G-XXIII: 10010

Mei-Lum-Faro me necesitaba porque ha vuelto el wit que en su magnanimidad había permitido marchar. Indudablemente, el Señor de la Nave no debía de tener interés alguno en que el wit volviera, y su acto fue pura generosidad. Pero el albino lo ha interpretado literalmente y ha vuelto para decir que son cerca de cinco mil los wit que habitan en las cuevas. «Ve, señor —dijo—, que somos muchos y necesitamos más de lo que tenemos.» «Ciertamente, sois demasiados —ha dicho Mei-Lum-Faro—, demasiados.» Y acto seguido ha ordenado que fueran muertos todos, es decir, los cinco mensajeros.

Reconozco que los albinos han reaccionado valientemente. Sin inmutarse, han escuchado la sentencia y el más joven ha escupido al pie del trono. El más anciano ha dicho: «Si nosotros no volvemos, el pueblo wit abandonará las factorías.» Y Mei-Lum-Faro ha replicado: «Si no vuelven, los haré buscar a latigazos. Mis soldados son valientes y no temen la oscuridad.» «No los encontrarás, Faro. Los wit conocen escondites que los tuyos ni sospechan.» Y nuestro amo ha dicho: «Sabré aguardar a que el hambre los saque de ellos.» «Se morirán de hambre, pero no los sacarás…» Y entonces Mei-Lum-Faro sentenció: «Tú no has de verlo. Matadle.» Y todos han sido muertos, allí mismo. Todavía, antes de morir, el anciano dijo, sonriendo: «Atiende, Faro: tus días están contados y son pocos. Los wit atravesarán las fronteras, como ya lo hicieron una vez, y traerán la muerte a tus cámaras.» Yo, entonces, no he podido contenerme, y he dicho al viejo: «¡No es cierto!» Y luego he dicho al Señor de la Nave: «Perdónalos, Señor, porque los wit son iguales a nosotros y los necesitamos…»

Hubo una enorme sorpresa. El albino me miró atentamente hasta que el verdugo le aplastó la cabeza; el Señor de la Nave, que es ciego, miraba sin ver, con una expresión indescifrable en el rostro. Los cortesanos y guardianes se han apartado de mí. He quedado solo y he tenido miedo. Y Mei-Lum-Faro, al fin, habló y me dijo: «Vendrás a verme, Shim, y me dirás lo que hayas aprendido.»

Sucedió ayer. Hoy no han acudido los albinos a las fronteras y las factorías únicamente tienen el poco personal kros a ellas dedicado por tradición. Yo, Shim, dedicado al Libro, he vuelto al Libro, y ante él trato de ocultar mi miedo. No es posible escapar de la Nave y ni siquiera se puede pensar en ello. Tengo abierta la puerta de la cámara. Ningún guardián está a la vista; pero me siento vigilado, cercado por la sospecha. No debí hablar al Amo en la forma en que lo hice.

Pero ya no tiene remedio. Es lo que pensaba ayer del dolor y el dedo. Obré y luego pensé. Hoy debo pensar y luego obrar. No puedo desobedecer a Mei-Lum-Faro. Me queda un tiempo que no puedo calcular, y debo aprovecharlo. Cometí una imprudencia, porque, contra toda tradición, osé discutir una orden del Señor de la Nave, intercedí por un wit y le demostré saber algo que él ignoraba.

Sin embargo, tengo razón. El wit mentía. Yo, por lo menos, no he visto en el Libro indicación alguna de que los albinos hubieran asaltado la parte superior de la Nave. ¿Por qué lo dijo así el anciano wit? Recuerdo la gravedad y aun la nobleza de su rostro. No parecía mentir. ¿Es que tienen «ellos» un Libro semejante a éste? No lo creo. Pueden tener una tradición oral, desfigurada, exagerada, a fin de servir al orgullo de raza. Los negros tienen el orgullo de sus antepasados y la costumbre que los ha instaurado en las mejores cámaras y puestos de la Nave; los albinos, en contraposición, deben inventar lo que no tienen. Sí, ciertamente, tal debe ser la explicación.

Sin embargo, no menos cierto es que el Libro presenta demasiadas lagunas (¿por qué digo yo esta palabra?) para que pueda servir de absoluta referencia. Desde la generación XII a la XVIII, los Hombres de Letras parecían haber olvidado su deber. Hay baches de años enteros sin anotaciones. ¿Pudo suceder que entonces…?

