Cifro desconcertado y conmovido: Ignoro si los anteriores Hombres de Letras evaluarían los hechos como yo. Dentro de la monotonía suceden «cosas». Concretarlas es toda una razón intelectual. He aprendido, reflexionado, que las cosas tienen una ligazón entre sí, que es necesaria una unidad. ¿Están revueltos los wit porque Abul ha sido cegado? ¿Ha sido dejado ciego el cortador Abul tan sólo por amar a una hembra wit? ¿Estamos revueltos nosotros, los kros, porque lo están los wit? ¿Era necesario que Abul quedara ciego para que yo me conmoviera?
Debo serenarme y escribir razonadamente. Lo que antecede no sería comprendido sin una explicación, y el deber del Hombre de Letras es escribir sin explicaciones. Abul ha sido dejado ciego; hace dos sueños, en el Fórum. El Señor de la Nave lo mandó llamar y le preguntó, riendo, si seguía pensando en la hembra wit; Abul, sencillamente, dijo que sí. Mei-Lum-Faro ha dicho que siendo ley su palabra habría de sacarle el otro ojo, salvo un arrepentimiento sincero y el firme propósito de no hacer más locuras. Abul, triste y casi con el aliento, ha dicho que prefiere estar ciego con su amada a estar sin su amor en las cubiertas superiores. Entonces Mei-Lum-Faro ha mandado que se le aplicara el ácido al único ojo sano que le quedaba. El desgraciado ha gritado de dolor y se ha desvanecido. El Señor dijo entonces que los guardianes se lo llevaran y dejaran abandonado en los corredores, lo más cerca posible de las cavernas centrales. Así se ha hecho. Mei-Lum-Faro se ha retirado a sus aposentos, de los cuales raramente sale, y todos nosotros, los habitantes de la Nave, nos hemos quedado tristes, sin saber por qué. La Justicia del Señor de la Nave es inatacable y no seré yo, Shim, modesto Hombre de Letras, el que la discuta o ponga en duda. El crimen de Abul merecía un castigo.
Pero no puedo evitar el estar conmovido. Abul, ¿es un criminal o un loco? En todo caso, ¿qué clase de locura es la suya? Los kros están absortos e irritados, porque Abul, antes de ser cegado, mientras el guardián Soro preparaba el ácido, ha sonreído y musitado unas palabras que, indudablemente, no iban dirigidas a ellos, sino a la hembra wit. Su sonrisa era hermosa, y su gesto, de alegría. ¿Puede alegrarse un hombre por quedarse ciego? No lo sé. Nadie lo sabe. Las muchachas de la «beguinet», irritadas al principio porque Abul hubiera fijado sus ojos en una mujer wit, dicen ahora que el amor es ciego y que desgraciadamente ellas no han conocido nada semejante entre los adultos kros.
Mientras este suceso altera el ritmo vital de los adultos, los niños dicen que penetra alguna claridad por los huecos encristalados de las terrazas. Dicen que es una luz diferente de las que alumbran a los corredores y cabinas, una luz que está en el aire. No encontramos explicación ni podemos verla nosotros. El tercer suceso es la actitud levantisca de los wit. Un guardián ha informado que los albinos producen ruidos acompasados. Aunque yo tengo en mis conocimientos las palabras cantar y música, lo cierto es que nunca he escuchado una aplicación práctica. Dice también que tienen luces movibles, luces que pueden llevar en la mano. Y como final de todo, que sin dejar de ser respetuosos han sorprendido en ellos gestos extraños y palabras incomprensibles. Un vigilante de la factoría de saponificación ha declarado que los wit se saludan con estas palabras: «Cambiaremos el mundo, volcaremos la Nave.»
