Zumel había regresado al camino del desierto que conducía a la ciudad luminosa. Esta vez fue él el que tuvo que alcanzar al Anciano que era su padre. El Anciano caminaba a grandes trancos, adelantando el báculo terminado en un tramo horizontal para la mano.
—¿Por qué caminas tan de prisa? —le preguntó.
—Porque el tiempo apremia —respondió sin volver la mirada. Lo estaba esperando—. ¿Ves aquel bosquecillo a lo lejos?
—Lo veo, padre.
—Allí descansaremos, a la sombra de la fuente.
El bosquecillo estaba formado por siete árboles de especies distintas, dispuestos en torno a una fuente, a distintas distancias del agua y entre ellos.
Había tres enormes piedras esféricas y la alfaguara brotaba entre ellas. Se sentaron.
—Estos árboles resumen los siete poderes celestiales y las siete luces en las que se ocultan la Sabiduría y el Nombre. El manzano silvestre te hace inmortal y comienza por CC; el nogal otorga consciencia y comienza por C; el espino blanco comienza por Z; el mimbre comienza por S.
—¿Y las vocales, padre?
El Anciano lo miró a los ojos con infinita piedad.
—Las vocales siempre estuvieron delante de tu corazón, viven con nosotros y las respiramos. Son A, O, U, E, I.
—Son cinco vocales, padre. Faltan dos para el nombre.
—La doble iod, II, y la doble álef, AA. El Nombre Santísimo se oculta en las siete vocales, pero la clave está en las dos dobles A e I.
Al amanecer, Zumel se vistió con la túnica de lino del legado Plantard y se ajustó sobre el pecho el pectoral de latón con las doce piedras. Así ataviado se situó frente al Arca y contempló un momento los tabotat dormidos. Los había dispuesto con las partes planas, mirándose. Quizá no era la posición que más agradaba al Arca. Dio un paso atrás, elevó las manos y musitó el segundo conjuro: Gabriel te tomará de la mano y honrarás a la Luna debajo del sauce. Creyó percibir un aumento de temperatura, que atribuyó a los pesados ropones que vestía y a lo cerrado de la habitación, en la que no circulaba el aire. El tercer día se atavió nuevamente como un Sumo Sacerdote para recitar el conjuro: Sammael te tomará de la mano y honrarás a Nergal bajo el coscojo; el cuarto día recitó el conjuro y tampoco pasó nada, pero al quinto, cuando declinaba el sol, sintió una sensación de gravidez en el pecho, como si un cuerpo extraño ascendiera por su garganta, saliera por su boca y presionara sobre sus dientes. Eran aire y sonidos, abrió la boca y exhaló un sonido inhumano, como la voz de las sirenas o el entrechocar de las placas del serafín. Las letras impresas se parecen tanto a los sonidos como una rosa dibujada por un niño se parece a una rosa verdadera, pero lo que dijo fue:
—II.I.E.U.O.A.AA.
Apenas lo hubo pronunciado percibió una vibración exterior y un sobresalto en la sangre. Cerró los ojos y la débil luz que se filtraba por los postigos cerrados pareció que se remansaba y vibraba sobre el Arca abierta, que despertaba en su interior una inédita y potente luminosidad azul. Entonces su garganta ronca emitió un sonido inhumano: JIEVOAA, cuyos ecos batieron como mazos la sangre en sus sienes. Perdió el conocimiento y se desplomó. La fosforescencia aumentó al tiempo que un creciente zumbido de abejas llenaba el aire.