Capítulo 45

Gran Sinagoga, París

Un leve resplandor azulado iluminó la superficie dorada produciendo un chisporroteo de minúsculas descargas eléctricas en los ángulos, las alas extendidas de los querubines intercambiaban una culebrilla luminosa, el zumbido de abejas se hacía más persistente y el Arca irradiaba calor.

De pronto el torbellino de la sangre cesó, el corazón se detuvo y se apagó el zumbido. Una sensación de infinita piedad sucedió al pánico de la presencia de Dios. Flotando en el eterno silencio de los espacios infinitos, Zumel comprendió la obra del Arca, un concepto que había estudiado en Pascal sin llegar nunca a comprender cabalmente. Percibió que un insecto se había detenido en el aire y que las partículas de polvo estaban quietas en la rendija de luz que se filtraba desde una grieta de la ventana claveteada. El mundo se ha detenido y yo puedo pensar y puedo moverme. La abrumadora sensación de estar en presencia del Poder lo emocionó. Un leve quejido se abrió paso desde su garganta. Se le nublaron los ojos. El Arca flotaba en una cascada de luz fría, azul.

—¡Dios mío! —exclamó—. Verdaderamente eres terrible.

Extendió las manos hacia el Arca en actitud orante. La Palabra se adensó en su pecho, le ascendió por la garganta, se formó en sus labios y sonó quedamente. El Arca se encendió sin llama y emitió un resplandor púrpura, al tiempo que desprendía el cálido perfume de los desiertos a la puesta de sol. El Shem Shemaforash obraba.

—¡Confunde a tus enemigos! —exclamó—. ¡Desmorona sus murallas! ¡Aventa sus despojos, porque tú eres el Dios fuerte de Israel que acudes en ayuda de tu pueblo!

«Al día séptimo se levantaron al alba, dieron siete vueltas a la ciudad del mismo modo. A la séptima vuelta, mientras los sacerdotes tocaban las trompetas, Josué dijo al pueblo: gritad, porque Yahvé os ha entregado la ciudad… cuando el pueblo oyó el sonido de las trompetas, elevó un clamor de gritos y la muralla de la ciudad se desplomó».

A cien kilómetros de distancia, el mariscal del Reich Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, ordenó detener el enorme Horst descapotable a la sombra de uno de los plátanos que bordeaban la carretera. De pronto había tenido la intuición de que el desembarco no se iba a producir en los próximos días. «Los hombres están cansados —razonó—, y yo también lo estoy. El único proceder sensato es descansar y relajarnos durante una semana para esperar con ánimo tranquilo lo que ha de venir». Tomó rápidamente su decisión.

—Da la vuelta, Franz —le ordenó al chófer—. Vamos a irnos unos días a Alemania. Necesitamos descansar de todo esto.

—Creo que es una medida prudente, general —convino su ayudante de campo—. Un descanso le vendrá bien a todo el mundo.

El mismo día, a la misma hora, otros caudillos nazis con grandes responsabilidades en la zona de la invasión decidieron ausentarse de su puesto de combate. Dollmann, el general del VII Ejército destacado frente a las playas normandas, recibió una convocatoria para rutinarios ejercicios de estrategia en la escuela de Estado Mayor en Rennes. Le hubiera sido fácil excusarse alegando necesidades del servicio, pero decidió asistir para poder chismorrear sobre ascensos y prebendas con sus compañeros de rango. Por su parte, Sepp Dietrich decidió ir a Bruselas para adquirir ciertas obras de arte que le ofrecía un marchante.

El cuarto día, Miguel te tomará de la mano y honrarás a Nabu bajo el almendro, la vara de Aarón.

El quinto día, Izidkiel te tomará de la mano y honrarás a Marduk bajo la rama del terebinto que dio sombra a Abraham.