¿Qué relación puede existir entre todo lo que he anotado? Alguna debe de haber. En principio, todo sucede en la Nave y revertirá a la Nave. La Nave recoge lo que sucede fuera y asimila lo que sucede dentro. Ello es indudable. Algunas palabras sin significado, como coordinación, me atormentan ahora. Debo anotar que Abul, abandonado sin sentido en un montacargas, junto a los pasillos oscuros del centro, ha desaparecido, seguramente recogido por los albinos. ¿Cuál será su destino? ¿Tienen los wit unas fórmulas de vida desconocidas para nosotros? Y nosotros no admitimos a los enfermos, ni a los viejos, ni a los que se apartan de nuestra forma de vivir. ¿Debo entender que los albinos son capaces de alimentar y cuidar a un hombre ciego? ¿Por qué habrían de hacerlo? Posiblemente porque un kros, aunque ciego, es presa codiciable para un wit, quizá para someterle a tormento. No obstante, Abul se dejó cegar; luego, él sabía que los wit no habrían de matarle. Debo, pues, reconocer que Abul sabía más sobre los albinos que cualquiera de nosotros. Y sabía porque había ido hacia ellos, ante la imposibilidad de que ellos vinieran a nosotros. Deduzco de todo ello que las barreras que nos separan de los wit pueden ser vencidas. No obstante, hay un hecho cierto: nosotros, los actuales habitantes de la Nave, no hemos hecho otra cosa que seguir un instinto, una forma de vivir ya establecida y lógica.
Olfateo un peligro. Presiento que este razonamiento puede llevarme a un abismo; pero no puedo evitarlo. No puedo evitarlo, porque tengo el Libro delante de mí. El Libro, sin duda, debe explicarlo todo; debe explicar por qué existe una diferencia entre kros y wit. Cierto, es posible que la selección de los mejores nos haya colocado a nosotros en los mejores puestos y relegado a los albinos a las oscuras cavernas del interior. Pero, ¿en qué punto se inició la selección? De ser cierta la tradición de que la Nave partió de un lugar ignorado, cabe suponer que existían ya nuestras diferencias de raza, si bien no acabo de comprender el porqué de una necesidad tan absoluta.
Es mejor que deje este razonamiento. No es que renuncie a él —comprendo que puede tener importancia—, sino que es mejor meditar a solas y luego anotar lo que saque en claro, si es que saco algo. Dejo, sin embargo, la constancia de un hecho ya sabido: el que los wit tienen costumbres fuera de nuestra ley, y de otro desconocido: que estas costumbres pueden tener un instante de nobleza.
Y volviendo a mi abstracción, a mi curiosidad, repito en este instante que he vuelto a recorrer la Nave, buscando las huellas del pasado, buscando al Tiempo y buscando libros para leer. No he encontrado nada. Nada, por lo menos, material. Pero respecto a la medida del tiempo, cada vez creo comprender mejor la absoluta necesidad de una fórmula que nos permita medir los instantes que van pasando. Es más, lo considero elemental, necesario, como el beber agua y alimentarse con proteínas. ¡Miento! Si fuera tan necesario, lo tendríamos, lo mismo que el agua y «La Carne». Quizá sea menos necesario… Quizá lo sea más… ¿Desvarío? No lo sé. Pero he creído percibir «algo» así como si el Tiempo continuara existiendo aunque nosotros no lo sepamos situar. Casualmente he podido estar cerca de los expulsores de aire. Y he comprobado que pasado cierto período, cuando la respiración se hacía difícil, el aire se volvía fresco, como si se renovara. He preguntado a Saú, vigilante en aquella zona, y me ha dicho que, efectivamente, el aire se refresca porque cada cierto tiempo el autómata repositor cambia lo que él llama «fermentación del oxígeno». Él, Saú, lleva ya tantos sueños vigilando el repositor, que sabe por instinto cuándo va a cambiar el aire; incluso lo sabe cuando está en otro lugar. Sin embargo, no sabe lo que sucede dentro del aparato automático ni por qué razón. Sabe lo que es tradicional que se digan unos a otros: el aire, antes de ser un gas, es una pastilla, una piedra, un bloque que al ser expulsado fermenta y se disgrega, produciendo el aire nuevo. Y que el aire viejo, recogido por ventiladores y aspiradores, se convierte en otra pastilla, que el automático también aprovecha. Ellos, los cuidadores, llaman a las pastillas «limpia» y «sucia», respectivamente.
