Al empezar, yo, Natto, os digo mi falta de palabras.
Estaban quemados mis sentidos, en soledad mi canto.
Esperé su llegada. Iba cansado y triste, apoyado
en su amada, la Sad callada y suave de todos conocida.
—Escucha, Shim; soy Natto y tú ya me conoces.
Había soñado que la Nave era mía, eternamente mía,
y en tu nombre las cosas han cambiado. ¿Por qué?
El licor de Brisco me quema en las entrañas
y casi no razono. Acaso no te hablara si fuera
más sereno. Y quiero que me entiendas. La Nave
es mía. Yo soy la voz humana latiendo en los metales,
el grito luminoso en las rampas oscuras
y el canto de la vida en tribu de guerreros.
Kalr me insulta y teme, las mujeres me aman y los
niños me admiran. Yo soy la Palabra, ¿entiendes?
Esa palabra que no puede callar ni ser callada,
que debemos cantar para que no se pudra.
Y que no siendo nada, es tanto, Shim, que yo mismo
la entiendo con asombro y de temor me llena.
Y yo creía que la Nave era mía, aunque estuviera
ebrio y Kalr me castigara; aunque el dolor rompiera
mi frente después de las orgías. Pero has llegado
e hiciste cantar las luces. Y te han reverenciado
los padres de nosotros, y tienes en los ojos la luz
de los que sueñan por mí tan conocida. Estoy sufriendo,
Shim; dime: ¿qué hiciste de mi Nave? ¿Dónde está
mi palabra? ¿Cómo cantar, de ahora en adelante?
Dije así. Y el hombre, fatigado, con aquella mueca
suya que todos recordáis, tierna de labios como encía
de niño, y suave en su fatiga, sonrió y dijo:
—Natto, recuerdo todavía el cosmos de la orgía
y el grito de los hombres que Kalr acaudillaba.
Y tengo en la memoria tus palabras, las que hablaban
de la muerte, de la buena o mala suerte en sangre
a las estrellas. ¿Tu Nave, me preguntas, Natto?
Aquí la tienes: soy yo mismo, Sad, los hombres
y los niños. ¿Tuya la Nave? Cierto, Natto, tuya entera.
Te comprendo, te comprendo muy bien. «La Nave es mía.»
Cuando mis brazos eran un palmo mayores
yo era también un hombre de palabras. Palabras
escritas en el Libro de los Antepasados. Y, como tú,
decía: «La Nave es mía.» Ha cambiado el destino,
pero es fuerte el recuerdo y te diré, si quieres
escucharme, que sueño a veces con el perdido amor.
Dijo, y calló. Y Sad rogó con voz sentida:
—No pienses, no hables más. Ha sido suficiente
la jornada. El sueño nos espera; nos espera el silencio.
—Aguarda, Sad. También es necesario que Natto
me comprenda, que Natto esté conmigo. Déjale
su Palabra, que antes de ser hombre habrá sido poeta.
Y yo lo necesito en mi vuelta al origen de todo,
al punto en que los libros, antes de ser escritos,
debieron ser gritados por hombres diferentes,
como tú, Natto. ¿Quieres ser mi Palabra?
Así dijo, y caminó, agotado, hablando nuevamente:
—Te necesito, bardo; para recoger mi llanto,
para ser mi memoria, para apaciguar mi ira,
para sembrar en el tiempo las fuertes realidades
que nuestros descendientes ensalzarán un día.
Aunque temas, ve a mi lado; aunque temas, sé sincero.
De luz y de palabras llenaremos la Nave
y el hombre será eterno más allá del olvido.
Aunque tú y yo no veamos el fin de la aventura
y la Nave nos gaste, no importa. Ahora mismo
empezamos, Natto. Te devuelvo la Nave. Ven conmigo.