Lo sé, todo es cierto y todo es mentira… ¿Por qué me preocupo de tal modo por la verdad exacta? Debo buscar la verdad que me sirva, la verdad subjetiva, y abrir camino por donde pueda, ya que todos son inciertos…

Y ya me estoy apartando otra vez de mi propósito. Mei-Lum-Faro me hará buscar y me dirá: «¿Quién eres tú y qué sabes tú?» Y yo habré de decirle algo. ¿Qué debo decirle? ¿La verdad…? Pero incluso la verdad debe tener una ordenación, una lógica. Es más, yo he llegado gradualmente —por atavismo, por intenso estudio, por dedicación plena, hasta por tradición— a una verdad. El Señor de la Nave no puede dedicarme tanto tiempo como yo he dedicado a mis lucubraciones; puede escucharme un día, dos, tres si le fascino o entretengo como sus bufos. ¿Cómo le condenso yo mis curiosidades, mis descubrimientos, mis deducciones?

Del modo que sepa retener su atención depende el que me siga escuchando, el que me siga otorgando su confianza. ¿Qué puedo decirle, Dios mío, en este encuentro? Los siglos de servidumbre que llevamos me hacen temblar en su presencia. Y yo no soy más que un sencillo Hombre de Letras, célibe, ya en la edad en que el vigor se pierde…

Las lamentaciones no me llevarán a ninguna parte. Si aquí tengo miedo, ¿qué haré ante él? No; no puedo afrontar el problema de esta forma. No puedo presentarme ante él arrogantemente de forma que le irrite, pero tampoco de forma servil que le incline a pensar que soy insignificante. Debo ser yo mismo, Shim, Hombre de Letras de la XXIII generación, hombre que conoce la historia de la Nave y que puede ser consejero de su autoridad. Debo hablar sin pasión, fríamente, como el que informa, como el que reaviva las experiencias pasadas.

Para ello tengo que esforzarme en hallar un cuadro de los problemas más perentorios de la Nave. Y debo empezar ahora. De un momento a otro puede venir el Jefe de la Guardia y ordenarme que le siga… Es terrible trabajar con tal pensamiento en la cabeza. ¡Y debo hacerlo!

Veamos…

Por dos veces el aire renovado me ha dado su aviso del tiempo. Dos veces cuatro y algún tiempo más: ocho, quizá diez horas. Todo está en silencio, cálido, vibrante. Nadie se ha acercado a la cámara.

Éstas son mis conclusiones. Si Mei-Lum-Faro me lleva a su presencial debo llevar este plan preparado:

  1. Historia de la Nave.
  2. Teoría del tiempo.
  3. Estudio del ser llamado Dios.
  4. Los wit.
  5. Posibilidades futuras.

Historia de la Nave. — No ofrece dificultades. Podré contarla a grandes rasgos, y si hace preguntas, apoyarme en ellas para ampliar detalles. Existe un punto delicado: la forma como sus antepasados se hicieron con el poder. Habré de buscar una forma de paliar la evidente censura que el cronista de turno difunde en su anotación.

Teoría del tiempo. — Me gustaría en este punto extenderme cumplidamente. Demostrado que el tiempo existe, y que nuestros antepasados lo dominaban ampliamente, debo recalcar la importancia que tiene el que nosotros podamos hacer igual. Tenemos muchas bases: el aire se renueva mediante la «pastilla» del «repositor», y mis antecesores han indicado repetidas veces que se efectuaba cada cuatro horas; del mismo modo, «La Carne» es cortada tradicionalmente cada veinticuatro. Más difícil será reducir a minutos y segundos esta proporción, pero no creo que tenga mucha dificultad. Por ejemplo, podemos contar los latidos del corazón o los golpes rítmicos de un martillo durante el ciclo del «repositor». Para los meses y el año es cuestión de adición; no obstante, puesto que tenemos una esfera y conocemos que su valor es trescientos sesenta grados, hagamos de ella el signo del año, haciendo que cada grado sea un día. Podría, también, ordenarse la búsqueda de instrumentos antiguos y procurar su reparación.