Reflexionando, veo que nada nuevo he descubierto, puesto que todo ello forma parte de nuestros conocimientos y nuestros principios: «todo se origina en la Nave; todo se aprovecha en la Nave». Incluso yo mismo puedo predecir cuándo es tiempo de que la pastilla «limpia» sustituya a la ya fermentada. Instintivamente lo he pensado muchas veces. Lo que no había hecho nunca, ni creo que lo haya hecho ningún habitante de la Nave, era pensar en el ciclo continuo y sistemático que esto supone. Saú, agudamente, me ha dicho que los habitantes de la Nave lo comprenden instintivamente porque lo necesitan, porque el aire recalentado y pesado les avisa; pero que él, Saú, puede, incluso sin necesitarlo, saber cuándo la «pastilla limpia» va a ser expulsada. Le es útil saberlo, porque el relevo de la vigilancia al repositor se realiza cada dos pastillas. Y asegura que siempre ha sido igual, seguro e invariable.
Todo esto es sencillo y grandioso al mismo tiempo. Los creadores (suponiendo que la Nave no se ha construido a sí misma, como dicen algunos) cuidaron de que las pastillas fueran sucediéndose a un ritmo previsto de antemano. El menor fallo podría suponer la muerte de los que necesitan el aire. Luego «ellos» sabían medir el tiempo. Lo que nosotros sabemos, por rigurosa consecuencia, es que el aire está medido, que no podemos respirar más de lo que los aparatos producen. Comprendo, ante ello, la necesidad de que la Ley sea rigurosa y no permita más humanos de los que la apariencia ha demostrado que pueden existir…
Me duele la cabeza y estoy cansado. Es curioso comprobar cómo se puede ahondar en las cosas más sencillas. Y también lo sencillo que sería evitar todo esto acudiendo al Libro. El Tiempo debe de estar también en él. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que esté escrito o no nuestro pasado, que lo hayan leído o no los Hombres de Letras que se han sucedido, nada ha impedido que hayamos llegado a la situación actual. Creo, sinceramente, que la curiosidad debe exigir una lucha. Lo que no cumple esta ley, o esta necesidad, o esta inexorable virtud de adaptación, sobra en nuestra comunidad. Desde mi observación en la cámara del repositor comprendo que somos nosotros los que nos adaptamos a la Nave, no la Nave a nosotros. Lo mismo cuando necesitamos la luz que cuando cortamos proteínas, que cuando producimos glucosa o aminoácidos, que cuando respiramos aire, estamos siendo rigurosamente limitados.
Todo ello, repito, es verdad vieja en la comunidad, Pero hasta ahora no se me había presentado con tan rigurosa consecuencia. Más habitantes significaría un déficit constante de proteínas, agua, aminoácidos y, sobre todo, de aire. Puesto que no es posible aumentar las proteínas, el agua y el aire, preciso es que nosotros nos mantengamos en el nivel necesario.
Pero me estoy haciendo una pregunta que es casi una rebelión. ¿Por qué no aumentamos los alimentos, el agua, la luz y el aire? ¿Por qué hemos de estar nosotros sometidos a ellos, cuando el rigor lógico me dice que nosotros somos materia notable y ellos materia mecánica? No lo sé. Si yo fuera con estas preguntas a mi amigo Rein, me diría que no hacemos más que seguir la infinita sabiduría de la Nave. ¿Acaso no nos protege y alimenta? ¿Por qué, entonces, vamos a exigirle más? El sueño que la Nave quiera, la luz dejará de alumbrar, «La Carne», de crecer, y el repositor de ozono, de expulsar pastillas; entonces, como una rigurosa ley, nosotros acabaremos también. Será el fin, como nuestros filósofos anuncian. No cabe rebelarse. No cabe rebelarse. No cabe rebelarse.