Esperó el Navarca que todos callaran y entonces
habló, ocultando sus manos, que inacostumbrado era
al garfio y a la muesca, cual Hipo comprendía:
—Padres de las familias. Estamos reunidos en busca
de la Paz. La Paz he dicho. Hace ya muchos ciclos
que en pugnas insensatas los hombres de la Nave
se enfrentaron. Hay guerra en las fronteras y es tiempo
de acabarla. Los kros nos ofendieron, es cierto, y no
puedo negarlo. Pero la Nave es una, y cuando fue creada
fronteras no tenía. Para vuestra memoria, los
wit siempre han tenido cubiertas inferiores, oscuridad
y hambre. Mi memoria es más larga y además he vivido
en campo iluminado. La Nave es unidad y ciencia
compartida. Son falsas las fronteras. La guerra
está matando a la Nave. Es tan cierto, como el hambre
que no tardará en llegar. ¿Algunos de vosotros
ha cortado en «La Carne»? Si es así, que nos diga
los daños que la ausencia causa en la proteína.
Y dijo padre Brisco, cruzador de fronteras:
—El lienzo no cortado se pudre al ciclo entero.
Dijo Brisco y el Navarca de nuevo pregunto:
—El que haya cultivado los jardines de algas,
que salga y que nos diga lo que estará pasando.
Dijo Shim, y esperó, sin que nadie le hablara,
pues no era necesario y todos lo sabían verdadero.
—Os digo estas razones, pero otras hay más justas.
La Nave necesita que sus pasillos sean cual venas
de su cuerpo. Para nuestra fortuna, su fuente fue
creada para un manar constante con la pequeña ayuda
de nuestra voluntad. No estropea lo suyo ni rinde
su impulso. Son los hombres quienes rompen lo eterno
que les fue otorgado con sólo agacharse a su encuentro.
Hagamos la paz mientras mane la fuente y exista
materia. Tendamos la mano y hagamos la paz.
Dijo y calló, y Kalr el guerrero, enfadado, inquirió:
—¿Insultas a mis hombres? ¿Menosprecias mis armas?
Si ellos se marcharan, los kros nos matarían.
Las fronteras no pueden quedar abandonadas.
El Navarca contestó sin ira, incluso alabando:
—Los guerreros no sirven para hablar. Escucha,
Kalr, y calla. Los guerreros no deben amar la guerra.
La aceptan cuando les es impuesta, y luego se retiran
con el deber cumplido. No se puede tener la razón
y la fuerza en equilibrio humano. Los prudentes
razonan, y los fuertes sus leyes aceptan sin ira.
Y dijo Mons el sabio, cuidador de los muertos:
—Entiendo tu discurso. Navarca de razones. Empero,
te pregunto: ¿no te acuerdas acaso de que siempre los kros
han tenido la ley y fuerza? Y digo también:
¿Acaso la guerra es razón de uno solo? Responde.
¿Abrirá sus fronteras el pueblo de Faro?
—Dos hombres no riñen si el uno no quiere.
Y en cuanto a la otra pregunta, ¡oh, Mons, oportuno!
lo mejor es hacerla en lugar indicado. Lo haremos.
Traed un cautivo o decidle que dentro de un ciclo
de ozono subirá una embajada en trance pacífico.
Soltadle y cumplirá su parte. Y decidme ahora:
¿quién vendrá conmigo? Necesito cortejo valiente.
Todos lo quisieron, y hasta Kalr el opuesto pidió.
Pero Shim el Navarca contuvo el deseo diciendo:
—Será necesario guardar nuestra ausencia. Ylus es viejo,
y Brisco, azogado; no es tu oficio hablar, Hipo;
ni el tuyo temer a lo incierto, Mons. Venid, Luxi y Kalr
con siete mancebos llevando sus luces calientes.
Soy kros y recuerdo el susto y la gracia del falux
ardiendo en la cámara. Será un buen recurso ante ellos.
Dijo, y calló, sonriendo, y Mons le aplaudió:
—Eres astuto. Navarca, y harás grandes cosas, prudentes
y justas. Te daré mi hijo, el joven levita Simón.
E Hipo ofreció su cachorro Hipolí; e Ylus el suyo,
el joven Ylor; y Brisco pidió para Branco la venia de Shim.
Un hijo por tribu y el que esto relata quedó convenido,
y todos irían con falux de grasa que Luxi aportó.