Capítulo 37

—¿Le gusta a usted esa mujer? —preguntó Von Kessler.

Zumel se sonrojó violentamente y miró su pastis.

—Sí —confesó—. Creo que es muy hermosa.

Estaban en el jardín del hotel, antes de la cena. Habían transcurrido tres días desde la fugaz entrevista con Therese, pero desde entonces no se les había presentado una nueva ocasión de hablar. Zumel no quería forzar las cosas por miedo a que la descubrieran. Había llegado a la conclusión de que trabajaba para los ingleses bajo una identidad falsa. Quería protegerla. Casi lo angustiaba su presencia en el hotel después de haber servido de correo. A veces intercambiaban miradas en el comedor, cuando ella servía la mesa, y todos los días aparecían flores frescas, un pequeño bouquet, en la consola de su habitación.

—Todas estas camareras se acuestan por dinero —dijo Von Kessler, apurando de un trago su vaso—. Veinticinco o treinta marcos es suficiente. Las mujeres de los pueblos vencidos se entregan con facilidad al vencedor.

—Usted lo cree muy fácil —comentó Zumel.

Von Kessler miró con su ojo cíclope y una mueca de desprecio que pretendía ser una sonrisa:

—Haga una prueba. Propóngaselo por cincuenta marcos. —Volvió a apurar su pastis, llenó el vaso con el resto que quedaba en la botella y chasqueó los dedos para indicarle al camarero que le trajera otra—. Usted pertenece al pueblo vencedor —prosiguió—. Recuerde que ganó una Cruz de Hierro en la Gran Guerra, igual que el Führer.

Zumel se encogió de hombros.

—No tengo cincuenta marcos.

Von Kessler sonrió fugazmente, echó mano de su cartera, extrajo cien marcos, dobló los billetes y los introdujo en el bolsillo superior de la chaqueta del judío.

—Ahora los tiene —dijo sin acritud—. Acéptelos como una pequeña contribución a nuestra amistad. —Bebió el nuevo vaso de pastis y se sirvió otro de la botella que el camarero acababa de dejarles sobre el velador.

—¿Qué lo mueve a ser tan amable conmigo? —preguntó Zumel, mirándolo al ojo.

Von Kessler pareció entristecerse. Estaba algo borracho. Como otras veces, Zumel temió que al día siguiente le guardara rencor por haberlo visto de aquel modo.

—Usted… —dijo con expresión seria—, usted me está enseñando mucho de un mundo que no conocía. Ese mundo… me hace más soportable la vida. Le estoy sinceramente agradecido.

Zumel levantó su copa y le hizo un leve gesto de brindis.