con el recuerdo amado.

Levantó luego sus brazos, terminados en garfios,

y un velo de tristeza atenuó su contento. No era

un reproche, ni siquiera un lamento; acaso una velada

lección de humanidad, o un sencillo decir: «He vuelto.»

—Yo, Shim, hijo de Kanti y Torna, Hombre de Letras

y nacido en la Nave, me hago cargo del Libro…

Dijo el Navarca, con palabras extrañas, ausentes

como el tiempo perdido, en la distancia, profundas

como el eco de las más tristes cavernas, pueriles

como el grito más lejano de la feliz infancia.

—He querido volver para cumplir la ley. Mi cifra

está en el Libro. En él dejé mis sueños y temores

y me dio sus temores y sueños. He vuelto. A veces

es tan grande el deseo, que olvido la miseria

de mis manos cortadas. El Libro es el recuerdo

de los antepasados. Necesito su fuente y su fuerza.

Dejadme entrar. Dejadme sólo hasta calmar mi hambre.

Así dijo, y calló, rogando a los ancianos.

Y el viejo amigo Aro le dijo, sorprendido:

—Puedes entrar, Shim, y recordar tu historia

si acaso es lo que quieres. Pero dime, Navarca,

¿no fue el Libro la causa de tu ruina? ¿Pretendes

destruirle? No entiendo lo que vale, ni creo

en lo que sirve. ¿Por qué tú lo valoras tan excesivamente?

—Te responderé más tarde. Dejadme solo ahora.

Dijo, y calló, penetrando en la cámara sin esperar

respuesta. Confusos, mas pacientes, los negros inclinaron

sus cabezas y aguardaron. Ylus habló en el nombre

de los wit compañeros, con palabras sencillas.

—No temáis. Cuando Shim se ha quedado a solas

con su mente, una luz ha brotado y un símbolo creció.

Es tierno cual un niño y sabio como un viejo.

No es posible resistir su mirada, y es vano

discutir su palabra. Nos trajo cosas grandes

a cambio de las nuestras, sencillas como el mismo

deseo de vivir. Tiene prisa. Ignoro lo que teme.

Dejadle hacer. Es todo amor y no puede hacer daño.

Dijo Ylus, y calló, respondiéndole un anciano:

—No tememos a Shim, ¡oh padre de familias!, tememos

la desgracia de los que siendo nobles quieren

andar aprisa. Más daño hace un amante que un insano

violento. Pensad vosotros mismos: ¿os unirá su amor

durante mucho tiempo? ¿Seréis fieles mañana?

Dijo, y calló, esperando respuesta. Pero antes

de que Ylus hablara, volvió el Navarca y dijo:

—Déjame responder. Os digo que alguno que me ama

me matará algún día no lejos de este instante.

Calló después de las palabras, y con tristeza

oyó los dichos de protesta. Todos negaron y dieron

palabra de lealtad. Y eran ciertas, menos una…

—No importa; olvidad lo que dije y escuchadme

de nuevo. Será breve el discurso. ¿Entendéis

por qué he querido volver hogaño al Libro? Deseo

volver a los comienzos, al tiempo en que venía

temblando hacia la cámara y el Libro me abría

los ojos al pasado. El Libro es una larga cadena

hacia el recuerdo. Necesitaríais mucho esfuerzo

para entender su historia, escrita en una lengua

que el tiempo deformó. Pero os digo simplemente:

el Libro tiene dentro la vida de la Nave.

Mucho pensé y sufrí descifrando la historia.

Entrad. Os repetiré tan sólo lo que yo mismo

grabé. Será un anuncio de lo que intento decir

a todos los humanos que viven en la Nave. Entrad.

—Espera, Shim; la Ley no lo permite y tú lo sabes.

—La ley es una norma que dictan los que pueden.

Yo puedo en este instante, porque soy la esperanza.

Entended mis razones siguiendo mi destino

desde el momento mismo en que anoté mi cifra

y dije: «Yo, Shim, hijo de Kanti y Torna, Hombre

de Letras y nacido en la Nave, vengo al Libro…»

Entrad, os ruego. Cambiad la Ley. Donde decía:

«No puedo…», decir: «Deseo y puedo hacerlo.» Venid.

Miraron indecisos, pero al cabo accedieron.

Los kros y wit unidos entraron en la cámara,

en silencio y temiendo los males ignorados,

o mejor, quizá, sufriendo los bienes ya perdidos.

Shim apartó un volumen, lo insertó en una clave

y pulsó una palanca. Zumbó un sonido nuevo, una luz

con palabras y el asombro se hizo: Shim hablaba:

«Yo, Shim, hijo de Kanti y Torna, Hombre de Letras

y nacido en la Nave, me hago cargo del Libro…»