Capítulo 21

La muchacha con uniforme del Cuerpo Auxiliar dejó la bandeja de plata sobre la mesa, sonrió levemente y se retiró, cerrando la puerta. El propio Winston Churchill sirvió el té y le ofreció una taza al profesor Stein. El profesor vestía un sobrio traje pasado de moda y usaba gafas de montura dorada colgadas de la solapa con un cordón, al estilo de los profesores alemanes. Ese detalle y la costumbre de saludar con una leve inclinación y un taconazo era todo lo que había traído de Alemania el profesor Walter Johannes Stein, cuando se exilió a Gran Bretaña huyendo de los nazis.

El profesor Stein conocía a la camarilla ocultista de Hitler. Incluso habían intentado reclutarlo para ella en 1933, cuando vivía en Stuttgart, dedicado a la historia medieval y a la mitología del Santo Grial. Himmler lo invitó a unirse a la universidad ocultista de las SS, el Ahnenerbe. Stein rechazó el ofrecimiento un par de veces. No hubo una tercera: Himmler lo acusó de practicar actividades subversivas, le confiscó la biblioteca y los archivos y decretó su arresto domiciliario. Entonces Stein huyó al extranjero y obtuvo asilo en Gran Bretaña. En 1938 se imprimió clandestinamente en Berlín su monumental ensayo La historia mundial a la luz del Santo Grial.

Desde el comienzo de la guerra, Churchill lo había llamado para conversar sobre la idiosincrasia y las motivaciones de los dirigentes nazis, especialmente cuando el lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, voló en solitario a Inglaterra para pactar la paz. Stein señaló que aquella aventura absurda tendría seguramente una motivación astrológica, una explicación que repugnaba al servicio de inteligencia británico, pero que finalmente tuvieron que admitir, lo que aumentó considerablemente el prestigio de Stein como especialista en ocultismo nazi.

Churchill añadió a su té un chorrito de leche e hizo sonar la taza de china al removerlo con la cucharilla de plata.

—¿Pueden estar tan chiflados como para creer que una reliquia puede cambiar el curso de la guerra? —espetó—. Creen que han encontrado las tablas del Arca de la Alianza o algo así y pretenden destruirnos con un conjuro.

Una de las espesas cejas de Stein se enarcó en un gesto de sorpresa.

—¡El Arca de la Alianza! —exclamó, y guardó silencio un momento, como si necesitara ordenar sus ideas antes de explicar algo bastante complejo. Comenzó—: Al plantear si los nazis pueden creer en la magia, hay que tener en cuenta la doble naturaleza del carácter alemán. Los alemanes pueden ser, por una parte, excelentes técnicos e ingenieros, profesiones nada proclives a la especulación, pero, por otra parte, tienen un lado místico e idealista, del que proceden los filósofos y los músicos. Ese idealismo es lo que justifica la nueva religión de los nazis. Lo terrible del caso es que esté inspirando tremendas aberraciones que no podrían cometer sin ayuda de la técnica, de la capacidad de trabajo y de organización. Creo, señor, que no podemos juzgar a Hitler a la luz del positivismo.

—¿Cómo si no? Yo no veo nada milagroso en la ascensión del nazismo —replicó Churchill—. Hitler es el producto, y el instrumento, de los financieros e industriales alemanes. Lo alimentaron para frenar el comunismo, no supieron atarlo corto y ahora se les ha escapado de las manos y ha metido al mundo en una guerra.

—Con todos los respetos, señor, las razones del señor Hitler están al margen de la razón cartesiana y de la realidad.

—¿Qué quiere decir?

—Que la política de Hitler se basa en razones religiosas y la religión es, por definición, irracional, dicho sea con todos los respetos. Esas ideas delirantes, esas procesiones de antorchas, esos altares a la esvástica, esas ceremonias fúnebres, esas consagraciones de estandartes tocando la bandera de la sangre que empapó la de las víctimas del Putsch de Múnich, esos juramentos… constituyen una nueva religión con sus dogmas, sus sacramentos, sus creencias y su mitología. Hitler es el sumo sacerdote de una religión secreta que tiene como fundamento la creencia en la superioridad de la sangre aria. La Orden Negra de las SS agrupa a los iniciados de esa religión, una minoría.