Estudio del ser llamado Dios. — Tema complejo que requiere ser abordado con muchas precauciones. Desgraciadamente, muchos cortesanos dicen que Mei-Lum-Faro, como Señor de la Nave, no reconoce límites a su sabiduría y poder. En cierto modo, es un dios de la Nave. Mi trabajo es convencerle de que el Dios de nuestros antepasados no tenía autoridad material, sino espiritual. Podría prescindir de este apartado, pero, honradamente, prefiero afrontarlo. Dios es una necesidad. Lo necesitamos; y dada nuestra penuria actual, no podemos rechazar nada de cuanto pueda ayudarnos. Me reservo la facultad de estudiar más y mejor esta teoría divina.

Los wit. — Tema peligroso, pero que debe ser resuelto. Hoy han cumplido parte de su amenaza, faltando al trabajo. Se han encerrado en sus cuevas. Posiblemente tengan ellos más miedo que nosotros, y lo más seguro será que el hambre les haga salir de sus guaridas. Pero hasta entonces, servicios importantes, como alimentar de glucosa a «La Carne», de hidrógeno líquido a los cultivos hidropónicos, de reactivos a los estanques y energía a los hornos, estarán abandonados. Seguramente ni «La Carne», ni los fermentos, ni las granjas hidropónicas se dañarán irremisiblemente; pero sí dejarán de crecer, de renovarse. Los wit pasarán hambre, pero nosotros también, pues si hay materias que admiten almacenaje, como las textiles, la mayor parte obedece a la ineludible ley de la renovación. Mei-Lum-Faro, como Señor de la Nave, debe tener en cuenta todos los factores. No creo que se cumpla la amenaza de arrasar las cuevas mediante la invasión. No sé qué más pensar en torno a este problema. Mi inexperiencia es total. Hace un año hubiera estado entre los que arrojaron a los wit al estanque sulfuroso.

¡Tengo que pensar! El tiempo apremia…

Posibilidades futuras. — ¿Cómo puedo saber lo que nos guarda el porvenir? Pero es posible que estemos al final de nuestro largo viaje. La claridad del espacio que empieza a filtrarse por los ventanales de cuarzo puede ser luminosidad galáctica o polvo del espacio; pero puede indicar también un nuevo sol. ¡Incluso puede ser el Sol de los nueve planetas! Un sol es inhabitable. Mis antepasados dicen que es una masa de gases inflamados; pero un sol irradiando fuego puede ser vida y luz para otras estrellas y planetas. ¡Y la Nave está equipada automáticamente para evitar las explosiones de energía llamadas sol o novas!

No quiero, no puedo engañarme; pero, ¿y si estuviéramos al final de nuestro largo viaje? Una luminosidad puede indicar un sol, pero a infinita distancia todavía. La Tierra estaba a ciento cincuenta millones de kilómetros de su Sol, y en gran parte de su suelo el Sol abrasaba. Y nosotros apenas percibimos la luz… ¡No, no quiero engañarme!

Pero tenemos una posibilidad: la de reencontrarnos, la de volver a nuestra condición humana. Impidamos que nuestros hijos se expresen con gruñidos; registremos bien la Nave, esta enorme masa de sesenta pisos; renazcamos a la esperanza. Aunque nada podamos hacer, intentémoslo. Uno de mis antepasados lo decía: El hombre es un animal indomable. Ha renacido siempre de sus cenizas. Es la más admirable forma de vida que puebla el Universo. Es un soplo de Dios mismo. Aun cuando sólo quede una pareja humana, sobre su base se repetirá la Historia. Nosotros no moriremos.

Un latigazo de orgullo y fe me está castigando. Nosotros no moriremos… Nosotros no pisamos tierra; nosotros no sabemos lo que es la luz del sol; nosotros no hemos subido nunca a una montaña… Pero nosotros tenemos la Nave; nosotros tenemos nuestro abandono en la terrible soledad del Espacio; nosotros estamos destruidos y, como hombres, tenemos el deber de volver a empezar.

Esto es lo que le diré a Mei-Lum-Faro cuando me llame a su presencia. Todo lo tenemos que aprender. Pero «todo» está aquí, creado ya. Estamos pisando acero, titanio, moléculas prensadas; estamos respirando un aire creado por los hombres…

Oigo pasos…, se acercan…, están aquí. Me llaman. Hasta para llamarme usan monosílabos: «Shim; ven con nos…» ¡Pobres hermanos míos! Voy. Yo, Shim, que tanto he escrito, voy a hablar…