Zumel comprobó que los agentes de la Gestapo habían cerrado la puerta de la habitación por fuera, pero, no obstante, se encerró en el baño para leer la carta de David que había encontrado entre las páginas del libro.
Querido papá: Estoy en la embajada británica de Ginebra y me han anunciado que pronto me trasladarán a Inglaterra, pero ahora es urgente que te escriba esta carta que telegrafiarán a Londres para hacértela llegar. Me dicen que debo contarte algo que solamente tú y yo sepamos, para que te convenzas de que me han liberado. El día en que murió el abuelo, cuando la casa se llenó de gente para el velatorio, te encontré orinando en la rejilla del patio y me dijiste: «Ve a donde está el abuelo y dale un beso en la frente». Luego me preguntaste «¿Le diste el beso?» Y yo te dije, sí, y la tía Ester me pidió que le diera otro en la mano y se lo di. En otra ocasión, estando de pesca en Berten, vinieron unos chicos que estaban haciendo vuelo a vela en un campamento cercano y me invitaron a unirme a ellos. Entonces tú pretextaste un fuerte dolor de cabeza, recogimos la merienda y regresamos a Potsdam. Como vi que charlabas alegremente en el viaje de regreso y no te dolía nada, te pregunté si se te había pasado el dolor de cabeza y tú respondiste: «No me dolía todavía, pero me hubiera dolido mucho si hubieras aceptado la invitación». «¿Por qué?», te pregunté. «Porque esos chicos eran nazis». Entonces yo era muy joven y no sabía nada de los nazis. Ahora comprendo que tenías razón, que dan dolor de cabeza.
Creo que esto te demostrará que soy yo el que escribe esta carta y que estoy bien. Me han dicho que van a hacer lo posible por liberarte también a ti. Lo espero fervientemente, creo que ahora nos comprenderemos mejor. Tengo muchas cosas que contarte, muchas cosas que preguntarte. Me indican que debes quemar esta carta en cuanto la leas. Tuyo: David.
Leyó de nuevo la carta más despacio, escudriñando cada palabra, interpretando cada sílaba, desmenuzando cada átomo de su significado. Era auténtica. David estaba a salvo. De pronto se le formó un nudo en la garganta y dos torrentes de silenciosas lágrimas gotearon sobre el papel.
Levantó la mirada y se contempló llorando ante el espejo. «David está salvado», pronunció, ratificando con los sonidos la noticia. Leyó nuevamente la carta un par de veces y sólo entonces reparó en que debía destruirla. No tenía nada con que hacer fuego, por lo tanto la redujo a trocitos de papel no mayores que la uña de su meñique, que arrojó al retrete y tiró de la cadena. Cuando se cercioró de que no quedaban restos de la carta volvió su atención al diagrama de la Estrella Templaria que había dejado sobre la mesa.
Un conjunto de líneas que formaban una especie de complejo mandala, como una de esas intrincadas creaciones geométricas que los hindúes o los persas usan para decoración de yeserías y vasijas.
Volvieron a su memoria como un eco cercano las recomendaciones de su padre.
La Estrella de los Templarios es una cosa santa. En esta maraña de líneas se supone que escondió el rey Salomón el secreto del Nombre. Una oleada de gratitud hacia la vida le esponjaba el corazón. Que David estuviera a salvo lo cambiaba todo. Después de tantos años de abandono, después de las miserias de la deportación y de Auschwitz, la Cábala se había convertido en un túnel oscuro, una luminaria progresivamente apagada desde la muerte de su padre. Ahora volvía a ver la luz. La Cábala estaba viva, el caballo místico se dejaba cabalgar nuevamente.
Tenía delante el diagrama llamado la Estrella Templaria, del que tanto oyó hablar a su padre, la copa mística que contenía el Shem Shemaforash tal como el rey Salomón lo había formulado para legarlo a los tiempos. Su padre le había hablado de él en las veladas invernales de Potsdam y al regreso de aquel viaje a España para la asamblea de los Doce Apóstoles, cuando regresó exultante porque confiaba plenamente en la capacidad de un puñado de sabios bienintencionados para conjurar el maleficio de la Gran Guerra que se avecinaba. Su padre se había equivocado entonces. ¿Se equivocaría él igualmente ahora? ¿Tendría algún efecto aquel diagrama? ¿Encerraría realmente el Nombre de Dios o sería una superchería más, fraguada por algún impostor con quién sabe qué designio?