Churchill asintió.

—Esto que me dice tiene cierto sentido. Aunque me parece que Himmler creó su Orden Negra para compensar su complejo de inferioridad respecto al ejército regular.

—Puede ser cierto, señor, pero eso no invalida el sentido religioso. Los hombres de la Orden Negra son, en su formación, monjes guerreros de la nueva religión aria del superhombre.

Churchill bebió su último sorbo de té y depositó la taza delicadamente sobre la bandeja. Después se enjugó los labios con la pequeña servilleta y dijo:

—El SIS y algunos ministros del gabinete son partidarios de abrir un frente esotérico para combatir a los nazis con las armas en las que ellos creen. Y yo, mucho me temo, empiezo a darles la razón. Tengo que reconocer que el astrólogo que nos recomendó usted para anticipar los movimientos de Hitler está dando resultado. No obstante, convendrá conmigo en que resulta difícil de creer que Hitler, un pintor fracasado, y Himmler, un criador de pollos, se hayan inventado una religión.

—Los nazis aspiran a fundar una nueva civilización que sustituya a la cristiana, señor, una civilización basada en la Weltanschaung mágica, bajo el signo de la esvástica. Créame que tengo motivos para afirmarlo. Llevo años estudiando el pensamiento del grupo Thule, que inspiró la ideología nazi.

—¿El grupo Thule? Sea más explícito, por favor.

—La Thule Gesellschaft o grupo Thule era, en su origen, una secta ocultista que fundó el barón Von Sebottendorf en 1918. En realidad era una escisión de la Orden de los Germanos (Germanenorden), fundada en 1912, un grupo racista y antisemita cuyos postulantes tenían que demostrar pureza de sangre. El nombre Thule alude a una supuesta isla desaparecida en los mares del norte, cerca de Groenlandia o del Labrador, el continente hiperbóreo, el hogar de los arios, una especie de paraíso terrenal. Es el mito clásico de la Edad Dorada aplicado al germanismo y al racismo ario. Los nazis creen que los supervivientes de Thule emigraron al desierto de Gobi y que desde allí expandieron el tronco ario de la humanidad. El grupo Thule es un producto del ocultismo decimonónico, un cóctel de teosofía, de predicaciones del mago Gurdjieff, de magia neopagana, de aparato oriental y charlatanería hindú. Asociado a Thule está el legado del Santo Grial y otros objetos mágicos que aspiran a recuperar.

—¿El Santo Grial? ¿No es la copa en la que consagró Cristo?

—Lo es en la versión cristianizada del mito, pero el mito es más antiguo y tiene formas paganas específicamente célticas, como copa de abundancia. Los nazis lo consideran un talismán ario, símbolo de la sangre superior. Hitler cree que el cristianismo modificó el mito para añadirle detalles decadentes como el perdón, la debilidad y la absolución. De hecho, los nazis creen que Cristo era un campeón de la raza aria y que san Pablo mixtificó su doctrina para movilizar el hampa y crear una religión de esclavos.

—¿Y el grupo Thule qué pretende?

—El grupo Thule es lo que en términos científicos denominaríamos una secta maniquea. Para sus adeptos, la humanidad se divide en dos pueblos: el ario superior y el semita inferior, que representan respectivamente los dos principios universales que luchan por la dominación del mundo: el bien y el mal. La religión que propugnan los nazis es la de la raza y la sangre pura aria, el Volk, el pueblo germano que debe cumplir con su destino de raza superior.

—Que consiste en pastorear a los pueblos inferiores…

—En efecto. Pretenden sustituir el cristianismo, que es una religión de origen semita, propia de esclavos, por una especie de religión aria reconstruida. Por eso están investigando en las fuentes de la mitología aria que son, por un lado, la Thule hiperbórea y, por el otro, la tradición indotibetana.

—¿De qué me habla? ¿Qué tiene que ver el Tibet en este asunto?

—Los nazis creen que, cuando Thule fue destruido por un cataclismo, los arios que la habitaban se refugiaron en el Turquestán, el Pamir, el desierto de Gobi y el Tibet.

—¿Es posible?

