7. ES ACORDADA UNA TREGUA

Reunidos los notables en la cámara de Faro

aguardaban el anuncio. Eran doce y los guardianes,

todos vestidos de blanco, todos sin vello en la cara,

todos mirando asustados los falux de los mancebos.

—Bien llegado hayas, Shim; nosotros nunca supimos

la razón de tu castigo. Lamentamos si fue injusto

y haremos tu desagravio. ¿Quieres decir el motivo?

—Son delicadas razones. El tiempo lo dirá presto.

Si muchas son las preguntas que tú pretendes hacer,

no son escasas las mías. Dime primero si entiendes

el valor de mi embajada. Quiero hacer de esto

principio de entendimiento. Los que están a mi lado

son dos padres de las familias: Kalr y Luxi,

de las siete tribus wit. Y los siete adolescentes

son sus hijos sucesores, más Natto, el historiador.

Ya ves que son importantes, e importante su misión.

Dijo, y calló, aguardando la respuesta, y Aro le respondió:

—Escuchamos sin saberte, Shim. Mas, te aceptamos.

Razón es que los albinos tengan sus propias familias.

Hasta se dice que no hacen otra cosa. Tú lo sabrás.

Iba Kalr el impaciente a contestar con enfado

cuando Shim le contuvo, más sabio para tal juego.

—Te equivocas. Los kros tienen cerrados los ojos

desde antaño para todo lo que no sea su propia

decadencia. Los wit tienen virtudes que os asombrarían.

Ellos fabrican estas luces, ¿puedes hacerlo tú?

Ellos esperan que sus muertos resuciten un día;

ellos han encontrado armas para la guerra y saben

curar heridos, y tienen el recuerdo de los antepasados

y tienen, sobre todo, curiosos los sentidos.

Dijo, y calló, esperando la voz de los ancianos:

—Sea verdad o engaño, no lo sabremos nunca, Shim;

O ¿nos importa acaso? ¿Qué quieren de nosotros

la raza de los blancos y el nombrado Navarca?

—Queremos una tregua, queremos la unidad de todos

en la Nave, queremos empezar una nueva y sencilla

victoria de los hombres, recobrar el tesoro pasado.

Con un gesto de duda se adelantó un guerrero:

—Extraño tus palabras. Los wit se han rebelado

y sólo las tinieblas impiden su castigo. ¿Acaso

los ensalzas por ello? ¿Quieres que empecemos

nosotros la comedia abrazando a los wit? ¡Jamás!

Dijo, y se retiró, y Kalr repuso entonces:

—No importa lo que pienses, guardián de las fronteras.

Los wit no te han pedido abrazos ni concordias.

Shim nos dijo: «Venid», y aquí estamos. Nosotros

empezamos ahora a tener unidad. Eso es todo.

El Navarca prudente se adelantó al enfado:

—Dejemos la pendencia, que es triste la discordia.

Tengamos una tregua. La reversión de Faro habrá

de ser concluida. ¿Preparas la ceremonia, Aro?

—Apenas recordamos lo que se debe hacer.

Ni sucesor tenemos; y espero grandes males

que no puedo explicarte, Navarca de los wit.

¿Acaso los sabemos? Aceptamos tu tregua, Shim.

Sorprendió a los ancianos la nueva palabra

del joven levita Simón, hijo de Mons el callado.

—Ofréceles, Navarca, el culto de los muertos

que es honra de los Mons para sus funerales.

Cubriremos su cuerpo, pintaremos sus manos, su cara,

sus símbolos y hazañas, para que cuando despierte

el recuerdo sea fácil y el premio sea justo.

Quebrado el estupor, Shim abrazó al muchacho

mientras Aro negaba moviendo la cabeza:

—Nosotros no podemos bajar a las tinieblas.

Y dijo Shim el fuerte, el sabio y valeroso:

—Si tal es la razón, la anularé en seguida.

Aunque kros y enemigo, Lum-Faro era un Señor

de la Nave. Honremos a los muertos.