8. FUNERALES DE MEI-LUM-FARO

En el recinto esperan los padres de nosotros

con el Navarca al frente. El cortejo, ha tiempo

que ha salido de las cubiertas kros. Iluminó

el Navarca con luz de antepasados el camino elegido.

El milagro se hizo, cuajando claridades y alejando

tinieblas, creando en las tinieblas un sendero

de luces, un túnel encendido por do pasará el cortejo.

—Dime, Mons, ¿qué materia estoy pisando, que cruje

bajo mis pies? ¿Qué son esos promontorios, esos

signos, esas negras envolturas, esa cruz?

Es Shim el que pregunta, desde tiempo asombrado.

—Se llama tierra, y debajo están los muertos.

El asombro del Navarca apenas tiene respiro:

—Bien dije que vuestro pueblo tiene sencillos

secretos para asombro de mi mente. Habrás de explicarme,

Mons, lo que encierra tu familia. Presiento

una soberbia grandeza escondida en tu negrura.

¿Tierra dices? ¿La hiciste tú? ¿La creaste

cual Luxi sus cilindros? Responde pronto, levita.

—No es mía la palabra ni recuerdo su origen.

Pero es tierra y no ha sido creada en esta Nave.

Es todo lo que sé, o mejor quizá debiera decirte

que es un secreto antiguo, de los antepasados.

Dijo, y calló, dejando que el Navarca meditara lo dicho.

—Ya entiendo, Mons. Es suave y tan sencillo

como cerrar los ojos. Es tierra de la Tierra

y los antepasados querían que en la Nave hubiera

una preciosa semilla del planeta. Querían una

morada de descanso, un último reducto de la añorada

Tierra. Lo entiendo, Mons, y me duele el recuerdo,

la fe de aquellos hombres que crearon la Nave.

Querían en su muerte volver a las praderas,

al río, a la montaña, al viento y a los mares;

querían mantener el hilo del recuerdo, el fuego

de los días y el manto de la noche, la lluvia

y la tormenta. Y se llevaron tierra. Llenaron

con su tierra un vasto cementerio. No hagas caso

si lloro. Hazme un favor. Toma un puñado de tierra

y guárdalo en mi vestido. Gracias, Mons, y dime ahora

las razones de tu oficio. ¿Acaso tú presentiste

el deseo de los hombres de ser un cuerpo sin tierra

en la hora de su muerte? Lo hicieron como un retorno

a la inmensa lejanía. Fueron sabios, eran hombres.

Se escuchaban a lo lejos cantos de las plañideras

y un eco de pasos golpeando los metales, latiendo

por el sendero de luces abierto en la Nave entera.

—Yo no sabía, Navarca, la razón que tú has contado.

Mi familia vivió siempre cerca de los enterrados

y su muda presencia nos grabó. ¿Quiénes eran los

callados, los dejados tan a solas? Estudiamos

su presencia. Supimos que la muerte no es eterna,

que es un sueño prolongado, un descanso, como dices,

a la sombra del pasado. Y que los cuerpos enteros

están mejor preparados al recuerdo y la memoria.

Espero que tú me enseñes, Navarca, ¡no me defraudes!

Un hombre no puede ser de materia aprovechable,

como los kros lo demandan revertiendo los cadáveres.

Tal es mi ciencia, Navarca: apenas un vago impulso,

un sueño, un duelo de eternidades. Y ayudo, desde

mi angustia, a los dormidos, que un día despertarán.

Llegaron los primeros cilindros encendidos,

los inquietos varones de la familia kros,

los viejos compañeros del fallecido jefe.

Levitas ayudantes los fueron ordenando, colocando

en hileras, al tiempo que cantaban liturgia misteriosa

y el aire exorcizaban con signos de la mano.

Llegaron los mancebos que portaban al muerto

en unas angarillas de púrpura y dorada cubierta,

seguidos por los gritos de las hembras lloronas;

llegaron los guerreros, los kros vestidos de blanco,

los wit vestidos de negro; llegaron los asombrados

ancianos de los Consejos y una legión de criados.

Mons, con la cara afilada y los ojos encendidos,

se detuvo ante el féretro en tierra depositado.

Levantó sus brazos, cantó un saludo y pidió

la paz para el bien llegado. Levantó unos atalajes

y una cámara pequeña descubrió su entrada franca.

—Ésta será tu morada, Mei-Lum-Faro, Señor

de las superiores cubiertas de la Nave.

Cuidaremos tu cuerpo para que se guarde entero,

pintaremos tus manos, tu cara, y en torno tuyo

tus símbolos guardaremos. Los artistas funerarios

llenarán estas paredes con la historia de tu paso

por la Nave. No perderás tu materia, ni tu

sangre, ni el recuerdo de tu nombre. Los espíritus

del sueño visitarán tu recinto, aprenderán

tus signos y apuntarán el día de tu renacimiento.

Sabrás entonces quién eres, lo que fuiste y serás.

Conservarás tus joyas, tus lienzos, tus mujeres

si ellas quieren venir a tu morada. Descansa en paz.

Se apagaron las luces, excepto los cercanos

residuos amarillos de un fuego terminado.

Cantaron los levitas. Mons dio luz temblorosa

a pequeña vasija. Un artista avanzó y un signo

dorado creció en la pared blanqueada. Primero,

el nombre… Callaron los levitas, y Mons habló:

—Espíritu del sueño, acoge en tu morada al dueño

de la Nave. Estaba cansado y dijo: Quiero dormir.

Sus ojos están cerrados y su boca callada.

Se le escapó del pecho la voz que lo animaba;

pero tú sabes que nada se ha perdido, que la materia

aguarda. Déjale descansar. Déjale descansar.

Dijo, y calló, al tiempo que cerraba la entrada

a la cámara y la luz renacía y el canto se alegraba.

Unas mujeres danzaron cubiertas de negros velos,

cerrados ojos y boca, callados los instrumentos,

más lejano en cada instante el eco de los eternos

corifeos de la Nave. Todo era negro y oscuro,

todo tristeza y silencio, todo presagio y sustento

de ignorada eternidad. Sonó lejano un metal

de sencilla melodía, golpe y sonido quebrado,

latido apenas cantado de un ritmo buscando origen.

Salió un tropel de muchachas vestidas de blanco y oro,

como un gritar de esperanza, como un renuevo

de aire, mientras callaba el metal y volvían los levitas

a cantar sus melopeas. La voz de Mons predicó:

—Volverá después del tiempo a renacer la blancura

de las cosas iniciadas. En tu morada escondida, aguarda

Faro la callada señal de tu despertar. Un mensajero

vendrá liberando tu dormida materia y volverá

tu memoria a recobrar el pasado para jamás perecer.

Así dijo, y calló, y se encendieron los falux

y se acallaron las palabras de la muerte, y volvieron

los sonidos de la vida en boca de los humanos.