4. LAS MANOS

Después de recobrados los frescos pensamientos

con descanso y sin kisy, los padres de familia buscaron

al Navarca. Fue, ¡oh, verdad!, lo suficiente tarde

para que Shim, unido al ciego Abul, compañero de sangre,

visitara las cuevas, los pasillos, las plazas apartadas.

Borrachos todavía, los hombres y mujeres dormían

en los suelos, mientras sus hijos buscaban alimentos.

La impresión que retuvo, con ojos de Navarca,

la dijo a los ancianos cuando llegaron juntos.

—He recorrido las tribus mientras todos dormían,

es muy distinta la vida de la muerte, la actividad

del sueño. También son diferentes los ojos que contemplan

cuando son de curioso, o son los de un Navarca. Decidme,

amigos, ¿acaso soñamos juntos que yo Navarca era?

Dijo, y los padres de las tribus respondieron:

—No. Lo hicimos bien. La palabra Navarca a Kalr

la dijo Natto. Era bella y completa y todos la quisimos.

Fue nuestra y sincera la fe que te acordamos. Dinos

tú, ¿acaso no nos has entendido todavía?

Dijeron, y Shim los abrazó. Pero luego les dijo:

—En verdad lo agradezco y no encuentro palabras

para mi gratitud y también mi tristeza por la carga

tan dura que me concedéis. No hubo Navarca alguno

en tiempos anteriores, y el pueblo wit tenía

familias ordenadas, símbolos y tesoros. Yo, Shim,

ni siquiera soy blanco, y sin embargo me hacéis

jefe de todos. Y dos senderos tengo: ser símbolo

y familia, o ser Navarca entero. ¿Qué deseáis?

Dijo, y calló. Y el viejo Ylus resumió las palabras

de todos de una forma sencilla. Dijo tan sólo:

—Sé Navarca. Sé fuerte y ordena. Tú nos unes,

y al tiempo eres la suma de nosotros. Mientras

exista unión, serás; si desunes, tú mismo habrás perdido

la razón de tu fuerza. No importa si una o dos

familias discuten o se quejan. Las restantes

estaremos unidas y será suficiente. Evita el poderío

de una sola familia y encuentra el equilibrio

que nos dé la igualdad. Deja los asuntos internos

a las tribus, salvo que dañen las costumbres.

Dijo, y calló, en tanto los demás asentían.

—Bien; oigo y entiendo. Seré Navarca. Mi promesa

tenéis de ser prudente y justo. También seré inflexible

cuando pida una norma que algunos crean dura.

Hoy mismo tomaré una importante ley. Será

mi prueba y la vuestra. Ahora quiero meditarla.

Calló, y el viejo Hipo, impetuoso, dijo:

—Sin embargo, tú me obedecerás a mí. Son tus palabras:

«No habrá rico ni pobre, humilde o poderoso.»

¡Cuida con lo que haces, Navarca impetuoso!

Rieron los ancianos. Elio tomó después la voz:

—Falta le harán tus cuidados. Hipo, al primer

Navarca wit, Shim el manco. ¿Dónde tiene sus manos?

Dijo, y calló, e Hipo siguió la burla ingenua:

—Aquí. Ya ves, Shim, qué no todo fue kisy.

Elio y sus hijos trajeron sus tesoros y yo corté.

No son manos de carne. Shim, no te hagas ilusiones;

pero habrás comenzado a recobrar tu tacto. Toma.

Dijo, y calló, ofreciendo el tesoro: unas manos

del metal más flexible de la Nave, cual feto apenas

formado. Tenían un gancho por abajo y una muesca

superior. Asían y sostenían. El Navarca ofreció

sus muñones, gozoso y asombrado, por el don de los

viejos. Hipo las dejó firmes con unas ligaduras,

y Shim recordó en ellas las manos del pasado.

Sonrió tristemente y hubiera maldecido de haber

estado solo. Mas era injusta paga y dijo conmovido:

—Gracias. Elio, Hipo; gracias a todos. En verdad

os digo que junto a los albinos siempre fui sorprendido.

Vuestro es el tesoro de las cosas sencillas.

Dijo, y calló. Y Brisco el placentero rió sonoramente:

—También tú nos sorprendes con cosas complicadas.

Sigamos así. Estamos justos en la misma medida.