—Sí, señor. Y creen que los actuales germanos proceden de aquellos arios. Están convencidos de que las más antiguas tradiciones y misterios arios se han conservado en el Tibet como una orden secreta, llamada del Dragón Verde, que mantiene las enseñanzas iniciáticas de los Setenta y Dos Superiores Desconocidos. Ésta era la ideología de una sociedad secreta llamada Vril o Logia Luminosa que se fundó en Alemania a principios de siglo. El Vril es una palabra india que designa una reserva de energía síquica que el hombre tiene, aunque solamente utiliza una mínima parte de ella. El objeto de la sociedad es despertar ese Vril en sus miembros, de tal modo que sus facultades crezcan hasta convertirlos en semidioses. El principal profeta de la sociedad fue Karl Haushofer, un estudioso de Oriente, del budismo y de la India. En 1918, Haushofer vivía en Múnich y simpatizaba con las organizaciones racistas de la ciudad. Fue uno de los primeros miembros del primitivo partido nazi, el de Drexler. En 1926 consiguió fondos para enviar una expedición científica al Tibet; la expedición se repitió en 1936, bajo el mando de un tal Ernst Schaeffer.

—¿Y qué se les ha perdido en el Tibet?

—Intentan descubrir los orígenes de la raza nórdica, indogermánica, y, al propio tiempo, los poderes secretos que esta raza poseía, la concentración y la clarividencia, o sea, el Vril propiamente dicho.

Churchill se tomó unos segundos para asimilar lo que había oído. Dio una chupada al cigarro y comentó:

—¡Sorprendente! Prosiga, por favor.

—Como consecuencia de estas dos expediciones existen dos colonias de tibetanos en Alemania, una en Berlín y otra en Múnich. Antes disfrutaban de una serie de prebendas oficiales, pero ahora creo que están bastante olvidados, desde la derrota de Stalingrado.

—¿Por qué?

—Hitler esperaba mucho de su magia contra los inferiores pueblos soviéticos.

Churchill no pudo reprimir una sonrisa.

—Me he permitido traer la ficha de Schaeffer que figura en el SIS —continuó Stein, tomando de su carpeta una cartulina con una fotografía tamaño carnet cosida en el ángulo superior derecho—: Este etnólogo fue discípulo del orientalista Robert Beich-Steiner en la Universidad de Viena, ha escalado en el partido gracias a su hermana Otti, que es amiga de Hitler y frecuente invitada en el Nido del Águila. Regresó del Tibet en 1939, se trajo una piedra cubierta de signos arcanos y desde entonces figura permanentemente en el Estado Mayor de Hitler y traza horóscopos de las operaciones. —Devolvió la ficha a la carpeta—. En cuanto al Vril o Logia Luminosa, está ahora en manos de Himmler, que la ha incorporado al Ahnenerbe.

—¿Qué es el Ahnenerbe?

—Es un instituto para la investigación de los antepasados que fundó un tal Friedrich Hielscher a título particular, pero en 1935 Himmler le dio carácter oficial y lo incorporó a la Orden Negra de las SS, otorgando a sus dirigentes rango de oficiales de Estado Mayor. Sus fines son: investigar la localización, el espíritu, los actos, la herencia indogermana y transmitir al pueblo los resultados de esas investigaciones. Desde hace años, Haushofer, Hess y Hielscher han encomendado al Ahnenerbe la investigación de los textos rúnicos. Pretenden recuperar para la raza aria los poderes mágicos de los que hablan las crónicas. —Tomó una nueva ficha de la carpeta y la depositó ante Churchill. Señaló la fotografía pegada en la cartulina—: Éste es el coronel SS Wolfram Sievers, administrador general del Ahnenerbe. Bajo su mando hay una serie de comités científicos de investigación que abarcan las más distintas materias: físicos, historiadores, arqueólogos, matemáticos… Algunas secciones están dirigidas por el profesor Wurst, un especialista en la Biblia y textos sagrados antiguos. De ahí debe de haber partido la idea de usar el Arca de la Alianza como arma de guerra.

Churchill asintió. Dio una chupada al puro y exhaló el humo lentamente.

—O sea, toda la organización racional alemana al servicio de lo irracional.

—Me temo que así es.