Después de recobrados los frescos pensamientos
con descanso y sin kisy, los padres de familia buscaron
al Navarca. Fue, ¡oh, verdad!, lo suficiente tarde
para que Shim, unido al ciego Abul, compañero de sangre,
visitara las cuevas, los pasillos, las plazas apartadas.
Borrachos todavía, los hombres y mujeres dormían
en los suelos, mientras sus hijos buscaban alimentos.
La impresión que retuvo, con ojos de Navarca,
la dijo a los ancianos cuando llegaron juntos.
—He recorrido las tribus mientras todos dormían,
es muy distinta la vida de la muerte, la actividad
del sueño. También son diferentes los ojos que contemplan
cuando son de curioso, o son los de un Navarca. Decidme,
amigos, ¿acaso soñamos juntos que yo Navarca era?
Dijo, y los padres de las tribus respondieron:
—No. Lo hicimos bien. La palabra Navarca a Kalr
la dijo Natto. Era bella y completa y todos la quisimos.
Fue nuestra y sincera la fe que te acordamos. Dinos
tú, ¿acaso no nos has entendido todavía?
Dijeron, y Shim los abrazó. Pero luego les dijo:
—En verdad lo agradezco y no encuentro palabras
para mi gratitud y también mi tristeza por la carga
tan dura que me concedéis. No hubo Navarca alguno
en tiempos anteriores, y el pueblo wit tenía
familias ordenadas, símbolos y tesoros. Yo, Shim,
ni siquiera soy blanco, y sin embargo me hacéis
jefe de todos. Y dos senderos tengo: ser símbolo
y familia, o ser Navarca entero. ¿Qué deseáis?
Dijo, y calló. Y el viejo Ylus resumió las palabras
de todos de una forma sencilla. Dijo tan sólo:
—Sé Navarca. Sé fuerte y ordena. Tú nos unes,
y al tiempo eres la suma de nosotros. Mientras
exista unión, serás; si desunes, tú mismo habrás perdido
la razón de tu fuerza. No importa si una o dos
familias discuten o se quejan. Las restantes
estaremos unidas y será suficiente. Evita el poderío
de una sola familia y encuentra el equilibrio
que nos dé la igualdad. Deja los asuntos internos
a las tribus, salvo que dañen las costumbres.
Dijo, y calló, en tanto los demás asentían.
—Bien; oigo y entiendo. Seré Navarca. Mi promesa
tenéis de ser prudente y justo. También seré inflexible
cuando pida una norma que algunos crean dura.
Hoy mismo tomaré una importante ley. Será
mi prueba y la vuestra. Ahora quiero meditarla.
Calló, y el viejo Hipo, impetuoso, dijo:
—Sin embargo, tú me obedecerás a mí. Son tus palabras:
«No habrá rico ni pobre, humilde o poderoso.»
¡Cuida con lo que haces, Navarca impetuoso!
Rieron los ancianos. Elio tomó después la voz:
—Falta le harán tus cuidados. Hipo, al primer
Navarca wit, Shim el manco. ¿Dónde tiene sus manos?
Dijo, y calló, e Hipo siguió la burla ingenua:
—Aquí. Ya ves, Shim, qué no todo fue kisy.
Elio y sus hijos trajeron sus tesoros y yo corté.
No son manos de carne. Shim, no te hagas ilusiones;
pero habrás comenzado a recobrar tu tacto. Toma.
Dijo, y calló, ofreciendo el tesoro: unas manos
del metal más flexible de la Nave, cual feto apenas
formado. Tenían un gancho por abajo y una muesca
superior. Asían y sostenían. El Navarca ofreció
sus muñones, gozoso y asombrado, por el don de los
viejos. Hipo las dejó firmes con unas ligaduras,
y Shim recordó en ellas las manos del pasado.
Sonrió tristemente y hubiera maldecido de haber
estado solo. Mas era injusta paga y dijo conmovido:
—Gracias. Elio, Hipo; gracias a todos. En verdad
os digo que junto a los albinos siempre fui sorprendido.
Vuestro es el tesoro de las cosas sencillas.
Dijo, y calló. Y Brisco el placentero rió sonoramente:
—También tú nos sorprendes con cosas complicadas.
Sigamos así. Estamos justos en la misma medida.